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En aquellas regiones del mundo donde los servicios higiénicos modernos y efectivos no son un lujo, se espera que uno no haga sus necesidades en ningún otro lugar que no sea el baño.
Pero en las últimas semanas se han dado a conocer casos de personas que defecaron en lugares públicos (y hasta en público), dejando conmoción y asco a su paso.
El más reciente es el de un ejecutivo en Brisbane, Australia, que fue pillado por uno de los vecinos del edificio en el que defecó hasta 30 veces a lo largo de un año.
El hombre, de 64 años, salía a correr cada mañana y, muchas veces, al pasar por este complejo de departamentos se metía en un sendero privado para usarlo como baño. Iba preparado: los residentes no sólo encontraban sus heces por la mañana sino también papel higiénico, según publicó el portal australiano News.com.au.
Uno de los vecinos montó su propio operativo encubierto y consiguió fotografiar al ejecutivo con los pantalones bajados. El hombre ha perdido su empleo y en la calle la gente lo reconoce como el «corredor defecador».
¿Tienen historias como estas una razón médica? ¿O es defecar en público un acto extremo de rebeldía?
¿Duras o blandas?
Mike Berry, un psicólogo clínico forense de la Universidad Birmingham City, en Inglaterra, enumera entre los motivos a la rabia, la ansiedad, el deseo de dejar un mensaje, el alcohol o alguna enfermedad.
«Es interesante», afirma. «He trabajado en casos en los que ladrones han defecado en una casa y siempre le he preguntado a la policía si esta era suave o dura. Se quedan mirándome como si estuviera completamente loco. Les digo que si suave, proviene de alguien está ansioso, así como el niño que va y lo hace en su cama. Y si la deposición es realmente dura, esto indica que es de alguien que está enojado y resentido con lo que está haciendo».
Otra pregunta clave es si el culpable lo hace repetidamente en un mismo lugar. Si la respuesta es afirmativa, «se convierte en un mensaje para alguien», asegura Berry.
Por supuesto que hay situaciones desafortunadas en las que a alguien con un estómago delicado o una enfermedad estomacal más grave no le dé tiempo de encontrar un baño. Pero si sólo nos centramos en quienes defecan en público a propósito, podemos dividir los casos en incidentes puntuales y campañas sistemáticas.
La mujer furiosa que fue arrestada en Canadá el mes pasado parece entrar en la primera categoría. Una cámara la grabó haciendo sus necesidades en el suelo de una cafetería y tirándole sus deposiciones al personal, que no le había dejado utilizar los servicios higiénicos de ese local.
En la segunda categoría encontramos a infractores reincidentes como una corredora en Colorado (Estados Unidos) apodada «la defecadora loca», que desató el año pasado una investigación policial tras hacer sus necesidades frente a la casa de una familia durante semanas pese a que habían baños públicos en el área.
«Fascinados con las heces»
Los expertos prefieren no comentar casos particulares, pero coinciden en que a menudo la intención de estos reincidentes es levantarle el dedo medio al mundo.
«Con frecuencia es una declaración del tipo: ‘La vida es una mierda, así que písenla», asegura Mike Fisher, director de la Asociación Británica de Control de la Ira».
«Quiero decir que, alguien que defeca en público tiene problemas de salud mental. Es así de simple. Si estás socializado, eso es lo último que harías».
Fisher también apunta que estas personas pueden tener tendencias escatológicas o una «fascinación con sus propias heces».
«Recuerdo que en un taller en el que estuve hace muchos años, un chico francés nos contó que cuando era niño, se hacía la caca en la bañera y se embadurnaba en su propio excremento», dice. «Ese es un ejemplo cásico de escatología».
¿Y ahora que es adulto?
«Ya no se la unta por el cuerpo, pero aún tiene esa fascinación con sus propias heces».
El Consejo Estadounidense de Ciencia y Salud (American Council on Science and Health) asegura que defecar en público también puede evidenciar un trastorno de eliminación o encopresis: cuando se orina o defeca en lugares que no son el baño. Un comportamiento que puede ser voluntario o no.
A veces, aquellas heces fuera de lugar son obra de «alguien que estaba a medio camino entre el bar y su casa», afirma Berry.
«A la persona le dan ganas y ya ha aprendido que puede hacerlo en el jardín de la casa número porque allí no hay nadie, mientras que en el número 33 hay un sistema de alarma que se dispara con luces, etcétera».
Un arma primaria
Portarse mal usando deposiciones viola uno de los últimos tabús de nuestra sociedad.
Basta con mirar el uso que les dan los prisioneros para protestar: el de un arma primaria. Sin importar qué tan impotente uno esté, (casi) siempre tendrá excremento a su disposición.
«Tenemos los casos de los años 70, cuando miembros del IRA (Ejército Republicano Irlandés, la organización alzada en armas que apoyaba la separación de Irlanda del Norte de Reino Unido) solían embarrar sus paredes con sus heces como protesta», señala Berry.
Los expertos advierten que no hay una solución única para detener a quienes cometen estas infracciones. Hacerles pasar vergüenza definitivamente no es la respuesta.
Fisher afirma que el comportamiento antisocial puede estar vinculado a algún trauma, que con frecuencia viene de la infancia.
«Yo diría que la mayoría de casos (de ira crónica) con los que lidio están relacionados de forma directa con asuntos del pasado no resueltos», explica. «No sólo asuntos de ira no resuelta, pueden ser de furia, pueden ser de vergüenza».
El psicólogo cita el ejemplo de un niño que defeca en casa y al que uno de sus padres le pega cruelmente.
«El trauma se va a manifestar en todo un rango de disonancias cognitivas o con mal comportamiento físico».