«‘Tienes la vagina larga’. Esa fue la frase que me mató.
A mis 22 años, yo no era una principiante. Ya había tenido relaciones sexuales y sabía lo que era el orgasmo.
No diré que siempre, pero en la mayoría de los encuentros había experimentado el final feliz.
Pero él me dijo aquello y… bueno, no fue lo único que me dijo.
‘Lo que pasa, mami, es que el clítoris lo tenés muy arriba y por eso (con la penetración) no te venís.
Las otras mujeres se vienen superrápido'».
María (nombre ficticio), hoy en sus 30, cuenta cómo aquella conversación de cama marcó los encuentros sexuales con quien sería su pareja los siguientes cuatro años.
«El sexo se volvió una carrera de él por demostrar que podía hacer que me corriera con la penetración. Y yo, con la presión y el agobio, acabé fingiendo».
La suya no es una excepción, un caso entre un millón.
La veintena de mujeres con las que BBC Mundo conversó para este artículo recuerda alguna ocasión en la que simuló el orgasmo.
Y las expertas consultadas coinciden en que es un fenómeno muy común, algo que también concluyen las investigaciones en la materia.
Según una de las más recientes, publicada en noviembre de 2019 en Archives of Sexual Behavior, el 58,8% de las participantes —1.008 mujeres estadounidenses heterosexuales de entre 18 y 94 años— dijo haber fingido el orgasmo al practicar sexo con una pareja.
De ellas, el 3% aclaró haberlo hecho en alguna ocasión, aunque ya no. Y el 55% lo reconoció como una práctica habitual.
¿Pero por qué es tan común hacerlo? ¿Y cuán preocupante es?
Escala de la falsificación
Para Blanca pretender se volvió costumbre durante un periodo concreto: el año que siguió al nacimiento de su primer hijo.
«Tras el parto mi moral estaba por los suelos. Me llené de inseguridades por cómo me veía, porque mi cuerpo no era el de siempre.
Además, vivía agotada, y con la vuelta al trabajo fue peor.
Estaba tan cansada que tener sexo con mi marido era un esfuerzo enorme.
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Y como además me costaba mucho concentrarme —no podía dejar de pensar en lo que dejé por hacer en la oficina, en lo que nos faltaba en el refrigerador, en si esos ruidos que estaba haciendo el niño eran normales o le pasaba algo…—, un día decidí fingir.
No era porque él ya no me excitara, ni porque de repente lo hiciera mal.
Yo solo quería dormir. Y la cosa se volvió un patrón».
Nunca se lo contó a él, con quien dice tener una buena relación, para no hacerlo sentirse mal. Aunque reconoce que no haber sido capaz de hablarlo la mortifica.
Su motivo es el más común según la «Escala de falsificación del orgasmo femenino», divulgada en diciembre de 2013 también por la publicación especializada Archives of Sexual Behavior.
Las otras razones que recoge la investigación son: dar por terminada una relación, tapar la «inseguridad y el miedo» ante la anorgasmia y aumentar la propia excitación.
También por miedo a perder la pareja, suma Luz Jaimes, médica sexóloga y y secretaria de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Sexología y Educación Sexual (Flasses).
«No son pocas las mujeres que temen que sus maridos las dejen por no ser suficientemente hermosas o buenas en la cama», apunta. Y para algunas de ellas, un orgasmo —aun pretendido— puede ser la prueba de cuán experimentadas son en el terreno sexual.
Es el caso de Eli, de 52, a quien los antidepresivos ralentizaban la llegada al clímax y temía que su marido se fuera con otra, «más joven, bonita, alguien que lo excitara más», hundiéndola aún más en el pozo en el que se sentía.
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Por imitación o irritación
Laura Morán, psicóloga y sexóloga, y autora de «Orgas (mitos)», resume los motivos detrás de estos fake en dos categorías.
«O lo hacemos por imitación, porque tenemos un estándar de relaciones sexuales determinado por las películas porno y sobre todo las románticas, que nos muestran un orgasmo simultáneo al que se llega después de dos empujones, y lo reproducimos para no parecer un bicho raro», dice la psicóloga, sexóloga y terapeuta familiar y de pareja.
O por lo que ella llama «por irritación».
«Me refiero a cuando, a pesar de una larga sesión de Black and Decker —dice gráfica, haciendo referencia a una famosa marca de taladradoras—, el orgasmo no llega, y dan ganas de darle un premio a la pareja por el esfuerzo».
Es lo que Laura hizo con aquel tipo que acababa de conocer en una boda: galardonarlo con un orgasmo… artificial.
«Tras todo un día y parte de la noche de fiesta, yo sabía que no iba a ser fácil. Pero el tipo era perseverante. Probamos todas las posturas, me estimuló de todas las maneras… Aquello no llegaba, yo no podía más, y bueno, se lo ganó», recuerda.
Haber fingido en relaciones esporádicas es un relato recurrente entre las mujeres consultadas por BBC Mundo.
«Ya sé todo eso de que hay que comunicar lo que nos gusta y lo que no, y de que es mejor ser sincera y de procurarnos placer… pero tampoco estoy para darles clases a todos», dice tajante Fernanda, de 33.
Morán, la sexóloga, también hace referencia a casos como este último.
«Aunque ahora en general las mujeres nos sentimos con derecho a no aparentar en el sexo, la cuestión es que nos sigue dando vergüenza reconocer que no llegamos al orgasmo», subraya.
«Puede deberse a la posición en la que creemos que nos deja, como parejas sexuales poco experimentadas, o porque no va a ser bien acogido por el otro. A veces fingimos simplemente para no enfrentarnos al momento desagradable», añade.
Hay también quien le quita dramatismo al asunto y menciona el aspecto lúdico que, en ciertas ocasiones, puede tener el fingir. «Es como jugar a ser actriz», dice Paula Carolina.
El clítoris, un gran desconocido
El desconocimiento del propio cuerpo juega también su papel en esta ecuación, destacan las expertas.
«La mayoría hemos oído que el clítoris es el órgano del placer femenino, que mide hasta 10 centímetros, etcétera, pero cuando vamos con el prototipo 3D a los institutos no son ellos los únicos que lo miran con cara de asombro», dice.
Se refiere al modelo a tamaño real creado por la investigadora Odile Fillod en 2016 a partir del trabajo de la uróloga australiana Helen O’Connell, quien en 1998 fue la primera en definir la anatomía exacta del clítoris.
Su forma se asemeja a la de una «y» invertida y echa por tierra la creencia de que el clítoris es un pequeño órgano en forma de botón y que únicamente se encuentra en la parte externa del cuerpo.
«Conocernos es clave, porque si no sabemos con qué contamos, no sabremos cómo procurarnos placer», sentencia Morán.
Los hombres también fingen
Lo de simular el orgasmo no es cosa, pues, de una generación concreta.
Y tampoco es exclusiva de las mujeres ni se da solo en relaciones heterosexuales, coinciden las estudiosas consultadas.
«Los comportamientos y las disfunciones sexuales de las parejas homosexuales son las mismas que las de las heterosexuales, y fingir orgasmos se da también con frecuencia», asegura Jaimes.
En cuanto a los hombres, varios sondeos indican que, aunque en menor proporción, ellos también fingen el clímax.
Así lo puso de manifiesto una encuesta realizada a 1.400 personas por la marca de productos eróticos Bijoux Indiscrets, según la cual el 21,2% de los hombres había simulado el orgasmo alguna vez (frente al 52,1% de las mujeres).
Y el 8,4% dijo falsearlo casi siempre (frente al 11,8% de las mujeres).
«Las mujeres os rayáis mucho cuando no nos corremos y vosotras ya habéis acabado. Experiencia misma ayer», escribía un usuario de Instagram en una viñeta dedicada al tema, tratando de desmitificar aquello de que ellos siempre quieren y pueden.
«Ellos suelen fingir si pierden la erección o les esta costando mantenerla, ya sea por alguna preocupación o porque están tomando antidepresivos (estos fármacos ralentizan la llegada al orgasmo)», apunta Moran.
«Si han usado condón, suelen tirarlo sin que la pareja lo vea, porque es la prueba del delito».
La gasolina del deseo
Preguntadas sobre si en alguna circunstancia la simulación puede ser beneficiosa, las expertas lo ponen en duda.
«Tal vez puede funcionar dentro de un cuadro de excitación. Esto es, los ruidos, los gestos, los gemidos… pueden servir de atrezzo para aumentar el ambiente, pero siempre habiendo dejado claro qué es lo que estamos haciendo y para qué», opina Moran.
«El gran problema de esto es que, si vas a un encuentro sexual para el placer y terminas fingiendo, lo que consigues es frustración y una disminución del deseo», dice por su parte Jaimes.
«El deseo se alimenta de la satisfacción de deseos anteriores. La cuestión es así: a más placer, más deseo. Así que, si no logras la satisfacción, tus ganas de tener relaciones van disminuyendo, y si uno se descuida acaba sin tener vida sexual».
Ambas especialistas advierten del problema de focalizarse solo en el orgasmo.
«Es uno de lo miedos recientes de los profesionales que nos dedicamos a esto», explica Morán. «Esto es como lo que se dice de los viajes, que hay que disfrutar desde la planificación. Aunque es difícil, cuando todo apunta a que hay que lograrlo y hay nuevos juguetes que prometen hacerte alcanzar el clímax en dos minutos y sin contacto», prosigue.
Jaimes también insiste en que no hay que obsesionarse con el orgasmo, pero lo matiza.
«A veces no aparece, porque estamos nerviosas, agotadas, en dieta, con mucho trabajo… Pero esto debe ser algo puntual. Si en siete de 10 ocasiones no lo alcanzas, directa al sexólogo».