América Latina termina 2019 sacudida por una ola de protestas que evidencia un creciente descontento popular que no parece diferenciar territorios e ideologías.
Los detonantes, sin embargo, no han sido exactamente los mismos. Y, como es de esperar, han reflejado realidades ferozmente locales.
En Bolivia, por ejemplo, la mecha la encendió un supuesto intento de fraude electoral que terminó causando la renuncia del presidente Evo Morales, en medio de denuncias de golpe de Estado.
Mientras que en Chile, fue el aumento de la tarifa del boleto de Metro lo que originalmente sacó a la gente a protestar en las calles.
Anteriormente, sin embargo, un impopular paquete de reformas económicas había tenido el mismo efecto en Ecuador y poco después lo mismo ocurrió en Colombia.
La profunda desconfianza y el descontento con numerosas políticas gubernamentales ha ayudado a mantener la movilización, a menudo también atizada por la respuesta de las autoridades.
Por lo demás, todos esos elementos ya se habían juntado poco antes en Honduras, un país que, en cierto sentido, no ha dejado de protestar desde que el presidente Juan Orlando Hernández se reeligió en medio de acusaciones de fraude.
Protestas antigubernamentales también se han estado sucediendo en Haití, donde una mezcla de acusaciones de corrupción y medidas impopulares está detrás de la exigencia de un cambio de gobierno, muy similar a las que desde hace varios años se están haciendo oír en Venezuela y Nicaragua.
Mientras que el descontento generalizado con los gobiernos, tanto de izquierda como de derecha, también se ha hecho evidente en las derrotas sufridas por el oficialismo en las recientes elecciones de El Salvador y Argentina.
Y más allá de las especificidades locales, hay un importante elemento en común que puede ayudar a comprender mejor este particular momento latinoamericano: el pobre desempeño de la economía regional durante los últimos años.
Más pobres
Obviamente, la economía no basta para explicar completamente el estallido. Y, como destaca Moisés Naím, las diferencias entre lo que ocurre en cada país probablemente son «tan o más profundas que las semejanzas».
«Las razones por las que protestan en Chile son diametralmente opuestas a las de Bolivia», valoró el ex director de Foreign Policy en una entrevista reciente con BBC Mundo.
Pero «lo que sí tienen en común es que en América Latina estamos viendo todavía el shock externo después del boom de las materias primas», destacó ahí el economista venezolano.
«Claramente es un factor estructural que une a las protestas», dice Jerome Roos, un experto en Economía Política Internacional del Departamento de Desarrollo Internacional de la London School of Economics, con un interés especial en Latinoamérica.
“Pero para explicarlas, y entenderlas tampoco se pueden perder de vista los contextos locales”, le dice a BBC Mundo.
El delicado momento económico de la región, sin embargo, es más que evidente en el título del más reciente informe regional del Fondo Monetario Internacional: «Perspectivas económicas de las Américas: frustradas por la incertidumbre».
«El crecimiento en América Latina y el Caribe se ha desacelerado de 1,0% en 2018 a 0,2% en 2019», empieza el reporte, que sigue destacando como factores «el lento crecimiento mundial, los precios moderados de las materias primas y los flujos de capital volátiles».
Pero como recuerda Michael Stott, editor para América Latina del Financial Times, el declive de la economía de la región empezó mucho antes, en 2014, cuando China dejó de comprar tanto.
Y para Stott el hecho de que varios países de la región ahora corran el riesgo de volver a vivir una segunda «década perdida» -el nombre dado a la crisis financiera latinoamericana de los 80- es clave.
Después de todo, durante los últimos seis años el crecimiento real de la economía latinoamericana ha promediado únicamente 0,8% del PIB.
Pero si se considera el crecimiento de la población, eso se ha traducido en la práctica en una reducción del PIB per cápita.
Eso significa que la pobreza ha crecido y muchos latinoamericanos que habían visto mejorar su situación económica en los años del boom cada vez ven más amenazadas sus perspectivas.
De hecho, según el último informe de la Comisión Económica para América Latina este año la pobreza aumentará de 30,1% a 30,8% y la pobreza extrema de 10,7% a 11,5%, para sumar 72 millones de pobres extremos.
Y este aumento de la pobreza, aunque leve, ya dura cinco años, algo que Stott cree no se puede obviar a la hora de explicar las protestas.
«En el centro de todo está el débil crecimiento económico. El hecho de que América Latina prácticamente no ha estado creciendo, al punto que es la región que menos crece en el mundo,» le dice a BBC Mundo.
«Y a eso se suman los problemas de desigualdad, la sensación de exclusión del sistema político, la sensación de que las democracias de la última década no le han cumplido a grandes sectores de la población», agrega.
Menos tolerantes
Todo eso puede ayudar a entender por qué los latinoamericanos han ido perdiendo la paciencia con sus gobiernos y cada vez están menos dispuestos a dejar pasar cosas que habrían tolerado en los momentos de bonanza.
Los niveles de aprobación gubernamental durante los años del boom, por ejemplo, contrastan notablemente con los de la actualidad, cayendo de 60% en 2009 a nada más 32% el año pasado, según datos de Latinobarómetro.
Y mientras un 17% de los latinoamericanos consideraba en 2007 que un gobierno autoritario podía ser preferible a uno democrático, 10 años después solamente 13% opinaba lo mismo, según la misma fuente.
Un cambio de perspectiva que también se explica por qué los años de bonanza ayudaron a crear lo que Naím describe como “la clase media más numerosa de la historia (de América Latina)”.
Según el venezolano, es esa clase media la que ahora «está luchando desesperadamente por no caer en la pobreza».
«Es gente más educada, más curiosa, más desconfiada y escéptica de su gobierno, más intolerantes con la desigualdad y la corrupción, que están viendo cómo hacen para sobrevivir como clase media», destacó también en su entrevista con BBC Mundo.
Y así, tal vez no sea casualidad que tres de los cuatro países que más sentían estar progresando en 2018 (Bolivia, Chile y Colombia, siempre según las encuestas Latinobarómetro) sean ahora escenario de algunas de las mayores protestas.
«Chile es un caso interesante, porque en la superficie los números parecen buenos: había estado creciendo, en lo que a desigualdad de refiere está en el promedio latinoamericano, no es de los peores, y se había avanzado algo en reducción de pobreza», destaca Stott.
“Pero en el país hay un profundo sentimiento de injusticia, causado por el mal funcionamiento del sistema de pensiones y el elevado costo de la educación, entre otras cosas. Así que aunque la economía estaba creciendo, y más gente se estaba enriqueciendo, muchos sentían que se estaban quedando atrás”, valora.
«En Colombia la cosa es diferente; el problema es más de desigualdad. Es uno de los peores países en ese sentido», considera el editor del FT.
«Y también hay una élite muy enraizada que controla la política y la economía, y mucha gente se siente excluida del proceso político», explica.
Más diferente aún es en caso de Bolivia. Ahí, ni Stott, ni Naím ni Roos consideran que el factor económico haya resultado decisivo.
Pero como explica el profesor de LSE, una economía en desaceleración le puede costar apoyos a aquellos cuya legitimidad depende en buena medida de la redistribución de riqueza.
Y eso puede ayudar a explicar la aparente inversión del balance de fuerzas que terminó forzando la salida del presidente Evo Morales.
Contagio
En cualquier caso, los riesgos de que la mecha también se prenda en otros países de la región son innegables.
Y la gran paradoja es que las medidas recomendadas a los gobiernos latinoamericanos para tratar de blindar sus alicaídas economías pueden terminar siendo parte del problema, aunque quedarse de brazos cruzados tampoco es una solución. Al menos no a largo plazo.
Efectivamente, como advierte el FMI en su informe de octubre, «la incertidumbre en torno a las políticas económicas internas sigue siendo una importante fuente de riesgo para las perspectivas» económicas de América Latina.
Pero a la luz de lo que está pasando en Ecuador, Chile y Colombia, algunos de los gobiernos vecinos bien pueden concluir que los remedios propuestos por el organismo pueden llegar a ser peores que la enfermedad.
«Varios países de la región necesitan implementar difíciles programas de consolidación fiscal y reformas estructurales, pese a que todavía no ha surgido un consenso político completo en torno a las medidas que serían adecuadas», reconoce el FMI en el reporte ya mencionado.
El problema: una economía que no crece también es caldo para el descontento.
Ese mismo descontento que ya está atizando las protestas en las calles latinoamericanas.