Fawaz Qafisha abre la puerta de su casa unos centímetros, asoma la cabeza por el hueco y entrecierra los ojos para protegerse del sol. La calle está casi completamente muerta, salvo por un soldado israelí sentado en una silla de jardín frente a la casa de Qafisha, justo delante de la puerta principal.
Antes incluso de que Qafisha logre adaptar sus ojos a la luz y nos vea venir de camino hacia su casa, el soldado israelí se pone de pie de un salto, levanta el rifle y le ordena que vuelva a entrar.
El cocinero, de 52 años, nos hace un gesto para que nos apresuremos.
«Esto es lo que ocurre cada vez que intentamos abrir la puerta», asegura mientras entramos. «Ni siquiera nos permiten asomarnos a las ventanas».
Qafisha, que nació y creció en Hebrón, en la Cisjordania ocupada, reside en H2, un distrito denso y fuertemente blindado en el que viven 39.000 palestinos y aproximadamente 900 colonos israelíes, considerados entre los más extremistas de los territorios ocupados.
Los palestinos e israelíes del H2 están separados en algunos lugares por tan sólo unos pocos metros, y viven rodeados de cámaras, jaulas, puestos de control, muros de hormigón y rollos de alambre de espino.
Desde el ataque de Hamás a Israel, hace más de 40 días, 11 barrios palestinos dentro de H2 -en los que viven alrededor de 750 familias- han estado bajo uno de los bloqueos más duros impuestos en la zona en más de 20 años.
La población de H2 es casi en su totalidad palestina, pero el distrito está bajo el control del ejército israelí, que durante las últimas semanas ha estado obligando a los residentes palestinos a regresar a sus hogares a punta de pistola.
Qafisha y los nueve miembros de su familia apenas han salido de casa, asegura el hombre, quien no quiere correr ningún riesgo: “ya viste lo que pasó cuando llegaste. Tenemos una puerta que no podemos abrir y ventanas desde las que no podemos mirar. No tenemos ninguna libertad. Vivimos con miedo».
La casa de Qafisha está justo al lado de Shuhada, que en su momento fue una de las calles comerciales palestinas más concurridas de Hebrón.
En 1994, la masacre de 29 musulmanes a manos de un extremista judío en una mezquita cercana causó disturbios, que a su vez desataron una represión por parte de los militares israelíes.
El ejército cerró por la fuerza los negocios palestinos y luego soldó las puertas de las casas palestinas que daban a la calle Shuhada.
Desde entonces, los palestinos de la zona alrededor de la calle Shuhada han vivido restricciones que cambian constantemente sobre dónde pueden ir, cuándo y cómo.
Un estricto confinamiento
Los estallidos del conflicto palestino-israelí a menudo han acarreado algún tipo de confinamiento, pero varios residentes le dijeron a la BBC que esto es lo más duro que han experimentado jamás.
A unos cientos de metros de la casa de Qafisha, Zlijah Mohtaseb, antigua guía turística y traductora de 61 años, observa desde su azotea a un joven colono israelí que grita mientras deambula lentamente por la calle Shuhada.
Mohtaseb ha pasado sus seis décadas a un tiro de piedra de donde se encuentra ahora, relata.
Justo al otro lado de la calle Shuhada, a no más de seis metros de distancia, está el cementerio de Hebrón, donde están enterradas 10 generaciones de su familia. En otros tiempos podía cruzar la calle y entrar al cementerio. Ahora le lleva una hora en auto.
«Los colonos», señala, sacudiendo la cabeza mientras el joven israelí pasa junto a su puerta principal, que está soldada. «Pueden hacer lo que quieran. Son el pueblo elegido».
Mohtaseb ha visto muchas cosas en su vida en Hebrón, pero los últimos 40 días han sido de los más tensos, reconoce.
Horas después de que Hamás atacara a Israel, en una masacre que dejó unos 1.200 muertos en territorio israelí, los residentes palestinos de H2 recibieron mensajes del ejército israelí diciéndoles que ya no se les permitía salir de sus hogares.
Los soldados israelíes obligaron a la gente a abandonar las calles a punta de pistola, incluida Mohtaseb. «Esas dos primeras semanas fueron un infierno”, confiesa.
Dos semanas después de su inicio, el toque de queda en H2 se aligeró un poco, permitiendo a los palestinos salir de sus hogares durante determinadas horas los domingos, martes y jueves.
Entonces, el pasado jueves, mientras Mohtaseb se preparaba para reunirse con nosotros, tres militantes palestinos de Hebrón atacaron un puesto de control israelí que separa Cisjordania de Jerusalén, matando a un soldado e hiriendo a cinco.
Inmediatamente supo que el ataque prolongaría e intensificaría la represión en H2.
«Todo el mundo dice que Israel tiene derecho a defenderse. Bien. No estamos en contra. Pero ¿qué pasa con nosotros, los palestinos?», protesta.
«Hemos sido atacados muchas veces, nos han matado muchas veces, nos han obligado a abandonar nuestros hogares muchas veces. ¿Dónde quedó este derecho a defenderse cuando los palestinos son atacados?».
La división de los distritos
La denominación H2 comenzó en 1997, cuando Hebrón fue dividido en dos sectores, en virtud de un acuerdo entre la Organización por la Liberación de Palestina (OLP) e Israel.
Por una parte está H1, poblado enteramente por palestinos y controlado por la Autoridad Palestina, y que representa aproximadamente el 80% de la ciudad.
Y por otra H2, que supone sólo el 20% de la ciudad, poblado casi en su totalidad por palestinos, pero controlado por el ejército israelí.
Dentro de H2, el área alrededor de la calle Shuhada y la Mezquita de Ibrahim es la más fortificada, con puestos de control y vigilancia. Ha sido testigo de décadas de tensión, violencia y ataques terroristas de ambos lados.
«Este es un lugar cerrado dentro de un lugar cerrado», asegura, sentado en el tejado de su casa frente a la mezquita, Mohamed Mohtaseb, de 30 años y guardia de seguridad en un hospital.
«Estamos completamente rodeados de puestos de control», afirma. «Ni siquiera en un buen día puedo conducir el auto, ningún vehículo con matrícula palestina puede entrar», explica.
«Si quiero llevar algo a mi casa, tengo que traerlo a pie desde el puesto de control, que está a medio kilómetro.
«Cuando me casé, compré todos los muebles nuevos para mi dormitorio, pero tuve que desmontarlos todos al otro lado del puesto de control para poder pasarlos por los torniquetes y luego reconstruirlos de este lado».
Aquel fue un buen día. Desde el 7 de octubre, la libertad incluso para caminar por la calle ha desaparecido. Cuando llegamos a la casa de Mohtaseb, al igual que ocurrió en casa de Fawaz Qafisha, un soldado salta hasta la puerta y le ordena que vuelva a entrar.
En el tejado, Mohtaseb lia un cigarrillo y contempla las calles vacías. Con tres de sus cuatro hijos sin ir a la escuela (todas las escuelas en H2 han sido cerradas), Mohtaseb está en casa y sin acudir al trabajo desde hace 40 días. Afortunadamente para él, su empleador ha sido comprensivo y todavía le paga.
No ocurre lo mismo con todos.
Qafisha, el cocinero de falafel, no ha podido cumplir con sus responsabilidades laborales desde que comenzó el confinamiento porque solo puede salir tres días a la semana y, en esos tres días, las horas que tenía asignadas no coinciden siquiera con las que podría desplazarse para llegar al trabajo.
Y, a diferencia del empleador de Mohtaseb, el suyo no ha sido comprensivo. «En estos trabajos, si trabajas, comes», asegura. «Y si no trabajas, no comes».
Qafisha ha pedido dinero prestado a amigos varias veces para comprar comida para la familia, pero se está quedando sin opciones.
«Todo lo que gastas no lo puedes reemplazar», lamenta sentado en su sala de estar, lejos de la ventana. «Así que nos estamos hundiendo».
Las represalias tras los ataques
A la mañana siguiente hubo otro ataque armado contra soldados israelíes por parte de un militante palestino en el mismo Hebrón.
Resultó en la muerte del atacante, pero unas horas más tarde, el ejército israelí envió otro mensaje vía WhatsApp a los residentes palestinos de la calle Shuhada.
«Una notificación para los residentes de la calle Shuhada», decía. «Tienen prohibido estar en la calle durante una semana». Y si salían del H2, indicaba el mensaje, no se les permitiría volver a entrar hasta que hubiera pasado la semana.
El confinamiento de H2 es un «ejemplo flagrante de cómo Israel está llevando a cabo un castigo colectivo en Cisjordania», afirma Dror Sadot, portavoz de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem.
«Los palestinos en Hebrón están pagando un precio por algo que no hicieron», denuncia.
«La gente no puede ir a trabajar, los niños no pueden ir a la escuela, tienen problemas para conseguir agua y comida. Es un castigo colectivo y es ilegal según el derecho internacional».
El ejército israelí aseguró a la BBC en un comunicado que sus fuerzas operan en Cisjordania «de acuerdo con la evaluación de la situación para brindar seguridad a todos los residentes de la zona».
«En consecuencia, existen puntos de control dinámicos y esfuerzos para monitorear el movimiento en diferentes áreas de Hebrón», señaló.
Entre los colonos israelíes que viven en H2 en el asentamiento de Kiryat Arba, se encuentra el ministro de Seguridad nacional de Israel, Itamar Ben Gvir, de extrema derecha.
Ben Gvir, que ha supervisado personalmente la distribución de miles de nuevos rifles a los colonos de Cisjordania desde el 7 de octubre, dijo que Israel debería hacer lo mismo en los territorios ocupados que en Gaza, donde han muerto más de 14.000 palestinos.
«La contención nos acabará explotando en la cara», dijo Ben Gvir sobre Cisjordania. «Justo como ocurrió en Gaza».
Según el Ministerio de Sanidad palestino, más de 200 palestinos han muerto en Cisjordania desde el 7 de octubre, a manos de colonos o en enfrentamientos con el ejército.
Mujeres tejedoras
A sólo unos cientos de metros de la casa de Ben Gvir, Arij Yabari ha reunido en su casa en H2 a un pequeño grupo de mujeres que se juntan para tejer, desafiando las órdenes israelíes de no circular por las calles ese día.
Desde que comenzó el encierro, solo lo han conseguido dos veces, y solo hay ocho mujeres presentes, en comparación con las alrededor de 50 que normalmente se reúnen una vez a la semana en la mezquita.
Las tejedoras han llegado por arte de magia. «Nos escabullimos por las calles laterales y entre los edificios», reconoce con una sonrisa Huda Yabari, prima menor de Arij.
Las mujeres han aprendido, durante todo este tiempo de encierro, a observar a los soldados israelíes y a moverse cuando ellos no miran. Usan las casas de los demás para evitar los puntos de control dentro de H2, entrando por la puerta principal a un sector y saliendo a otro por la puerta trasera.
«En tiempos normales, 50 familias pasan por mi casa para moverse», asegura Samira, madre de Arij, cuya casa está a la sombra de la de Ben Gvir.
Arij nos lleva a su tejado para mostrarnos la vista, a una base militar israelí y un puesto de vigilancia cerca de su casa. Abajo, los colonos israelíes pasan por su calle, que ya no le permiten usar.
Desde el 7 de octubre, Arij ha estado subiendo al tejado con su cámara de vídeo para recoger imágenes de los soldados y enviarlas a B’Tselem, la organización de derechos humanos.
Como respuesta, el ejército israelí entró por la fuerza a su casa el sábado pasado, denuncia. «Rompieron mi tarjeta de prensa y me advirtieron de que no grabara más vídeos ni publicara nada en las redes sociales».
También le prohibieron subir al tejado, dice, o mirar por las ventanas los viernes o sábados, cuando los colonos israelíes utilizan su calle para caminar desde el asentamiento hasta el lugar sagrado judío cerca de la calle Shuhada.
Las Fuerzas de Defensa de Israel le dijeron a la BBC que están al tanto del incidente descrito por Arij y que están haciendo un seguimiento con los soldados involucrados para examinar lo sucedido.
«Nos estamos tomando este incidente muy en serio», aseguró un portavoz.
A Arij no le parece especialmente fuera de lo común. «Cada vez que pasa algo, nos imponen más restricciones», asegura.
«El objetivo es dividirnos, dividir la zona en pequeños pedazos y presionarnos para que nos vayamos».
Apoyada contra la barandilla que rodea el tejado de su casa, Arij observa el H2.
«Yo llamo a esta zona la fortaleza de la perseverancia», dice, mientras abre su cámara de video y apunta en dirección al puesto de vigilancia israelí al final de la calle.
Muath al Khatib contribuyó a este reportaje.
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