Si el árbitro que validó el gol de la «mano de Dios» de Maradona ante Inglaterra se hubiera dado cuenta de esa trampa alevosa, podría haber expulsado al 10 argentino y matar su sueño mundialista.
Sin embargo no fue así y 1986 se convirtió en el año en el que Diego fue proclamado D10S.
Su gol pícaro, de potrero, cínico o tramposo (todavía se debate cómo calificarlo) se recuerda casi tanto como su obra maestra consumada en ese mismo partido, cuando el Pelusa decidió correr casi 50 metros con el balón sin soltarlo hasta acomodarlo en el arco inglés.
Más allá del talento y la astucia, ambas jugadas eran casi suicidas por la muy alta posibilidad de error que tenían. Incluso tratándose de Maradona.
Así jugaba en la cancha, pero también así vivía.
Y en esa especie de eterna complicidad con la buena fortuna, Diego supo triunfar, perder, resucitar de forma inexplicable y, ahora, apagarse.
Su primer desahucio
En los años 90, para muchos en el mundo del fútbol, Maradona ya era historia pasada después de su notable, pero fallido, intento de conquistar el Mundial de Italia en 1990.
Inmediatamente después de ese torneo vino el primer positivo por dopaje de su carrera, lo que lo sacó de las canchas por casi un año y medio.
Su gris retorno a las canchas en España y Argentina multiplicó los comentarios que señalaban que Diego ya estaba «acabado» e incluso la selección de su país inició un nuevo proceso dejándolo al margen.
Los malos hábitos del 10 y sus constantes faltas disciplinarias complicaron más el panorama de un talentoso jugador que cada vez era menos profesional a un par de años de Mundial 1994.
En esa etapa era usual que Maradona faltara a entrenamientos e incluso llegó a golpear al entrenador que le dio el cinto de capitán de Argentina: Carlos Bilardo (entonces entrenador del Sevilla).
En estos tiempos lo calificarían como un líder tóxico, en aquel entonces lo señalaban de ser un ejemplo negativo por su falta de disciplina y antecedentes con el uso de drogas.
Una resurrección en la cancha
La selección argentina había ganado la Copa América dos veces consecutivas (1991 y 1993) sin que Maradona tuviera nada que ver con la gesta.
El equipo llegó a las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos con más de una treintena de partidos en calidad de invicto y cada victoria disminuía más y más la nostalgia por el viejo capitán.
El fútbol puede ser así de despiadado.
Cuando la Albiceleste marchaba a paso triunfal y levantaba copas, el Pelusa era un lindo recuerdo (pero recuerdo al fin).
Sin embargo, cuando Colombia puso al equipo argentino al borde del abismo al ganarle 5 a 0 en Buenos Aires, desde las gradas no tardó en rugir el antiguo «Maradoooo» con el que se vitoreaba al chico de Villa Fiorito.
A Diego lo habían cuestionado por su mal paso en el Mundial 1982, que debía ser su momento de consagración, y su poco exitoso transcurso en el Barcelona.
A pesar de ello, no lo habían dado por muerto futbolísticamene como sí lo hicieron en esos primeros años de la década del 90, cuando tuvo que desempolvar su cinta de capitán para llevar a su selección a la Copa del Mundo.
Lo que siguió después es conocido de sobra: con la ayuda del 10, Argentina clasificó para Estados Unidos 1994 y Maradona fue expulsado en pleno torneo por dar positivo en una prueba antidopong.
El ocaso del jugador
Después del trágico (para muchos injusto) final de la carrera de Maradona en los mundiales, los pincelazos de genio eran cada vez menos frecuentes.
En los últimos años en Boca Juniors, donde retornó cobijado por toda su gente, el 10 no llegó a retribuir todo el cariño con un campeonato.
Estuvo cerca, hizo todo lo que pudo, pero ya no era el jugador que ganaba los torneos prácticamente solo.
Ya no era capaz de hacer mejores a sus compañeros solo con su presencia, sino que en ciertos momentos ellos debían correr más para que él pudiera lucir algo de su talento.
Terminó su carrera siendo remplazado.
Vivir sin el fútbol
Diego mantuvo durante años una doble vida en la que alternaban sacrificios sobrehumanos para ponerse en forma competitiva y las adicciones que tenía.
Y cuando la etapa deportiva se terminó, su organismo comenzó a delatarlo y traicionarlo.
Con 39 años, en Uruguay, tuvo que ser atendido de emergencia por un cuadro de hipertensión y arritmia ventricular severa.
La primera alerta de su cuerpo dejó en evidencia que todavía era un consumidor de cocaína y Maradona optó por refugiarse en la Cuba de su amigo Fidel Castro para intentar una rehabilitación.
Su estilo de vida y metabolismo eran parte de las preocupaciones de los expertos cubanos, mientras Diego llegó a mostrarse casi irreconocible ante las cámaras por su notable sobrepeso.
En medio del intento de rehabilitación, el 10 protagonizó su partido de despedida en su amada Bombonera con auténticas leyendas del fútbol.
Fue esa tarde de su despedida, el 10 de noviembre de 2001, en la que soltó su emblemática frase «la pelota no se mancha».
Flaco y joven
La crisis de salud de 2000 tuvo su secuela en 2004.
Maradona volvió a presentar serios problemas relacionados con el corazón al punto que tuvo que ser internado en un hospital, lo que provocó vigilias en Buenos Aires.
Su adicción a la cocaína, consumo de alcohol y malos hábitos alimenticios fueron señalados como los motivos de la severa descompensación que sufrió.
Maradona llegó a 2005 con más de 120 kilos de peso, lo cual se considera obesidad mórbida para una persona de 1,65 metros de estatura.
Sin embargo, el 10 logró reinventarse y convertir aquel año en uno de sus más brillantes fuera de las canchas.
Después de una cirugía de derivación gástrica que se realizó en Colombia, Diego bajó más de 50 kilogramos y era casi irreconocible en comparación a sus peores momentos en La Habana.
El Pelusa no solo había recuperado movilidad, sino también lucidez.
Así fue que empezó su programa de televisión «La noche del 10», por el que pasaron, entre muchos, Fidel Castro, Pelé y Lionel Messi.
En vivo y frente a millones de telespectadores, Maradona llegó a demostrar que su destreza con el balón se mantenía pese a sus 45 años y múltiples problemas previos.
Otra resurrección más en el palmarés de la leyenda.
1960-2020
Entre lágrimas, el periodista deportivo argentino Horacio Pagani sostuvo este miércoles que Maradona jugó al borde de la muerte durante los últimos 20 años.
«Estuvo jugando a que no se moría nunca, estuvo jugando en el borde. Pensábamos que era inmortal«, dijo a la cadena televisiva TyC Sports quien realizó uno de los primeros artículos sobre el 10 hace más de 40 años.
En los últimos años eran indisimulables los problemas del Pelusa en sus rodillas y se lo llegó a ver apoyado con un bastón.
Finalmente no logró superar sus problemas de peso y la alerta más reciente fue la cirugía por un edema cerebral a la que se tuvo que someter hace unas semanas.
Pese a todo ello, Pagani no es el único en Argentina, y en resto del mundo de los amantes del fútbol, que vio tantas veces a Maradona casi lisiado sobre una cancha o al borde del desahucio en una sala de un centro de salud.
Y las eternas resurrecciones del ídolo dentro y fuera del césped hicieron imaginar (o querer creer) que el Diego iba a salir de la trampa con la pelota bien pegada a su pierna izquierda.
Pero ya será inutil esperar que el chico de Villa Fiorito guarde una gambeta más para estirar su leyenda.