Imagina que un día, de repente, pierdes la capacidad de hablar.
Tratas de emitir sonidos, pero las palabras simplemente no te salen de la boca, ¿qué pasaría por tu cabeza?.
Ahora imagina que eso te sucede durante más de una década. Pierdes tu forma más básica de comunicación y ni siquiera puedes tener una charla informal con tus amigos.
Hasta que otro día, inesperadamente, recuperas el habla.
Esta es la historia de Marie McCreadie: de cómo perdió su voz y de cómo 12 años más tarde logró recuperarla y entender la inimaginable razón por la que estuvo tantos años sin poder hablar.
Viajamos en el tiempo hasta principios de la década de 1970.
Marie nació en Reino Unido, pero se trasladó con su familia a Australia cuando tenía 12 años. Por aquel entonces todavía tenía voz, pero eso cambiaría más tarde.
«Aterrizamos en febrero. Dejamos atrás un Londres helado y llegamos en mitad del verano australiano […] Eran como unas vacaciones de verano», recuerda Marie.
Pero todo verano tiene un final, y justo Marie comenzaba a instalarse en su nueva vida e incluso imitaba con éxito el acento australiano algo horrible sucedió.
De repente, sin voz
«Me desperté con un fuerte dolor de garganta y con un gran resfriado», le cuenta Marie a la BBC. «Uno o dos días más tarde tuve bronquitis».
«La primera semana la irritación (de la garganta) era muy intensa por la fiebre».
«Pero cuando me bajó la temperatura, la infección en el pecho desapareció y empecé a sentirme mejor y ‘normal’… pero -después de unas seis semanas- mi voz no regresó».
Marie no sabía qué le había ocurrido, pero pensaba que podría volver a hablar en cualquier momento.
Poco a poco, se dio cuenta de que eso no iba a pasar… al menos, no por muchos años.
«La primera vez que creo que empecé a inquietarme fue cuando ya se me había ido todo el dolor y me sentía fuerte de nuevo. Me preocupaba. Y no sabía qué hacer al respecto», dice Marie.
No solo no podía hablar.
Tampoco podía emitir sonidos, aunque fuera una voz ronca o un tosido: «Nada. Cuando me reía, ni siquiera se escuchaba una risa sofocada o un susurro. Y cuando tosía no emitía ningún sonido».
Marie fue al médico, pero los diagnósticos fueron confusos y errados.
«Al principio lo atribuyeron a una laringitis, y después dijeron que se trataba de mutismo histérico», cuenta Marie.
¿Qué es el mutismo histérico?
El término se usó por primera vez en el siglo XIX.
Su definición formal lo describe como un trastorno de la función vocal sin cambios en la integridad del cuerpo.
El resultado es un silencio obstinado y voluntario.
En otras palabras: el doctor creía que ella se negaba a hablar.
Pero Marie no pensaba que estuviera siendo obstinada ni que su silencio fuera voluntario.
Y, de todos modos, estaba demasiado ocupada tratando de manejarse en el mundo como una adolescente sin voz, lo cual le trajo algunos retos obvios, pero también inesperados…
«El teléfono, por ejemplo», dice Marie. «No podía pedir una cita con el peluquero o con el médico. Y si me encontraba en apuros o tenía un accidente tampoco podía gritar».
Marie recuerda que sintió miedo un día cuando, caminando por la montaña con unos amigos, no pudo pedir ayuda al quedarse atascada en un punto.
«Me di cuenta de que tenía que ser más cuidadosa», reflexiona.
«La hija del diablo»
Otro episodio traumático fue cuando al profesora le obligó a sumarse al coro del colegio -todos en la clase debían hacerlo- y Marie tuvo que salir al escenario y dice que «fue vergonzoso».
Sin duda, muchos en la escuela no entendían su mutismo.
«Al principio, todos pensaron que era muy divertido. Pero te cansas de eso muy rápidamente cuando se trata de tu vida diaria».
«Yo siempre llevaba pequeños cuadernos de notas y un lapicero, y me dedicaba a escribir. Algunos de mis amigos podían leer los labios -porque estábamos siempre juntos- pero no siempre. A veces no podía meterme en las conversaciones».
Marie también usaba sus manos y hacía signos para expresarse, «pero la mayoría de las veces tenía que escribir lo que quería decir».
«Podía llegar a ser muy frustrante. No podía dar mi opinión, especialmente si la persona con la que estaba hablando o discutiendo un tema se daba la vuelta y se marchaba […] No podía decir lo que quería».
«Yo solo quería gritarles, pero me lo tenía que guardar todo para mí. Tenía toda esa rabia e ira dentro que no podía liberar. Estaba enojada conmigo misma por no poder comunicarme y me culpaba por eso».
Recuerda que solía llegar a casa llorando.
El colegio no le ayudaban; más bien todo lo contrario.
«Iba a un colegio católico y una monja, al ver que no había una razón física que me impidiera hablar, dijo que Dios me estaba castigando al haberme dejado sin voz».
Marie explica que la monja le decía que tenían que hacer algo al respecto con el cura local y rezar por ella, pero después «fue demasiado lejos».
«(Mis compañeros) empezaron a creer en lo que decían, que estaba siendo castigada y que tenía que confesar mis pecados para recuperar mi voz. Yo me negaba a confesarme porque no tenía nada que confesar».
«Todo se volvió contra mí como un efecto dominó, una pequeña cosa llevó a la otra».
¿Y cómo se sentía Marie ante esa dura situación?
Ella dice que comenzó a cuestionarse a sí misma. «En el mundo en el que crecimos el cura, las monjas y los médicos siempre tenían razón. No lo ponías en duda».
«Al principio se reían de mí. Las niñas solían llamarme la mujer del diablo y otras bromas de ese tipo, pero con tiempo dejó de ser una broma. Era grave, extremo».
«Como me negué a ir a confesar mis pecados, no me dejaban entrar en la iglesia para ir a misa, a donde íbamos con la escuela cada viernes, así que tenía que quedarme fuera. Era una separación de mis amigos y de las otras chicas».
«Solían llamarme la mujer del diablo, pero con tiempo dejó de ser una broma».
«En ese punto, empecé a creerles y a pensar que era diabólica, que pertenecía al diablo, que Cristo no quería mirarme, que no era parte de la cristiandad, que era una bruja. Cuando eres una niña, eso se te mete en la cabeza».
Pero no solo sospechaban de ella en la escuela. Algunos vecinos decían que estaba loca, y un amigo de su madre incluso le sugirió que la abandonara «porque no sabes lo que pueden hacer personas como ella».
«Me afectó. Y pensé que ya había tenido suficiente».
En el hospital psiquiátrico
Dos años después de haber perdido la voz, Marie se sentía aislada, frustrada y llena de dudas.
Las cosas se complicaron tanto que a los 14 años intentó quitarse la vida. Terminó en un hospital y cuando se recuperó, en lugar de volver a ser admitida en la escuela, la trasladaron a un hospital psiquiátrico.
«Eso fue un infierno, una pesadilla. Había drogadictos, personas con crisis nerviosas, una mujer que creo que había sufrido abusos… Yo era la más joven y era muy influenciable».
También recuerda la falta de intimidad y las terapias con descargas eléctricas. Ella escuchaba gritar a aquellos pacientes e incluso tuvo una sesión. «Era como una cámara de torturas. Muy cruel».
«Mi cabeza explotaba, llega un punto en el que te bloqueas. Me preocupaba quedarme allí toda la vida».
«Tenía rencor hacia mis padres por haberme metido ahí, aunque antes de morir, mi madre me dijo que ellos no supieron por todo lo que yo había pasado», cuenta Marie.
Marie se escapó y fue a casa de un amigo. Más adelante pudo volver a casa, pero la relación con sus padres ya estaba dañada. Tenía miedo de todo el mundo a su alrededor, «no quería ver a nadie, la poca confianza que tenía hacia la gente desapareció en el hospital psiquiátrico», relata.
Se aisló.
Permaneció aislada del mundo durante seis meses, pero en ese punto ya había admitido que no recuperaría la voz, y empezó, poco a poco, a rehacer su vida.
Comenzó a ir a la cafetería que regentaba su madre, trabajó allí y después aprendió el lenguaje de signos, volvió a estudiar y aprendió mecanografía.
No es que todo fuera de repente mágico y de color de rosas, pero ahora al menos era una adulta con una vida relativamente normal.
Pero lo que le ocurrió después fue extraordinario.
Por una moneda
Un día, cuando tenía 25 años, estaba en el trabajo y comenzó a sentirse muy mal…
«Comencé a toser y empezó a salirme sangre de la boca. Pensé que me moría. Podía sentir algo moviéndose en el fondo de mi garganta. En un momento dado pensé que estaba tosiendo mis entrañas. Ahora parece una estupidez, pero en ese momento tu cabeza da vueltas».
«Salí y un compañero llamó a una ambulancia. Me llevaron al hospital», recuerda.
En el hospital, los médicos vieron que tenía un bulto y lograron extraerlo de su garganta. Estaba cubierto de mocos y sangre, pero cuando lo enjuagaron, descubrieron que se trataba de una moneda de tres peniques.
La moneda llevaba desde los años 60 atascada en su garganta, pero ella dice que no tiene ni idea de cómo pudo acabar ahí.
¿Tal vez estaba en un pastel de Navidad? ¿O fue durante Pascuas? ¿A lo mejor en el fondo de una bebida? ¿Había jugado con monedas? Marie no era capaz de responder a esa pregunta.
Aquella pequeña moneda se había quedado atascada en el fondo de su garganta durante 12 años, justo al lado de sus cuerdas vocales, impidiendo que éstas pudieran vibrar y, por lo tanto, que ella pudiera emitir ningún sonido.
Pero cuando la moneda salió… Marie recuperó su voz.
«Pude sentir el sonido en mi garganta, gemidos, sollozos. Al principio, no sabía de dónde venía ese ruido. Pensé que alguien se estaba metiendo conmigo».
«Me quedé en shock», admite.
¿Cómo no descubrieron hasta entonces aquella moneda? La explicación, según los médicos, es que no habrían podido verla en una radiografía por cómo estaba ubicada en su garganta.
Marie tuvo que aprender a respirar y a moderar el volumen de su voz, pero dice que no le tomó mucho tiempo aprender.
Su primera llamada telefónica sería a su madre, quien comenzó a llorar. Después se uniría al coro local, como una manera de reivindicarse con su pasado.
En su libro, Voiceless («Sin voz»), publicado en julio de 2019, cuenta su historia.
En cuanto a la moneda, todavía la guarda. La tiene en una pulsera que se pone de vez en cuando.