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Margarita Rosa de Francisco: “Me cansé de ponerme bótox y relleno, no me quiero perder el espectáculo de mi envejecimiento”

por BBC News Mundo BBC News Mundo

Ha sido reina de belleza, presentadora, cantante, modelo, pero sobre todo ha sido y sigue siendo actriz. Ha encarnado a muchos personajes entrañables como Gaviota, protagonista de «Café con aroma de mujer», una de las telenovelas más populares en América Latina.

Por años, Margarita Rosa de Francisco ha vivido de su talento y de ser una mujer bonita y atractiva. Sus grandes ojos azules, su quijada angulada, sus cejas pobladas, su pelo abundante y su figura minuciosamente tonificada la llevaron a la fama siendo muy joven y la posicionaron como un ícono de la belleza femenina.

Por eso sorprendió hace un mes, cuando publicó un video en su cuenta de TikTok exhibiendo sus canas y sus arrugas, mientras contaba que se cansó de ocultarlas y que de ahora en adelante le da la bienvenida a lo que ella llama «el espectáculo de su propio envejecimiento».

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Ella misma se sorprendió con el interés que desató esa publicación que ya está por completar siete millones de vistas.

Lo que no fue sorpresa es que escogiera bien las palabras para nombrar ese acto de reconocimiento, pues Margarita cursa octavo semestre de la carrera de Filosofía y ama escribir.

Tuvo un blog, una columna de opinión en el periódico más grande de Colombia, una cuenta de Twitter con millones de seguidores y tiene un libro publicado.

Y es justamente sobre esos dos mundos, el de la mujer bella que se acerca a los 60 años y el de la estudiante cautelosa con su uso del lenguaje, que BBC Mundo conversó con Margarita Rosa de Francisco en Miami.

¿Cómo te sientes a los 57 años y sabiendo que te acercas a los 60?

Yo me siento muy liberada. Me siento feliz. Eso no quiere decir que cuando me veo al espejo y me veo más vieja, a mí me parezca chévere. Hay muchas cosas que veo de mi cara que no me gustan. Pero yo me siento ya con el derecho a tener esa cara.

No tengo que pedir permiso para tener esa cara que ha producido mi vida, que ha producido mi andar, mi sentir. Entonces, me siento liberada. Esa es la palabra. Me siento aliviada de no tener el deber de ser bella, ni de ser joven, ni de ser sexy, ni apetitosa.

¿En qué momento te diste cuenta que te enfrentabas a la vejez inminente de tu cuerpo?

Pues yo empecé a tener crisis de vejez como desde los 45. Empezó a preocuparme que se me marcaban las arrugas y no tanto en el cuerpo, pero sí en la cara, y alcancé a caer en las soluciones de emergencia. Me puse bótox en todas partes, me puse relleno en los labios también, porque esa es otra cosa de la vejez, que se empiezan a adelgazar los labios, como a meterse para adentro.

Los cachetes también empiezan a descolgarse. Esa parte, por ejemplo, me parece terrible. Por el lado mío que he hecho tanto ejercicio, ya todas las bisagras se me gastaron, ya no puedo correr nada, me toca hacer pilates, otro tipo de gimnasia. He azotado mucho mi cuerpo por muchos años y digamos que solo un cuerpo joven aguanta tanto abuso y ya grande, pues no lo puedo hacer.

Tú viviste muchos años, entre otras cosas, de ese cuerpo bello, ¿fue una decisión consciente que tomaste en algún momento?

Creo que he sido consciente ya como mujer adulta de que esa fue una decisión que tomé, pero no fue que hubiera dicho «voy a ocuparme de ser bella», porque además me ocupé de otras cosas, no solamente de ser bonita. La belleza era muy importante para mí, era una prioridad, pero también me preparé como profesional.

Lo que sí recuerdo es que después de una operación de columna muy severa, tuve que tener un yeso puesto por casi un año. Cuando me lo quitaron y me vi en el espejo tan frágil y con un cuerpo que no me gustaba, me propuse tener un cuerpo de diseño y entonces yo misma lo dibujé en un papel. Ahí me dije: yo quiero ser así como en este papel.

¿Cómo era ese cuerpo?

Era un cuerpo musculado y delgado, pero muy tonificado. En esa época, que eran los años 80, no se usaba el gesto masculino en el cuerpo de la mujer.

Yo quería que los músculos se vieran, que se viera la determinación de mi personalidad. Un cuerpo testigo de que era una mujer fuerte y contestataria porque además estaba construyendo un cuerpo que no era el cuerpo que les gustaba a los medios en esa época.

¿Y cuándo conseguiste esa meta?

Esa meta nunca se completa. Yo alguna vez, en una columna que escribí, dije que la actitud que yo tenía con mi propio cuerpo era como la de un proxeneta con una prostituta. Mi proxeneta interno me exige hacer todo lo posible para lograr un resultado con mi cuerpo, de manera que ese cuerpo agrade o que tenga un efecto sobre los demás, no solamente sobre mí. Y eso incluye privarme de ciertos placeres, incluye una serie de restricciones, pero para ese proxeneta nunca es suficiente. Siempre falta algo.

Pero ahora que en mi cuerpo han cambiado muchas cosas, yo digo qué dicha que hoy ya hago (actúo) de abuela, que ya soy una señora, que ya no me toca…

Pero ¿te tocaba o te lo autoimponías?

Pues, me lo autoimponía, pero también los medios producen la subjetividad de las mujeres y hacen que uno quiera someterse a ese tipo de regímenes. Eso es algo importante porque cuando (los medios) dicen «queremos una mujer empoderada», entonces esa mujer tiene que ser bella.

También es verdad que uno mismo puede proponer otras cosas. Yo no quise proponer otra cosa. No puedo tampoco echarle la culpa a los medios de la mujer que yo quise ser o que terminé siendo, o del abuso que he hecho con mi cuerpo. Es más bien como una conversación de doble vía.

Pareciera entonces que ese cuerpo no tenía sentido si no era admirado, observado…

Así es. Para mí fue por mucho tiempo así. Me acostumbré a que el cuerpo mío era una obra para los demás, era un objeto para que otros lo disfrutaran y yo no en mi manera de vivirlo, de habitarlo. Sentía que mi cuerpo era un producto para vender.

Y ahora tu liberación ¿pasa un poco por ahí también, por dejar de ser un producto?

Por lo menos producto de consumo masivo, sí. Porque a la larga lo que hago ahora en TikTok, porque cerré todas las otras redes, también es mostrar el cuerpo que soy ahora. Y eso también es una manera de vender, de vender otra cosa, de vender otro aspecto de ese cuerpo, pero también es otra manera de comunicar esa liberación, de sentirme con derecho, con autoridad para decir esta soy yo así.

Esa decisión de abandonar las redes sociales, luego de haber tenido millones de seguidores, ¿de dónde vino?

Cuando salió que había diez personas muy influyentes en twitter en Colombia y que yo estaba entre esas personas, a mí me pareció una mala noticia para mí. Me parece peligroso porque yo en Twitter digo mucho disparate, pienso en caliente. He terminado distribuyendo información que no era verdadera, metiendo mucho la pata. Entonces dije «me voy antes de que me siga más gente y que cuando meta la pata sea peor».

Prefiero no seguir siendo parte de esta falta de reflexión sobre todo. Twitter es un espacio donde no se puede debatir, no se puede elaborar una idea. No hay tiempo para oír lo que dice el otro, digerirlo y luego pensar. No es el espacio para eso. Hay mucha vanidad en uno como tuitero y como tuitero popular, entonces también me pareció liberador haberlo hecho y no me he arrepentido. Estoy feliz desde que no tengo twitter.

Yo me he preguntado cuál es el terror a la vejez y por qué los medios, tengo que hablar siempre de los medios porque son los que promocionan la juventud, por qué le tienen tanto miedo sobre todo la vejez de la mujer. Esa es la más amenazante.

Creo que lo que aterroriza de la vejez, digo yo, a manera de paradigma, debe ser que la mujer que se envejece es una mujer que ya no puede fecundar. Es una mujer que ya, simbólicamente, pierde la capacidad de reproducir esta especie. Entonces es la cercanía con la muerte de la vida lo que determina el pavor a la vejez. Yo pienso que ese miedo viene de una muy mala relación con la muerte. Es un gran terror a la muerte. Entonces preferimos ponerlo ahí y no hablar de lo mucho que nos asusta la muerte y de lo que es pensar la muerte día a día, no tener una relación, digamos, cotidiana con la muerte. Esa es una de las cosas que nos aterra. Creo que simbólicamente eso está por ahí.

¿Cómo ves la vejez que inicia, pero también la que se avecina, la del deterioro?

Pues yo estoy viviendo una de las épocas más felices de mi vida. Yo de joven nunca fui feliz, fui absolutamente miserable. Ahora me siento francamente dichosa. Bueno, dentro de lo que un ser humano puede tener, pues uno sabe que hay días buenos y malos. Pero puedo decir que casi siempre me levanto y me despierto feliz.

Veo mi envejecimiento como una historia que me están contando. Y por eso dije en ese video de TikTok que yo no quiero perderme del espectáculo de mi propio envejecimiento, quiero ver cómo es, cómo ocurre todo, cómo ocurre ese deterioro en mi cuerpo, en mi cara, a pesar de que sigo haciendo ejercicio, me pongo mis cremas; pero no me quiero perder esa experiencia, así sea que me guste o no me guste.

Y con eso que tu nombras como soluciones de emergencia, ¿te lo estabas perdiendo?

Lo estaba evitando más bien. Hay a quienes nos interesa y tenemos curiosidad de ver ese proceso y otras que no lo quieren saber. Y a mí me parece que eso también es entendible y por eso no sirvo para darle consejos a las mujeres en eso.

Yo he decidido ir por este camino de acompañar mi envejecimiento, no darle la espalda a mi envejecimiento. Y cómo lo veo venir, pues así como voy, muy chévere, porque además estoy estudiando, que es uno de mis grandes orgullos. A todo el mundo le cuento que estoy estudiando filosofía, que voy en octavo semestre, que me voy a graduar en un año y medio y que después de que termine quiero hacer un doctorado y después quiero ser una vieja estudiosa.

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Entonces, ¿puede decirse que ahora tu proyecto es el intelecto?

Es la opción que tengo ahora, que además me ha gustado mucho más que la del cuerpo dinámico, porque yo también considero que el intelecto es cuerpo.

Es una parte de mi cuerpo que ahora me interesa más. Pero no creo que yo vaya a ser una mejor persona porque estoy estudiando en vez de dedicarme a estar en el gimnasio todo el día.

Creo que la vejez académica viene porque quiero sacarle partido a esa parte de mi cuerpo a la cual todavía puedo acudir y que me está proporcionando muchos ratos de alegría, de satisfacción. Es un placer como el de tomarme un café, porque no creo que vaya a ser más inteligente o menos inteligente por estar estudiando. Pero me fascina, es parte del disfrute de vivir.

Y cuál ha sido el proceso detrás de esa decisión de desmarcarse de ser la mujer bella e infranqueable, para ser la que muestra también su vejez. Imagino que eso no ocurrió de un día para otro

No, definitivamente no. Yo sí creo que la pandemia tuvo bastante que ver ahí. Yo creo que ese es el antes y el después. Para mí tuvo ese efecto sanador. Me tocó verme con el ya de las cosas y el ya de las cositas de verdad.

A mí me cambió porque cuando nos tuvimos que encerrar todos, cuando tuvimos otra dimensión de la vida, que de pronto una cosa de esas podría afectar el mundo entero, que nos podría matar a todos, porque eso era lo que pensábamos, los valores inmediatamente cambiaron.

La imagen en el espejo dejó de interesarme como un objeto de belleza para los demás. Porque yo te puedo decir que para mí la belleza es importante y me parece muy chévere sentirme bonita dentro de lo posible y lo procuro, pero no como un espectáculo para mostrarle a la otra gente. De eso me ocupé yo muchos años, muchos, muchos.

También has dicho que sentiste cansancio del botox y los rellenos

Sí, cansancio, ya me da pereza hasta hacerme una limpieza de cara. Tengo mis cremas que me las pongo y todo, pero no creo que tenga la energía ya para seguir. Quizás pruebe algo para que la piel se vea bonita, pero ya no hay manera de borrar arrugas, ni de ponerse rellenos que me parecen muy peligrosos para la cara de una mujer.

Me parece que lo que logran las mujeres que hacen eso no es detener el tiempo, lo que queda detenido es el terror a la vejez. Eso es lo que queda retratado en esa cara. No se ve más joven, se ve igual de vieja, pero con la cara de terror congelada. Eso es lo que yo veo. Y además, como es un mismo terror, entonces todas las mujeres que hacen eso se van uniformando, se van pareciendo.

Hay un molde. Yo lo que veo es lo de los pómulos, la quijada y la boca. Entonces con esas tres cosas ya queda la cara de la mujer aterrorizada por la vejez.

Y ¿las canas?

Son lo mejor. Quiero tener todo mi pelo gris, aunque todavía no me dan con el tono en la peluquería, pero me gustan, las estoy recibiendo feliz.

Una de las cosas que a mí me produce mucha curiosidad e inquietud en lo que nos toca vivir a las mujeres es que nuestros procesos biológicos son vergonzosos. Salvo, quizás, el embarazo que lo tienen más sacralizado, el resto es deshonroso para la mujer. También simbólicamente hablando.

A mí, por ejemplo, hablar de la menstruación me parece vergonzoso, pero porque lo tengo ya metido en mí. No voy a defender que lo sea, sino para confesarte que a mí me da vergüenza hablar de eso, que prefiero no hablar de eso. Así de preformadas estamos y tan marcadas estamos las mujeres que no se nos va ni siquiera teniendo conciencia de que no debe ser así.

Con la menopausia no me pasa eso. Cuando empecé a sentir los síntomas no me dieron tanto los calores, pero me dio como un tipo de depresión o algo que yo nunca había sentido.

Ahí digo, esta no soy yo. O sea, yo nunca he sufrido de depresiones. Yo también escribí una columna sobre eso que se llama La Yegua y que decía algo como: Qué raro, siento como que yo por dentro estoy viviendo con una temporalidad distinta a la del mundo de afuera. La menopausia para mí era como si estuviera el día haciendo mucho sol y yo por dentro lloviendo, o me despertara por la noche y ahí sí sintiera que las estrellas eran soles resplandecientes.

Es como tener el cuerpo todo en desorden, en rebelión. Es como una manera de adolescencia también. El adolescente se adolece de sí mismo, pues se duele de él mismo. Y la menopausia es un poco así.

Es un cataclismo hormonal que a cada mujer se le manifiesta distinto; a mí con mucha, mucha vulnerabilidad emocional. Muy fácil el llanto, muy fácil la risa, también la angustia, los ataques de pánico también ahí presentes.

Ahí es cuando voy al médico y le digo: yo no puedo vivir así y no sé cuánto va a durar esto. Me recetaron las hormonas. Después digo «yo no soy capaz de meterme hormonas». Y me fui para la farmacia y empecé a tomar unas cosas naturales. Fui sobrellevándolo y ya pasé lo peor, pero no estuvo bueno al principio.

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Ya que estás del otro lado ¿cómo vives la vida sin hijos, qué tal esa vida que tú elegiste?

La felicidad. Yo te digo que de las buenas decisiones que he tomado ha sido no tener hijos. No hubiera querido tener hijos en este planeta. No soy admiradora de la raza humana. Yo creo que el proyecto humano es un fracaso. Lo sostengo. No me siento tan orgullosa de mi misma como para querer verme yo reflejada en otro ser que se parezca a mí y que cuando yo me muera se lleve algo mío como para yo ser un poquito menos mortal, no.

Creo, además, por la actitud que tengo con mis gatos, que mis hijos hubieran sido un desastre. Yo no sé, mis hijos hubieran salido malcriados. Yo no hubiera tenido de pronto autoridad con ellos. No sé. No los hubiera merecido. Yo me siento mejor así. No creo tampoco eso de que si me quedo sola, si mi marido se muriera, yo tengo que enfrentar una vejez sola. Ya estoy lista para eso, para que no me visite nadie, si es que los hijos son para que visiten a la mamá. Ya asumí eso.

Mencionaste antes que todo este tema del temor a la belleza está relacionado con la muerte. ¿Cuál es tu percepción de la muerte, qué piensas sobre ella?

Yo pienso en la muerte todos los días de mi vida. Yo vivo obsesionada con la muerte. A mí hay algo que me parece fascinante y horripilante que es el hecho de ser y dejar de ser de un momento a otro.

Eso es extraordinario. Es el delirio más grande que le puede pasar al yo. Porque el yo es el que teme la muerte. El yo construido que se cree que tiene una identidad y que se quiere ir con todo su bagaje. Para el yo desaparecer es terrible y yo lo vivo así.

A mí me parece espantoso, pero me parece peor vivir eternamente. Entonces como que ese es el dilema horrible. Un dilema horrible que ha sido parte de mí, de mis ataques de pánico. Pero yo pienso en la muerte así, que no hay nada, que toca morir y desaparecer.

Hablas de otro tema que tampoco confiesa mucha gente, el de los ataques de pánico. ¿Por qué los has padecido?

No sé, yo creo que hay personas que venimos con eso. Hay gente que tiene tendencia a la gastritis, a otras les dan migrañas. Pues yo vine con ataque de pánico en el chip.

Y desde chiquita, solo que cuando me daban, yo no sabía cómo nombrar eso, no sabía lo que era. Yo pensaba que eran ganas de vomitar porque no era ningún miedo concreto, era un miedo abstracto de esos que uno no sabe dónde meterse. Yo sentía que mi alma se me iba para un lado y el cuerpo por otro. Fíjate que ese pensamiento religioso, esa concepción binaria del alma y el cuerpo, para mí ha sido funesta. Eso de no poder integrar una cosa con la otra. Y hasta el día de hoy me pasa, o sea, yo ya quedé así.

Solo que yo ya sé: esto es lo de siempre, tranquila, respire. No es que no me den, sino que ya los manejo. Pero antes no tenía recursos, no tenía herramientas para navegar en esas aguas. Y significaba la ausencia de cuerpo. Ese era el ataque de pánico. La ausencia del cuerpo como si fuera un alma sola por ahí que me fuera a explotar en átomos. Es una cosa así.

¿Cuáles han sido las herramientas que te han funcionado para navegarlos?

Bueno, mucha elaboración en psicoanálisis y además me ayudaba mucho la escritura. Por eso escribo desde siempre. No es que a mí me dio por escribir ahorita ya grande, no. Esa era la manera que yo tenía de elaborar, de expresar esas cosas que me pasaban. Entonces eso ayudó bastante. También yo he ido a toda clase de tratamientos por cuenta de eso, a toda clase.

Pero digamos que de emergencia el psicoanálisis es el que menos sirve porque uno necesita algo que lo saque de ahí ya mismo. Entonces, claro, es respirar, la respiración, aunque yo ahorita ya no necesito hacer la respiración, sino la resignación, solamente pensar «¿y si exploto en átomos volando?», y como veo que no exploto, pues pasa.

También dijiste que tu juventud fue miserable ¿por qué?

Los ataques de pánico tuvieron mucho que ver. Porque además yo veo que me dan cuando estoy en situaciones donde no me puedo escapar. O sea, cualquier cosa que signifique encierro. Para mí era terrible.

Y se me agudizaron mucho cuando «Café con Aroma de Mujer», que la gente dice qué belleza, qué época tan linda, pues yo no quiero saber nunca de la Margarita que vivía detrás de todo ese éxito. Era una cosa de locos, era una angustia permanente, muy difícil para mí la vida hacia el público y las multitudes. La demanda de atención por todos lados. Para mí eso era un foco de angustia, porque no he tenido depresión, sino más bien ansiedad.

Todos los años que estuve como enfrentada a la pantalla de la televisión era conflictivo para mí. Lo era, lo fue siempre. Entonces a mí me gustaba cantar y me gustaba componer y hacía canciones, pero para cantarlas era un problema. Yo tenía que estar borracha para poder cantar. Y además hice miles de conciertos siendo Gaviota (nombre de su personaje). Pasando mucha, mucha, mucha angustia y mucho terror. Entonces fueron muchos años de eso. Es una juventud que no se puede vivir así, o sea, un éxito tan chévere como ese, ¿cómo se podía vivir así?

Esa ha sido la dificultad de mi vida, haber tenido o haber creído que por ser joven tenía que vivir de cierta manera, siendo mujer. Una imagen de mujer que está producida por la cultura. Y yo tenía que tratar de vivir ahí donde nunca me sentí cómoda, nunca. Lo más difícil ha sido tratar de vivir a contrapelo de mi persona, de mi no identidad, de ese tipo de mujer que me sentí obligada a ser, porque ahorita yo vivo fácil.

Y qué le dirías a esa Margarita jóven.

Lo más terrible es que si yo le hablara a esa Margarita no me oiría. Le entraría por un oído y le saldría por el otro.

También lo que pasa es que yo no quisiera volver a ser joven pero con la madurez que tengo ahora, como dicen algunos. Yo quiero tener esta cara, este cuerpo y los años que tengo y que ojalá mi pensamiento vaya mejor. Pero no quiero volver a ser joven. Entonces a ella le diría: «No quiero volver a ser nunca más vos, nunca».

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