«¿Cuánto tiene que durar un beso para que no haya duda de la sinceridad y de la pasión?, se pregunta Salvador, porque se ha enamorado rotundamente de Montserrat y ha comenzado a besarla: «Ha sido al notar su aliento, la carnosidad de su lengua, cuando he accedido a la parte invisible de Montserrat (…) nos besamos con mucha pasión, con mucha urgencia, con muchos nervios, con zozobra».
El amor entre Salvador y Montserrat es el protagonista de «Los besos», la última novela del español Manuel Vilas (Barbastro, 1962) que construye esta historia durante el confinamiento pandémico en un pueblo cerca de Madrid.
Salvador es un profesor de 58 años que desea «tanto amar y ser amado»; Montserrat trabaja en la tienda que lo provee de abarrotes y es algo más joven, tiene 45.
«Miro a esa mujer y su belleza me rompe el corazón», dice Salvador, «me quema la sangre el deseo, tocar su cuerpo, lamerlo, adorarlo… porque dentro de su cuerpo está su alma.»
Luego del éxito de sus novelas «Ordesa» y «Alegría», en las que habla de la relación de los padres y los hijos, Manuel Vilas, que será parte de Hay Cartagena, nos revela su mirada del amor maduro, del deseo como motivo vital y de los besos como corrientes eléctricas que dan luz.
«Cuando dos seres humanos van a empezar una relación amorosa y erótica, no se dan la mano, no firman un contrato, ni lo verbalizan. Se comienza indiscutiblemente con un beso y ha de ser un beso en la boca, un beso con la boca abierta en donde haya un contacto de las lenguas».¿Ahí se inicia todo?
En el beso aceptado es donde se produce una combustión maravillosa, el gran misterio y energía de la vida. Lo que nos hace felices: el beso de alguien que tú esperas que te bese o tú que vas a dar un beso y te aceptan ese beso. A partir de ese momento dejas de ser uno solo, empiezas a tener la idea de que vas a ser dos. Entras en una zona desconocida que puede cambiar tu vida para siempre.
¿Y cómo hay que besar?
El beso erótico es con comunicación de las lenguas, porque son los órganos interiores, es una metáfora de la intimidad.
El erotismo históricamente nos ha dado pánico, es una bestia muy peligrosa. Abre una relación donde dos seres humanos están desnudos física y psicológicamente, entras en la intimidad a través de los órganos internos, los sexuales o la lengua, que acaba siendo otro órgano sexual, porque están en la oscuridad y tú los revelas al otro a través del acto erótico.
¿Y por qué es una bestia tan peligrosa?
Porque en el acto sexual un ser humano sale de sí mismo y se presenta ante otro, es el momento de su salida. Cuando hace el amor, sabe quién es, es un modo de autoconocimiento y ahí hay un abismo; está perdiendo su propia identidad entrando en otro cuerpo y se ve de una manera tremenda a través del otro que es un espejo, y eso produce terror. En el acto amoroso el otro refleja lo que eres.
¿Te enamorarías de un hombre como Salvador?
Me parece más interesante ella; ha vivido más, tiene un hijo, ha sufrido el desgaste de la vida. Él me parece un idealista, de hecho, cuando se encuentra con El Quijote se descubre a sí mismo, porque le gustaría vivir la vida como una utopía. Pero tiene cosas interesantes que son sus reflexiones sobre la existencia.
Una de las preguntas que se hace es ¿qué demonios hacemos sobre la tierra?
Es una obviedad, sin embargo, a veces lo obvio lo perdemos de vista. La pandemia, desde un punto de vista filosófico, ha extremado esta sensación de no saber.
Vivimos cincuenta, setenta, noventa años y nos vamos por un desgaste biológico de nuestra naturaleza, pero sin haber comprendido qué hacemos aquí.
¿Tienes alguna idea?
Yo exploro la vida y encuentro pequeñas verdades. Hay una que encontré en los libros anteriores: la relación entre padres, madres e hijos que explicaba por qué estamos aquí.
Un hombre y una mujer te trajeron a este mundo, ahora puede ser un hombre y un hombre, una mujer y una mujer, las variaciones que uno quiera, pero eres hijo de la voluntad de otros seres humanos, desciendes de alguien que pensó que estaría bien que estuvieras aquí.
¿Y qué descubres en «Los besos»?
Que ante una crisis de la naturaleza que sea, en este caso el coronavirus o una guerra, como ocurre en la película «Casablanca», el amor es una salida natural, biológica y profunda.
En «Casablanca» hay un momento en que los nazis están entrando en París e Ingrid Bergman le dice a Humphrey Bogart «el mundo se desmorona y tú y yo nos enamoramos». Esta frase lapidaria es muy filosófica, pues dice que ante la llegada de una catástrofe colectiva, dos seres humanos encuentran una salvación en el amor.
¿Igualas el amor al erotismo?
Ahí hay un problema horrible, que es la condición del ser humano. La fuerza del enamoramiento dura poco. Salvador habla de la oxidación del erotismo, de su entropía. Sabe que el erotismo se gasta y que dura máximo tres o cuatro años.
En esa oxidación aparece otro territorio, el de la vida en común, el de la lealtad, la complicidad de ser dos frente al mundo, esa experiencia es importantísima, pero conlleva sin duda la pérdida del deseo sexual; este desequilibrio es fruto de mucha angustia y sufrimiento, tanto en hombres como en mujeres. Y a día de hoy, la única solución que hay es el divorcio, la separación. Es curioso.
¿El beso erótico se va transformando en un beso fraternal?
En un montón de matrimonios los besos ya son rutinarios. Es muy triste, pero el mundo está lleno de esos besos entre seres humanos que han perdido la pasión erótica, no hacen el amor, pero siguen juntos; esto es un enigma, no lo acabaré de entender nunca.
La gente que más dinero tiene en el mundo, que son los actores de Hollywood, aguantan 5 o 6 años en sus matrimonios y luego se divorcian. Lo digo porque la mayoría de la gente no lo hace por miedo económico. Sus besos son como decir vamos a seguir pagando el piso juntos, porque si nos separamos vamos a morir de frío y más vale seguir viviendo así que la intemperie.
Y qué opción tenemos, ¿parejas sucesivas?
En los últimos 50 años ha habido avances tecnológicos, científicos, sanitarios de toda naturaleza, absolutamente maravillosos, trepidantes, han cambiado el mundo y, sin embargo, en las relaciones amorosas estamos igual que hace 3000 años.
Una persona que muriese en 1950 y volviera de la tumba se quedaría perplejo con el smartphone. Sin embargo, entendería perfectamente los problemas amorosos de un hombre o de una mujer de hoy.
¿El poliamor sería una alternativa?
Ilustra perfectamente el problema. Es una respuesta social a la oxidación del erotismo. Sin embargo, hay otra cosa importante en el amor: la exclusividad, que es uno de los grandes hallazgos del matrimonio.
Es un chute muy fuerte, es una droga; tú eres el ser más importante para otra persona y esto también tiene fuerza erótica, aunque luego no vaya acompañado de sexo.
En el poliamor formas parte de un trío, de cuatro o lo que sea. Esa pérdida de la exclusividad supone también recelos a la hora de compartir la vida económica. La vida económica compartida le da una solvencia brutal al matrimonio, es una edificación económica.
¿Una empresa?
En el poliamor esa empresa es dificultosa, porque cabe la posibilidad que de los tres o los cuatro que lo formamos haya dos que estén más unidos que tú, y al final acabes perdiendo dinero. Tiene que ver con el capitalismo.
La estadística explica que los solteros mueren antes pues el matrimonio es una empresa de auxilios mutuos. Dos salarios, dos fuerzas laborales contra la hostilidad del mundo que es de una ferocidad tremenda.
Solo buscar una casa donde vivir ya es una aventura homérica. El capitalismo dice no, no, usted cásese, dos contra el mundo es garantía de mayor éxito que uno solo. Pero esto lleva aparejado una humillación de la vida, porque hay matrimonios que solo se sostienen por esto.
El mundo te puede destruir por una cuestión económica. O tu biología te puede destruir por haber faltado a la verdad de la vida.
Este amor que narras nace en una edad madura y Salvador lo revela por ejemplo cuando cuenta que tanto él como ella se lavan muy bien los dientes antes de los besos…
Un chico o una chica de 23 años no se lava los dientes cuando va a besar porque ni siquiera forma parte de su pensamiento, pero un señor y una señora de cincuenta y tantos saben que su cuerpo no es perfecto, que están en una zona complicada.
Ese escenario erótico es muy comprometido, puede parecer incluso sórdido, pero está allí, yo lo he visto. Lo de lavarse los dientes es el miedo a decepcionar.
Salvador tiene casi 60 y ella cuarenta y tantos; nos enfrentamos a la decrepitud de los cuerpos y, sin embargo, necesitamos seguir amando, seguir deseando y seguir teniendo relaciones eróticas importantes, pese a esa decrepitud.
¿Esa mayor conciencia del deterioro tiene una dosis de crueldad?
Es una de las cosas más terribles de la experiencia humana, ver que las personas que ya están en la edad madura necesitan seguir sintiendo el sexo y claro, sus cuerpos entran en destrucción y en combustión, esto es motivo de mucho sufrimiento.
Hemos luchado contra diversas discriminaciones, todas clasificadas: por sexo, raza, religión, política, pero hay una discriminación que no hemos identificado, la discriminación por edad, esa que nos permite decir a un señor, a una señora de 60 o de 70 años que no debe tener un sexo ardiente porque ya no le corresponde, me parece de una crueldad brutal.
A veces es uno mismo quien lo piensa…
Porque hay leyes sociales no escritas que te conducen allí. Y también por el ridículo. Sin embargo, si no estás sintiendo esas pasiones, no estás vivo.
La naturaleza te manda ir al erotismo. El ser humano es profundamente sexual. Reivindico el sexo a cualquier edad, a los 50, 60, 70, 80, 90, 100 años.
Evidentemente hay limitaciones corporales, pero el fervor se tiene, quitarle eso es ir reduciéndolo, algo en tu naturaleza está siendo dañado. Soy muy biológico en mis novelas porque las únicas verdades que he encontrado proceden de la naturaleza y desobedecerla lo único que trae es tristeza.
Salvador también teme que se rompa el hechizo del subidón amoroso con los detalles de la vida cotidiana…
Él concibe todo desde la perfección y la belleza absolutas, entonces, cuando ella se empieza a quedar a dormir en su casa y tiene que ir al lavabo, empiezan a aparecer los cuerpos en su vertiente menos romántica. Ve restos del excremento de la amada y no puede tolerarlo porque le recuerda la imperfección profunda de ella.
A partir de ahí se asusta, se angustia, quiere romper la relación, porque ya ha visto que el enamoramiento y la elevación, el espíritu y el romanticismo se le va a acabar.
En «Casablanca», cuando termina la película, vemos que se niega la convivencia. Humphrey Bogart no va a convivir con Ingrid Bergman. Esto es fundamental en el amor romántico.
Pero eso es una condena…
Si se hubieran casado, la película no tendría el valor que tiene, el de la renuncia de Humphrey Bogart cuando le dice: «tú tienes que marcharte, porque no hoy sino mañana te arrepentirás». Bogart es otro romántico y sabe que el amor tiene que durar lo que ha durado, unos meses. Y luego se formula esa idea de «siempre nos quedará París», es decir, alimentaremos el recuerdo.
Lo mismo que en «Los Puentes de Madison», la película de Clint Eastwood. Es un amor romántico que dura un fin de semana, y Meryl Streep se alimentará de ese recuerdo los treinta años de vida que le quedan; vivirá con su marido una vida rutinaria y tediosa y, cuando quiera sentirse libre, recordará ese amor ardiente de tres días. Si se hubiera divorciado y para vivir con Eastwood, nos enfrentaríamos a lo de siempre, ¿no?
Son las categorías del amor romántico. Podemos decir que es falso, todo lo que quieras, pero nada ha sustituido esa sensación de elevación, de esplendor, de maravilla que produce, que dura poco, pero lo que dura es maravilloso.
¿Qué salida hay?
El matrimonio y la convivencia contaminan la sexualidad, el erotismo y la elevación romántica. Y en esa confrontación nos pasamos la vida. Lo que hago es ponerle al lector lo que veo en el mundo, y él tiene que decidir qué hacer.
Sin duda es un problema terrible que en general no se soluciona nunca, en mi experiencia lo que hace la gente es apañarse, buscar apaños, es decir, bueno, no he resuelto mi problema amoroso erótico al 100 por ciento, lo he resuelto en un 45 por ciento.
Suena poco alentador…
También me he encontrado con personas que llevan relaciones de 30 años y que son absolutamente felices y satisfechas. Milagros hay, pero son milagros.
Y, ¿cuánto tiene que durar un beso?
Me parece que la duración esconde muchas cosas; en una relación que acaba de comenzar en la que dos seres humanos se están besando, el que decida que termina el beso parece como que no esté suficientemente enamorado.
Los besos de los adolescentes son infinitamente largos, se pueden estar besando una hora entera, porque ninguno quiere romper la magia del beso. Los adultos pueden durar 20 segundos o un minuto, pero lo terminan, porque de repente dices bueno, ya vale, ahora tenemos que hacer más cosas, hacer la comida, ver una película, salir a un recado, no vamos a estar toda la vida… En cambio en los adolescentes parece como que solo existiese eso.