“Usted hizo una transacción por 30 millones de pesos, ¿verdad?”, pregunta el señor, camisa bien planchada y pelo bien peinado, sentado al frente de un escritorio en plena calle sobre el que tiene una máquina de escribir de los años 50 y un montón de folios y documentos.
“Uy, sí”, responde la señora, preocupada. “¿Cuánto será que me van a sacar de impuestos por eso?”, se pregunta.
Y el señor le dice: “Pues puede que nada, porque hay una ley que le da un descuento, solo necesita formalizarlo”.
Y ella concluye: “Ay, virgen, qué haríamos sin usted”.
El intercambio se da en el centro de Bucaramanga, una ciudad media en los Andes colombianos, entre Gladys Montero, una ama de casa, y un tinterillo, uno de los 20 o 30 gestores que se sientan acá todos los días, hace décadas, a ayudarle a la gente con sus trámites ante el Estado.
Roberto Sanguino es uno de ellos. De 60 años, una barbilla canosa delimitada y camisa de rayas, sus padres fueron campesinos desplazados a la ciudad por cuenta de la violencia rural.
“Esta tradición de los tinterillos tiene medio siglo, pero si usted se pone a ver es algo que existe desde la Colonia”, explica, con un discurso pausado y elocuente.
Sanguino empezó a ejercer como tramitador hace 30 años, cuando sus conocimientos burocráticos eran empíricos. Con el fruto de su trabajo, sin embargo, logró graduarse de abogado en 2020.
“Cuando yo llegué aquí, en los años 80, había muchos más tinterillos que trabajaban a mano y se vestían, ellos sí elegantes, de boina, corbata, vestido de paño”.
El tinterillo es un personaje en vías de extinción. En otras ciudades de Colombia, como Bogotá o Medellín, ya no se les ve sentados en las calles con escritorio y máquina, porque la revolución digital los ha ido remplazando por softwares o jovenes tramitadores conectados a internet.
Pero en Bucaramanga —la tierra natal del general Francisco de Paula Santander, aquel prócer de la Independencia que graduó a Colombia como “país de leyes”— los tinterillos siguen existiendo incluso a pesar de que la Alcaldía, sin éxito, los quiso sacar hace 10 años.
País de abogados
Colombia es un país de abogados. Según el Centro de Estudios de Justicia de las América, un grupo de estudios, en el mundo solo Costa Rica tiene un promedio de abogados tan alto como Colombia.
Por una combinación de factores culturales, políticos e institucionales, historiadores aseguran que la figura del abogado —o del gestor de burocracia— ha sido fundamental desde la Colonia hasta hoy en la organización y administración de un territorio tan diverso y accidentado como el colombiano.
Sobre todo durante la Independencia —gestada, entre otros, por abogados—, en Colombia se creó la idea de que las profesiones más prestigiosas eran el derecho y la teología.
Emilio Arenas es un sociólogo e historiador de Bucaramanga cuyo abuelo, que recitaba los códigos civiles y penales de memoria pero no sabía leer ni escribir, era tinterillo.
“El tinterillo prosperó porque era empírico”, dice. “Era una especie de médico familiar que con el tiempo fue perdiendo estima porque tenía un apego al licor, pero aún así es gente que tiene la capacidad de acercarse a la ciudadania, de entender dilemas que un abogado quizá no tiene la paciencia de soportar”.
Al frente de Impuestos
Todos los días, a las 8 de la mañana, los tinterillos empiezan a llegar a la Carrera 14 con Calle 36 del centro de Bucaramanga, esquina que colinda con el principal edificio de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN).
Los tinterillos hacen todo tipo de gestiones: contratos de compraventa, memorandos, escrituras, balances bancarios, certificados de tradición, etcétera. Pero ante todo hacen declaraciones de renta y gestiones relacionadas a impuestos.
“Usted me trae un problema y yo se lo soluciono”, dice uno de ellos. “Pero nada de lo que hacemos —añade— es ilegal”.
Entonces llegan temprano y le compran a un vendedor ambulante un café en vaso de plástico sin leche. Lo que en Colombia se conoce como “tinto”. Pero no es por eso que les llaman tinterillos, sino porque durante la Colonia las personas que abogaban en nombre de la gente, los letrados, andaban con tinta y tintero para formalizar las escrituras reales.
Se toman el tinto, e instalan su mesa portátil y su silla. De un maletín de carcasa dura forrada en cuero sacan papeles. Ponen su máquina de escribir o su computador. Encienden una radio vieja en la que suenan noticias. Y hasta las 5 de la tarde estarán ahí, “atendiendo a la ciudadanía”.
Hay unos más prolijos que otros. Algunos más actualizados en tecnología. Unos más estudiados. Y uno que otro que desde la mañana está disfrutando de una lata de cerveza.
“Patrimonio inmaterial”
Valentina Pellegrino ha dedicado su carrera académica en la antropología a estudiar el Estado colombiano, considerado en diversos estudios como uno particularmente intrincado, lento y burocrático.
Pero más que producto de la ineficiencia del Estado, dice ella, “los tinterillos tienen que ver con la ilegibilidad del Estado, que utiliza lenguajes y procedimientos muy complejos para otorgarles derechos y demandas a la gente”.
“Y también tiene que ver con cierta opacidad —añade—; de una ausencia de transparencia y pedagogía que impiden a la gente abordar al Estado sin confundirse”.
La experta concluye: “Hay un saber que va más allá de la teoría y del derecho que se refiere a las acciones, a las gestiones, que solo estos personajes saben. Eso no te lo enseñan en un salón de clases”.
Los tinterillos del centro de Bucaramanga coinciden: “La gente todavía está muy desinformada a nivel tributario, en la universidades no les enseñan cómo hacer un trámite ni cómo declarar renta”, dice Asdrubal Velasco, un tinterillo de 45 años con 450 clientes.
Velasco fue el líder del gremio cuando en 2013 el alcalde Luis Bohórquez los quiso sacar de la calle con el argumento de que obstaculizaban el espacio público.
Pero, después de gestiones ante la Defensoría del Pueblo, los tinterillos lograron que les garantizaran el derecho a trabajar en la calle.
“El Estado colombiano puede tener mucha tramitología, pero también, si uno se sabe sus vericuetos, es un buen mecanismo para garantizar derechos”, dice Velasco.
Él se concibe a sí mismo como un servidor público. Incluso propone: “Deberíamos ser declarados patrimonio inmaterial de Colombia”.
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