Con una velocidad sorprendente y después de 13 años de guerra civil, las fuerzas rebeldes sirias derrocaron al régimen del presidente Bashar al Assad.
En la madrugada de este domingo los grupos armados opositores tomaron control de Damasco, la capital del país, y miles de personas salieron a las calles a celebrar la caída de un régimen que gobernó con «mano de hierro» durante más de dos décadas.
Una multitud se concentró en la plaza principal de la ciudad entonando cánticos para celebrar la victoria.
El Ministerio ruso de Relaciones Exteriores anunció que Bashar al Assad abandonó el país tras mantener negociaciones con «otros participantes en el conflicto armado».
Moscú fue un aliado vital para que Al Assad pudiera mantenerse en el poder desde que asumió su cargo en 2000, después de que su padre gobernara durante casi tres décadas.
La caída del régimen se produce luego que el grupo radical islámico Hayat Tahrir al Sham (HTS) y facciones aliadas lanzaran una intensa ofensiva en el noroeste del país. HTS es considerado como una organización terrorista por Estados Unidos.
Históricamente, el grupo consolidó su poder en las provincias de Idlib y Alepo al aplastar a sus rivales, incluidas células de Al Qaeda y el grupo extremista Estado Islámico (EI), y estableció el llamado Gobierno de Salvación Sirio para administrar el territorio de acuerdo con la ley islámica.
En esta última ofensiva, los rebeldes primero capturaron Alepo, la segunda ciudad más grande del país, y luego avanzaron hacia el sur por la carretera rumbo a la capital, mientras el ejército sirio colapsaba.
Desde el inicio de la guerra civil, más de medio millón de personas han muerto y 12 millones se vieron obligadas a huir de sus hogares. Entre los que emigraron, unos cinco millones son actualmente refugiados o solicitantes de asilo en el extranjero.
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