Esta semana Evo Morales salió de México y entró a Argentina con el objetivo de estar más cerca geográfica y políticamente de su país y de su partido.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador invitó a Morales a México, el 10 de noviembre. No sólo como asilado, sino como amigo del gobierno mexicano.
El canciller, Marcelo Ebrard, lo recibió tan pronto se bajó del avión con trasmisiones en vivo de la prensa y la presencia de algunos simpatizantes. El gobierno mexicano acogió sin reparos la teoría del golpe de Estado en Bolivia, en un giro inesperado de su política exterior y en contradicción de gobiernos como Estados Unidos y Brasil.
«Evo es nuestro hermano que representa con dignidad al pueblo mayoritariamente indígena de Bolivia», dijo AMLO en un discurso en el emblemático Zócalo de Ciudad de México.
Y Morales respondió: «AMLO me salvó la vida».
Durante sus tres semanas en México el asilado dio entrevistas y conferencias y tuiteó decenas mensajes contra el gobierno interino de Bolivia, liderado por Jeanine Áñez.
Pero si la llegada de Morales a México fue por todo lo alto, su salida fue todo lo contrario: el viaje no se anunció, no hay fotos del despegue y de la despedida solo se supo hasta que se lo preguntaron a AMLO en la rueda de prensa matutina del viernes, donde dijo: «Se despidió de mí, Evo; no para siempre».
La llegada de Morales a Argentina, al contrario de la anterior, no tuvo ceremonias y las fotos que se conocen son de ciudadanos que lo vieron; no de la prensa.
El canciller argentino, Felipe Solá, declaró: «Nosotros no queremos que ni Evo Morales ni ninguno de los que estén en condición de refugiado usen este lugar para hacer política y hagan declaraciones públicas».
Con todos los «honores» pero con polémica
Morales fue nombrado huésped distinguido de la Ciudad de México por la jefa de gobierno y aliada de AMLO, Claudia Sheinbaum.
También se reunió con militantes cercanos al gobierno y prácticamente a diario fue homenajeado con manifestaciones de indígenas mexicanos.
Sin embargo, su visita no estuvo exenta de controversia: hubo marchas de rechazo tanto de mexicanos como de bolivianos que residen allí.
Además, se produjo una ola de críticas por parte de políticos, grupos empresariales y algunos intelectuales.
El lugar donde se hospedó, los autos en los que se movilizó y hasta los escoltas que lo acompañaron, miembros de un escuadrón de élite que AMLO criticó en el pasado, fueron uno de los puntos señalados por la oposición, casi siempre bajo la premisa de que el boliviano estaba recibiendo un trato demasiado especial.
Comentaristas de los principales medios del país llegaron a calificar la visita como «un dolor de cabeza para el gobierno», entre críticas por apoyar a un personaje señalado por sus detractores de cometer fraude electoral.
En la Universidad Autónoma de México, conocida por su tradición de izquierda, un discurso del boliviano fue interrumpido por abucheos en su contra.
«Esta clase de problemas vivimos cada día, que vienen de la derecha fascista y racista, para que sepan los hermanos de México», dijo Morales ante el incidente.
Diferentes encuestas que estudiaron la aprobación del asilo de Morales en México y fueron publicadas en las últimas dos semanas concluyeron que entre un 55 y 68% de la ciudadanía lo rechazaba.
No obstante, «en un principio, la gente no calificó el asilo ni bueno ni malo», apunta Roy Campos, presidente de la consultora y encuestadora Mitofsky.
El Estado mexicano, en todo caso, siempre tuvo una política de recibir asilados políticos, entre ellos Fidel Castro, Manuel Zelaya y León Trotski.
Esa fue su postura durante casi todo el siglo pasado, pero la tradición pareció perderse a partir de los años 90, cuando se modificó la forma de mediar en los asuntos de la región.
Hasta el caso de Morales.
Evo Morales en México
«El asilo estableció una vertiente de la política humanista y de no intervención (del gobierno de AMLO), en el sentido de que cuando está en peligro la vida de alguien las puertas de México están abiertas», señala el analista político y columnista del diario Reforma Eduardo Huchim.
En su opinión, acoger a Morales durante tres semanas «también sirvió para que México muestre que tiene autonomía e independencia de Estados Unidos y de Donald Trump».
«Sobre todo después de las críticas que recibió el gobierno por las concesiones en materia migratoria», subraya.
Por otro lado, hay quienes creen que con el tiempo se fue revelando una supuesta contradicción de AMLO: «Lo que le generó problema (a AMLO) fue la incongruencia con su discurso de austeridad, porque el uso de carros, aviones, que se diera tantos disfrutes, es todo lo contrario a lo que él pide», consideró Campos.
«Simbólicamente sale perjudicado —continúa—, aunque después entendió eso y no asumió el costo, lo echó a un lado, lo supo ignorar», opina Campos.
De hecho, en una de sus ruedas de prensa diarias, el presidente mexicano incluyó el asilo a Evo Morales como uno de los momentos más «difíciles» de su primer año de gobierno.
No obstante, volvió a defender su postura: «El asilo fue una decisión que se tomó, creo que también oportuna, adecuada, apegada a nuestros principios de política exterior, de proteger a perseguidos políticos, de proteger a quienes son acosados, y pueden ser agredidos».
Pese a la polémica, tanto Campos como Francisco Abundis, politólogo y director del centro de estudios Parametría, creen que otros temas sobrepasan a Morales en importancia a nivel local y consideran probable que la popularidad de AMLO, que viene en bajada pero se mantiene en un 50 o 60% de aceptación, no descienda por el asilo al expresidente boliviano.
Tal y como destacaron los analistas a BBC Mundo, las prioridades de la ciudadanía en México, un país azotado por la inseguridad y la violencia, son otras.