Una mañana de marzo del año pasado, una niña de 10 años iba camino a su escuela en Laos cuando encontró un objeto metálico brillante y redondo tirado en el suelo.
Lo llevó consigo y luego lo trajo a casa para una celebración familiar que tuvo lugar en un pequeño pueblo en la norteña provincia de Xiangkhouang.
El objeto, que confundió con un juguete, era de hecho una bomba lanzada en Laos durante los ataques aéreos de EE.UU. entre 1964 y 1973.
Explotó durante la fiesta, mató a la menor e hirió a 12 de sus parientes, incluidos un niño de dos años y un adulto de 57.
Lejos de ser un caso aislado, el incidente fue un recordatorio de cuántos civiles, muchos de ellos niños, mueren cada año por los restos de bombas de racimo caídas en zonas de guerra de todo el mundo.
Pese a un esfuerzo internacional para prohibirlos, todavía están en uso en conflictos como Siria y Yemen, donde matan a cientos de civiles.
Errores mortales
Los explosivos de racimo llevan varias bombas más pequeñas que se liberan en el aire, lo que les permite extenderse a un área mucho más grande que una bomba convencional.
Dado el amplio espacio en el que pueden caer, muchas de sus principales víctimas son civiles y en muchos casos se trata de personas que tuvieron contacto con estos artefactos mucho tiempo después de haber sido lanzados originalmente.
Al igual que las minas terrestres, son especialmente peligrosas para los niños, que son curiosos por naturaleza y los confunden con juguetes.
El año pasado, 289 personas murieron a causa de ataques con bombas de racimo o por contacto posterior con sus restos, según un reporte de la Coalición contra las Bombas de Racimo, una organización de sociedad civil internacional que busca el cese del uso de estas armas.
La mayoría de las víctimas se encontraban en Siria (187) y en Yemen (54), donde se usan activamente este tipo de explosivos.
Pese a esos números, la situación el año anterior fue mucho peor: en 2016 murieron 857 personas en Siria, lo que elevó el número total de víctimas a 971.
Según el informe, las bombas «olvidadas» también cobraron vidas en Camboya, Irak, Laos, Líbano, Serbia, Siria, Vietnam y Yemen, así como en los territorios de Nagorno-Karabaj y el Sáhara Occidental.
Aunque los niños representan el 36% de las víctimas en general, la cifra de los que pierde la vida por contacto con remantes asciende al 62% de los fallecidos por esta causa.
‘El país más bombardeado’
Titus Peachey preside la junta de la ONG Legacies of War (Legados de la guerra), creada en 2004 para hacer campaña por una solución al problema de las bombas sin estallar que quedaron después del bombardeo de Estados Unidos a Laos.
Ese país tiene el título de ser el más bombardeado del mundo per cápita.
Durante la era de la Guerra de Vietnam, EE.UU. arrojó allí entre 260 y 270 millones de bombas en una «guerra secreta» para luchar contra la insurgencia comunista.
El Informe de la Coalición contra las Bombas de Racimo de 2018 indica que 26 países y otros tres territorios todavía están contaminados por restos de estos explosivos.
Y existe una preocupación especial por los civiles en Siria y Yemen, donde se ha registrado su uso reciente.
En los últimos cinco años, el 77% de las víctimas de estas bombas registradas en todo el mundo se encontraban en Siria, donde el gobierno las ha seguido utilizando con el apoyo de Rusia, según el informe.
Sin embargo, tanto Damasco como Moscú niegan que posean bombas de racimo.
En Yemen, la coalición liderada por Arabia Saudita también lanzó bombas suministradas por EE.UU. en 2017.
Pero la Coalición contra las Bombas de Racimo asegura que es probable que otros ataques no hayan sido denunciados.
Convención de la ONU
Diez años después de que una convención de la ONU prohibiera el uso o la asistencia con el uso de municiones de racimo, 120 países lo han firmado, aunque no todos lo han ratificado.
Entre todos, han destruido el 99% de sus reservas de estas armas.
Pero los esfuerzos se ven menoscabados dado que algunos, como Estados Unidos, Rusia, Israel, Pakistán, India o Arabia Saudita no son parte del acuerdo.
Los militares son reacios a abandonar esta arma, porque un piloto puede apuntar a una pista o instalación militar con un solo sobrevuelo, minimizando así los riesgos para el avión.
Pero aunque dejaran de utilizarse en todos lados, los riesgos para los civiles permanecen años después de su lanzamiento.
«Las bombas de racimo plantean un peligro extremo para los civiles en el momento del uso, como lo ilustran los conflictos en Siria y Yemen» dice Jeff Abramson, coordinador del informe sobre el uso de estas armas.
«Pero los restos de estas municiones también representan un peligro significativo para los civiles mucho después de que el conflicto ha terminado», destaca.