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«La violación de hombres ha ocurrido, de cierta manera, en todos los enfrentamientos armados del mundo a lo largo de la historia», dice el científico social Thomas Osorio.
Osorio es investigador de Derechos Humanos en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y dice que una certeza en la guerra, entre tantos interrogantes abiertos en un escenario así, es que tanto hombres como mujeres son víctimas de delitos sexuales.
«Aunque atroz, el acto es un lugar común en este contexto e involucra tanto a países muy democráticos como autocráticos», dice.
Sin embargo, Osorio afirma que el asunto sigue siendo un tabú, incluso en el mundo académico y en los organismos que trabajan con el tema, como la propia ONU y los tribunales de guerra.
Hay reticencia a aceptar la realidad, pero es importante no solo reconocer que el abuso sexual masculino existe, sino también nombrar el problema como tal, sostiene el investigador, porque ignorarlo significa desatender a las víctimas y permitir que la brutalidad continúe.
Osorio conoció el tema por primera vez en 1993, durante las investigaciones que realizó con motivo del conflicto armado en la antigua Yugoslavia. Desde entonces, ha entrevistado a decenas de víctimas masculinas de las guerras de los Balcanes.
«Una vez que se toman prisioneros, comienza la espiral de crueldad que progresa hacia la violación o innumerables otras formas de tortura física y psicológica utilizando el sexo como arma, ya sea a través de la humillación, la flagelación genital, la penetración de objetos, el incesto forzado, la castración e incluso la esterilización», explica Osorio, quien aporta su trabajo a la investigación sobre violencia sexual en conflictos en la Universidad de Lovaina, en Bélgica.
«Es como si los guardias de los campos de prisioneros se aburrieran y se volvieran cada vez más intensos, hasta llegar a la degeneración».
La investigadora Janine Natalya Clark, de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido, dice que la violencia sexual contra los hombres es un arma en conflicto porque sacude profundamente al enemigo al atacar el núcleo de su masculinidad.
El objetivo, como en todas las batallas, es deshumanizar al hombre y despojarlo de su orgullo con la humillación, castigar al oponente y obtener información a través de la tortura para controlar territorios y recursos.
En la guerra, no hay país «bonito»
Osorio dice que la mayoría de los abusadores en Bosnia Herzegovina y Croacia eran policías en activo o de reserva, que se convirtieron en soldados y vieron a los prisioneros de guerra como traidores de su patria.
Su investigación muestra que, durante el conflicto armado en la antigua Yugoslavia, más del 50% de los detenidos sufrieron tortura sexual, incluido el 80% de los hombres en los campos de prisioneros.
Según la investigadora Valorie K. Vojdik, de la Universidad de Tennessee, en Estados Unidos, en los territorios del este del Congo, 20,3% de los hombres declararon haber sido mantenidos como esclavos sexuales por sus enemigos durante la guerra que asoló el país entre 1998 y 2003.
En el caso de la guerra de Irak, por ejemplo, los combatientes recluidos en la prisión de Abu Ghraib fueron obligados a estar desnudos y con la cabeza cubierta junto a perros.
«Un rasgo cultural es que la gente de ese país le tiene mucho miedo a estos animales y eso para ellos era aterrador», explica Osorio.
Según Vojdik, en la prisión de Abu Ghraib, las tropas estadounidenses abusaron de los detenidos y los obligaron a bailar desnudos y masturbarse frente a sus compañeros, incluso fotografiando sus cuerpos en posiciones sexuales explícitas.
Un informe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de 2017 expuso que entre 19,5 % y 27 % de los hombres en el Kurdistán iraquí, Jordania y Líbano dijeron haber sufrido violencia sexual.
Sin mencionar los informes de refugiados de guerras que actualmente se encuentran en campamentos y tienen que lidiar con este horror.
Un joven, que fue secuestrado y detenido en medio de la guerra civil en Sri Lanka (1983-2009), le contó a la investigadora Heleen Touquet, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Lovaina, en Bélgica, cómo fue violado por varios hombres al mismo tiempo.
Afirmó haber sido obligado a practicar sexo oral en repetidas ocasiones y fue violado con un trozo de madera.
Tourquet entrevistó a hombres que fueron víctimas de abuso sexual en Sri Lanka y otros países como resultado de la guerra. Las conclusiones de este trabajo fueron publicadas septiembre de 2018.
Uno de ellos le dijo al investigador que fue violado en un campamento militar. Aunque no estaba seguro de lo que había sucedido, sabía que había sido abusado porque estaba herido y adolorido.
Un efecto devastador
Osorio no olvida los horrores que ha escuchado. Comparte el caso de un hombre detenido durante el conflicto de Bosnia que fue obligado a cometer incesto con su hijo.
El trauma fue tan grande que nunca más se volvieron a ver y el niño se convirtió en refugiado. No hubo posibilidad de contacto, ni siquiera cerca de la muerte del padre, muchos años después.
«Nunca subestimes el severo daño que este tipo de mal puede causarles a las familias. Un padre y un hijo pueden sobrevivir la guerra, pero quizás nunca superen la humillación y la vergüenza», agrega.
Las consecuencias psicológicas incluyen pérdida de la función sexual, infertilidad, ansiedad y depresión. Además de las secuelas extremas y la deshumanización de la víctima, la práctica aún genera estigma.
Según la experta, el frecuente silencio sobre el asunto solo agudiza el trauma sufrido y abre el camino para que las víctimas se conviertan en perpetradores de la violencia.
«Es importante hablar sobre lo que pasó. Volver al pasado significa remodelar el presente y el futuro».
Existe un círculo vicioso en torno a esta brutalidad, según el estudio del Proyecto Internacional Verdad y Justicia, liderado por Touquet.
La negativa de los gobiernos a enfrentar el problema genera una cultura de impunidad, que contribuye al silencio de los sobrevivientes y, en consecuencia, conduce a una documentación insuficiente.
El resultado es la falta de espacios seguros para abordar el tema y la falta de medidas para combatir esta violencia. Muchas de las víctimas no quieren hablar de eso, dice Osorio.
«En mi investigación, me puse en contacto con uno de mis entrevistados de hace 30 años para saber cómo manejó el tema en ese momento. Quedamos en una pizzería, pero no pudo entrar a hablar conmigo. Nunca olvidaré verlo caminar por la plaza sin coraje».
Deshonor y estigma
«Ni siquiera mi familia puede saber sobre la violación que sufrí. Si se enteran, seré excluido de mi comunidad», le dijo un hombre que sufrió violencia sexual en Sri Lanka en una entrevista a Heleen Touquet.
La violencia sexual contra los hombres es un tabú expresado en varios ámbitos. Las víctimas temen el juicio de la comunidad y enfrentan el temor de ser vistas como homosexuales.
«A la mayoría incluso los médicos les aconsejan que no informen de lo que pasó», afirma Osorio.
El estigma de la homosexualidad está presente. Principalmente porque, en muchas de estas culturas, está prohibido tener una orientación sexual distinta a la heterosexual. De esta manera, las víctimas incluso estarían en peligro si hablaran sobre el asunto, otra razón más para no denunciar lo sucedido.
La encuesta «Homofobia de Estado», realizada por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgénero e Intersex, indica que, en 2021, 69 países del mundo tenían leyes que criminalizan la homosexualidad, casi la mitad de ellos en África.
Aunque los hombres promueven la agresión y la humillación contra los enemigos masculinos, la práctica no tiene nada que ver con la orientación sexual.
«La mayoría no son homosexuales enclaustrados, aprovechando la situación de conflicto para abusar, aunque es común que las personas pongan en práctica deseos reprimidos en este tipo de oportunidades», explica Osorio.
Y el investigador reitera: «Este tipo de contextos también permite que algunas personalidades más dañinas den lugar a lo peor que hay en ellos, como la habilidad para matar y el ejercicio del poder».
La agresión también está virtualmente desacreditada. «En la narrativa sobre la masculinidad, no es posible violar a un hombre», explica Osorio.
«Las víctimas también temen a la policía, a la que consideran homofóbica. Por estas razones, los abusos contra los hombres no se denuncian mucho y son en gran medida invisibles».
Janine Natalya Clark afirma en su estudio que la violación «es el acto más puro mediante el cual un hombre le demuestra a una mujer que la está dominando con su fuerza y poder superiores».
Valorie K. Vojdik agrega: «La violencia sexual contra los hombres en un conflicto no es una aberración aislada, sino un medio de dominación que tiene que ver con la supremacía y el poder, al igual que para las mujeres. La violación de los hombres da poder al oponente, mientras feminiza y conquista a la víctima».
‘Supremacía masculina’
Los expertos señalan que gran parte de este abuso tiene lugar en los centros de detención y, a menudo, se denomina imprecisamente ‘tortura’, otra razón por la cual las estadísticas no reflejan la realidad.
En algunos países, la ley ni siquiera reconoce la práctica como delito. Osorio cita por ejemplo que la Corte Constitucional de Sudáfrica en 2007, por ejemplo, amplió la definición de violación anal para mujeres, pero no para hombres.
El tribunal explicó que la violación es una forma de «manifestación de la supremacía masculina», en otras palabras, que un hombre no puede ser víctima de violencia sexual porque eso solo ocurriría con la penetración forzada de una vagina por un pene.
Según Clark, un informe de la Organización Mundial de la Salud de 2007 se centra exclusivamente en las víctimas mujeres.
«Y el hecho es que son invisibles hasta en la medicina. Los tratamientos, cuando existen, son menos efectivos porque se basan en el universo femenino», explica Osorio.
Clark argumenta que una mayor conciencia sobre la existencia de víctimas masculinas sería fundamental para, además de reconocer el problema, promover la rendición de cuentas y el cambio.
Osorio argumenta que, como es imposible borrar los crímenes, no se puede silenciar a las víctimas. «La solución es hablar del dolor», concluye.
Hablan los hombres víctimas de abusos sexuales en el conflicto armado en Colombia
Colombia, una nación suramericana marcada por un conflicto interno de más de cinco décadas, es un ejemplo de la violencia sexual que sufren los hombres durante la guerra.
Aunque la mayor cantidad de víctimas de violencia sexual en el país son mujeres, el Registro Único de Víctimas (RUV) indica que más de 2.900 hombres aseguran que sufrieron delitos sexuales durante el conflicto.
A mediados de marzo, la Jurisdicción Especial para La Paz (JEP), ente de justicia transicional, presentó, en la ciudad de Santa Marta el resultado del primer trabajo que involucra a víctimas de abusos sexuales por parte de guerrilleros, paramilitares y grupos armados de todo el país.
El informe, elaborado por organizaciones de hombres víctimas en alianza con la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, recopiló la historia de 82 hombres que sufrieron estos delitos.
«Hoy, 17 de marzo de 2022, en Colombia seguimos haciendo historia porque un grupo de hombres valientes presentan ante la JEP el primer informe en la historia del mundo sobre violencia sexual con ocasión de un conflicto armado», aseguró Giovanni Álvarez Santoyo, director de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.
Michelson Orellano, de 32 años, narró durante el evento cómo una noche fue atacado por un grupo de ocho hombres pertenecientes a un grupo armado y las duras consecuencias que el hecho dejó en su vida. No solo se refirió al trauma, sino que también fue contagiado de VIH.
Orellano aseguró que, como en muchos otros contextos de guerra, no se atrevió a denunciar por temor a que atentaran contra su vida. Pero agregó que participar en los programas de recuperación le ha ayudado a cambiar de perspectiva.
El médico congoleño y Premio Nobel de Paz 2018, Denis Mukwege, envió un mensaje a las víctimas que participaron en el informe desde Suiza, destacando la importancia de que hayan decidido romper su silencio y compartir sus historias.
«Son una voz importante para mostrar que las masculinidades tóxicas afectan a las mujeres y a los hombres, y que para construir paz en el país y paz en la casa es necesario transformar esas masculinidades».