Las olas golpeando la pequeña barca de madera, el miedo, el frío, los llantos, el olor… La dureza del viaje hasta llegar a Canarias es algo que nunca podrá olvidar Aboubacar Drame por muchos años que pasen.
Cientos de jóvenes salen de la costa africana rumbo a España en busca de lo que creen que es el sueño europeo. Aboubacar Drame fue uno de ellos. Con solo 17 años dejó la región de Kayes, en el oeste de Mali, y se embarcó en una patera en Mauritania. Cuatro días después llegó a Gran Canarias.
Él tuvo suerte y consiguió llegar. Muchos pierden la vida. Solo en el primer semestre de este año 778 personas han fallecido o desaparecido en su intento por llegar a la costa canaria, según cifras del colectivo Caminando Fronteras, que lleva más de 20 años monitoreando la zona.
“Nuestro trayecto en el mar duró tres días. Al cuarto llegamos. Yo siempre digo que cuando pasa del cuarto día es cuando empieza a haber mucho peligro. Nosotros tuvimos suerte”, recuerda Drame en videollamada con BBC Mundo sobre el viaje que hizo en 2006, un año calificado por el gobierno como «la crisis de los cayucos», muy parecido al que emprenden actualmente miles de personas.
“Los peores momentos son los ocasos. Aquí la gente dice: ‘Mira la puesta de sol, qué cosa más bonita’, pero para nosotros sigue siendo un trauma, porque significaba que comenzaba la noche, la oscuridad, el sufrimiento y el frío”, relata.
“Ese era el momento más terrible para mí, cuando empezaba a caer el sol. Durante la noche hace más frío y parece que el mar golpea más fuerte. No duermes en todo el viaje. Todos pegados. Recuerdo el olor, el vómito. Es muy duro, la verdad. Las condiciones en la patera son durísimas y eso que solo fueron cuatro días”.
El viaje de Drame tuvo lugar en una grave crisis migratoria como la que se vive ahora. Con más de 7.500 migrantes desembarcados solo en octubre, Canarias se prepara para batir récord de llegadas.
Junto a él iban otras 19 personas. Normalmente en las pateras -como se denominan las embarcaciones pequeñas que transportan migrantes- suelen ir entre 30 y 50 personas. En su caso salió con menos personas porque al subir el primer grupo apareció la guardia costera y tuvo que arrancar con los que estaban ya a bordo.
“Estar en el Atlántico es muy duro”, insiste Drame que durante todo el viaje ni comió ni bebió.
“Llegamos muy agotados. Imagínate cuatro días de viaje con el mareo y todo. Haces las necesidades ahí, en la misma patera, una patera pequeña amontonada de gente”, afirma al echar la vista atrás. “La gente mayor lloraba, rezaba, parecía que se estaban volviendo locos. Son los que peor lo pasan”.
“Todo el rato teníamos que achicar el agua que entraba con las olas. Pasas todos los días mojado, con las piernas siempre metidas en agua”, detalla sobre una situación que le provocó heridas en la piel, algo que junto con las quemaduras y la insolación suele ser muy habitual.
En algunos casos la falta de agua y de comida les hace incluso tomar agua del mar. “Los órganos les empiezan a fallar e incluso en algunas ocasiones se llega a un estado de delirio tal que algunos saltan del bote pensando que han llegado a tierra y se ahogan”, explica por su parte a BBC Mundo Silvia Cruz Orán, técnica del proyecto Migrantes Desaparecidos en Canarias de la Cruz Roja.
En el caso de Drame lograron superar un problema del motor, un día entero sin señal de GPS y llegar a tierra. Numerosas pateras y cayucos se pierden por una avería, falta de gasolina o porque se rompe su embarcación.
Según Caminando Fronteras, solo entre 2018 y 2022 desaparecieron completamente 244 embarcaciones.
“Ahora mismo la ruta atlántica es la ruta activa más peligrosa en el mundo entero”, afirma a BBC Mundo la portavoz de Caminando Fronteras, Helena Maleno.
Sus cifras son ligeramente superiores a las que recoge la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) debido a que Caminando Fronteras se basa en fuentes primarias.
Desde el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), cifran en 422 las personas fallecidas o desaparecidas en lo que va de año, 21% más con respecto al mismo periodo de 2022.
“Es importante destacar que esta cifra es una aproximación a la baja. Creemos que se producen más naufragios de los que se registran ya que es muy difícil documentar incidentes en esta ruta debido a la escasez de fuentes de datos y a los retos que supone documentar los llamados naufragios invisibles”, reconocen a BBC Mundo desde la OIM.
Con estos datos, Drame es consciente de lo afortunado que fue. «Hay gente que ve a personas morir en su patera. Nosotros no. Tuvimos suerte», dice.
En total desembolsó 700 euros. “Muchos políticos hablan de traficantes como si existiera una gran mafia detrás, pero según mi experiencia, muchas veces son los propios pasajeros los que contactan con una persona que sabe dónde comprar una patera”, explica.
“Muchas veces los que llevan las pateras son los propios pescadores que llevan años navegando. Se les dice que pueden viajar gratis a cambio de llevar la barca”, agrega.
“Se hunden como un saco de patatas”
No era el único menor en la travesía, lo que no había era ninguna mujer. “Es muy raro que vayan mujeres en las pateras que salen de Mauritania”, reconoce Drame, que al igual que muchos otros no sabía nadar, algo que no le impidió subirse a un barco.
“Llevamos muchos años rescatando personas, pero hay que tener en cuenta que suelen ser personas que no saben nadar y que suelen tener una masa muscular un poco mayor a la que tiene un europeo y por lo tanto se van al fondo, perdón por el símil, como si fueran un saco de patatas, es decir, que no aguantan», declara a BBC Mundo Manuel Barroso, jefe del Centro Nacional de Coordinación de Salvamento Marítimo.
«Sabes que en el momento en el que se cae uno al agua o lo rescatas o lo pierdes”, explica Barroso.
“En cuanto metemos un pie en el agua es un peligro para todos. La meteorología, el estado de la embarcación, el número de personas que van a bordo… todo influye”, explica Barroso.
“El Atlántico es un mar abierto. Cuando te separas de la costa africana te encuentras con unas condiciones meteorológicas a nivel de mar, con más profundidad, con olas más pronunciadas. Es una zona complicada. El peligro es latente en cualquier punto”, detalla Barroso.
Es así como el Atlántico se ha convertido en una fosa común invisible ante la dificultad para cuantificar el número exacto de personas que desaparecen en él y cuyos cuerpos nunca llegan a aparecer.
“En las cifras de 2021 a 2023 del total de fallecidos y desaparecidos, 86% son desaparecidos, es decir, cuerpos que no se han podido recuperar”, detalla Cruz Orán.
Para evitar tragedias, en el rescate trabajan más de 300 personas de Salvamento Marítimo solo en Canarias.
Con ayuda de 10 salvamares -embarcaciones de intervención rápida con tres o cuatro tripulantes-, tres guardamares -especie de patrulleras más grandes que las salvamares-, dos remolcadores, dos helicópteros y un avión de búsqueda intentan encontrar las embarcaciones cuando reciben un aviso. Se trata de una tarea ardua debido a la gran extensión en la que tienen que buscar.
“Hay que tener presente siempre que esto no es como buscar en una plazoleta. Hablamos de millas y millas”, indica Barroso. “Imagínate que estás en tu coche en algún punto de un territorio tres veces el tamaño de España y que te tenemos que buscar”.
En función de los datos que recaban como hora de salida, tipo de embarcación, motor, potencia, etc, se puede acotar el lugar de búsqueda e intentar localizarla.
“El momento del rescate, de la aproximación es un momento crítico, tan crítico que depende mucho del estado de las personas que se encuentren a bordo. Se suelen poner nerviosos, todos se van a una banda, la embarcación vuelca y tenemos que intentar sacar a 80 o 50 personas del agua en un tiempo mínimo antes de que se vayan al fondo”, comenta Barroso.
“A veces encontramos gente en tan mal estado que literalmente tenemos que saltar dentro de la embarcación para ayudarlos y llevarlos a nuestra unidad de rescate”, indica.
«Ves ese rostro de la persona que estás rescatando y ves el cansancio y esa necesidad de ayúdame o me muero aquí”.
Barroso reconoce que lo habitual en navegaciones largas es que lancen los cuerpos de los fallecidos al mar. Pero a veces, cuando los cayucos van muy llenos ni se dan cuenta.
“Terminan apilados unos encima de otros durante muchas horas. Al final los de abajo se asfixian sin que los de arriba se enteren. Y cuando empezamos a sacar gente te encuentras que a lo mejor hay 8 o 10 fallecidos. Es algo frecuente”, apunta.
Por eso es muy importante el tipo de embarcación, pero, sobre todo, la distancia recorrida. Según datos de Frontex, en 2022 llegaron a Canarias principalmente migrantes de Marruecos, Guinea, Costa de Marfil y Senegal, desde donde suelen tardar unos 9 días.
Ese fue el caso de Thiambou Samb que se subió a un cayuco con 17 años en su Senegal natal en 2006 y llegó a Tenerife 9 días después junto con otras 137 personas, después de intentarlo en otras tres ocasiones.
“En el primer viaje después de cuatro días el mar estaba muy movido y se rompió el barco. Algunos pescadores se lanzaron al mar para atarlo por debajo y así regresar».
«La segunda vez no llevábamos comida suficiente y la tercera vez la barca se rompió y empezó a entrar mucha agua. Ahí lo pasamos muy mal para volver. Todo el mundo estaba asustado, gritando, un caos total”, recuerda en conversación con BBC Mundo.
“En ese momento te paras y te preguntas si de verdad merece la pena irse”.
Para su primer viaje pagó 800 euros, después embarcó gratis con la condición de encargarse de achicar el agua del cayuco y al igual que Drame, Samb nunca olvidará su travesía.
“Recuerdo que al quinto día me puse en pie en la parte delantera de la barca y que mirara donde mirara solo veía agua. Luego miré lo asustadas que estaban las personas que iban conmigo y pensé: están todos asustados, pero no saben que si el barco se hunde ahora mismo ellos lo pasarán mejor que yo, porque se hundirían con el barco sin sufrimiento. Yo sé nadar, flotar, tendría que aguantar días queriendo morir sin poder morir, porque no sé cómo suicidarme en el mar. Todo esto se te viene a la cabeza y se te cae el mundo. Es el momento de preguntarte por qué, por qué hago esto”.
Cuando él se encargaba del timón por las noches, intentaba animarlos cantando una canción que habla de un camino largo y que por duro que sea no hay que rendirse. “Eran momentos muy bonitos”, explica sobre las noches en los que se guiaba por el GPS y por las estrellas.
Tanto Drame como Samb y todos los migrantes que llegan a Canarias son trasladados a un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) donde pueden estar hasta un máximo de 60 días. Según datos del gobierno, suelen pasar una media de 45 días en ellos.
Después, o bien son trasladados a otros centros en la península o son devueltos a sus países.
Desde las ONG y colectivos como Caminando Fronteras critican la falta de transparencia en cuanto al número de personas que son devueltas. BBC Mundo intentó conseguir esta cifra sin éxito. Desde el Ministerio de Interior de España contestaron que “los datos de retornos no son públicos”.
A este peligro de ser deportados se suma que las condiciones en España distan mucho de lo imaginado por los migrantes.
“Cuando años después vi la película de El diario de Ana Frank me di cuenta de que estuve en un campo de concentración, modernizado, pero un campo de concentración”. Samb recuerda los 18 días que pasó allí antes de ser trasladado a la península con horror.
“Sinceramente, a mí lo peor me esperaba en España. No en esa patera”.
En su periplo por España, Samb acabó durmiendo durante tres meses debajo de un puente en el río Turia en Valencia.
“Tuve que subirme a cuatro pateras para llegar a España para descubrir la pobreza, para saber lo que es ser pobre”, comenta. “Cuando llegué a España es cuando me di cuenta de que era negro y lo que suponía eso”.
El azar hizo que se cruzara con una asistente social que le hizo una pregunta que le cambió la vida. “Me preguntó: ‘¿qué quieres ser?’ Algo muy sencillo pero que nunca nadie me había preguntado”, recuerda.
“Le dije que era pescador, pero que lo que me hacia feliz era actuar”. Gracias a esa pregunta acabó en un grupo de teatro oprimido donde le vio el director de la Fundación de William Shakespeare de Valencia y de ahí pasó a trabajar en película famosas como El silencio del pantano, Black Beach o la popular serie Antidisturbios.
Ahora sueña con ganar un Goya en algún momento y acumula millones de visualizaciones en su canal de TikTok desde donde intenta concienciar sobre las crisis humanitaria que se vive actualmente.
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