El Amazonas es un tesoro natural único.
El bioma que contiene la selva tropical más grande y diversa del mundo ocupa más de 6,8 millones de km2 y es hogar de 33 millones de personas y de miles de especies.
Entre sus muchas funciones está ayudar a la región – y a todo el planeta – a equilibrar el clima, repartir las lluvias y capturar cantidades ingentes de dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases de efecto invernadero.
Un rol crucial para mitigar los efectos del cambio climático.
Sin embargo, las tasas de deforestación en los nueve países amazónicos siguen en aumento.
En 2018, Brasil y Bolivia estuvieron entre los cinco países que más perdieron bosques primarios en todo el mundo, según la organización internacional Global Forest Watch.
En 2019, los dos países vieron aumentar dramáticamente el número de incendios en sus regiones amazónicas.
El acaparamiento de tierras, la expansión de las fronteras agrícolas y ganaderas, junto a la minería y la explotación económica descontrolada, son consideradas las principales actividades responsables.
Pero la deforestación no es el único problema.
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“Hablar únicamente de deforestación cuando nos referimos a la pérdida del Amazonas es lo que llamo ‘la gran mentira verde’”, dice el climatólogo Antonio Donato Nobre.
“La destrucción de la selva amazónica hasta hoy es mucho más grande que el casi 20% del que se habla en los medios de comunicación”, añade.
El científico se refiere a que, para tener un panorama más completo de la destrucción del bosque, es necesario sumarle las cifras de degradación.
A pesar de que no se destruya toda la vegetación, este fenómeno arrebata al bosque tropical de sus propiedades, vitales para el planeta.
El avance de la destrucción del Amazonas está empujando al ecosistema amazónico a un “punto de transformación sin retorno” en el que perdería su capacidad de funcionar, según Carlos Nobre y Thomas Lovejoy, dos de los principales expertos en Amazonas del mundo.
Si no se revierte esta situación, dicen, las consecuencias del cambio climático podrían acelerarse.
No toda la pérdida de bosque es igual
Cuando hablamos de datos de deforestación, no siempre hablamos de lo mismo.
Una forma de medir la deforestación es teniendo en cuenta toda el área de la selva en que la vegetación fue completamente eliminada. Es lo que se llama pérdida de cobertura forestal.
Solo en 2018, la pérdida de cobertura forestal en el Amazonas llegó a 4 millones de hectáreas (40.000 km2), según datos de Global Forest Watch.
Algunas de esas áreas deforestadas son de bosques primarios, aquellos en su estado original, no afectados por la acción humana.
En 2018, el Amazonas perdió alrededor de 1,7 millones de hectáreas de bosque primario, según datos producidos por el sistema de monitoreo de la Universidad de Maryland y publicados por Global Forest Watch.
Esta cifra equivale a que alrededor de tres campos de fútbol de bosque virgen fueron talados cada minuto en 2018.
Esta pérdida puede parecer insignificante (un 0,32% del bosque total en el bioma) pero no es una cuestión solo cuantitativa sino también cualitativa.
“Esta forma de medir la deforestación es importante porque los bosques primarios son mucho más ricos y variados en biodiversidad”, explica Jos Barlow, profesor de la Universidad de Lancaster en Reino Unido e investigador de la Red Amazonía Sustentable (RAS).
Todos los procesos e interacciones entre las miles de especies de plantas y animales que coexisten en el Amazonas hacen que este bosque tropical sea excepcional e irremplazable.
Mucha gente cree que para compensar lo que perdemos en el Amazonas es suficiente plantar árboles en otros sitios. Pero no es así”.Erika Berenguer, Universidad de Oxford
“Cada hectárea deforestada significa que una parte del ecosistema deja de funcionar, y eso afecta a todo lo demás”, dice a BBC News Mundo la investigadora Erika Berenguer, experta en selvas tropicales de la Universidad de Oxford, Reino Unido, y de RAS.
En los últimos diez años, las tasas de pérdida de bosques primarios se han mantenido altas o han repuntado en la mayoría de los países amazónicos.
En el bosque primario viven árboles que pueden tener cientos o incluso miles de años. Estos cumplen una función muy poderosa a la hora de mitigar el cambio climático, ya que actúan como un enorme depósito de dióxido de carbono.
Una pequeña parte del dióxido de carbono que los árboles absorben en el proceso de fotosíntesis se emite a la atmósfera durante la respiración. La otra parte se transforma en carbono y los árboles lo usan para producir los azúcares necesarios para su metabolismo.
“Medimos la cantidad de carbono en un árbol por su grosor”, explica la investigadora Erika Berenguer.
Por eso, cuanto más antiguo y grande el árbol, más carbono almacena.
Según Berenguer, un árbol grande (de al menos tres metros de circunferencia) puede contener entre tres y cuatro toneladas de carbono.
Eso equivaldría a alrededor de 10 a 12 toneladas de dióxido de carbono, el equivalente al promedio de lo que un vehículo ligero emite durante cuatro años.
Uno de los efectos de la deforestación justamente es que libera el CO2 almacenado en el bosque, ya sea por las quemas o por la descomposición de la madera tallada, procesos que transforman el carbono de los árboles nuevamente en gas.
Por este motivo, los científicos temen que la región deje de ser un almacén de carbono y se convierta en un emisor importante de CO2, acelerando los efectos del cambio climático. Un estudio reciente dice que un 20% del total del Amazonas ya emite más dióxido de carbono de lo que absorbe.
La destrucción (in)visible del Amazonas
Expertos como Antonio Nobre consideran que la deforestación no muestra toda la dimensión de la pérdida. Para eso se deberían incluir cifras de degradación.
Este es el fenómeno producto de los eventos climáticos, como las sequías, y de la acción humana, como las quemas o la tala ilegal de madera, que arrebata a la selva de sus funciones vitales.
Eventos recientes como los incendios de 2019 contribuyeron a esta degradación.
“Aunque no se quite toda la vegetación, el suelo se vuelve más frágil y seco. Eso cambia el microclima del bosque y facilita que los incendios se propaguen porque el suelo se calienta más rápido”, explica Alexander Lees, profesor de Ecología Tropical en la Universidad Metropolitana de Manchester, en Reino Unido.
En Brasil, entre los meses de enero y noviembre, los incendios arrasaron con 70.698 km² (más de siete millones de hectáreas) de Amazonas. En Bolivia, el fuego destruyó más de dos millones de hectáreas de Amazonas.
La degradación también hace que la selva se vuelva menos eficiente. Pierde, por ejemplo, su capacidad de generar parte de su propia lluvia.
“Si sumamos la tala y la degradación, más del 50% del Amazonas ya no cumple sus servicios ambientales al clima de la región”, dice Antonio Nobre.
No se puede tumbar ni un árbol más en el Panamazonas”. Antonio Nobre, INPE.
Según el climatólogo, las áreas degradadas en el Amazonas llegan a ser hasta dos veces más grandes que las deforestadas.
Para hacer esa afirmación, él se basa en el hecho de que solo en Brasil, entre 2007 y 2016, fueron contabilizadas 14,6 millones de hectáreas degradadas en el Amazonas.
Corresponde a casi el doble del área deforestada en el mismo período, 7,5 millones de hectáreas, según datos del INPE.
Un informe reciente del gobierno de Colombia afirma que entre 2012 y 2015, el Amazonas en este país perdió 187.955 hectáreas por deforestación y 414.605 hectáreas por degradación – más del doble.
Eso hace pensar que el área de Amazonas destruida por la acción humana es mucho más grande de lo que se cree.
Jos Barlow, de la Universidad de Lancaster, está de acuerdo.
“Sabemos que hasta los números oficiales que tenemos son subestimados, porque generalmente solo se mide la degradación más grave”, explica.
¿Pero por qué no se habla de degradación en las mediciones de pérdida del Amazonas?
“Es un fenómeno más difícil de medir porque, aunque se vea la degradación en imágenes satelitales, hay que tener datos del terreno para entender cuál es la situación real de aquella área, si está más o menos degradada o si se está recuperando”, dice Alexander Lees.
Entre los países amazónicos, solo Brasil publica sistemáticamente sus datos anuales de degradación.
Sin embargo, científicos de toda la región están intentando producir datos sobre este fenómeno, para tener un retrato más amplio del estado actual del bosque.
¿Qué pasa si perdemos el bosque?
Si la deforestación y la degradación siguen a los ritmos actuales, el Amazonas puede dejar de funcionar como un ecosistema tropical incluso si parte de este sigue en pie.
Actualmente, un poco más del 18% de toda la selva amazónica original ha sido destruida, según los datos del proyecto de monitoreo Mapbiomas, una asociación entre universidades, ONGs, institutos en todo el Amazonas y Google.
Esa cifra está muy cerca de lo que el biólogo estadounidense Thomas Lovejoy y el climatólogo brasileño Carlos Nobre llaman el “tipping point” (“punto de no retorno” en inglés).
Se refieren al momento en que el Amazonas cambiará completamente a causa de la deforestación, el cambio climático y la vulnerabilidad al fuego.
Ese punto ocurrirá cuando la deforestación total sea del 20% al 25%, dicen.
Según sus cálculos, este punto de inflexión puede suceder entre los próximos 20 y 30 años, si se mantiene la tasa actual de aproximadamente 1,5 millones de hectáreas (15.000 km2) deforestadas en promedio al año.
“Si llegamos a este punto, la duración de la estación seca y la temperatura del bosque aumentarán. Los árboles comenzarán a morir rápidamente y esto creará un círculo vicioso. Lo que era una selva tropical parecerá más bien una sabana muy pobre y baja en carbono”, dijo Carlos Nobre a BBC News Mundo.
En el estudio, los científicos proyectan un escenario para 2050 (imagen arriba) en que el Amazonas haya perdido el 20% de bosque y es más vulnerable a los incendios, la temperatura de la región haya aumentado hasta 3 °C, y haya un aumento de 30% en la concentración de CO2 en la atmósfera.
“En este escenario, tendríamos hasta 60% del bosque convertido en esta sabana pobre.”
La proyección, sin embargo, aún no incluye la degradación, por la dificultad de medirla en todo el Panamazonas, como se llama el conjunto del bioma en todos sus países.
Eso significa que el bosque podría estar aún más cerca del “punto de no retorno”. Según Nobre, hay planes de hablar del fenómeno en un próximo análisis.
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Pero ¿qué puede pasar después del punto de inflexión?
Menos lluvia
Los científicos aún no conocen con precisión todos los posibles efectos de una transformación repentina de la selva amazónica.
Pero según las estimaciones de Carlos Nobre, la temperatura en la región podría aumentar de 1,5 °C a 3 °C en las zonas que se convertirían en sabanas degradadas. Y eso sin contar con el posible aumento ya causado por el calentamiento global.
En 2012, un estudio de la Universidad de Leeds mostró que la deforestación podría causar que las precipitaciones en el Amazonas disminuyeran aproximadamente un 12% durante la temporada de lluvias y un 21% en la estación seca para 2050.
Con menos evapotranspiración en el bosque, las lluvias en la cuenca del río La Plata también disminuirían, y la temperatura en el medio oeste brasileño podría aumentar hasta 2 °C.
Eso también podría tener un efecto catastrófico para la economía regional. Menos lluvia y más calor significaría menos agua para la cría de ganado y para cultivos como la soja.
“Ciertamente habría una disminución de la productividad en áreas del continente que son las más importantes para la ganadería y la agricultura”, dice Carlos Nobre.
Más enfermedades
Algunos estudios hechos en el Amazonas brasileño y en otros bosques tropicales del mundo vinculan la deforestación a una mayor incidencia de enfermedades transmitidas por mosquitos, como la malaria y la leishmaniasis.
“En un ambiente con mucha biodiversidad, la dispersión de los virus se diluye, porque hay más especies que pueden servir como incubadoras. Los vectores, como los mosquitos, tienen una gran oferta de alimento”, explica a BBC News Mundo la bióloga Márcia Chame, investigadora de Fiocruz, en Brasil.
Según la bióloga, el proceso de quemas y de degradación hace que los insectos busquen otras fuentes de alimento y se acerquen a asentamientos urbanos.
“Aún no sabemos qué va a pasar, pero tenemos elementos para decir que, con menos selva, hay un alto riesgo de que haya más transmisión a humanos”, dice Chame.
El aumento de la temperatura causado por los cambios en el bosque también puede provocar más muertes y enfermedades cardiovasculares y respiratorias vinculadas al calor, según la investigadora Beatriz Oliveira, de la Red Brasileña de Investigaciones sobre Cambio Climático.
“Aunque se mantengan las condiciones que tenemos hoy, en la región amazónica la temperatura puede aumentar hasta 8 °C, sumando la deforestación y el calentamiento global, a partir del 2070. Con la sustitución del bosque por otro ecosistema, ese aumento podría ser aún mayor o podría pasar mucho antes”, advierte.
¿Se puede evitar el “punto de no retorno”?
Según Carlos Nobre, hay una manera:
“Lo que debemos hacer de inmediato es adoptar una política de ‘deforestación cero’ en el Panamazonas y, junto a ella, un programa de restauración forestal en el sur, sureste y este de la Amazonía, que son las secciones más vulnerables”, advierte.
“Si pudiéramos reforestar 60.000 o 70.000 km2 de esta gran área, donde la estación seca ya es más larga, podríamos hacer que el bosque volviese a funcionar mejor allí, sería más resistente”.
El objetivo no parece fácil de alcanzar en un futuro próximo.
En septiembre del 2019, representantes de siete países amazónicos (sin Venezuela y Guayana Francesa), se reunieron en Leticia, Colombia, para crear una agenda para prevenir crisis ambientales como los incendios de este año.
Incendios en el Amazonas: 7 países de Sudamérica se comprometen a proteger a la Amazonía en el Pacto de Leticia
El resultado fue el “Pacto de Leticia por la Amazonía”, un acuerdo de 16 medidas no vinculantes que indican un compromiso de los países para combatir la deforestación y degradación forestal pero que no establece objetivos específicos para reducirlas o un plan de reforestación.
«Todos los políticos dicen la famosa frase: ‘preservación, sí, pero con desarrollo’. Pero oculto en la palabra ‘desarrollo’ hay un modelo que solo entiende la actividad económica si se arrasa el bosque. Eso tiene que cambiar, y hay que cambiarlo ahora”. Carlos Nobre, USP.