Durante 80 años, los visitantes del museo Pitt Rivers en la ciudad inglesa de Oxford estaban atraídos por una parte de la colección que muchos describirían como impactante y macabra.
La colección en cuestión incluye cabezas humanas del tamaño de una naranja que fueron reducidas para conservarse como trofeos de guerra. Estos cráneos fueron recolectados por exploradores europeos durante sus viajes al continente americano y a la India.
Pero esta exhibición dejará de estar disponible.
El museo ha comenzado un «proceso de descolonización» en el que retiraron 120 partes de restos humanos de la vista pública.
Estos restos incluyen las tsantsas, unas cabezas achicadas por tribus amazónicas tras ser removidas del cuerpo de sus enemigos caídos en combate.
Además de las tsantsas, también se retiraron cráneos exhibidos como trofeos de guerra pertenecientes a prisioneros capturados por el pueblo Naga del norte de la India.
Estas cabezas humanas se encontraban entre las principales atracciones del museo.
Pero ahora su directora afirma que esta colección refuerza estereotipos de «salvajismo» y «primitivismo» en lugar de un entendimiento profundo de estas culturas.
«La cuestión es que muchas atrocidades también pasaron a pocos metros de nosotros. Los ingleses eran arrastrados y descuartizados y nunca los exhibimos. También quemaban mujeres vivas. ¿Por qué siempre exhibimos las atrocidades de otras culturas y no las nuestras», explicó a la BBC la directora del museo, Laura Van Broekhoven.
El comercio de los cráneos
La historia de las cabezas reducidas, al igual que la decisión de retirarlas, es un asunto complejo.
Las tsantsas se obtenían de las cabezas de los enemigos de tribus indígenas de la amazonia ecuatoriana y peruana, especialmente de la comunidad Shuar.
Una vez cortada la cabeza, los Shuar hacían una incisión en la parte de atrás y arrancaban la piel del cráneo.
Con un elemento cortante le quitaban los ojos, los músculos y la grasa. Cerraban los orificios con espinas y luego cocían la piel en agua de río sobre una fogata (sin dejar que el agua alcanzara el punto de hervor) durante media hora.
Más tarde reducían los rasgos faciales con piedras calientes y reimplantaban el cabello.
Los exploradores europeos del siglo XIX consideraron a las tsantsas como «curiosidades exóticas» y se interesaron rápido en el negocio, pagando caro cada una de las piezas.
Una tsantsa valía como una pistola, el precio más alto que podía alcanzar un objeto en términos de trueque.
De esta forma, estas cabezas achicadas se convirtieron en un artículo con buen valor monetario. El apetito de coleccionistas europeos en hacerse con las tsantsas desarrolló a su vez un comercio macabro.
Tras un tiempo, la riqueza originada por este negocio hizo a los Shuar mucho más poderosos que sus enemigos, provocando guerras tribales y cacerías de cabezas que incitaron más asesinatos, según Van Broekhoven.
La demanda creció tanto en Europa que empezaron a falsificarse tsantsas utilizando cráneos de monos y osos perezosos.
«La gente comenzó a hacer muchas falsificaciones. No solo los Shuar sino gente de ciudad que robaba cuerpos de morgues y encogía esas cabezas», cuenta la directora.
Prácticas sagradas
Obtener tsantsas genuinas no era una cuestión de andar «matando comunidades o vecinos de forma aleatoria», sino una práctica sagrada ceremonial con un significado profundo, asegura Van Broekhoven.
Era un tratamiento que solo se otorgaba a los líderes enemigos más feroces, por lo que la tribu, creía, podía capturar el poder de una de las múltiples almas que los Shuar y sus rivales, los Achuar, creían que poseían las personas.
Los Shuar contemporáneos afirman que sus antepasados ocasionalmente encogían las cabezas de sus propios jefes como una forma de conmemorarlos.
A los muertos se les cosían los párpados y la boca con hilos de algodón como una forma de conservar sus espíritus.
Luego se realizaba un ritual para apaciguar el alma de la víctima y hacerla parte del grupo, por lo tanto, «uniendo a los enemigos, vivos y muertos.»
Pero cuando el gobierno ecuatoriano puso fin a este comercio en la década de 1960, la posesión de tsantsas en Europa había adquirido una connotación muy diferente.
Para entonces, los Shuar habían intercambiado sus tsantsas por otros bienes.
En el imaginario popular occidental, películas y libros retrataban a esta y otras culturas amazónicas como horripilantes, asesinas, bárbaras e incivilizadas.
Para Van Broekhoven, la recolección de cabezas humanas podría considerarse como «parte del proyecto colonial» con el cual Occidente buscaba probar su superioridad sobre otras culturas y justificar el colonialismo.
Trofeos de guerra
Las tsantsas no fueron los únicos artículos del museo en discordia.
También cráneos capturados por la comunidad Naga del norte de la India y en alrededor de la frontera en Myanmar.
Los Naga creían en el poder oculto de la cabeza humana y exhibían los cráneos de sus enemigos caídos en batalla para que les diera prosperidad y abundancia.
Los académicos británicos colonialistas describían a los Nagas, que vivían relativamente aislados, como «atrasados» y «situados muy debajo en la escala de la civilización».
Pero Tezenlo Thong, un experto sobre el tema, asegura que no había evidencia de que los Nagas realmente cazaran cabezas.
La decapitación solo se aplicó en el contexto de los rituales de guerra y parecía ser la excepción más que la regla. Tampoco era un elemento identitario único de su cultura.
La invasión colonial del territorio Naga ha sido descrita como «uno de los capítulos más violentos en la historia de la conquista británica del subcontinente indio».
Pero la percepción que ha sobrevivido en los extensos escritos coloniales y la recolección de objetos de la época es el estigma de «cazadores de cabezas» locales, que persiste hasta hoy.
Para Van Broekhoven,»hay una parte de la sociedad que ve la historia como un hecho. Pero la historia está escrita por individuos«.
«La historia de las cabezas reducidas, la de los Naga y muchos objetos que tenemos en nuestra exhibición, está escrita en nuestros registros por coleccionistas de élite; en su mayoría hombres blancos que fueron allí a reforzar sus ideologías», agrega la académica.
«Conversaciones difíciles»
Los cráneos tsantsas y Naga han ido a parar a los almacenes del museo.
Y la institución mantiene conversaciones con representantes indígenas para decidir una mejor forma de curación de la piezas o incluso si deben ser repatriadas.
La controversia se trata sobre los objetos pero también involucra el rol de los museos a la hora de mostrar otras culturas a los visitantes.
Otros muchos museos occidentales, como los campos de exterminio nazis Auschwitz y Sobibor están concebidos como memoriales para recordar atrocidades, «pero el Pitt Rivers nunca ha sido concebido así. Es la gran diferencia», dice su directora.
Pitt Rivers es uno de los museos de antropología, etnografía y arqueología más importantes del mundo. Tiene cerca de medio millón de piezas, de la cuales exhibe un 10% y cada año lo visitan unas 500.000 personas.
Sin embargo, la historia del centro está muy vinculada a la expansión imperial británica, por lo que Van Broekhoven considera que no «puede rehuir conversaciones difíciles».
La directora explica que la decisión de retirar las piezas ha sido recibida de forma varias en redes sociales. Dice que la generación más joven ha sido más capaz de «entrever» el mensaje racista detrás de esas piezas.
Las generaciones más adultas son más proclives a reaccionar negativamente, dice la experta.
«¿Por qué te sientes con el derecho a ver cabezas achicadas en Oxford? ¿Por qué están presentadas únicamente como algo espantoso?«, se pregunta.
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