«A las 3 de la mañana empezó al calvario», recuerda Marichel Peñaloza. «Al tiempo que se fue la señal de celular el viento se enfureció; soplaba, iba y volvía, temblaba la tierra, las paredes, el mundo entero parecía que fuera a acabar».
«Pero nos mantuvimos orando a pesar de la angustia y nos salvamos de milagro, porque Dios es misericordioso, porque todo lo material se destrozó; todo está café, no hay arboles, no hay animales, las iguanas están sin arboles donde montarse».
Peñaloza es una de las residentes de Providencia, una isla en el caribe colombiano, que fue evacuada a la más grande isla de San Andrés, después de que el lunes el huracán Iota arrasara con todo.
La mujer de 33 años pudo salir de Providencia, donde viven 5.000 personas, debido a que un señor de 92 años, así como sus tres hijos, depende de ella.
Desde San Andrés, donde el gobierno de Iván Duque impulsa la operación de rescate, Peñaloza habla con BBC Mundo entre llantos y euforia, mezclando el español y su inglés nativo a medida que sus emociones se lo dictan.
«Apenas aterricé en San Andrés me arrodillé en el piso, abrí los brazos y le dije a Dios gracias, gracias, gracias por habernos salvado«, añade.
Providencia era, al menos hasta ahora, uno de los secretos mejor guardados del exuberante paisaje colombiano, quizá porque sus habitantes —de raíces afro, anglo y colombianas— nunca permitieron que el turismo llegara en masa.
A eso se añade la falta de presencia estatal, que da como resultado una infraestructura precaria, un hospital de poco alcance y viviendas construidas con materiales locales, casi todas de madera, sin capacidad de contención ante un huracán categoría 5 como Iota, que superó a cualquier tormenta que hubiese pasado por allí antes.
Iota arrasó con todo lo que se había construido en Providencia desde que desembarcaron los españoles en el siglo XV. «Destruyó el 99% de la infraestructura», lamentó Duque. Y, sin embargo, apenas una persona (y otra en San Andrés) perdió la vida.
«Solo algo sobrenatural»
San Andrés y Providencia es uno de los departamentos más pequeños de Colombia, pero uno de los más densamente poblados. Depende del turismo, por lo que la pandemia de coronavirus ya les había dado un golpe duro e inédito a sus habitantes.
El archipiélago es una radiografía perfecta de la diversidad del país: del total de 80.000 habitantes, según cifras oficiales, un 40% son raizales, miembros de una comunidad étnica de raíces africanas, europeas y caribeñas con identidad propia y una lengua que mezcla el creole, el inglés y el español.
La mayoría de los raizales están en Providencia, porque desde que San Andrés fue declarado puerto libre en los años 60 su demografía, economía y cultura se empezaron a parecer más al resto de Colombia.
Providencia, en cambio, se mantuvo prácticamente intacta. Y con eso su religiosidad, entre protestante y cristiana, siguió siendo un aspecto central de la vida isleña.
«Los isleños son muy religiosos, muy conservadores en su manera de entender la religión, y cuando llegó la tormenta las oraciones de todos se conectaron como una cadena», dice Adrián Villamizar, pastor de la iglesia adventista de Providencia.
En la isla desde hace tres años, Villamizar pasó nueve horas refugiado en el baño de la casa de un vecino mientras pasaba el huracán: «Nos metimos ocho personas en un baño sosteniendo un colchón como protección. Pensamos que no íbamos a vivir ya. Las horas pasaron volando. Nosotros solo orábamos, pero las otras personas lloraban, se desesperaban».
Tanto él como Marichel Peñaloza atribuyen su sobrevivencia al desastre natural a un efecto sobrenatural: «La única explicación es que Dios es misericordioso, que nos ama, que esto es un llamado de atención, de que tenemos que cambiar nuestra actitud y de pensar», dice ella.
El mismo Iván Duque les dio una interpretación religiosa a los eventos, al destacar que la efigie de una virgen en un punto alto de la isla se ha mantenido intacta: «Muchas personas decían que ella es milagrosa, porque evitó muchas muertes en la isla», dijo el mandatario.
Al día siguiente de la tormenta, Peñaloza participó del saqueo de una tienda de la isla. «Y yo te confieso, entré y saqué unas maltas y jabón y un paquete de pan, pero la gente, a pesar de todo, estaban bebiendo cerveza y caliente, como celebrando».
«Entonces yo digo, hombre, cómo es posible que estén celebrando después de todo esto. Al contrario, eso es un llamado de Dios para que nos entreguemos a él, porque si no fuera por él no estaríamos vivos», concluye.
Los baños
Pero más allá de esta deducción sobrenatural, hay otros elementos que pueden explicar a por qué hubo tan pocos muertos.
«Todo el mundo se preparó», explica Juanita Ángel, dueña y administradora de Cabañas Agua Dulce, uno de los pocos hoteles que hay en Providencia.
«Todo el mundo amarró sus techos, selló sus ventanas, se organizaron, se pasaron a un lugar seguro, fueron a los albergues, pero el huracán fue tan fuerte que voló todo y no quedó un solo techo», relata.
La mujer se resguardó con unas veinte personas en el que quizá es el único búnker subterráneo de la isla preparado para un escenario como este.
Aunque el gobierno de Duque dijo haber tomado las precauciones para evitar daños mayores, muchos lo han criticado por no evacuar a los habitantes de Providencia, tal como se hizo en Honduras y Nicaragua, por donde también pasó Iota con consecuencias devastadoras.
Yolanda González, meteoróloga del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), le dijo al diario El Tiempo que «la ciencia y el conocimiento nos permitieron salvar muchas vidas. Llegar a la comunidad con la información oportunamente permite salvar vidas».
La funcionaria estuvo allí durante el huracán y atribuye la baja letalidad a las medidas gubernamentales, que incluyeron albergues para los isleños.
Marichel Peñaloza, sin embargo, disiente: «La mayoría de la gente se salvó porque se metieron a los baños, porque son los únicos (espacios) que tienen el techo de cemento».
Ella, así como Villamizar, pasó la noche de la tormenta dentro de un baño junto a una decena de personas. Y eso les salvó la vida.
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