The Crown (La Corona), el épico drama de Netflix sobre la familia real británica que alguna vez fue “un placer” ver, llega a su dramática temporada final sin haber logrado corregir los terribles defectos de la última temporada, escribe Caryn James.
En su sexta y última temporada, The Crown no pierde ni un segundo en llegar a su evento más obvio e inminente.
El primer episodio comienza con un hombre paseando a su perro por una calle estrecha, y tan pronto como vemos la Torre Eiffel, sabemos lo que se avecina. Un coche negro entra a toda velocidad en un túnel, seguido de más coches y motocicletas, y se oye el sonido de un choque mortal.
Mientras tanto, nunca dejamos al paseador de perros, quien saca su teléfono para pedir ayuda. Esa escena, con una trayectoria tan familiar que podemos llenar los espacios en blanco en nuestras cabezas, resalta lo más débil de esta nueva temporada.
En lugar de corregir el casi desastre que fue la temporada pasada, se apoya en sus principales defectos, incluida la mala interpretación del terrenal Dominic West como el príncipe Carlos y las interminables y poco esclarecedoras reconstrucciones de imágenes y videos reales que ya se han convertido en parte del imaginario colectivo, reconocible en todo el mundo, incluso para los espectadores demasiado jóvenes como para recordar de primera mano la década de 1990 o la muerte de la princesa Diana.
Imaginando la historia
Los mejores momentos de esta temporada hasta el momento -y que brillan aquí y allá- confirman lo que siempre ha sido el elemento más exitoso, tentador y satisfactorio del programa: las escenas imaginadas.
Comenzando con la princesa Isabel en 1947, la serie ha jugado con la realidad mientras dramatiza lo que la Familia Real pudo haber dicho y hecho. Siempre ha habido una brecha entre la popularidad de la serie y algunas quejas públicas por esas piruetas imaginativas.
La temporada pasada, la mayor controversia giró alrededor de la idea de que Carlos le había pedido al Primer Ministro John Major que lo ayudara a presionar a la Reina hacia la abdicación.
Pero ficciones tan íntimas, imaginadas por el creador y escritor principal de la serie, Peter Morgan, con diálogos vibrantes y plausibles, distinguen a este programa de los torpes dramas históricos y reportajes noticiosos.
En ocasiones, Morgan ha hecho que la propia Reina parezca identificable en sus problemas cotidianos, con inseguridades juveniles, rumores sobre las infidelidades de su marido que parece que preferiría no conocer y una nuera que encontraba problemática.
Un pasado doloroso
Los primeros cuatro episodios de esta temporada están ambientados en 1997, retrocediendo dos meses desde el accidente automovilístico en París y luego avanzando hasta el funeral de Diana (interpretada por Elizabeth Debicki). El 14 de diciembre llegarán seis entregas más, hasta la boda de Carlos y Camilla en 2005.
La serie es muy respetuosa con las escenas que rodean la muerte de Diana y sus secuelas, sin imágenes del accidente ni de su cuerpo.
Y sí, ella aparece después de su muerte y conversa tanto con Carlos como con la Reina (Imelda Staunton), pero esos personajes claramente, como ha dicho Morgan, están imaginando lo que ella podría haberles dicho, una señal de su dolor más que una historia de fantasmas.
La serie no puede evitar los defectos de su reparto ya incorporado. Las cualidades de West como un hombre centrado y con los pies en la tierra no funcionan para un personaje que, más que nunca, parece infinitamente ensimismado y privilegiado.
Se podría decir que sentirse con derechos es un riesgo laboral para alguien criado para creer que Dios quiere que él sea Rey. Pero el Carlos de The Crown lleva ira y aspereza en el fondo, creando un personaje que sólo atraerá a los antimonárquicos.
En silencio mira a su madre, a quien llama «mamá», cuando ella se niega a asistir a la fiesta de cumpleaños número 50 de Camilla (Olivia Williams), lo que habría sido una primera señal de aceptación.
Y explota contra su secretario privado adjunto, Mark Bolland (Ben Lloyd Hughes), el experto en relaciones públicas que fue visto en la quinta temporada comenzando a orquestar un plan a largo plazo para que Camilla se convirtiera en Reina.
Aquí Carlos grita y exige absurdamente que la cobertura informativa positiva de Camilla desplace los informes sensacionalistas de Diana retozando por St Tropez con Dodi Fayed (Khalid Abdalla). El joven curioso y entregado a su deber que vimos en temporadas anteriores se queda congelado en esta labor.
Revisitando lugares conocidos
En la parte dramática, West aparece en el episodio cuatro con su reacción de dolor ante la muerte de Diana. Su rostro se hace añicos cuando entra a la morgue de París para ver su cuerpo, con la cámara fija en él y no en lo que está viendo. En su conversación imaginaria después de la muerte de Diana, se arrepiente de su matrimonio roto.
Pero el personaje, tal como lo imagina Morgan, nunca muestra remordimiento por haber decidido tan cínicamente casarse con ella para complacer a sus padres, sin haber renunciado nunca a Camilla.
La propia Camilla apenas está presente en los primeros episodios de la temporada, aparte de apoyar lealmente a Carlos. Será interesante verla en la próxima tanda de episodios porque, inesperadamente, fue el personaje con más matices en el triángulo Diana-Carlos-Camilla durante la quinta temporada.
Estaba enamorada de verdad, pero también ferozmente decidida a convertirse en Reina.
La Diana de The Crown es vulnerable pero nunca tiene capas. La actuación de Debicki sigue tan envuelta en el mimetismo que debe tener una tortícolis permanente de tanto inclinar la cabeza para mirar hacia arriba por debajo de las pestañas.
Sin embargo, ella es parte del giro más inventivo y sorprendente de esta temporada: una relación encantadora y feliz entre Diana y Dodi, no un gran romance, sino que comienza y termina como una amistad entre dos personas que comprenden las presiones de una familia poderosa.
Se la ve como una mujer que se tambalea mientras intenta tomar el control de su vida, trabajando para llamar la atención sobre los peligros de las minas terrestres (otra escena breve y demasiado familiar), pero también volando hacia St Tropez y en el yate de Dodi.
La serie recrea imágenes ya rancias como la de Diana en bañador azul claro sentada en el trampolín del yate. Sin embargo, en una escena más reveladora e intrigante, ella se ríe por teléfono con su terapeuta sobre el cortejo exagerado de Dodi, que incluye un poema de amor mal rimado grabado en una placa de plata.
Ella decide dejarlo, ya que ha estado trabajando para superar lo que el terapeuta llama su adicción al drama. Morgan crea un último día para Diana que realza la tragedia que se avecina, incluida una tierna llamada telefónica con sus hijos en la que les asegura que no se casará con Dodi y promete estar en casa al día siguiente.
Sin embargo, hay torpezas por todas partes, hasta en el marcado contraste entre los días bañados por el sol que vive Diana y la madera oscura y las sombras dentro del Palacio de Buckingham. Un paparazzo que fotografía a Diana dice de su profesión: «Hay que ser como cazadores, asesinos», otra floja invitación mal velada a llenar el vacío.
Tres reinas, una historia
En el episodio cuatro, Morgan entra en el período de su película de 2006, The Queen, con Helen Mirren como Reina, sobre las secuelas de la muerte de Diana, y en este punto, estamos luchando contra dos versiones anteriores del pasado, la histórica y la de la versión que popularizó esa película.
Esta vez es Carlos, y no Tony Blair, quien insta a la Reina a abandonar Balmoral e ir a Londres a llorar públicamente, diciéndole que debe ser «madre de la nación». Staunton es más firme que Mirren cuando responde: «Preferiría que no me sermoneen sobre cómo o cuándo llorar o mostrar emociones».
Sin hacerla menos querida que la Reina de la memoria reciente, en una actuación completamente convincente, Staunton es firme en su resistencia, totalmente respaldada por el Príncipe Felipe (Jonathan Pryce). Si tan solo hubiéramos visto más de lo que ella podría haber pensado.
Pero, al final, la Reina cede abruptamente y se dirige a Londres, después de imaginarse a la fantasmal Diana hablando con ella. El discordante cambio es tan repentino como la apreciación de Carlos de lo que Diana significó para el país.
Tales cambios en los personajes hacen que parezca como si la serie estuviera corriendo para alcanzar los puntos de la historia que todos esperan poder ver, lo necesitemos o no: William y Harry caminando detrás del ataúd de su madre, la Reina finalmente dando su discurso a la nación sobre Diana, que en la interpretación intransigente de Staunton muestra la naturaleza forzada de todo.
Ha sido un placer observar durante años los inmensamente intrigantes y elegantes guiones de Morgan, además de su psicología penetrante y especulativa. Sin embargo, con demasiada frecuencia en estas últimas temporadas predecibles, hubiera sido mejor haber escrito la historia nosotros mismos.