“Más alto”, exige la niña, con los ojos brillantes de emoción. “Más alto, más alto”.
Zeina está siendo empujada en un columpio en un pequeño parque infantil en los suburbios de la ciudad de Padua, en el norte de Italia.
Una escena normal en cualquier parte del mundo.
Pero Zeina, de dos años, no puede mover la cabeza correctamente. El lado derecho de su cara, cuello y cuero cabelludo están marcados con cicatrices profundas, todavía inflamadas.
Zeina es una de las 5.000 personas a las que se les ha permitido salir de Gaza para recibir tratamiento especializado en el extranjero desde que estalló la guerra tras los ataques de Hamás el 7 de octubre en el sur de Israel.
La Organización Mundial de la Salud afirma que más de 22.000 habitantes de Gaza han sufrido lesiones que les han cambiado la vida como resultado del conflicto, pero a muy pocos se les ha permitido abandonar la franja desde que se cerró el cruce fronterizo de Rafah con Egipto en mayo.
“Fue un día de pesadilla”, cuenta la madre de Zeina, Shaimaa, al describir los momentos previos a la lesión de su hija mientras jugaba en la tienda de campaña de su familia en al-Mawasi, al sur de Gaza, el 17 de marzo.
La familia ya había huido dos veces de su hogar en Jan Yunis, primero a Rafah y luego a la extensa “zona humanitaria” de al-Mawasi, donde pensaron que estarían a salvo.
Zeina y su hermana Lana, de cuatro años, estaban jugando juntas, abrazándose y diciéndose “te quiero, te quiero” –recuerda Shaimaa– cuando se produjo un enorme ataque aéreo cerca.
Zeina, aterrorizada, corrió aferrándose a su madre, que sostenía una olla de sopa hirviendo que se derramó sobre su hija.
“Su cara y su piel se estaban derritiendo delante de mí”, indica Shaimaa. “La levanté y salí descalza a la calle”.
Los servicios médicos estaban al límite, dice, pero Zeina finalmente fue atendida por médicos de la Cruz Roja en el hospital europeo de Gaza, donde le hicieron un injerto de piel de la pierna de su padre, seguido de otro injerto más exitoso de la piel de su propia pierna después de llegar a Egipto.
A principios de este mes, fue trasladada en avión desde Egipto a Italia para recibir un tratamiento más especializado.
Zeina se unió a Alaa, una joven de 17 años que resultó gravemente herida en un ataque aéreo contra su casa en la ciudad de Gaza a finales del año pasado.
Cuando las dos niñas se conocieron, entablaron un vínculo de inmediato.
“Me encariñé con ella muy pronto”, cuenta Alaa. “Ha soportado mucho dolor para ser una niña tan pequeña. Yo soy mayor y a veces el dolor era demasiado para mí. ¿Y ella qué?”.
Alaa estuvo atrapada durante 16 horas bajo los escombros y, cuando la rescataron, descubrió que su padre, un sastre, estaba muerto.
También habían muerto sus hermanos, Nael, que era estudiante universitario, y Wael, un enfermero.
Sus cuerpos nunca fueron recuperados de las ruinas de su edificio de cuatro pisos.
“Estuve despierta todo el tiempo bajo los escombros”, me cuenta.
“No podía respirar bien debido al peso en mi pecho y en mi cuerpo. No podía moverme. Solo pensaba en el resto de mi familia y en lo que les había pasado”.
Además de su padre y sus hermanos, también perdió a sus abuelos y a una tía. Afirma que no tenían nada que ver con Hamás.
“Perdí a las personas que más quería mi corazón”, señala. “Estoy feliz de estar en Italia para recibir tratamiento, pero por dentro estoy triste por Gaza y su gente”.
En una declaración a la BBC, las Fuerzas de Defensa de Israel negaron dirigir sus ataques a civiles y dijeron que toman “precauciones factibles para mitigar el daño a los civiles” en su operación para desmantelar las capacidades militares de Hamás.
Más de 41.000 personas han muerto en Gaza desde que comenzó el conflicto hace casi un año, según el Ministerio de Salud dirigido por Hamás.
La Organización Mundial de la Salud ha pedido repetidamente que se establezcan “múltiples corredores de evacuación médica” para los palestinos heridos.
Asegura que sólo se ha permitido salir a 219 pacientes desde mayo.
Zeina y Alaa fueron evacuadas gracias a la persistencia de una organización benéfica con sede en Gran Bretaña, Save a Child, y de Kinder Relief, con sede en Estados Unidos.
Trabajaron durante meses para sacarlas de allí, pidiendo ayuda a Israel, Egipto y el Departamento de Estado de Estados Unidos.
“Si soy sincera, Zeina y Alaa están entre las afortunadas que lograron salir”, afirma Nadia Ali, de Kinder Relief, que acompañó a las niñas desde Egipto hasta Italia.
“Tenemos niños que nos fueron referidos y que murieron mientras esperaban salir”.
Es difícil hablar de afortunados cuando uno se da cuenta de las repercusiones de sus heridas.
A las dos niñas les esperan meses de dolorosa fisioterapia, seguidos de muchas rondas de cirugía.
Zeina y Alaa están bajo el cuidado de uno de los mejores especialistas en quemaduras de Italia.
El doctor Bruno Azzena es amable y gentil con ellas, pero tiene que comunicarles la noticia más brutal: las quemaduras en las piernas de Alaa son tan profundas que nunca volverá a caminar con normalidad.
Y en el cuero cabelludo cicatrizado de Zeina el pelo no volverá a crecer.
Su madre, Shaimaa, está devastada. Abandonó Gaza esperando un milagro.
Zeina ha comenzado a darse cuenta de que es diferente a sus hermanas. Y, cuando le pide a Shaimaa que le recoja el pelo, como a otras niñas, su madre no sabe qué hacer o decir.
Cuidar sola de sus niñas -su marido no recibió autorización para salir con ellas- es duro, física y emocionalmente. Pero Shaimaa adora a Zeina, la llama “princesa” y oculta sus lágrimas y sus temores por el futuro.
También está de luto por su propia madre, que murió de un cáncer que se había extendido por su cuerpo, sin control ni tratamiento, en los meses posteriores a la guerra.
“La guerra me ha costado mucho”, asegura. “Gracias a Dios pudimos irnos. Nos fuimos de milagro. Espero que otros palestinos heridos puedan irse para recibir tratamiento. Siempre rezo para que Dios los proteja y para que pare la guerra”.
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