Cuando llega la escena final de El agente topo, el documental chileno dirigido por Maite Alberdi, más de un espectador quedará con la sensación de que se trata de una película de ficción.
Y la principal razón de ello es quizá la honestidad con que los personajes que deambulan por esta bella ventana a la vida en un hogar de adultos mayores en Chile relatan su vida. Y cómo el lente de Alberdi logra capturar esa honestidad brutal.
Y tal vez esa sea también la causa por la que El agente topo quedó preseleccionada para las nominaciones a los premios Oscar, no solo en la categoría de Mejor Película Extranjera, sino también en la de Mejor Largometraje Documental.
La historia es la de Sergio, un hombre de 80 años que se infiltra en un hogar geriátrico para investigar de incógnito las condiciones de vida dentro del lugar, pero se encuentra con otras historias que derivan su misión hacia otros lugares insospechados.
BBC Mundo conversó con Alberdi sobre su película y los retos que tuvo para producir un filme que podría hacer historia en los próximos Oscar.
—¿Por qué hacer una historia de detectives, pero en un hogar de adultos mayores?
—Como público, a mí siempre me interesó ver historias en el cine. Y procesos. Que las narrativas tengan un inicio, un medio y un fin. Entonces trato de buscar mundos y personajes en los que yo me asegure que voy a tener esa narrativa.
Y cuando investigué los casos de detectives y vi este caso, y vi cómo funcionan los agentes infiltrados en la agencia de detectives, sin duda había un proceso inherente a ese oficio que implicaba un principio, un medio y un fin.
Un principio, porque había un entrenamiento para ir a vivir otra vida y actuar una mentira, de alguna manera. Y ese personaje tiene una misión que se termina y tiene que descubrir algo, entonces de entrada había una narrativa en la figura del agente infiltrado que me interesaba filmar.
Al principio, estaba mucho más centrada en lo que el agente Topo iba investigar. En el caso, en las pruebas y en qué le pasaba con la cliente, con la señora que vivía en ese hogar, más que con lo que le pasaba a él.
Pero yo creo que ese es el gran cambio que me regala el protagonista de la película, porque a él no le importa su misión y se empieza a abrir a otra experiencia, abre la película a otro lugar, que tiene que ver con lo que le va pasando a él con esas relaciones que va haciendo en el hogar.
—La intención inicial es infiltrar a un detective, pero eso después se transforma en un arcoíris de historias, ¿cómo lograste cerrarlas en el documental?
—Tenía 300 horas de material. En ningún momento me vi forzada a imponer nada porque había tanto… al revés, me vi forzada a sacar.
Aprendí que los documentales se trata mucho más sobre lo que se saca que sobre lo que queda. O sea, las decisiones más complejas son las 299 horas que tuve que quitar para armar la película.
Entonces claro, después me hacía la pregunta de cómo me voy a hacer cargo de todo, cómo voy a resumir todo lo que está pasando.
—La película tiene un carácter especial, una tonalidad específica de colores, de planos…
—En este filme estudiamos muchas referencias del cine negro y tratamos de ver qué se podía hacer con el cine negro en la realidad. Eso fue como el principal desafío.
O sea, cómo llevar esta forma a un documental y a un hogar de ancianos. Y cómo lograr los contrastes de luz, los ángulos, los colores, la música… todo eso de manera transversal en la película.
Fue un estudio de referencia y, sobre todo, de cómo aterrizar esa referencia a lo que efectivamente se podía hacer en la realidad, que no podía tener grandes máquinas: a ver, éramos cuatro personas.
Éramos un equipo súperchiquito tratando de homologar ficciones gigantes, que tienen todos los recursos para hacer esos efectos. Lo nuestro era como la versión real y documental del estereotipo de cómo hacer películas de detectives.
—Después de verla queda esa duda de que la película no es un documental, sino una ficción...
—Claro que la gente parte de eso, de que es una ficción. Y después se dan cuenta que es real. Y cuando se dan cuenta se da otro nivel de identificación, de empatía y de conexión automática con la historia.
Y creo que ahí se vuelve universal. La reacción de muchos es de ‘quiero llamar a mi mamá, a mi papá, a mi abuelo’. Nos ha pasado mucho que la gente que ve la película ha comenzado a preguntarse ‘cómo me relaciono yo con mi abuelo, hace cuánto tiempo que no lo llamo, hace cuánto tiempo que no lo voy a ver’.
Y eso es increíble. Creo que la película tiene esa gracia de que, al partir con esta cosa medio graciosa del espía que no le resulta, que es el peor espía del mundo, te lleva a una trama o a una experiencia profunda y dolorosa pero desde una excusa súper liviana y simpática.
Quizás si te invitaran a ver una película de dos señores mayores abandonados en un hogar nadie la vería, pero desde esta excusa narrativa la gente conecta y el viaje te lleva a otro lugar.
—¿Cómo fue el trabajo de hacer un documental donde había un detective infiltrado, adultos mayores…?
—La filmación duró cuatro meses. Primero grabamos todo el entrenamiento de Sergio (Chamy, el protagonista de 83 años) en la oficina. Después entramos nosotros a grabar al hogar antes de que entrara Sergio, con la excusa de que estábamos haciendo una película sobre ese lugar.
Y luego, cuando él entra, nosotros hacíamos como si no lo conociéramos. Él estuvo tres meses adentro y nosotros estuvimos todos los días ahí.
Fue un ejercicio bastante de esperar y de observar y de que la gente se acostumbrara a lo que estábamos haciendo. Donde Sergio era uno más en ese hogar, tanto para la gente que vivía allí como para nosotros. O sea, yo no podía definirlo ahí mismo como protagonista, porque en realidad estaba haciendo un documental de todos ellos.
—Esa espera permitió que los personajes resultaran tan abiertos, tan honestos…
—Ese éxito se debe a que él tiene esa apertura. En la película pasan dos cosas. Una es que, en el proceso de grabarla, la gente se abre a la cámara y se abre a contarnos cómo es vivir ahí y nos tratan a nosotros como uno más.
Y también pasa que Sergio es una persona mayor que está dispuesta a vivir una experiencia y a escuchar a los otros. Y eso es nuevo para ellos porque son personas que no están siendo escuchadas, entonces cuando llega alguien nuevo, un amigo nuevo a escucharte y a ponerte oreja, todos te empiezan a contar y todos empiezan a crear vínculos.
Y Sergio también. A ver, Sergio también inició todo este proceso con un prejuicio. Él decía que estas señoras tenían demencia y ‘cómo me voy a relacionar con ellas, me voy a volver loco’ y termina siendo el mejor amigo de estas señoras.
En esa vuelta que él da, como que nos regala nosotros también un impulso para romper los prejuicios y dedicarles tiempo a esas personas para que florezcan y se generen esas conexiones especiales. Y eso es muy bonito.
—Confesaste que Sergio se quiso retirar el primer día porque «no quería convertirse en esas personas». ¿Cómo fue el trabajo con él?
—Fue un regalo. Pero a la vez era delicado, porque se trataba de una persona mayor que se está exponiendo, que quedaba muy vulnerable, sin un apoyo familiar porque yo tampoco lo podía cuidar adentro.
Era una película arriesgada. Efectivamente el primer día él se quiso ir y llamó al hijo, pero ellos lo convencieron de que se quedara. Le dijeron ‘tú no te vas a transformar en uno más, porque tú estás acá trabajando y nosotros te vamos a venir a buscar’.
Pero más allá de la promesa, a él igual le daba pánico.
Y yo creo que con el tiempo él también se dio cuenta de la suerte que tenía, de que tenía hijos que estaban haciéndole una promesa y que efectivamente lo estaban yendo a buscar y se lo estaban llevando a vivir con él.
Yo creo que después de la película él valora aún más a su familia. O sea, siempre valora a su familia y tiene una buena relación con ella que él construyó durante largo tiempo, pero también creo que valoró esa relación después de ver los casos en el hogar y compararlos con su propia situación familiar.
Creo que era delicado porque todos los días nos podía pasar algo. Desde que lo descubrieran -y nosotros decíamos ‘mañana lo van a descubrir porque está hablando en voz alta y esta película se acaba porque lo van a echar’- hasta que él se sintiera desprotegido emocionalmente porque estaba trabajando en un caso que era complejo.
Hay muchas cosas que para una persona mayor son difíciles, además de estar fuera de su casa, con gente que no conocía y en un lugar en el que no quería estar.
—La película inicia con muchos adultos mayores que quieren el empleo de detective, ¿esto no pone una evidencia sobre la realidad de los adultos mayores en Chile?
—Eso me habla una realidad importante de personas mayores que necesitan trabajar y también habla del mal sistema de pensiones que hay en Chile.
Y por otra parte, también habla de que estos adultos mayores quieren estar activos y no quieren estar aislados. Yo creo que la película retrata una edad de una manera muy diversa.
Están estos señores que necesitan el sueldo pero también quieren ser parte de la sociedad versus los otros que tienen demencia y están aislados: una de ellas que habla de que se quiere casar, otra que echa de menos a su hijo sano. No podemos hacer un discurso unívoco sobre qué es ser mayor y qué es la tercera edad en el mundo.
—¿Qué tanta importancia tiene el olvido en este relato?
—Creo que el olvido está en todos sus personajes. Una de las mujeres lo encarna de una forma más visible, ella no sabe si se olvidó que la fueron a ver o es que no la están yendo a visitar. Y la realidad es más dura, porque Sergio mismo dice que efectivamente hace mucho que no la van a ver. Ella olvida y a ella la olvidaron.
Pero también está Marta, que olvida que en su vida pasada su madre murió y su vida pasada no existe. Y creo que son personajes olvidados por la sociedad. O sea, es como si el olvido fuera el gran tema que está en cada uno de ellos y el que mueve la película.
—La película carga con una sensación que creo que lo resume muy bien una frase que citas de Constanza Michelson: «Es terrible que aumente la expectativa de vida y no el deseo de vivir». ¿Es esa es la gran conclusión de esta película?
—Yo creo que es el gran tema: estamos viviendo más, pero no estamos con ganas de vivir más.
En Chile las tasas más altas de suicidios son en personas mayores de 80 años. Cuando ves esa cifra como que uno no la entiende aisladamente, pero cuando ves la película entiendes lo que está pasando realmente, dónde está esa angustia y cuán aislados ellos están.
Y no es que estén todo el día llorando, sino que es un drama por debajo. Puedes tener un transcurrir cotidiano luminoso, pero hay un drama latente profundo.
—El tema de la muerte, aunque presente, no es un invitado principal, ¿no querías hablar de esto con ellos?
—Yo no creo que sean personas que le tengan miedo a la muerte, porque la muerte está bastante incorporada en su cotidiano.
O sea, ellos saben que están viviendo los últimos días. Para mí el tema que los asfixia, el tema que lo aterra, es la soledad. Más que la muerte es la soledad.
—¿Ellos ya vieron la película?
—Les encanta. Sienten que los representa muy bien. Tenemos pendiente hacer una alfombra roja en el hogar, que no hemos podido hacer. A ellos les encantan esos eventos y el estreno en el hogar lo tengo que hacer apenas se pueda.
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