Que Estados Unidos haya pasado la noche siguiente a sus elecciones sin un ganador definido significa que el presidente Donald Trump evitó la derrota contundente que soñaban propinarle sus opositores.
Y con el conteo de votos aún en curso en algunos estados «bisagra», Trump todavía puede lograr su reelección, aunque su rival demócrata Joe Biden todavía tiene posibilidades de cantar victoria.
Es probable que el resultado final demore horas o días en conocerse.
Pero este compás de espera e incertidumbre contrasta con la ventaja que las encuestas previas a la elección le asignaban a Biden, de más de 8% promedio a nivel nacional y una delantera menor en algunos estados decisivos.
Trump se mantuvo competitivo electoralmente en un contexto que parecía sumamente adverso para él, con una pandemia de coronavirus que mató a más de 232.000 personas en EE UU y sumió al país en una gran recesión económica.
Entonces, ¿cómo se explica esto?
Una estrategia peculiar
Trump no será un presidente muy popular, pero siempre mantuvo una base fiel de votantes.
Si bien su índice de aprobación en estos casi cuatro años de gobierno nunca superó 50%, tampoco cayó debajo de 35% en las mediciones de Gallup, pese a todas las polémicas que ha protagonizado.
Sus seguidores son en su mayoría conservadores, blancos, religiosos y están furiosos con la clase política tradicional estadounidense.
Durante la campaña, Trump habló casi en exclusividad a esos votantes para movilizarlos, atacando con dureza a sus adversarios y señalando a Biden como un típico exponente de la clase política corrupta.
Sólo en la última semana de campaña, Trump fue a 23 actos en 10 estados clave de las elecciones.
Cada vez que pudo recordó además que, antes de la crisis de coronavirus, EE UU tenía sus menores niveles de desempleo en medio siglo.
Y prometió volver a esa situación bajo un segundo mandato, presionando por la reapertura de la actividad en plena pandemia.
Trump también buscó generar temor a un cambio de gobierno, advirtiendo que un triunfo de Biden sería demoledor para EE UU porque hundiría la economía con regulaciones e impuestos de «socialistas» o «izquierda radical».
Y, a pocos días de las elecciones, surgió una noticia positiva para el presidente: luego de entrar en recesión en la primera mitad del año, la economía de EE UU creció a una tasa récord de 7,4% entre julio y septiembre.
Pese al virus y la recesión, una mayoría (56%) de los votantes creía estar mejor que cuatro años atrás, según una encuesta de Gallup realizada en septiembre.
Sondeos a boca de urna el martes indicaron que los votantes que quieren la reapertura de la economía apoyaron más a Trump, mientras que los que se preocupan primero por el avance del coronavirus respaldaron a Biden.
De esa forma, el presidente parece haber al menos limitado el costo electoral que pagó por su respuesta errática a la pandemia de coronavirus.
El presidente volvió a ganar en estados clave que conquistó en 2016 y que los demócratas tenían esperanza de arrebatarle, como Florida o Texas.
Con millones de votos aún por contarse, Trump mantiene el pulso con Biden en estados que terminarán de inclinar las elecciones, como Pensilvania, Michigan y Wisconsin.
Aunque Biden gane el voto popular a nivel nacional, como lo hizo la demócrata Hillary Clinton en 2016, y logre dar la sorpresa en Arizona, estas elecciones están lejos de parecerse a la barrida demócrata que muchos anticipaban.
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