Hace unos años, 80 parisinos tuvieron la oportunidad de participar en el piloto de un nuevo programa de juegos llamado La Zone Xtrême.
Los participantes primero se encontraron con el productor en el estudio y este les informó que aparecerían en parejas, uno como «interrogador» y otro como «concursante».
Pero una vez que llegaron al escenario, y el anfitrión explicó las reglas, las cosas adquirieron un cariz decididamente oscuro.
Al interrogador se le dijo que tenía que castigar al concursante con una descarga eléctrica por cada respuesta incorrecta.
También que tenía que ir aumentando la intensidad con cada equivocación, hasta llegar a 460 voltios: más del doble del voltaje de una toma de corriente europea.
Si la pareja pasaba de 27 rondas, ganarían el show.
Luego, llevaron al concursante a un cuarto cerrado y lo ataron a una silla, mientras que el interrogador se sentó en el centro del escenario.
Y el juego comenzó.
Como se trataba simplemente de un programa piloto, se les dijo a los participantes que no habría ningún premio monetario por ganar el juego.
Sin embargo, la gran mayoría de los interrogadores continuaron administrando las descargas, incluso después de escuchar los gritos de dolor que provenían del cuarto.
Afortunadamente, esos gritos eran solo un acto: en realidad nadie fue electrocutado.
Los interrogadores, sin saberlo, estaban participando en un elaborado experimento para explorar la forma en que varios rasgos de personalidad podían influir en el comportamiento moral.
Aunque cabría esperar que los peores infractores hubieran sido personas impulsivas y antisociales o, al menos, sin mucha fuerza de voluntad, los científicos franceses encontraron exactamente lo contrario.
Los participantes que se mostraron dispuestos a administrar las mayores descargas también eran aquellos que habían sido identificadas como las más concienzudos, un rasgo normalmente asociado con un comportamiento cuidadoso, disciplinado y moral.
«A las personas que están acostumbradas a ser organizadas y cumplidoras, con una buena integración social, les resulta más difícil desobedecer», explica Laurent Bègue, un estudioso del comportamiento de la Universidad de Grenoble-Alpes que analizó el comportamiento de los participantes.
Y, en este caso en particular, ese perfil de personalidad significaba que estaban dispuestos a torturar a otro ser humano.
Estos hallazgos se suman además a una serie de nuevos estudios que muestran que las personas con alto autocontrol y disciplina tienen un lado oscuro sorprendente.
Es una investigación que puede ayudarnos a comprender por qué los ciudadanos modelo a veces se vuelven tóxicos, y tiene importantes implicaciones para nuestra comprensión del comportamiento poco ético en nuestros lugares de trabajo y más allá.
Superando impulsos
Durante décadas, el autocontrol se consideró algo exclusivamente positivo y ventajoso.
Esta cualidad se puede evaluar de varias formas, desde cuestionarios que evalúan nuestro nivel de autodisciplina y organización, hasta con mediciones experimentales de la fuerza de voluntad como la famosa «prueba del malvavisco».
En todos los casos, se encontró que las personas con alto autocontrol se desempeñaban mejor en la escuela y el trabajo y adoptaban estilos de vida más saludables, pues tenían menos probabilidades de comer en exceso o tomar drogas y más probabilidades de hacer ejercicio.
Las mismas mediciones también encontraron que su capacidad para superar sus impulsos más básicos también significaba que las personas con mayor autocontrol tenían menos probabilidades de actuar de manera agresiva o violenta, y tenían menos probabilidades de tener antecedentes penales.
Por estas razones, se creía que el autocontrol contribuía a fortalecer el «carácter» de alguien.
De hecho, algunos científicos incluso llegaron a compararlo con una especie de «músculo moral» que determina nuestra capacidad para actuar éticamente.
A mediados de la década de 2010, sin embargo, Liad Uziel, de la Universidad Bar-Ilan de Israel, comenzó a investigar qué tan importante era el contexto en la determinación de las consecuencias de nuestro autocontrol.
Uziel partió de la hipótesis de que el autocontrol es solo una herramienta para la consecución de objetivos, y que estos pueden ser tanto buenos como malos.
En muchas situaciones nuestras normas sociales recompensan a las personas que cooperan con otras, por lo que las personas con un alto autocontrol siguen felizmente la línea. Pero si cambiamos esas normas sociales, entonces las personas con alto autocontrol pueden resultar menos escrupulosas en su trato con los demás, conjeturó la investigadora.
Y, para probar la idea, Uziel recurrió a un experimento psicológico estándar llamado «juego del dictador», en el que a un participante se le da una suma de dinero y se le ofrece la oportunidad de compartirla con un compañero.
Gracias a nuestras normas sociales para cooperar, la gente suele ser bastante generosa.
«Racionalmente, no hay razón para darle al segundo jugador ninguna suma», explica Uziel, «pero la gente suele dar alrededor de un tercio de la dotación a otros».
Pero los investigadores también encontraron que las personas con alto autocontrol solo eran generosas si temían ser juzgadas por su comportamiento tacaño, mientras que si sus acciones se mantenían en privado eran mucho más egoístas que las personas con poco autocontrol.
En su experimento, una vez desaparecido el temor al juicio de los demás, estos eligieron promover sus propios intereses en lugar de ayudar al resto, quedándose con casi todo el dinero.
Las personas con alto autocontrol también parecen ser más cuidadosas cuando cometen un acto antisocial, por lo que evitan ser atrapadas.
David Lane y sus colegas de la Universidad de Western Illinois, en EE. UU., interrogaron a personas sobre ciertos comportamientos dudosos y les preguntaron si habían sufrido las consecuencias de sus acciones.
Encontraron que las personas con un alto autocontrol tenían más probabilidades de evitar el castigo por conducir de manera peligrosa y hacer trampa en los exámenes, en comparación con las personas con menos autocontrol.
Una vez más, las personas con un elevado nivel de autocontrol parecen estar juzgando cuidadosamente las normas sociales de lo que es un comportamiento aceptable y adhiriéndose a ellas cuando es más probable que la fechoría afecte su reputación.
Máquinas de exterminio
Hasta aquí nos hemos estado refiriendo a actos morales dudosos. Pero si las normas sociales lo permiten, una fuerza de voluntad fuerte también puede contribuir a actos de crueldad.
En un estudio macabro, Thomas Denson, psicólogo de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, invitó a los participantes al laboratorio a practicar una tarea inusual: introducir insectos en un molinillo de café.
Sin que los participantes lo supieran, la «máquina de exterminio» fue preparada para permitir que los insectos escapen antes de que los mataran, pero el molinillo aún emitía un crujido desconcertante cuando los insectos se abrían paso a través de la máquina.
El objetivo del experimento, se les dijo a los participantes, era comprender mejor ciertas «interacciones entre humanos y animales», una justificación para la tarea que debería haber hecho que el acto fuera más socialmente aceptable para los participantes.
Y se encontró que los efectos del autocontrol dependían del sentido de responsabilidad moral de las personas.
Para las personas que estaban particularmente preocupadas por las consecuencias éticas de sus acciones, un mayor autocontrol hizo poca diferencia en el resultado. Mataron a un número moderado de insectos, pero su mayor autocontrol no pareció facilitar el cumplimiento de las órdenes.
Para el resto de los participantes, sin embargo, un mayor autocontrol aumentó significativamente la cantidad de insectos que estaban dispuestos a aplastar.
Parecían más dispuestos a cumplir la petición de los científicos y estaban en mejores condiciones de superar cualquier sentimiento de aversión a la tarea, lo que los convertía en asesinos más eficientes.
Los «jugadores» de La Zone Xtrême mostraron un patrón de comportamiento muy similar, solo que en una escala mucho mayor.
El experimento francés se inspiró en los controvertidos experimentos de Stanley Milgram en la década de 1960, que habían probado si los participantes estarían dispuestos a torturar a otra persona con descargas eléctricas en nombre de la ciencia.
El experimento de Milgram se realizó para mostrar la obediencia inquebrantable de la gente a la autoridad, pero los investigadores franceses querían saber qué tipo de personalidades eran las más susceptibles a ello.
Descubrieron que los participantes con mayor autocontrol (medido a través de una prueba) estaban dispuestos a descargar unos 100 voltios más a sus compañeros, hasta el punto que estos dejaban de gritar fingiendo inconsciencia o muerte.
Curiosamente, el deseo de complacer a los demás fue el único otro rasgo de la personalidad que aumentó este comportamiento insensible.
«Tendían a electrocutar más a la víctima, probablemente para evitar un desagradable conflicto con el presentador de televisión», dice Bègue.
«Querían ser personas confiables y mantener su compromiso», explica.
En su artículo, el equipo de Bègue contrasta los descubrimientos con la evaluación que la filósofa Hannah Arendt hizo sobre el alto cargo nazi Adolf Eichmann.
Arendt acuñó la famosa frase «la banalidad del mal» para describir cómo personas mundanas, como Eichmann, pueden cometer actos de gran crueldad.
Y, según la investigación de Bègue, los rasgos que llevan a las personas a actuar de manera inmoral pueden no solo ser mundanos, sino incluso deseables en otro tipo de situaciones.
Después de todo, las personas concienzudas y dispuestas son las personas que normalmente elegiríamos para ser nuestros empleados o nuestros cónyuges.
Trabajo tóxico
Bègue enfatiza que su investigación necesita ser replicada antes de que podamos sacar conclusiones generales sobre la naturaleza humana.
Pero es interesante especular si rasgos como el alto autocontrol podrían predecir la participación de alguien en muchos actos cotidianos inmorales, grandes y pequeños.
Para Lane, todo dependería de la fuerza de las normas sociales.
«Creo que estos resultados podrían generalizarse a otros comportamientos si las personas pudieran convencerse de que son delitos sin víctimas que otros ya cometen», dice Lane.
Y existe alguna evidencia que apoya esto: por ejemplo, la evasión fiscal aumenta con la escrupulosidad, lo que se ajusta a estos hallazgos.
Mientras tanto, en el lugar de trabajo, los empleados modelo también pueden ser las personas que roban a la empresa «bajo la percepción de que ‘ni siquiera notarán la falta de ese dinero'», dice Lane.
Uziel, por su parte, sospecha que es más probable que alguien con alto autocontrol actúe sin piedad cuando la cohesión del grupo comienza a desmoronarse, incluidas las ocasiones en las que su propio sentido de poder o autoridad se ve amenazado, o cuando se siente en competencia con los demás.
En esas condiciones, por ejemplo, podrían «apuñalar por la espalda» para obtener un nuevo ascenso, o inclinarse ante un jefe sin tener en cuenta cómo su comportamiento afectará a los demás.
Si es así, podríamos empezar a apreciar un poco más a las personas que nos rodean que son un poco menos disciplinadas y menos obedientes que el resto.
Pueden frustrarnos con su falta de fiabilidad, pero al menos en La Zone Xtrême son el tipo de personas que querrías decidieran tu destino.
*David Robson es el autor de «La trampa de la inteligencia: por qué gente lista hace cosas tontas», que examina la psicología del pensamiento irracional y las mejores formas de tomar decisiones más sabias. Él es @ d_a_robson en Twitter.
Lee la historia original en inglés en BBC WorkLife.