Era una ciudad y una cárcel, y pronto será un parque dedicado al recuerdo de uno de los episodios más dolorosos de la historia de Estados Unidos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, este lugar se convirtió en el hogar de más de 7.500 japoneses estadounidenses que acabaron aquí internados, con una mayor densidad de población que la ciudad de Nueva York.
Ubicado en las llanuras desoladas y ventosas cerca de la frontera entre Colorado y Kansas, a unas tres horas y media en auto al sureste de Denver y su famoso horizonte de las Montañas Rocosas, el Centro de Reubicación de Granada no es un lugar hasta el que lleguen muchos viajeros. Pero eso podría cambiar pronto.
Abandonado en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el centro (oficialmente llamado Sitio Histórico Nacional de Amache) solo incluye un puñado de barracones de estilo militar reconstruidos y restaurados, una torre de agua y una torre de vigilancia que sobresalen de la pradera seca de hierba corta y arbustos. Pero si se mira de cerca, se encuentra también el rastro de los más de 10.000 japoneses estadounidenses que fueron encarcelados o procesados aquí de 1942 a 1945.
«Puede parecer que no hay mucho allí», dijo la Dra. Bonnie J Clark, profesora de Arqueología de la Universidad de Denver, quien codirige el Proyecto Amache, que investiga y ayuda a preservar el sitio. «Pero cuanto más tiempo pasas, ta das cuenta de que este es un lugar realmente poderoso y evocador», añade.
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En febrero de 2024, estas ruinas ubicadas justo fuera del pequeño pueblo de Granada, Colorado, se convirtieron oficialmente en el parque nacional más reciente (y quizá también el más inesperado) de Estados Unidos. Según la Secretaria del Interior Deb Haaland, dotar al lugar con protección federal es un paso crítico en el recuerdo de la dolorosa historia que sufrieron los japoneses estadounidenses.
«Como nación, debemos enfrentar los errores de nuestro pasado para construir un futuro más justo y equitativo», dijo Haaland en un comunicado. «El Departamento del Interior tiene el tremendo honor de ser el guardián de las tierras públicas de América y de los recursos naturales y culturales para contar una historia completa y honesta de nuestra nación».
Tras el ataque de Japón a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, una ola de sentimiento anti-japonés se extendió por toda la nación. Muchos sospechaban que los japoneses y los japoneses-estadounidenses podrían actuar como espías del enemigo. En marzo de 1942, el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, autorizó a los mandos militares a expulsar por la fuerza a todas las personas consideradas una amenaza para la seguridad nacional.
La orden no especificaba un grupo étnico, pero allanó el camino a que Estados Unidos ordenara la expulsión de los ciudadanos japoneses y los ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa a centros de internamiento remotos en el oeste de los Estados Unidos, incluido Amache.
La expulsión masiva afectó a más de 120.000 hombres, mujeres y niños de ascendencia japonesa, dos tercios de los cuales eran ciudadanos estadounidenses. Con solo unos días de aviso, se les ordenó empacar sus pertenencias y abandonar sus hogares rumbo a un internamiento forzoso. Inicialmente, algunas personas fueron enviadas a «centros de reunión» temporales que se organizaron en recintos feriales e hipódromos hasta que se pudieran construir campos permanentes (muchos de ellos levantados por los propios internos).
Debido a que estos campos de internamiento rara vez eran motivo de conversación entre la comunidad japonesa en Estados Unidos, descendientes como la doctora Kirsten Leong, sabían muy poco sobre la historia de su familia.
«El hecho de que no supiera mucho sobre aquella experiencia es bastante común en mi generación», dijo Leong, cuya abuela materna y su familia estuvieron detenidas en Amache.
Recuerda haber escuchado de niña solo una historia sobre cómo sus familiares fueron obligados a abandonar su hogar en Los Ángeles y trasladados a un centro de reunión a solo 13 millas de distancia, en la ciudad de Arcadia. Aquí, en el famoso hipódromo de Santa Anita, donde el purasangre campeón Seabiscuit había corrido hacia la victoria solo dos años antes, miles de personas fueron obligadas a vivir en establos apenas acondicionados para ellas.
«Mi abuela siempre arrugaba la nariz y hacía una mueca», dijo Leong. «Nunca entendí eso hasta que supe que tres días antes, los caballos estaban viviendo en los establos».
A la familia de Leong la trasladaron después de unos meses a Amache, uno de los 10 sitios de confinamiento en EE.UU., denominados «centros de reubicación». Desde Tule Lake en California hasta Heart Mountain en Wyoming y Minidoka en Idaho, estos centros fueron construidos en tierras públicas aisladas, lejos de ciudades y pueblos.
El campamento de internamiento más pequeño del país fue Amache y también el único centro de reubicación construido en terrenos privados que fueron confiscados mediante la expropiación, que faculta al gobierno de Estados Unidos a tomar propiedades privadas y destinarlas a uso público.
Se inauguró el 27 de agosto de 1942 y rápidamente se convirtió en la décima ciudad más grande de Colorado. En su apogeo llegó a tener aproximadamente 7.500 personas confinadas en solo una milla cuadrada (2,5km2), lo que la hacía un 50% más densamente poblada que la ciudad de Nueva York en ese momento, según los datos del Servicio de Parques Nacionales.
La evolución de Amache desde una prisión abandonada hasta convertirse en parque nacional se debe en gran parte a un profesor llamado John Hopper, actual director de la Escuela Secundaria Granada. Hopper comenzó en 1993 a documentar la historia de Amache como un proyecto de clase y estableció la Sociedad de Preservación de Amache (APS, por sus siglas en inglés).
Con la ayuda de estudiantes voluntarios y organizaciones como la ciudad de Granada y la Universidad de Denver, la APS reconstruyó los edificios del lugar, renovó su cementerio y estableció el Museo y centro de investigación de Amache en Granada.
«Los internos, en su mayoría japoneses estadounidenses, vivieron durante más de tres años dentro de la milla cuadrada que se extiende ante ustedes hacia el sur», dijo un guía durante un recorrido autoguiado gratuito, que ofrecía contexto histórico mientras avanzaba por cada parada.
A pesar de las duras circunstancias del campamento, los internos trabajaron juntos para sobrevivir y crearon una activa comunidad. Organizada como un campamento militar, había 29 bloques residenciales, cada uno con 12 barracones utilizados como dormitorios, además de un comedor y una sala de recreación. Seis familias vivían en un barracón y compartían instalaciones de baño, lo que permitía muy poca privacidad.
Había hospitales y escuelas, actividades sociales y programas deportivos, incluso Boy Scouts y Girl Scouts. Las familias cultivaban, crearon una exitosa tienda de serigrafía y establecieron una cooperativa con peluquerías, zapaterías y más.
Confinados tras el alambre de púas, hacían todo lo posible por mantener una sensación de normalidad pese a los guardias armados que patrullaban el campamento y ocupaban las ocho torres de vigilancia que rodeaban el perímetro.
Amache cerró después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando en octubre de 1945 los reclusos salieron, sus edificios fueron demolidos o vendidos al público.
Clark lleva desde 2008 haciendo trabajos arqueológicos e investigaciones en el lugar junto a estudiantes, sobrevivientes de Amache y sus descendientes. Al final de cada verano, presenta sus hallazgos en jornadas de puertas abiertas para las familias de Amache y el público en general.
A lo largo de estos años ha encontrado evidencia de los jardines sembrados por los residentes, baños japoneses, senderos y campos de béisbol. Los miles de álamos y olmos siberianos que plantaron perviven como recordatorios de la vida en Amache.
«Esa inversión en un lugar en el que no habían elegido vivir, creo que habla de una insistencia en su propia humanidad y en cuidar unos de los otros», dijo Clark.
Leong sabía muy poco sobre la vida de su familia en Amache. Solo había escuchado que un tío suyo se había graduado en la escuela secundaria de la prisión y otro enseñaba allí, pero colaborar como voluntaria con Clark le ayudó a descubrir más cosas.
Ahora se han hecho evidentes para ella los prejuicios que buscaban desmantelar las comunidades japonesas después de la Segunda Guerra Mundial y que han tenido repercusiones en tiempos más recientes.
El encarcelamiento no solo afectó las estructuras familiares japonesas americanas, sino que´la decisión de incentivar a sus miembros a iniciar nuevas vidas lejos de las comunidades japonesas americanas, que desaparecieron así de gran parte de la costa oeste, creó un trauma generacional más allá de la guerra.
«Se les permitió regresar a ‘casa’, pero no había hogar al que regresar», dijo Leong. «Mi generación ahora está descubriendo, ‘Oh, por eso no conozco a otros japoneses. Por eso no hablamos de nuestra herencia»».
Hoy, los visitantes al nuevo parque nacional de EE.UU. pueden ver los tres decenios de esfuerzos de preservación de la APS, así como las torres restauradas, el salón de recreo, el cementerio y la llamada «casa del monumento». Originalmente construida como un columbario, la casa del monumento debía proteger los restos cremados de los residentes. Pero los internos no quisieron dejar atrás las cenizas de sus seres queridos tras ser liberados en 1945. Ahora alberga un memorial en honor a aquellos que fallecieron mientras estaban encarcelados en Amache.
En 1983 se erigió en el cementerio un segundo memorial con los nombres de las bajas militares de Estados Unidos de Amache.
Según el gerente del yacimiento de Amache, Christopher Mather, llevará aún algunos años implantar más programas educativos y un centro de visitantes en el nuevo parque nacional. Pero espera que a finales del verano esté ya en el lugar el personal dedicado a guiar a los visitantes en recorridos gratuitos por el salón de recreo y los barracones.
Mientras tanto, el Servicio de Parques Nacionales dice que el recorrido autoguiado creado por la APS es la mejor manera para que los visitantes aprendan sobre la historia del lugar.
Mather sugiere comenzar la visita en el Museo de Amache, ubicado a aproximadamente a unos 2,5 km del Sitio Histórico Nacional de Amache.
Allí, los visitantes pueden ver fotografías históricas y documentos de las prisiones, así como hallazgos arqueológicos y objetos donados por los sobrevivientes, desde un intricado kimono hasta una simple maleta que contenía los escasos objetos personales permitidos. Allí también se pueden obtener mapas y datos históricos que facilita el personal del Servicio de Parques Nacionales.
Mather reconoce que la designación de Amache como parque nacional ha exigido décadas de trabajo. Ahora espera que la divulgación de las historias de supervivencia y dolor que encierra ayudarán a que se mantenga el recuerdo de quienes vivieron aquí a la fuerza.
«Es una historia que necesita ser contada para que no vuelva a suceder», dice.
Este artículo apareció en BBC Culture. Puedes leer la versión original en inglés aquí.