Desde el inicio de la pandemia, Emily Bernstein, de 29 años, ha estado «scrolling» y «scrolling»… Es decir, deslizando verticalmente en una pantalla táctil.
Como escritora de comedia en Los Ángeles, Bernstein necesita zambullirse en Twitter y en páginas de noticias en busca de material.
Pero su trabajo no es solo lo que le hace estar pegada al teléfono: es la obsesión del llamado doomscrolling, un término de difícil traducción al español que alude a la obsesión por consumir noticias (generalmente malas), arrastrando a través de una fuente de noticias sin pausa, sin importar cuán malas sean éstas o cuántos comentarios de trolls lee en el camino.
«Me topé a mí misma de noche en la cama navegando páginas de noticias, sabiendo que no era saludable para mí… así que, ¿por qué lo hago?», reflexiona Bernstein.
Es una pregunta que muchos doomscrolles, aquellos que ejercen esta práctica, se han estado haciendo.
Hay múltiples razones por las que la urgencia por leer puede ser tan fuerte: el sentimiento de seguridad ante un mayor conocimiento, especialmente durante momentos difíciles; el diseño de las plataformas de redes sociales que constantemente actualizan y dan más espacio a los que hacen más ruido; y, por supuesto, la fascinación humana.
«Es como no ser capaz de desviar la mirada de un accidente de tráfico», describe Bernstein.
Más allá de que nuestra intuición nos indique que el doomscrolling nos hace sentir fatal, los estudios realizados durante la pandemia lo han corroborado, vinculando la ansiedad y la depresión con el consumo de noticias relacionadas con la covid-19 y un mayor tiempo dedicado a los celulares.
Así que, ¿por qué seguimos scrolling o deslizando sin parar? ¿Y por qué esta práctica puede resultar extrañamente tranquilizadora?
¿Puede haber sorprendentes ventajas en mantener nuestra vista pegada a la pantalla?
El «placer» del «doomscrolling»
La mayoría de nosotros dedicamos parte de 2020 al doomscrolling, tanto que el Diccionario de Inglés de Oxford lo nombró la palabra del año, e incluso la incluyó en su diccionario.
Pero el doomscrolling no es realmente un comportamiento nuevo.
Pese a que el término parece haber pasado a formar parte del léxico público a principios de 2020, alrededor de los primeros confinamientos por la covid-19, el público lleva tiempo manteniendo la mentalidad de «no puedo evitar no mirar un accidente de tráfico» que mencionaba Beirnstein cuando se trata de consumir noticias.
«El precursor de buscar eso online fue la gente mirando las noticias de las 11 de la noche, era aterrador», explica Dean McKay, profesor de psicología de la Universidad de Fordham, en Nueva York, que se especializa en comportamiento compulsivo y desórdenes de ansiedad.
Ese «terror», visto desde el confort del hogar del espectador, sin embargo, tenía un efecto potencialmente calmante.
McKay describe esa actitud como la de gente reconociendo que «las cosas están muy mal, [pero] yo estoy cómodo, así que voy a poder dormir bien esta no
El profesor sugiere que el doomscrolling puede ser un «equivalente moderno» a eso.
Sin embargo, a diferencia de las noticias de la noche, las que están online no se detienen a una hora exacta.
Durante estos tiempos especialmente inciertos de 2020, no sorprende que gente como Bernstein consumiera la noche en su celular.
La gente «necesitaba» información: al principio, porque había muy poca sobre el virus, y después, porque se vieron atrapados en un ciclo noticioso sin final sobre la nueva amenaza sanitaria.
El profesor sugiere que el doomscrolling puede ser un «equivalente moderno» a eso.
Sin embargo, a diferencia de las noticias de la noche, las que están online no se detienen a una hora exacta.
Durante estos tiempos especialmente inciertos de 2020, no sorprende que gente como Bernstein consumiera la noche en su celular.
La gente «necesitaba» información: al principio, porque había muy poca sobre el virus, y después, porque se vieron atrapados en un ciclo noticioso sin final sobre la nueva amenaza sanitaria.
Como lo describe Pamela Rutledge, directora del Centro de Investigación de Psicología de Medios de California, el doomscrolling «realmente solo describe la necesidad compulsiva de tratar de obtener respuestas cuando tenemos miedo».
Después de todo, tenemos que valorar si la nueva información constituye una amenaza.
«Estamos diseñados biológicamente para responder a eso», señala.
«Desafortunadamente, el periodismo hasta cierto grado contribuye a esa tendencia», añade.
Titulares e historias provocadoras atraen a los lectores porque suscitan miedo y urgencia.
Como dice Bernstein, «tienes una especie de sentimiento de que, si conoces todas las últimas noticias, podrás protegerte mejor, tanto a ti como a tu familia».
Esto parece razonable, pero la mayoría de gente sigue con la mano deslizando en su celular más allá de haber averiguado cualquier información valiosa.
Bernstein, por ejemplo, empieza sus sesiones de doomscrolling leyendo las noticias, pero habitualmente acaba en la sección de comentarios deslizando sin parar.
«Sé que solo va a haber una tanda de psicópatas insultando a otros psicópatas», señala, «sinceramente no sé por qué lo hago».
Se siente atraída, en cierta forma, por la negatividad.
McKay ve una posible explicación evolutiva.
Todos los estados emocionales de los humanos se manifestaron porque de alguna forma eran adaptables. Por lo que, sentir una cierta emoción de manera indirecta al leer las noticias o los comentarios a estas, como indignación o desánimo, puede ser una forma de «practicar mecanismos de adaptación desarrollados» para gestionar circunstancias negativas de la vida.
Sentir miedo, por ejemplo, nos pone en alerta, lo que es útil en situaciones peligrosas. En ese sentido, explica McKay, el «[doomscrolling] es casi como una estrategia de reunir información».
Así que, sí, la pandemia ha exacerbado esta aparente necesidad por la información y emociones inducidas por las noticias, pero la gente que no ha sido capaz de socializar o trabajar fuera de sus casas durante esta crisis ha tenido más tiempo de scroll.
Una encuesta alemana de finales de marzo y principios de abril de 2020 evidenció el vínculo entre «la frecuencia, la duración y la diversidad de exposición mediática» con crecientes síntomas de depresión y comportamientos sedentarios entre alumnos de estudios superiores a medida que las preocupaciones por la covid-19 aumentaban en marzo.
El «canal» en tu cabeza
Para Rebecca Linton, de 28 años y trabajadora en la industria del calzado en Denver (EE UU) el doomscrolling durante la pandemia ha consistido en «tratar de entender lo que iba a pasar».
Después de que la «novedad de verse atrapado en casa y ser capaz» de dedicarse a confeccionar todo el rato durante los primeros confinamientos pasara, Linton se vio a sí misma «consumiendo cualquier fuente de noticias posible sobre coronavirus, la cuarentena y el futuro».
A menudo se vio atrapada en el agujero del doomscrolling porque estaba tratando de responder a una pregunta específica sobre lo que estaba ocurriendo… y eso le llevaba a diferentes ángulos de la misma historia, recuerda.
También a plantearse cuestiones totalmente nuevas para las que sentía que necesitaba respuesta, ampliando aun más su tiempo de doomscrolling y creando una fuente de malas noticias que se perpetuaba.
Este comportamiento de verse atrapado en una especie de hilo sin final puede asemejarse mucho al Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), señala la psicóloga Jade Wu.
«El TAG es básicamente un canal de Twitter de preocupaciones en tu cabeza», advierte.
Desde que el TAG se asociara con problemas como la tensión muscular, la fatiga o la depresión, Wu explica que se imagina que «efectos similares» a esos podrían pasarles a doomscrollers habituales.
«El doomscrolling es como practicar tener TAG», señala. «Si sales a correr todos los días, eso tendrá un impacto en tus músculos. Si te dedicas a hacer doomscroll diariamente, eso tendrá un efecto en tu psicología y tu cerebro».
La práctica del doomscrolling también se asemeja a los comportamientos de las apuestas, porque no solo deslizamos verticalmente en busca de malas noticias, también de cualquier cosa motivadora.
«Somos adictos a la posibilidad de buenas noticias en el horizonte», apunta Wu (o de simplemente encontrar un video de un perrito tierno que nos alivie temporalmente).
En ese sentido, la psicóloga compara el doomscrolling con los tragamonedas.
Un jugador sigue dándole a la palanca con la esperanza de ganar, pese a que hay más probabilidades de que pierda.
Perder, para los doomscrollers, significa estar expuesto a más malas noticias, y los efectos psicológicos y físicos negativos que lleva acarreado.
Este «programa de reforzamiento cambiable», señala Wu, «es el patrón de recompensa más adictivo».
Es por lo que las máquinas tragamonedas están diseñadas de esa forma, al igual que las redes sociales.
«El mundo real allí fuera no está formado solo por trolls»
Si el doomscrolling supone una adicción al nivel de las tragamonedas, y probablemente no lo mejor para nuestra salud mental, ¿cómo acabamos con esta práctica?
Rutledge enfatiza que la concienciación al respecto es la mejor manera de abandonarlos.
Para las personas que están haciendo una dieta, por ejemplo, tener «registros de comida», señala la experta, «es una de las mejores predicciones de éxito» para perder peso porque hace que las personas sean conscientes de sus hábitos alimenticios.
Lo mismo puede ocurrir con el doomscrolling.
Ten registrado cuánto tiempo pasas haciéndolo para «identificar una tendencia negativa», añade Rutledge, «y entonces empieza a dar pasos para cambiarlo».
Rutledge sugiere poner un alarma para permanecer alerta sobre el tiempo que pasas con el celular, estableciendo una hora en la noche en la que dejes el teléfono, o pedir a tu pareja que te recuerde apagarlo.
La última recomendación funciona bien para Linton. Su pareja también se ha visto zambullida en el doomscrolling en el último año, así que se apoyan mutuamente en esto, señala.
«Creo que lo más útil es tomar distancia física [con los aparatos]», dice Bernstein. «Si dejo internet y me voy a caminar, me doy cuenta de que el mundo real ahí afuera no son solo trolls».
¿Un futuro de… «hopescrolling»?
McKay dice que vio un informe hace no mucho tiempo que señalaba que estamos entrando en los días más oscuros de la pandemia, «pero junto a ello hay [noticias] como ‘aquí están cuántas vacunas han sido puestas'», destaca.
«Y, de repente, tienes una imagen potencialmente menos desesperanzadora».
La analogía de la máquina tragamonedas es menos favorable si se mira así.
Quizá los doomscrollers no estén deslizando en busca de mayor oscuridad: están haciendo lo que McKay llama provisionalmente como hopescrolling, algo así como deslizar en busca de esperanza.
Bernstein incluso escuchó el término joyscrolling siendo utilizado en los últimos meses, en referencia a deslizar en busca de alegría (del inglés joy).
«Así como en ciertos días que estaban siendo especialmente buenos… la gente diciendo: ‘¡No puedo dejar de hacer joyscrolling!'».
Un día de deslizar y encontrar noticias positivas no puede necesariamente eliminar o contrapesar los hábitos que nos hemos creado durante meses de doomscrolling y sus efectos negativos en nuestro bienestar mental.
Sin embargo, entender que el scrolling de buenas noticias nos aporta satisfacción podría ayudarnos a ser más conscientes de cómo nuestras prácticas online nos afectan emocionalmente, la clave -según Rutledge- de cambiar nuestro comportamiento.
Linton, por su parte, ha bloqueado a gente que, según dice, se ha dado cuenta que «no le aporta información valiosa» a sus redes sociales y ha tratado de organizar su cuenta de Instagram para que esté llena de cuentas con contenido más positivo: el tipo que le hace sentir bien al deslizar.
«Creo que no es realista decir un día que el covid desaparecerá y que nunca más volveré a hacer doomscroll», considera Bernstein.
«No creo que se reduzca, pero eso es algo de lo que también me he dado cuenta, y tengo que trabajar para conseguirlo».
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