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El guitarrista que salvó a cientos de personas de un crucero que se hundía

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Fue durante la cena que Moss Hills comenzó a darse cuenta de cuán severa era la tormenta.

Los camareros del barco, normalmente expertos en llevar bebidas y comida sin derramar nada, empezaban a tener dificultades. Moss, un guitarrista de Zimbabue que trabaja a bordo del crucero junto a su esposa Tracy, que tocaba el bajo, nunca antes los había visto tirando bandejas.

Más temprano ese día, los vientos huracanados y las fuertes lluvias habían retrasado varias veces la navegación para el tramo final del crucero hacia Durban.

Pero sin señales de que las condiciones mejoraran, el capitán decidió levar anclas y el Oceanos, con 581 pasajeros y tripulación a bordo, navegó con vientos de 40 nudos y olas de 9 metros de altura.

Moss y Tracy, ambos en la treintena, solían organizar fiestas en la cubierta de la piscina mientras el barco se alejaba del puerto.

Pero ese día la fiesta se había trasladado al interior, y Moss luchaba por mantener el equilibrio mientras tocaba su guitarra, cuando el barco se balanceaba.

Después de haber trabajado como animador a bordo de cruceros durante muchos años, el guitarrista Moss se convirtió en director de cruceros.

«Sentí un nudo en el estómago»

«La tormenta se fue poniendo cada vez peor», dice Moss.

En la cena, Tracy, a quien su esposo describe como imperturbable, decidió ir a su camarote para organizar una bolsa de emergencia, por si acaso.

«Se fue», dice Moss, «y de repente, boom, todas las luces se apagaron».

Tracy y Moss trabajaron juntos en cruceros durante muchos años.

Cuando ninguno de los oficiales del barco apareció para dar instrucciones, Moss, que no se asustaba fácilmente, comenzó a sentirse incómodo.

«Estás en un barco en medio del océano, en la oscuridad de la noche, en una tormenta terrible», dice. «Sentí un nudo en el estómago».

Cuando se encendieron las pequeñas y tenues luces de emergencia, Moss subió al salón para ver cómo estaban los instrumentos musicales en el escenario. Los soportes de micrófonos y platillos estaban esparcidos por todas partes.

Entonces, de repente, se dio cuenta de que no podía oír el ruido de fondo constante y palpitante de los motores. El barco había perdido potencia y se estaba desacelerando.

Pronto, el Oceanos, de 153 metros, se deslizó hacia los lados sobre las olas.

Tensión y fuga

Ansiosos, los pasajeros comenzaron a llegar al salón. Las macetas, los ceniceros y las sillas se deslizaban, y la gente tenía que moverse de sus asientos para sentarse en el suelo mientras el barco se sacudía violentamente de un lado a otro, de babor a estribor.

Pasó aproximadamente una hora y el ambiente se volvió tenso. Moss agarró una guitarra acústica y comenzó a cantar con algunos de los otros artistas para tratar de mantener la calma.

Pero a medida que pasaba el tiempo, notó que el barco se escoraba, ya no regresaba a una posición nivelada cuando la tormenta lo sacudía.

«Algo malo está ocurriendo», le dijo a Tracy, «voy a tratar de averiguar qué está pasando».

Algunos pasajeros con chalecos salvavidas se sentaron en el suelo, mientras que otros hicieron fila para los botes salvavidas.

Colgados de los pasamanos, Moss y otro artista, Julian, un mago de Yorkshire, se abrieron paso a través de la oscuridad debajo de la cubierta.

Podían escuchar voces emocionadas que hablaban muchos idiomas diferentes. Los oficiales corrían, algunos llevaban bolsos, algunos tenían puestos chalecos salvavidas y otros estaban mojados.

«Todo el mundo tenía los ojos desorbitados y parecía asustado», dice Moss. «Estábamos tratando de preguntar ‘¿qué está pasando?’, pero era como si no existiéramos».

Julian y Moss continuaron hasta la sala de máquinas, la parte más baja de la nave.

«Estábamos muy por debajo de la línea de flotación, en la oscuridad, solos, y no había nadie allí», dice Moss. «Eso nunca, nunca sucedería, incluso cuando estás atracado».

Las gruesas puertas de metal que actuaban como barrera de seguridad al evitar que el agua se moviera de un compartimiento de un barco a otro en caso de inundación, estaban bien cerradas.

«Pero parecía que había una gran masa de agua detrás de esas puertas herméticas», dice Moss.

El Oceanos se estaba hundiendo.

De vuelta en el salón, todavía no había habido ningún anuncio sobre lo que estaba pasando. Moss encontró al director del crucero que dijo que el capitán le había dicho que tendrían que abandonar el barco.

«Luego nos enteramos de que un bote salvavidas ya se había ido con gran parte de la tripulación y oficiales superiores», cuenta.

Maniobras complejas

Moss y los demás no tenían idea de cómo evacuar un crucero, ni de cómo lanzar al agua los botes salvavidas que colgaban muy por encima de la cubierta a lo largo de cada lado del barco, pero no había nadie más calificado para hacerlo.

En la foto, uno de los tripulantes filipinos que había permanecido a bordo tratando de bajar un bote salvavidas colgado en el costado de babor del barco.

Uno por uno, comenzaron a bajarlos del lado de estribor a la cubierta. No sabían cómo mantenerlos firmes mientras la gente subía, así que Moss improvisó parándose con una pierna en la cubierta del barco y la otra en un bote salvavidas.

Pero cada vez que el barco giraba a estribor, Moss tenía que volver a saltar al Oceanos antes de que el bote se alejara, abriendo un espacio de un par de metros, y luego giraba hacia atrás, estrellándose con tal fuerza contra el casco del barco que salían astillas.

Cada bote salvavidas, ahora con hasta 90 personas dentro, muchas gritando de miedo, sería bajado al mar con cables. Pero Moss no tenía idea de cómo encender los motores o incluso dónde estaban las llaves.

«Los dejábamos ir, en la noche, y simplemente se alejaban entre las olas», dice. «La gente en los botes pasó momentos tortuosos: estaban siendo inundados por el rocío, hacía frío y estaba completamente oscuro, pero teníamos que continuar hasta que todos los botes salvavidas del lado de estribor fueran lanzados al agua».

A estas alturas, más y más agua estaba entrando en el barco que se escoraba notablemente hacia su lado de estribor. Lanzar al agua los botes salvavidas restantes en el lado de babor de manera segura era casi imposible.

En lugar de ser bajados al agua cargados con gente, los botes salvavidas se aferrarían al costado del barco hasta que llegara la siguiente gran ola, que inclinaba el barco lo suficiente como para dejarlos colgar libremente.

Moss y Tracy estuvieron entre las últimas personas en ser transportadas en avión a un lugar seguro.

«Y luego, la gravedad arrojaba de repente al bote salvavidas a unos tres o cuatro metros de una sola vez, casi tirando a la gente a mar abierto, fue horrible», dice Moss.

Finalmente, se dio cuenta de que era demasiado peligroso continuar.

«En el esfuerzo por tratar de rescatar a la gente, posiblemente los íbamos a matar», dice Moss.

Y el tiempo se estaba acabando.

¿Dónde está el capitán?

Incapaz de lanzar más botes salvavidas, pero con cientos de personas que aún necesitaban ser rescatadas, Moss y otros se dirigieron al puente del barco, donde supusieron que encontrarían al capitán y a los oficiales superiores restantes, para preguntar qué hacer a continuación.

«Miramos dentro, pero no había nadie «, dice Moss. «Ahí fue cuando nos dimos cuenta, solo somos nosotros».

Las luces de color rojo anaranjado parpadeaban en la oscuridad, pero Moss no tenía ni idea de para qué servía la mayor parte del equipo, ni cómo funcionaba. Se turnaron para tratar de usar la radio para enviar un SOS.

«Estaba llamando –‘¡mayday! ¡mayday! ¡mayday!’– y esperando a que alguien respondiera», dice el músico.

Finalmente respondió, una voz rica y profunda respondió. «Sí, ¿cuál es tu mayday?».

Aliviado, Moss explicó que estaba en el crucero Oceanos y que se estaba hundiendo.

«Bien. ¿Cuánto tiempo te queda para mantenerte a flote?».

Al amanecer, el primero de los dos buzos de la marina intentó llegar hasta el barco pese a los fuertes vientos.

«No sé, tenemos las barandillas de estribor en el agua, estamos rodando, hemos absorbido una gran cantidad de agua», dijo Moss. «Todavía tenemos al menos 200 personas a bordo».

«Bien. ¿Cuál es tu posición?».

«Probablemente estemos a mitad de camino entre el puerto de East London y Durban».

«No, no, no, ¿cuáles son tus coordenadas?».

Moss no tenía ideas cuáles eran las coordenadas.

«¿Qué rango tienes?».

«No tengo rango. Soy guitarrista».

Silencio.

«¿Qué estás haciendo en el puente?».

«Bueno, no hay nadie más aquí».

«¿Quién está en el puente contigo?».

«Así que dije: ‘Estoy yo, mi esposa -la bajista-, tenemos un mago aquí…'».

A Moss lo pusieron en contacto con dos pequeños barcos que estaban cerca del Oceanos. Le dijeron que encontrara al capitán y lo subiera al puente. Pero Moss no tenía idea de dónde estaba.

«Sabía que no estaría abajo porque nos estábamos hundiendo», dice. «Estaba haciendo controles regulares para ver dónde estaba el nivel del agua, y una cubierta debajo de nosotros estaba inundada».

Finalmente, Moss encontró al capitán, justo en la parte trasera del barco, fumando en la oscuridad. Moss explicó que necesitaban su ayuda, con urgencia.

«Él solo me miraba, con los ojos muy abiertos, diciendo: ‘No es necesario, no es necesario’«, recuerda Moss.

«Creo que estaba en un profundo, profundo shock».

Pedido de ayuda

Los dos barcos cercanos tenían solo un bote salvavidas cada uno, por lo que era poco lo que podían hacer para ayudar. Compartieron las coordenadas del barco que se hunde con las autoridades sudafricanas, que comenzaron a organizar una misión de rescate aéreo.

Mientras la tormenta continuaba azotando el barco, Moss y Tracy se sentaron juntos en la oscuridad, rezando para que la ayuda llegara antes de que fuera demasiado tarde.

«Creo que el barco se va a hundir y es muy probable que nos hundamos con él», le dijo Moss a su esposa.

Él y Tracy tenían una hija de 15 años, Amber, que había estado a bordo del Oceanos durante las vacaciones y había desembarcado unos días antes. Amber ahora estaba de regreso en un internado en Sudáfrica.

«Ella no puede perder a ambos padres», recuerda haber dicho Moss. «Hagamos lo que hagamos, tenemos que asegurarnos de que al menos uno de nosotros salga».

Rescate

Pasaron más de tres horas antes de que llegara el primer helicóptero de rescate y sobrevolara sobre el barco.

Dos buzos de la armada fueron llevados a la cubierta del Oceanos. Dijeron que necesitaban ayuda para sacar a todos antes de que el barco se hundiera, y Moss recibió un curso intensivo de cinco minutos sobre cómo manejar un puente aéreo en helicóptero.

«Recuerda, el arnés debe estar bastante apretado debajo de las axilas de las personas», le dijo el buzo. «Asegúrate de hacerlo bien porque de lo contrario se volcarán y se caerán, los matarás en la cubierta. Haz dos a la vez o nos quedaremos sin tiempo. ¿Si? Ve».

Un buzo de la marina fue a organizar el rescate en helicóptero en la parte trasera del barco y Tracy y Moss organizaron un segundo en la parte delantera.

Pero a medida que el barco se hundía cada vez más bajo las olas, la gente comenzó a saltar de la cubierta inclinada en pánico y tuvo que lanzarse un inflable rígido al mar agitado para rescatarlos.

Colgando en el aire del cable del helicóptero, las personas que Moss estaba tratando de salvar estaban siendo lanzadas contra partes de la nave por los fuertes vientos mientras eran arrastradas hacia el cielo.

No había forma de saber cuán gravemente heridos estaban y Moss perdió momentáneamente los nervios. Pero con tanta gente todavía a bordo, se dio cuenta de que no tenía más remedio que seguir adelante.

En total, cinco helicópteros se unieron a la misión de rescate, yendo y viniendo, llevando a 12 personas a la vez a un lugar seguro a medida que iba amaneciendo y la oscuridad se iba disipando.

Exhaustos, Moss y Tracy fueron de los últimos en ser atados con arneses.

«Cuando volábamos sobre el barco, fue cuando realmente me di cuenta», dice Moss, «pude ver que el Oceanos estaba en una situación crítica. Se veían olas rompiendo sobre la proa donde habíamos estado rescatando a la gente».

Cuando el helicóptero que transportaba a Moss aterrizó en la hierba, los pasajeros del crucero corrieron hacia él cantando y vitoreando, y se acercaron para abrazarlo.

«Empecé a ahogarme y sollozar», recuerda Moss, «y luego colapsé».

Hundimiento final

El 4 de agosto de 1991, unos 45 minutos después de que la última persona a bordo hubiera sido transportada por aire a un lugar seguro, el Oceanos se deslizó bajo el agua.

Todos los que habían sido puestos en botes salvavidas fueron rescatados por los barcos que pasaban y sorprendentemente no se perdieron vidas.

Moss y Tracy, que ahora viven en Liverpool, Reino Unido, continuaron trabajando como animadores de cruceros durante muchos años. Incluso ahora, tres décadas después, Tracy prefiere no hablar sobre el hundimiento ni insistir en lo cerca que estuvieron todos de perder la vida.

Pero a Moss, a quien le han preguntado sobre muchas veces sobre esta historia, le resulta catártico hablar de ello. Él recuerda lo que sucedió con gran alivio.

«No soy invencible», dice Moss, «pero si puedo superar eso, puedo superar cualquier cosa».

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