El equipo Africa Eye del Servicio Mundial de la BBC investiga cómo un grupo de WhatsApp ayudó a rescatar a más de 50 mujeres de Malaui que fueron traficadas a Omán para trabajar en condiciones de esclavitud.
Advertencia: este artículo contiene detalles que pueden resultar inquietantes para algunos lectores.
Una mujer de 32 años no puede controlar su llanto al revivir el abuso que experimentó cuando, esperando una vida mejor, se encontró trabajando como una empleada doméstica en Omán.
Georgina, quien como todas las mujeres traficadas que fueron entrevistadas por la BBC optó por usar sólo su nombre de pila, creyó que había sido contratada para trabajar como chofer en Dubái.
Era dueña y gestora de una pequeña empresa en Lilongüe, la capital de Malaui, hasta que un agente se le acercó a decirle que podía ganar más dinero en Medio Oriente.
No fue sino hasta que el avión aterrizó en Muscat, la capital de Omán, que se dio cuenta de que había sido engañada y después atrapada por una familia que la obligaba a trabajar extenuantes horas, siete días a la semana.
«Llegué a un punto en que no podía aguantar más», dice, detallando cómo apenas tenía tiempo para dormir dos horas.
No llevaba mucho tiempo allí, cuando su jefe empezó a forzarla a tener sexo con él, amenazándola de muerte si decía algo al respecto.
«No era con él únicamente», revela. «Traía a sus amigos y ellos le pagaban después».
Tiene dificultades expresando cómo la forzaron a tener sexo anal. «Quedé gravemente herida. Estaba tan desconsolada».
Se estima que hay unos dos millones de empleadas domésticas en los estados del Golfo árabe.
En una encuesta en la que participaron 400 mujeres en Omán realizada por la organización benéfica para migrantes Do Bold, publicada en 2023 por el Informe de Personas Traficadas del Departamento de Estado de EE.UU., casi todas resultaron ser víctimas de tráfico humano.
Casi un tercio dijeron que habían sido abusadas sexualmente, mientras que la mitad denunciaron abuso físico y discriminación.
Después de varias semanas, Georgina estaba desesperada y lanzó un mensaje por Facebook rogando que alguien la ayudara.
A miles de kilómetros de distancia, en New Hampshire, Estados Unidos, la activista de redes sociales malauí de 38 años Pililani Mombe Nyoni vio su mensaje y empezó a investigar.
Se pudo comunicar con ella y, por la seguridad de Georgina, logró que el mensaje quedara eliminado en Facebook. Le pasó su propio número de WhatsApp, que empezó a circular en Omán. Pronto se dio cuenta de que el problema era más amplio.
«Georgina fue la primera víctima. Luego fue una chica, dos chicas, tres chicas», le contó a la BBC.
«Ahí fue cuando dije: ‘Voy a formar un grupo [en WhatsApp] porque esto se parece a tráfico humano'».
Más de 50 mujeres malauíes que trabajaban como empleadas domésticas en Omán se unieron al grupo.
Entonces el grupo de WhatsApp se llenó de mensajes de voz y videos, algunos demasiado desgarradores para ver, detallando las condiciones horrorosas que soportaban las mujeres.
A muchas les confiscaron sus pasaportes tan pronto llegaron, lo que les impedía irse.
Algunas contaron cómo se encerraban en los baños para enviar sus mensajes suplicantes en secreto.
«Siento como si estuviera en una prisión… no podemos escapar», decía una. «Mi vida está en verdadero peligro», decía otra.
«Kafala»
Nyoni empezó a hablar con organizaciones benéficas para combatir el tráfico humano en Malaui y le presentaron a Ekaterina Porras Sivolobova, fundadora de Do Bold, con sede en Grecia.
Do Bold trabaja con una comunidad de trabajadores migrantes en los países del Golfo, identificando víctimas de tráfico humano y trabajo forzado para luego negociar su liberación con sus empleadores.
«Los empleadores le pagan a un agente para suministrarles una trabajadora doméstica. Uno de los problemas comunes que enfrentamos es cuando el empleador o agente dice: ‘Ella no se puede ir a casa si antes no me devuelven el dinero que pagué por ella'», comentó Sivolobova a la BBC.
«Las leyes establecidas [en Omán] le prohíben a una empleada doméstica dejar a su empleador. Ella no puede cambiar de trabajo y no puede abandonar el país, no importa cómo la traten», añadió.
Eso es lo que se conoce en Medio Oriente como el sistema laboral «kafala», que ata a las trabajadoras a su empleador por la duración de su contrato.
El Comité Nacional para el Combate de Tráfico Humano de Omán le dijo a la BBC que la relación entre el empleador y la trabajadora doméstica es contractual y que las disputas no resueltas pueden referirse a un tribunal en cuestión de una semana.
Añadió que el empleador no tiene permitido «imponer ninguna forma de trabajo forzado a la empleada» y que no puede retener el «pasaporte ni documentos privados sin el consentimiento escrito» de la empleada.
Tras pasar tres meses en Muscat, y con la ayuda de Nyoni y otra persona en Omán, Georgina regresó a Malaui en junio de 2021.
«Después de ayudar a Georgina, sentí tanta furia, sentí tanta ira», comenta Nyoni.
El caso de Georgina le permitió poner la alerta en Malaui y la presión empezó a aumentar sobre el gobierno para que interviniera.
El Centro de Iniciativas para la Democracia y el Desarrollo Económico (Cdedi, por sus siglas en inglés), una organización benéfica en Malaui, lanzó una campaña de rescate en Omán, instando a la autoridades a regresar a las mujeres a casa.
Blessings fue otra de las mujeres en el grupo de WhatsApp de Nyoni. La mujer de 39 años había viajado a Muscat en diciembre de 2022, dejando atrás a sus cuatro hijos con su hermana, Stevelia, en Lilongüe.
En la cocina de la casa en la que trabajaba sufrió quemaduras graves, pero su empleador no le permitía regresar a Malaui.
«El grado de quemaduras, créanme…, vi que mi hermana podía perder su propia vida», expresó Stevelia a la BBC.
«Recuerdo que mi hermana dijo: ‘Vine aquí porque necesitaba tener mejor vida, pero si muero, por favor encárgate de mis hijos’. Eso me dolió».
Stevelia empezó a hacer presión para traer a su hermana de vuelta a casa.
Al comienzo, el furibundo agente le dijo a la familia que Blessings estaba muerta, aunque no era verdad y finalmente pudo regresar el pasado octubre, con la ayuda del gobierno malauí.
«Nunca pensé que llegaría el momento en el que vería a mi familia otra vez, a mis hijos», expresó Blessings a la BBC poco después.
«No tenía idea de que hay gente en esta tierra que trata a otros como esclavos».
El gobierno malauí, que también colaboró con Do Bold, dice haber gastado más de US$160.000 para traer a 54 mujeres de Omán.
Pero Aida Chiwalo, de 23 años, regresó en un ataúd. No hubo una autopsia ni se hizo una investigación en Omán después de su muerte.
Las autoridades en Omán informaron que el Ministerio de Trabajo no había recibido quejas de trabajadoras domésticas de nacionalidad malauí en 2022 y apenas una sola queja en 2023, que había sido resuelta.
«La mayoría de estas mujeres ha sido liberadas porque se les ha pagado dinero a sus empleadores, entre US$1.000 y US$2.000», asegura Sivolobova.
«O sea, básicamente, se tuvo que comprar su libertad. Y eso es lo que me molesta. ¿Cómo se puede comprar la libertad de otra persona?».
Un portavoz del gobierno de Malaui le dijo a la BBC que estaban desarrollando regulaciones «para garantizar una migración segura, ordenada y regular que beneficie a las migrantes, sus familias y al país en general».
Pero Pililani Mombe Nyoni, cuyo grupo de WhatsApp ahora sirve más como un foro de apoyo para las mujeres que regresaron, dice que el asunto de las empleadas domésticas traficadas a Omán resalta un problema más grave en Malaui: el de la pobreza y el desempleo.
«Si las jóvenes mujeres tuvieran la oportunidad de tener un trabajo en Malaui, no se verían atrapadas. Necesitamos arreglar el país para que estas jóvenes no vuelvan a estar atrapadas así».
Para Georgina ha sido difícil dejar el trauma atrás. Encuentra la calma cuando va a observar el paisaje del lago Malaui, uno de los más grandes de África.
«Cuando veo esas olas, me recuerda que nada en la vida es para siempre. Algún día todo esto será historia», afirma.
«Encuentro paz y me da aliento de que retornaré a lo que fui, la Georgina de antes, que era independiente».
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