Si estás en la zona rural de Huila, en el sur de Colombia, oirás el sonido de los pájaros, el río y la lluvia tamborileando sobre los techos de hierro corrugado.
Pero en la década de 1990, de vez en cuando, en un lugar de esa zona frondosa y verde, habrías escuchado otros sonidos más perturbadores…
…gritos y llantos angustiantes.
El campo colombiano ha sido durante mucho tiempo el hogar de personas que viven fuera de la sociedad, pero en este caso no me refiero a la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) ni a los grupos paramilitares, aunque han estado viviendo y luchando en esa área durante muchas décadas.
En comparación con sus vecinos armados, el grupo de personas del que hablo es más excéntrico y menos violento, aunque debido a algunas de sus prácticas, a veces no sonaba así.
Se llaman Atlantis y son una comuna terapéutica británica, también conocida como «Los gritones».
Habían echado raíces en esos remotos bosques de Colombia, pero una tragedia amenazó su existencia.
Antes de la pandemia, pasé una semana viviendo con lo que quedaba de la comuna para descubrir cómo se derrumbó.
La matriarca
La fundadora Jenny James vive en la zona rural del sur de Colombia con su hija mayor Becky y otro miembro de Atlantis con quien no se hablan, en una casa de madera grande.
Me sorprendió encontrar a soldados del ejército colombiano descansando fuera de la cocina, comiendo hamburguesas vegetarianas caseras, bebiendo té y mirando los carteles de iconos de la izquierda que enlucían las paredes.
No estaban allí en busca de terapia. Guerrilleros disidentes de las Farc habían sido avistados en la zona y esos soldados los estaban buscando.
Jenny me invitó a entrar.
Con sus 76 años, el cabello largo teñido de negro, sus ojos maquillados de verde y ropa hippy, podrías confundirla con una adivina pero su actitud práctica revela que se necesita más que carisma para liderar una comuna.
El origen
Todo comenzó en Londres e inmediatamente causó controversia.
«Por mucho tiempo éramos la oveja negra. Decían de todo: que éramos un culto sexual, peligrosos, que corrompíamos niños…», recuerda Jenny.
El grupo practicaba una variedad de terapias, pero aquella por la que son recordados se conoce como terapia primal (primordial), que en inglés significa «originaria» o «primitiva».
La idea detrás es volver a experimentar el dolor de la infancia para llevarlo a la conciencia y lograr su resolución.
Fue creada por el psicólogo estadounidense Arthur Janov en 1970 y llamó la atención del público cuando John Lennon inició su tratamiento con el mismo Janov.
El célebre ex Beatle seguro pagó una fortuna por las sesiones; Jenny, por su parte, ofrecía algo menos exclusivo y totalmente gratuito.
Su casa se convirtió en un refugio hippie para personas que querían experimentar con la vida comunitaria y resolver sus problemas. Pero Jenny sabía que los vecinos se podían molestar.
«Hacíamos mucho ruido pero era muy difícil de insonorizar. A veces me daba mucha vergüenza».
La solución fue irse lejos.
En 1974, «nos fuimos a un remoto pueblo con 300 personas en Irlanda pensando que podríamos vivir en privado y continuar con nuestras terapias pero ¡cuán equivocados estábamos!».
Sus vecinos los odiaban.
«No puedo vivir aquí, con esos gritos horribles. Es terrible cuando los oyes en medio de la noche», dijo uno de ellos.
Atlantis fue acusada de ser una secta, robar niños y lavar el cerebro a los miembros.
Honestamente
«Fue horrible», recuerda Becky, la hija mayor de Jenny.
«Nos apodaron ‘Los gritones’. Yo todavía estaba en la escuela y se volvió insoportable. Mi mamá me decía: ‘O te sales del colegio o encuentras la manera de defenderte'».
Cuando estaba en casa, Becky prefería estar presente en las terapias pues, explica, «escuchar a alguien llorando sin verlo es peor pues su dolor, su ira, su angustia te sacude más… creo que es algo instintivo».
A pesar de todo, está feliz de haber crecido en una comuna radical y conflictiva.
Jenny se inspiró en una variedad de terapias e introdujo un espíritu de confrontación y honestidad brutal en el estilo de vida de Atlantis.
El problema era que Jenny no era una terapeuta con formación formal, era autodidacta, por lo que algunos ex miembros de la comuna se han quejado de que los métodos de Jenny los traumatizaron aún más.
Jenny, sin embargo, no parece arrepentirse de sus métodos.
«Si a la gente no le gustaba la confrontación, sabía dónde estaba la puerta».
El romance y el sexo se abordaban con la misma honestidad.
«¡Es tan simple! Es cuestión de decir, por ejemplo: ‘estoy harta de acostarme contigo, no sé por qué, y voy a dormir con esta otra persona’… sin secretos».
¿Una fórmula exitosa?
«No (se ríe). Una comuna establecida para exponer aspectos ocultos de las personas no es el mejor lugar para buscar relaciones estables.
«Además, ten en cuenta que se trata de una comuna terapéutica así que quienes venían no era gente feliz sino gente con problemas».
De la polémica al conflicto
Después de causar polémica en Inglaterra e Irlanda en los años 70 y 80, decidieron irse.
«Atlantis es un pequeño grupo de personas que le han dado la espalda a la civilización moderna», dijo su Jenny en ese entonces.
«Decidimos dejar Europa y viajar a Sudamérica, para vivir en un mundo más natural«, agregó.
Estaba dispuesta a vivir una aventura, y tener tres hijos pequeños no parecía ser un obstáculo para cruzar el océano a dedo.
Sus adeptos la siguieron, incluido Ned Addis, quien le ofreció su ayuda cuando su pareja la dejó.
A pesar de que Jenny a duras penas soportaba su compañía, viajaron juntos durante unos 18 meses.
Primero fueron a las islas Canarias. Construyeron campamentos en cuevas o durmieron en edificios abandonados.
A menudo eran acogidos por extraños y pasaban semanas intensas haciendo amistades y construyendo un nuevo hogar, solo para seguir adelante y dejarlo todo atrás.
Luego, consiguieron aventones en barcos y yates para cruzar el Atlántico.
«¡Era una locura, pero fue maravilloso!«, exclama Jenny.
Se dirigían a Sudamérica sin un destino firme en mente. Pero cuando Jenny llegó a Colombia, se enamoró del país.
«El movimiento y la gente y los mercados… todo era encantador».
Buscó, y encontró, la finca ideal.
«Era rocosa, tenía distintos niveles, cuevas, los más maravillosos arroyos y cascadas…».
Pero el hermoso lugar que Jenny eligió para establecerse en 1989 se estaba volviendo cada vez más violento.
El idilio
La guerra civil de Colombia comenzó en la década de 1960, con las guerrillas izquierdistas de las FARC luchando contra las fuerzas gubernamentales y, posteriormente, los grupos paramilitares de derecha. Se cometieron atrocidades por todos lados.
La granja de Jenny estaba en territorio guerrillero. Eso no le molestó a la comuna, ya que también se oponían a la sociedad convencional y simpatizaban con la causa de las FARC.
«Nos sentíamos orgullosos de vivir en una zona de las FARC y ser amigos de los guerrilleros. Nos gustaba vivir fuera del territorio controlado por el gobierno», cuenta Ned.
Y al principio, la guerrilla no tuvo ningún problema con Atlantis… parecían estar contentos con sus peculiares nuevos vecinos.
«La guerrilla era como la policía y a menudo eso era muy positivo. Una vez unos jóvenes nos robaron y la guerrilla nos ayudó a encontrarlos. Se resolvió que nos devolvieran lo robado y el comandante de la guerrilla, que era contador, calculó cuánto era, con intereses», cuenta Ned.
«A veces sentía que éramos inmunes a que algo terrible nos pasara«, añade.
Jenny recuerda una ocasión en la que una comandante guerrillera los citó. Pensaron que estaban en problemas pero lo que quería era una cita con uno de los miembros de Atlantis, Anne Barr, quien se había vuelto muy exitosa leyendo cartas astrológicas para personas poderosas en Colombia.
Existen algunos videos de esa vida relativamente idílica en Colombia en los que se ve a los británicos cortando leña, trabajando en los huertos o tocando la guitarra.
La comuna se hizo conocida y recibió cientos de visitantes de todo el mundo.
Los niños
Becky, la hija mayor de Jenny, se unió a ellos en Colombia con sus tres hijos.
El grupo no creía en las familias nucleares, así que cuando quedó claro que el hijo menor de Becky, Brendan, no estaba recibiendo la atención que necesitaba y no encajaba bien con los otros niños, le preguntaron a la familia colombiana que había estado ayudando a cuidarlo si quería acogerlo.
Aceptó encantada.
«Todos los niños iban a visitarlo regularmente… yo también», cuenta Becky.
El otro hijo de Becky, Tristán, se quedó en Atlantis, bajo el cuidado de ella y los otros adultos.
«Era realmente un niño de la comuna. Y a mí no me molestaba. Lo que aún me angustia es que como madre no me comporté con madurez y me duele no haberlo amado más«, confiesa Becky.
«Tristán no era un chico completamente feliz… pero estaba contento casi todo el tiempo», asegura Ned.
«Era travieso… un bailarín y actor brillante», recuerda.
La partida
La vida sencilla en el campo no duró.
La situación en Colombia estaba cambiando.
En 1999, Estados Unidos asumió un papel cada vez más activo en la lucha contra las FARC como parte del Plan Colombia, una iniciativa para acabar con la producción de drogas en el país.
Se empezó a sospechar que los extranjeros en territorio de la guerrilla espiaban para los estadounidenses.
«Recibíamos más y más visitantes de todo el mundo, y un día uno de los comandantes locales de la guerrilla me dijo: ‘Jenny, lo siento mucho pero vamos a tener que pedirte que te vayas’«.
Jenny entendió la situación. Le dieron dos meses para evacuar.
El comandante que les había pedido amablemente que se fueran pronto fue reemplazado por otro más brutal que les ordenó que se fueran de inmediato.
Los hermanos
La guerra se estaba volviendo más intensa y las FARC, más violentas.
«Se fueron volviendo más autoritarios, más militaristas, y mataban más gente», recuerda Jenny.
«Crecieron muy rápido y llegó gente que empuñaba armas pero no estaba interesada en sus ideales», señala Ned.
El grupo salió del territorio de la guerrilla y se dispersó. Pero un miembro de Atlantis, Brendan, se quedó con su familia adoptiva colombiana.
Esa separación fue particularmente dura para Tristán: tenía 19 años y decidió volver con su amigo de la comuna Javier Nova, para ver a su hermano Brendan por última vez.
Pero Tristán y Javier no regresaron.
«Nos empezamos a preocupar», cuenta Ned, estaba viviendo con y otros miembros de la comuna vivían en una nueva granja.
Una noche recibieron un telegrama que decía que Tristán había sido secuestrado por la guerrilla.
Necesitaban ir a la ciudad para obtener más información. Sin carro, partieron a pie.
«Mientras caminábamos bajo la lluvia en la oscuridad, había momentos en que tenía que descansar pues no me sentía bien. Pero apenas me iba a quedar dormida, veía el rostro de Tristán pálido… como muerto».
«Yo sabía… sencillamente sabía».
El shock
Jenny tenía razón.
Testigos habían visto a rebeldes borrachos de las FARC arrestando a Javier y Tristán afuera de un bar. Un comandante local les sometió a un juicio ficticio y los condenó por colaborar con grupos paramilitares de derecha (lo cual era completamente falso).
Luego fueron ejecutados y sus cuerpos quemados.
El hermano de Tristán, Brendan, no estaba con ellos en el momento de los asesinatos, y su padre biológico lo sacó rápidamente del país.
Pero poco después, la familia que lo había adoptado fue asesinada por las FARC por hablar sobre la muerte de Tristán y Javier.
Becky había estado viviendo lejos de la comuna durante algún tiempo cuando su hijo, Tristán, fue asesinado.
Curiosamente, tras una vida centrada en airear todas sus emociones, Jenny y Becky no hablan de lo que ocurrió.
La pasión
Las muertes de Tristán y Javier cambiaron muchas cosas en la comuna.
Muchos miembros dejaron Colombia porque se estaba volviendo demasiado peligrosa. Los adolescentes restantes se fueron para comenzar sus propias vidas. Muchos, incluidos los otros hijos de Jenny, le han dado la espalda al estilo de vida de Atlantis.
Jenny no se ha ido de Colombia y defiende sus opciones de vida, a pesar del alto precio que tuvo que pagar.
«Me quedé catastróficamente sola. Es como si hubiera vivido demasiado tiempo».
Cuando dejé a Jenny y Becky estaban trabajando en su huerto.
Durante el tiempo que pasé con ellas, me pregunté qué las retenía en Colombia, un país donde ahora tienen pocos amigos y en el que sufrieron mucho.
Poco después, encontré una vieja grabación de Jenny diciendo…
«Veo mi relación con Colombia como un matrimonio malo, pero no queremos divorciarnos porque aquí está la pasión. Cuando pase algo realmente malo nos iremos pero entre tanto, sufriremos con el resto de Colombia».
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