“El día estaba raro”, recuerda que pensó Solange Bárbara Novoa mientras preparaba el pan para vender el sábado después del mediodía.
“Estaba horrible. Hacía tanto calor, que subí dos veces a mi casa a regar, para que los perros estuvieran más frescos”, recuerda.
Ese día, uno de los focos del incendio de Valparaíso -un incendio “violento”, “ingobernable” en palabras del geógrafo chileno Luis Álvarez- avanzaba a gran velocidad hacia la casa de Novoa y sus vecinos del sector El Salto.
La alerta de evacuación se había emitido en horas de la mañana.
Luego, empezó a levantarse el viento. “Era un viento terrible”, describe.
“Escuchaba cómo reventaban las cosas. Frente a la casa de mi hermana, donde teníamos el local de pan, explotó el palo poste (poste de electricidad). A mí me quedaban los últimos panes por cocer, pero no alcanzamos a nada”, dice Bárbara.
“Fue muy rápido. Yo me senté en el banquillo donde uno pisa para entrar al negocio y empezó a salir el viento. Yo creo que entonces eran veinte para las 6, y a las 6 era el infierno”.
Ese infierno causaría más de 120 muertos en el centro del país.
A un lado de la población, las llamas arrasaron las 400 hectáreas del Jardín Botánico de la ciudad y cuatro personas, conocidas por la gente de El Salto, murieron dentro de ese recinto emblemático.
Bárbara lo observó desde la calle, mirando hacia el Puente las Cucharas, en dirección al Botánico.
“Todos veíamos el incendio, pero nadie atinaba a sacar las cosas, porque nadie imaginó lo que venía».
Refugio
“Era como estar dentro de un tornado, como uno ve en las películas; el viento te pegaba. Mi sobrino me dijo “tía, vámonos a la cancha”.
Bárbara conocía bien el lugar. Había empezado a jugar fútbol en el Club Deportivo, en un equipo “de puras mamás con hijos”. Pero cuenta que apenas se atrevió a cruzar hacia la cancha.
“Ya estaba todo con humo, no se veía nada. No quería atravesar la calle, podían atropellarnos”, dice, “pero los postes se podían caer y era la única manera de resguardarse”.
“Allí quedamos, mi sobrino, mi hijo de seis años, mi marido y yo. Abrazados los cuatro, solos en la cancha”, recuerda.
“La cancha no es plana, tiene como esa tierra suelta, que se levantaba con el viento y te pegaba muy fuerte. No veías nada, sólo la tierra. Como cuando hay una pelea de perros, pero gigante… En la cancha hay dos arcos grandes y dos pequeños, y yo veía que los más chicos podían salir volando. El portón se empezó a menear con el viento. Escuché que crujía un árbol y grité ‘el árbol se va a caer’”.
“No sé cuántos minutos pasaron, para mí fue eterno”.
Cuando se calmó un poco el viento, los vecinos fueron trayendo los autos a la cancha y allí se resguardaron. “Parecía el único lugar seguro”, dice.
Evacuación
“Fuimos a buscar a nuestros dos perros. Los vecinos empezaron a resguardar a los animales, los perros, los gatos. Para no salir rápido y que se provocara un accidente, nos quedamos todos allí”.
“En ese momento vi que la vecina de al lado, del pasaje de atrás, se le prendían los eucaliptos. Pensé, ‘mi casa se quema’. Porque está al lado de una vulcanización, y allí hay neumáticos, de todo».
La casa estaba como a una cuadra y media de distancia.
«Y desde dentro de la cancha, vi como mi casa se quemaba. Nerviosa, llorando, vi que el otro cerro al frente se estaba quemando”.
Los vecinos empezaron a gritar “vámonos, vámonos” y empezamos a salir todos.
“Al salir fue terrible, se habían caído unos árboles, unos habían chocado. La gente iba lesionada hacia abajo. En el auto íbamos yo, mi hijo chico y mi hija de 17 años. Ella estudia enfermería, y me decía que se había quemado su traje clínico. Pienso que estudiaba hasta las 2, 3 de la mañana y ahora se le quemó todo lo que anotaba”.
“Mi hijo había estado de cumpleaños, le habían regalado platita. Su bicicleta, su pelota, porque ama el fútbol. Y quedó con sus zapatillas y un short”, lamenta.
“De la casa saqué los puros perros. Tenía ahorros, tenía mis cosas. Además del emprendimiento con pan amasado vendía útiles de aseo. No rescatamos nada. Nos quedamos con el auto, lo puesto y los dos perros. Al gatito lo encontramos todo quemado”.
«La unión”
A medida que la sequía se extiende en la zona central de Chile y los veranos son más cálidos, muchas voces expertas alertan que Valparaíso es una región extremadamente vulnerable a los incendios.
Dentro de los factores de vulnerabilidad se habla de la geografía del terreno, el abandono de las zonas periféricas, las plantaciones de especies que favorecen la sequedad del suelo, la falta de planificación urbana, y el desarrollo de poblaciones sin regularizar, como ocurre en el sector donde vive ella.
El Salto es una antigua población surgida en una ocupación irregular de terrenos.
“Tengo 37 años y soy nacida y criada aquí”, cuenta Bárbara y añade que está preocupada por su futuro y el de su familia.
“Hacia adelante lo veo difícil, porque aquí somos una toma. Y hace muchos años nos quieren sacar. Y no nos queremos ir, porque tenemos una tranquilidad. No ha llegado la delincuencia. No nos queremos ir de aquí, queremos seguir luchando porque estos terrenos sean nuestros».
«Uno tiene una historia aquí. Nuestros niños, nosotros mismos, nuestros abuelos. Que nos arrebaten todo por un incendio, me complica”, agrega.
El impacto del fuego en el Jardín Botánico de Viña del Mar
Bárbara destaca que toda la gente del lugar se conoce.
Muchos de los vecinos, igual que ella y su mamá, han trabajado en el hoy incendiado Jardín Botánico.
“Nosotros trabajamos con la señora que falleció. Mi mamá hacía mantenimiento de jardinería.
Yo también trabajé allí un par de años. Tengo un hermano trabajando ahora en el Jardín. Me dice que toma pura agua, que no puede comer” cuenta.
“Mi tío está quemado, en riesgo vital, en Santiago. Mi tía lo acompaña. Están tratando de salir adelante. Mi primo se quemó los brazos, pero está bien”, narra.
¿Teme que vuelve a pasar un incendio así?
“No, porque la causa de esto no fue un cable, no fue una mala conexión de las casas. No tengo ese miedo. Porque al fin y al cabo el incendio fue provocado”, responde.
Ella y su esposo han vuelto cada día a los restos de su casa.
“Yo no he sacado una piedra. Mi marido ha limpiado. Él se trata de hacer el fuerte. Cuando vuelvo siento que mi cuerpo se aprieta… Veo mi terreno, cierro los ojos y veo mi casa. Mi casa era grande, tenía todo ordenadito. No me nace ni barrer, prefiero venir a la feria a ayudar, a hacer paquetes”.
Cree que a ella y su familia, los salvó, en la cancha, la unidad.
“Aquí lo que nos protegió fue la unión. Ver a todos mis vecinos en la cancha. Lo que yo recuerdo de ese día es ver a mis vecinos resguardándose y luego gritando “¡vamos, vamos!”. Y ahí salimos todos. Fue la unión, porque es lo que tenemos”.