Es probable que Colombia nunca vaya a ser la misma tras la llegada de al menos 2 millones de venezolanos, la ola de inmigrantes más grande de su historia.
A diferencia de otros países de América Latina, Colombia no era un país acostumbrado a recibir gente: al contrario, los colombianos solían ser los que migraban en busca de mejor vida.
Hoy, cerca de 4,7 millones de colombianos (10% de la población) viven por fuera del país, una de las tasas más altas de la región que hoy, sin embargo, ya es sobrepasada por la de Venezuela, que cuenta con cerca de 6,5 millones de expatriados (20% del total), según cifras de la ONU.
Y la mayoría de ellos está en Colombia.
«La sociedad colombiana está transformándose tanto por la llegada de venezolanos como porque el proceso de paz abrió un espacio para que otras demandas diferentes al conflicto, económicas o culturales, sean del interés nacional», le dice a BBC Mundo Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, en Bogotá.
«Habrá cambios políticos, porque se genera una tensión social y porque la sociedad venezolana es mucho más activa y participativa, habrá cambios económicos, porque la economía venezolana estaba más abierta y dada a los servicios, y habrá cambios culturales, porque la economía venezolana siempre dio más a espacio a la música, la gastronomía o el arte».
El politólogo concluye: «Es un proceso en curso que no sabemos si generará un espiral de desarrollo o un espiral de más conflictividad».
Sin que sean claros los resultados, hay al menos cinco ámbitos de la vida en Colombia que, en términos generales, están cambiando.
1. La economía informal tiene nuevos protagonistas
Colombia tiene una de las economías informales más grandes de la región, con un 47,2% de la población en empleos precarios, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística.
Esa proporción ha subido y bajado de manera intermitente durante los últimos años, así que es difícil establecer una relación con la llegada ascendente de venezolanos.
Lo que los datos sí parecen establecer, sin embargo, es que la economía informal ha sido parcialmente tomada por los emigrantes del país vecino.
Un 90% de los venezolanos en Colombia, según el DANE, trabaja informalmente en hogares, construcciones, oficinas, fábricas y mercados negros, entre otras cosas.
Quizá donde más se nota esta apropiación de la economía informal es en el transporte público, donde los vendedores de dulces y galletas son casi todos venezolanos. Con eso, en la retórica utilizada para vender, las historias de colombianos desplazados fueron remplazadas por las de venezolanos afectados por la crisis.
Otro ejemplo de cambio en la economía informal se da en la prostitución: los precios bajaron, según reportajes en medios locales, y apareció la categoría «venezolana» en la gama de modelos que ofrecen los establecimientos.
Solo en Cúcuta, la ciudad fronteriza más importante, el 80% de las prostitutas son venezolanas, según cifras de la Alcaldía.
Esto, según denuncias de ONGs, ha aumentado el oscuro mundo de la trata de personas.
El sector inmobiliario informal de las grandes ciudades también cambió, porque muchos venezolanos recién llegados se acomodan en establecimientos llamados «paga diario». La mayoría de ellos se encuentran en edificios abandonados que fueron adaptados por locales para hospedar inmigrantes.
2. La demografía se hizo más compleja
La ya diversa población colombiana se acaba de hacer más compleja aún con la llegada de al menos 2 millones de venezolanos y la entrada y salida de otro par de millones que se consideran «población flotante».
El impacto demográfico que esto implica no está del todo estudiado.
Pero Fedesarrollo, una entidad privada que fomenta el emprendimiento, asegura que la población de venezolanos -predominantemente joven- puede modificar el bono demográfico de los colombianos, que son en general más viejos.
Esta inyección poblacional tiene efectos sobre los presupuestos, las proyecciones a futuro e incluso el Producto Interno Bruto del país, que fue uno de los que más creció en la región en 2019 (3,3%) y, según organizaciones como el Fondo Monetario Internacional, ello se debió al boom de consumo generado por los venezolanos.
Mucho se ha debatido sobre las ventajas y desventajas económicas de la inmigración, pero hay al menos un consenso: el desenlace depende de cómo el aparato productivo colombiano, formal e informal, se adapte y modernice ante la llegada de tal cantidad de gente.
Lo único claro por ahora, en todo caso, es que se acaba de añadir una categoría más a la estructura demográfica de uno de los países más diversos de América Latina, que incluye andinos, afrodescendientes, caribeños, indígenas y llaneros.
3. Se enriqueció la cultura
Inevitablemente, todo esto ha tenido un impacto cultural que se empieza a ver en pequeños detalles de la vida cotidiana.
Palabras como «pana» (amigo), «cola» (fila) o «arrecho» (enojado) ya no solo se entienden, sino que son utilizadas por colombianos.
La gastronomía local, aunque en principio son parecidas, también ha visto cómo se añaden platos como el pan de jamón en Navidad, las empanadas de casón (pescado) y las arepas rellenas.
En Colombia, el «corrientazo» es el almuerzo ejecutivo que consume la clase media en restaurantes de bajo precio pero de buen nivel nutritivo y calórico. Con la llegada de los venezolanos, ha crecido una oferta de «corrientazos» a domicilio -empacados en cajas de poliestireno- para obreros, vendedores ambulantes, vigilantes y mensajeros.
Otro ámbito de la cultura donde se empiezan a ver efectos concretos es la música: el cuatro venezolano, esa guitarra raramente afinada de cuatro cuerdas, ya se consigue en tiendas de instrumentos, y en los colegios hay cada vez más profesores de música que vienen del Sistema de Orquestas de Venezuela, uno de los conservatorios más prestigiosos del mundo.
De hecho, en las calles de Colombia es cada vez más común ver un sofisticado grupo de músicos de orquesta tocando por unas cuantas monedas.
4. Aumentaron las inversiones
No todo es informalidad en lo que a la migración venezolana se refiere, porque desde hace una década grandes empresas y emprendedores cruzaron la frontera en busca de mayor seguridad financiera.
La Cámara de Comercio Colombo Venezolana estima que en los últimos ocho años los venezolanos han invertido US$700 millones en Colombia. Si eso se añade a lo que trae cada venezolano en promedio (US$1.500), la entidad concluye que a la economía colombiana le entraron más de US$2.000 millones, lo que representa un 2,5% del presupuesto anual del Estado.
Los primeros inversionistas venezolanos que pusieron pie en territorio colombiano fueron los petroleros, muchos de los cuales fueron despedidos de la estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa) o vieron que la industria iba por mal camino.
Algunos fueron contratados por Ecopetrol, la principal petrolera del país, o crearon las suyas, como Pacific Rubiales, una empresa venezolano-canadiense que tuvo un primer auge, luego quebró y ahora ha vuelto a surgir bajo el nombre de Frontera Energy.
También llegaron hace una década importantes cadenas venezolanas, como las farmacias Farmatodo y las tiendas de productos de salud Locatel. Hoy son influyentes competidores del mercado local.
Incluso la ayuda humanitaria ha generado inversiones de manera indirecta en Colombia: algunos pueblos cercanos a la frontera que antes de la inmigración presentaban problemas han recibido inversiones conjuntas entre el Estado y la cooperación internacional en materia de infraestructura, educación y salud pública debido a la presencia de venezolanos.
El año pasado, la ONU aprobó la entrega de US$315 millones al Estado colombiano para atender la crisis migratoria, de lo que un 30% había sido enviado en agosto, según el último reporte oficial.
En los últimos 5 años la ayuda de EE.UU. a Colombia, aunque incluye cooperación militar, ha aumentado en un 50%, según el Departamento de Estado.
5. Apareció la xenofobia, pero cambió la solidaridad
En términos de encuestas, los colombianos tuvieron una primera reacción positiva a la migración venezolana, pero en los últimos meses ha habido un giro.
Ya son mayoría (entre el 60 y 65%, según la encuesta) los colombianos que tienen una opinión desfavorable de los venezolanos, así como los que piden al gobierno cerrar la frontera y no acogerlos con recursos del Estado.
La causa de este giro es incierta, pero los expertos apuntan a dos posibles desarrollos: el paro nacional que inició en noviembre y los casos de delincuencia con protagonista venezolano y alta repercusión mediática.
Antes de que iniciaran las protestas el 21 noviembre, el partido de gobierno, el Centro Democrático, alertó de la supuesta infiltración de personas financiadas por el gobierno de Venezuela en un «intento de desestabilización».
El 22 de ese mes, la Alcaldía de Bogotá denunció una «campaña para generar terror» entre la población cuando llegaron a las redes sociales videos de supuestos venezolanos asaltando barrios de clase media.
Ninguna casa fue asaltada ese día ni se han dado a conocer pruebas de que venezolanos tengan influencia en el paro nacional.
La Fundación Ideas Para la Paz, un centro de estudios, encontró en un ejercicio estadístico que «las condiciones de seguridad no se han visto afectadas por los migrantes venezolanos».
Pero las percepciones sobre los venezolanos ya no son, en general, las mismas que antes.
Aun así, desde el papa Francisco hasta las Naciones Unidas han celebrado los esfuerzos del Estado y la población colombianos para acoger refugiados venezolanos.
Decenas de centros de asistencia con acceso temporal a vivienda, alimentos, agua y atención médica básica se han instalado en todo el país gracias iniciativas conjuntas de organizaciones internacionales y el Estado.
Según reportes de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), han llamado la atención los casos de familias de desplazados por la violencia en Colombia que han acogido a venezolanos que huyeron de la crisis de su país.
Los comedores organizados por la Iglesia, los refugios informales y los centros de acopio de donaciones que antes se usaban para atender el conflicto armado colombiano ahora se emplean en la crisis de refugiados.
El caso del suburbio cucuteño de Las Delicias quizá resuma el proceso mixto por el que están pasando los colombianos al recibir venezolanos: en 2018, 23 familias locales acogieron a más de 150 venezolanos, pero el mes pasado, un venezolano que según los vecinos consumía drogas fue asesinado en lo que las autoridades llamaron «un ajuste de cuentas».
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