«¡Maya, Maya!»… El grito rompe la frágil tranquilidad en la madrugada de La Paz este sábado.
Uno de los vigías vecinales había recibido el rumor de que un grupo de seguidores de Evo Morales estaba por ingresar por el céntrico barrio paceño donde Maya tiene una agencia de turismo.
Horas antes, los vecinos advirtieron que un colectivo compuesto por decenas de personas -que no eran conocidas en la zona- aguardaba en una plazuela cercana y por ello decidieron cerrar los accesos.
Techos de lámina metálica (chapa), tablas de madera, sacos de arena, piedras, alambres de púas y hasta lienzos de pinturas son usados para clausurar el paso en diferentes barrios de La Paz.
Los múltiples enfrentamientos que ha habido desde que comenzó la crisis del país tienen en alerta a los habitantes de la ciudad, sede de los poderes de Bolivia, fundamentalmente en los barrios en los que conviven seguidores y detractores del expresidente.
Evo Morales, estando lejos del poder y de Bolivia, divide las aguas como pocas veces lo hizo a lo largo de su vida y las consecuencias se ven en las calles, en los ánimos de la gente y (en su peor versión) en la escalada de desinformación, prejuicios y racismo que afloran en uno y otro bando.
El exmandatario, quien renunció el 10 de noviembre, asfixiado por las numerosas denuncias de fraude contra las elecciones del 20 octubre en las que se proclamó ganador, ahora se encuentra en México y desde allí anticipó que sus seguidores no abandonarán las movilizaciones hasta derrotar al «golpe de Estado» del que se declara víctima.
«Quiero que sepas: los movimientos sociales, el movimiento indígena o el pueblo alteño (de la ciudad aymara de El Alto) solo nosotros los podemos parar. Van a seguir combatiendo contra la dictadura», dijo Morales en una reciente entrevista con el periodista Gerardo Lissardy, de BBC Mundo.
La barricada vecinal
En algunos puntos, si llegaste muy de noche y la barricada ya fue cerrada, tal vez tengas que volver y enfilar hacia la casa de un amigo o un familiar.
Los cierres de paso comenzaron a aparecer a medida que el conflicto crecía, todavía con Evo en la primera magistratura de Bolivia.
Sin embargo, la tensión se multiplicó tras el anuncio de su renuncia y la movilización continua de seguidores «evistas» desde decenas de puntos de la ciudad que es la sede de los poderes de Bolivia.
Graciela vive en una zona de La Paz donde existen muchos colegios y centros preescolares. Ella vive en el piso 10 de un edificio, pero aún así le resultó casi imposible dormir antes de las 2 de la mañana, «cuando ya no se escuchan explosiones de dinamitas ni vidrios quebrándose», durante esta última semana.
A media cuadra de su casa está un centro preescolar que sufrió la rotura de los cristales de sus ventanas.
«Ni siquiera eso respetaron», lamenta la mujer que asegura que los autores del ataque fueron partidarios del expresidente.
El ataque a la unidad educativa fue el pasado lunes, casi al mismo tiempo que Evo Morales se acomodaba en uno de los asientos del avión que después lo trasladó a México para iniciar su nueva vida como asilado político.
Grupos de WhatsApp, alarmas sonoras y turnos rotativos fueron algunos de los recursos a los que apelaron los vecinos para defender sus casas ante la ola de rumores de posibles enfrentamientos o movilizaciones.
Algunos de los voluntarios eran recibidos en las salas de recepción de edificios de apartamentos para que recuperen fuerzas mientras otros tomaban la posta a lo largo de la noche.
El temor
En el otro extremo de La Paz, en un área más residencial, se encuentra Victoria.
Sería sencillo suponer que los barrios más acomodados de la ciudad gozan de mayor seguridad al estar alejados del centro y sus cotidianos conflictos, pero este no es el caso.
Estas zonas de la urbe paceña son vecinas muy cercanas de barrios populares, donde la mayoría votó por Evo Morales el pasado 20 de octubre y donde muchos están dispuestos a seguir en las calles para defender al expresidente renunciado.
«Fueron noches terroríficas. Saquearon, apedrearon y quemaron», indica la artista a BBC Mundo en referencia a episodios que se vivieron en muchos puntos de La Paz.
Una de las víctimas de estas acciones fue el rector de la universidad pública paceña, Waldo Albarracín, quien es crítico al gobierno y fue parte de las movilizaciones en contra de Morales.
«Mi familia y yo nos encontramos bien y en un lugar seguro. Esta acción criminal demuestra el carácter violento y delincuencial del Movimiento al Socialismo (partido de Evo Morales)», señaló la autoridad académica el 11 de noviembre, con un video de su casa siendo consumida por las llamas.
Otros periodistas recibieron alertas de acciones similares e incluso el periódico Página Siete de La Paz suspendió su edición impresa durante unos días ante las amenazas que comenzaron a circular.
En los barrios que defienden a Evo
Callapa queda a menos de 30 minutos de una zona con casas residenciales, salas múltiples de cine, restaurantes y el centro comercial más grande de La Paz.
Basta cruzar un puente metálico para pasar de una calle con asfalto a este barrio cuya mayoría de las rutas son empedradas o de tierra.
«Nos están discriminando. Ya no podemos bajar a la ciudad porque nos quieren pegar y eso no es justo», cuenta una mujer indígena que pide que su nombre no sea revelado por seguridad.
La señora denuncia que desde que se produjo el cambio de gobierno la policía ya no los protege y que por las noches se ven a individuos sospechosos vestidos de civil.
«Nosotros estamos aquí resguardando nuestro acceso al barrio. Si antes estaba todo más o menos, ahora la gente se tiene que levantar y se va a levantar. No puede haber muertos, no pueden estar matándonos. No somos animales», indica a BBC Mundo.
Consultada sobre las denuncias que llegan desde los barrios céntricos de la ciudad en los que se acusa a los seguidores de Evo de provocar destrozos y violencia, la mujer asegura que sucede lo contrario.
«Nosotros somos los que ahora resistimos gases y que los policías nos empujen y arrastren. Hay miedo en nuestros barrios, también en El Alto, pero igual salimos a marchar sin molestar a nadie», señala, y asegura que los violentos son «infiltrados y rateros que se aprovechan».
Añade que «nada de eso comparten en el WhatsApp».
La escasez que asoma
La mujer aymara que vive en Callapa y Victoria, quienes tienen posiciones políticas enfrentadas y relatan lo que sucede en La Paz de manera muy distinta, coinciden en dos cosas.
La primera es el reclamo de que los medios de comunicación no muestran la zozobra por la que atraviesan noche tras noche.
La segunda es que ambas se levantaron muy temprano este sábado para comprar alimentos ante las primeras señales de escasez en la urbe paceña.
Desde hace dos días que productos de canasta básica son cada vez más difíciles de conseguir y se venden a precios elevados.
BBC Mundo visitó cinco de los principales mercados de la ciudad, en barrios residenciales como populares, y en ninguno de esos lugares pudo encontrar pollo.
Los distribuidores señalan que los comerciantes «están peleándose» por conseguir este producto que llega desde otros departamentos debido a las protestas que impiden el paso de los camiones.
Los huevos escasean en varios lugares y el precio de la carne de res se ha elevado en algunos sitios.
En dos de los mercados más importantes los portones fueron cerrados y los compradores deben acceder por estrechos pasos.
Se tomó esa medida por el miedo a que grupos irrumpan de manera sorpresiva y comiencen a saquear los productos.
Con los supermercados el panorama es similar. Muchos de ellos tienen tablones o techos de lámina protegiendo portales de vidrio y la gente hace fila para ingresar.
Una vez adentro se repite la figura, los mostradores con carne vacuna y de pollo están casi vacíos y los clientes llenan sus carritos con enormes bolsas de arroz y azúcar que para una familia de cuatro personas le podrían durar todo un mes.
Mensajes y fotos enviadas a los teléfonos móviles multiplican los nervios: largas filas en los bancos y en los cajeros automáticos desatan el rumor de que el efectivo puede agotarse.
Donde ya no hay filas es en las estaciones de gasolina y la escasez de combustible no distingue color político ni lugar de residencia.
Por eso las calles de los barrios céntricos tienen cada vez menos autos circulando y las paradas de los buses que parten a poblaciones rurales tienen cada vez a más campesinos esperando a que aparezca un vehículo que los pueda devolver a sus casas.
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