Cada vez son más las personas que piden la vuelta a la normalidad y, con la disminución de ómicron, los gobiernos están empezando a actuar.
Reino Unido, por ejemplo, está eliminando sus medidas de salud pública restantes, incluido el autoaislamiento obligatorio de los casos de covid-19 y las pruebas gratuitas.
Sin embargo, la verdad ineludible es que, a menos que el virus mute a una forma más leve, la vida «normal» a la que estamos regresando será en promedio más corta y más enferma que antes.
Hemos añadido una nueva enfermedad importante a nuestra población.
La covid-19 a menudo se compara con la gripe, como si agregar una carga equivalente a la gripe a una población estuviera bien (no lo está). De hecho, la covid-19 ha sido y sigue siendo peor.
La tasa de mortalidad por infección de covid-19, la proporción de personas que mueren una vez que la contraen, fue al inicio de la pandemia unas 10 veces mayor que la de la gripe.
Desde entonces, los tratamientos, las vacunas y las infecciones previas han reducido la tasa de mortalidad, pero aún es casi el doble que la de la gripe, y sí, esto sigue siendo válido para ómicron.
Además, que la covid-19 sea mucho más transmisible empeora su impacto.
Un mundo que ya no existe
Las vacunas han sido increíblemente efectivas para reducir las enfermedades graves y la muerte, pero no son perfectas.
Las nuevas variantes han puesto a prueba las defensas de las vacunas, y la protección contra infecciones y, en menor medida, enfermedades graves, disminuye después de unos meses.
Si bien es poco probable que perdamos toda la protección contra enfermedades graves y la muerte, el tipo de regreso a la normalidad que se intenta en países como Reino Unido, Dinamarca y Noruega hará que muchas personas enfrenten infecciones repetidas de covid-19 en los próximos años.
La gran mayoría se las arreglará, pero algunos morirán y más quedarán con problemas de salud duraderos.
Muchas personas con enfermedades leves seguirán necesitando ausentarse del trabajo o estudiar y, como hemos visto con ómicron, los efectos agregados pueden ser muy perjudiciales.
En resumen, el mundo anterior a 2020 ya no existe; es posible que lo queramos, pero simplemente no existe.
La vida poscovid
En los últimos 150 años ha habido grandes mejoras en la salud pública, con reducciones dramáticas en las muertes por desnutrición, enfermedades infecciosas, enfermedades ambientales, tabaquismo y accidentes de tránsito, por nombrar algunas.
Para problemas comunales hemos desarrollado soluciones comunales, desde vacunas hasta controles de contaminación, tabaquismo pasivo, conducción insegura y otros males.
No hay nada normal en dar un vuelco a décadas de progreso simplemente aceptando una nueva enfermedad grave como la covid-19 sin intentar mitigarla activamente.
La buena noticia es que podemos mitigarla. Podemos aceptar que el mundo ha cambiado y hacer adaptaciones en base a lo que hemos aprendido en los últimos dos años.
Aquí hay ocho cambios clave que pueden reducir el impacto futuro de la covid-19:
1. Estar al aire libre es muy seguro, así que hagamos que el aire de los interiores se parezca lo más posible al de fuera.
Eso implica una gran inversión en infraestructura para mejorar la ventilación y filtrar y limpiar el aire.
No es sencillo, pero tampoco lo era llevar agua limpia y electricidad a todos los hogares.
Sabemos cómo hacerlo y será efectivo contra cualquier variante futura y cualquier enfermedad de transmisión aérea.
2. Las vacunas siguen siendo cruciales.
Necesitamos vacunar al mundo lo antes posible para salvar vidas y frenar la aparición de nuevas variantes.
También debemos seguir trabajando para obtener vacunas cuya protección sea más duradera y ante más variantes.
3. Hemos aprendido que actuar cuanto antes es crucial para contener los brotes y prevenir la propagación a otros países.
Por lo tanto, debemos invertir en la vigilancia global de nuevas variantes del coronavirus y de otras nuevas enfermedades infecciosas.
4. La mayoría de los países ya cuentan con vigilancia de rutina para enfermedades infecciosas graves (como la gripe y el sarampión) y planes para mitigar su impacto.
Los países deben sumar la vigilancia permanente de las tasas de infección por covid-19 a los programas existentes, para realizar un seguimiento de cuánto circula la covid-19, dónde y en qué comunidades.
5. Todavía sabemos muy poco sobre el impacto a largo plazo de la covid-19, aunque sabemos que puede causar daños duraderos en los órganos y provocar una enfermedad prolongada.
Necesitamos invertir en comprender, prevenir y tratar ese impacto.
6. Muchos sistemas de salud ya estaban en problemas antes de que llegara la covid y, desde entonces, la pandemia ha reducido aún más su resiliencia.
Se necesita con urgencia invertir en sistemas de salud, particularmente en las temporadas de invierno, cuando la carga adicional de covid-19 se sentirá con mayor intensidad.
7. La covid ha golpeado con más fuerza a los más desfavorecidos.
Los que menos pueden permitirse el autoaislamiento también tienen más probabilidades de trabajar fuera del hogar, usar el transporte público y vivir en viviendas superpobladas, todos factores de riesgo para contraer el virus.
La mayor exposición se combina con tasas de vacunación más bajas y peor salud entre los grupos desfavorecidos, lo que lleva a peores resultados si se infectan.
Los países deben invertir más en la reducción de las desigualdades: en salud, vivienda, lugares de trabajo, pago por enfermedad y educación.
Eso nos hará a todos más resistentes a futuros brotes y reducirá la mala salud y la muerte, no solo por covid-19, sino también por todo lo demás.
8. Finalmente, aún habrá olas de covid-19 en el futuro; lo anterior simplemente reducirá su frecuencia y escala.
Necesitamos tener un plan para lidiar con esto.
Los excelentes sistemas nacionales de vigilancia ayudarán a identificar rápidamente un brote y comprender cuánto daño está causando y cuánta inmunidad se está evadiendo, todo lo cual ayudará a adaptar una respuesta temporal adecuada.
Una respuesta podría, por ejemplo, incluir la intensificación de las pruebas, la reintroducción de mascarillas y trabajar desde casa cuando sea posible.
Todos estos planes deberían permitirnos evitar bloqueos prolongados y generalizados.
Negarse a aprender a vivir con covid-19 fingiendo que existe la vieja normalidad aumentan el riesgo de futuras cuarentenas.
Necesitamos pasar de las etapas de negación y enojo del duelo y aceptar que el mundo ahora es diferente.
Así podremos tomar el control y construir una forma de vida que esté diseñada para convivir con el virus de manera que nos permita a todos, incluidos los clínicamente vulnerables, llevar una vida más libre y saludable.
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