En el oasis asiático que representa Corea del Sur, considerado «el milagro económico del este asiático» por el Banco Mundial, también hay sombras.
Desde la división de las dos Coreas en 1948, el país se ha convertido en uno de los más prósperos de Asia. Mientras su vecino del norte ha caído en la pobreza y el totalitarismo, Corea del Sur —con apenas 30 años de democracia— es un modelo para muchos vecinos del continente.
Con un PIB de 38.000 dólares per cápita, según datos de la OCDE, su economía supera a países como España o México y se coloca muy cerca del nivel de potencias europeas como el Reino Unido.
El éxito económico surcoreano se debe en parte a un tejido empresarial competitivo, inversión extranjera y un sistema educativo competente
Todavía está lejos de alcanzar el patrimonio de Estados Unidos, pero en 50 años los ingresos medios de sus habitantes han recortado la distancia con el ciudadano medio estadounidense en 60%, según la misma fuente.
Éxito económico ¿y democrático?
Si hablamos de democracia, el país asiático sí superó en 2017 a Estados Unidos el ranking que cada año elabora la Unidad de Inteligencia del diario The Economist. La publicación considera a Corea del Sur una democracia plena.
Por el contrario, México, por volver a un mismo ejemplo, se encuentra casi dos puntos por debajo y es clasificado como un régimen democrático débil por el mismo índice.
Pero en Corea del Sur no todo son luces. El país tiene un problema grave de corrupción al más alto nivel. Todos sus líderes, desde que hay democracia, se han visto envueltos por escándalos de corrupción. Incluida la ex presidenta del país, Park Geun-hye, ahora en la cárcel.
Y pese a la buena clasificación en términos democráticos por parte de algunas instituciones internacionales, expertos consultados por BBC Mundo creen que la realidad es mucho más compleja.
Park Geun-hye, presidenta surcoreana entre 2013 y 2017, cumple una condena de 24 años de cárcel por corrupción
«Tengo la sensación de que se resalta mucho la democracia surcoreana pero que realmente no se entiende que hay problemas importantes como un fuerte estado policial con profundas restricciones a la democracia», cuenta Owen Miller, doctor de Estudios del Este Asiático en la Universidad SOAS de Londres.
Ciertamente, Corea del Sur tiene muchos mejores índices de crecimiento, prosperidad y democracia que su vecina Corea del Norte, pero también tiene un lado más oscuro, especialmente en cuanto a la recepción de inmigrantes, por razones humanitarias o no.
Nacionalismo étnico
Corea del Sur ha sido una nación tradicionalmente homogénea étnicamente, una condición impulsada desde un nacionalismo étnico muy arraigado que se extiende también a los coreanos del norte de la península.
Este patriotismo exacerbado se remonta a miles de años atrás, durante el nacimiento de la nación y de lo que se llama minjok, la raza coreana.
Pero fue la ocupación japonesa que vivió la península en gran parte de la primera mitad del siglo XX la que hizo resurgir un nacionalismo moderno de corte más moderno y, si cabe, más polémico.
«Es un nacionalismo de ’sangre y tierra’ como el que se puede encontrar en otros países», explica a BBC Mundo Steve Denney, experto en estudios Asiáticos de la Universidad de Toronto.
Es, dice, como cualquier buena tradición nacional o historia nacionalista, «una invención destinada a justificar una causa política. En este caso, la soberanía del estado-nación coreano».
La península coreana estuvo bajo dominio nipón entre 1910-1945 y era considerada «colonia japonesa» hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial
Miller, el doctor que antes valoraba la calidad de la democracia en el país, no ve particularidades destacables en el caso surcoreano.
Él sostiene que, efectivamente, nació como una respuesta a la colonización japonesa pero también influenciado por las corrientes sobre racismo, socialismo darwiniano y nacionalismo étnico que a finales del XIX y principios del XX llegaban desde Europa y fueron filtradas por Japón durante la ocupación.
«El nacionalismo étnico coreano y japonés tiene muchas similitudes y se centra en ideas como linajes sanguíneos y razas únicas, pero no es algo único de Corea del Sur, puede verse en otro lugares».
Pureza de la raza
Pero es precisamente este tipo de nomenclatura, con alusiones a sangre y razas, lo que hace ver este nacionalismo con desconfianza. Hasta hace muy poco en Corea del Sur se usaba de forma institucionalizada el término danil minjok para referirse a la »raza pura» coreana.
«Es la idea de que Corea ha mantenido su yo distintivo y racialmente ‘puro’ al rechazar a los invasores, evitando así la disgregación de su linaje sanguíneo con extranjeros. Implica que Corea es y debe seguir siendo un país étnicamente homogéneo», aclara Denney.
Cuando se le pregunta si esa idea de raza puede ser equiparada con la de raza aria, Denney reconoce que «es en gran medida comparable con otras concepciones de pureza étnica y nacionalismos étnicos de todo el mundo».
Durante décadas el mito de una raza pura fue enseñado en la escuelas. Lo explica en un artículo de opinión de el New York Times el surcoreano Se-Woong Koo, editor de un periódico en el país que recibió parte de este adoctrinamiento cuando era niño para justificar la «unidad nacional».
En 2007, una convención de la ONU para eliminar el racismo instó a Seúl a prohibir el uso de esa terminología alegando que «el énfasis puesto en la homogeneidad étnica de Corea puede representar un obstáculo para la promoción del entendimiento de la tolerancia y la amistad entre los diferentes grupos étnicos y nacionales que viven en su territorio».
Pero Koo recuerda en su artículo que los problemas persisten. A pesar del llamado de atención de Naciones Unidas, en 2009 hubo un famoso caso en los tribunales en los que un hombre indio acusó de racismo a un surcoreano.
También en 2017 hubo una polémica por un indio al que se le negó la entrada a un bar de un famoso distrito de la capital del país que reconoció negar la entrada a ciudadanos de ciertos países.
Y hace muy poco, una reciente crisis con refugiados yemeníes, un país en guerra civil desde hace más de tres años y en estado de hambruna, ha puesto de manifiesto el clima antiinmigración de Corea del Sur que se puede ver en parte de la población y también ciertas medidas que ha adoptado el propio gobierno.
Políticas restrictivas
Tras la llegada de más de 552 ciudadanos de Yemen entre enero y mayo de este año, Corea del Sur eliminó al país de una lista de estados que no necesitan visa para pisar territorio surcoreano. También ha bloqueado la salida de refugiados de la isla de Jeju, una zona libre de visa para ciudadanos de casi todo el mundo y habitual destino turístico.
La población local reaccionó a la oleada de inmigrantes lanzando una petición online que obtuvo más de medio millón de firmas en apenas dos semanas. Los firmantes exigían al presidente Monn Jae-in, en su día defensor de derechos civiles, que elimine o modifique la concesión del estatus de refugiado.
El Ministerio de Justicia, en una clara respuesta a las demandas de la gente, dijo que endurecerá las leyes para evitar que los inmigrantes «se aprovechen del sistema de protección de refugiados por razones económicas o de residencia para aliviar las preocupaciones de la población».
Pero la actitud de los surcoreanos ante los refugiados, no sorprende a quien, como Koo, conocen la relación histórica del país con los inmigrantes.
Refugiados
De acuerdo con un reporte del Foro Económico Mundial, que usa datos de Amnistía Internacional de 2016 (los más actuales), el país asiático dista en más de 20 puntos de otros como Alemania, España, Reino Unido o incluso de la vecina China a la hora de recibir refugiados.
Corea del Sur pasó a formar parte de la Convención del Estatuto del Refugiado en 1992, aunque empezó a aceptar solicitudes en 1994. Desde entonces, según datos de Human Rights Watch (HRW), solo ha aprobado el 2,1% de las solicitudes de asilo de ciudadanos que no son coreanos. La cifra no incluye a los norcoreanos que se rigen por un índice distinto.
Esto significa que de 40.470 solicitantes solo a 839 se les otorgó el estatus de refugiado.
Vestigios del pasado
El doctor Miller dice que resulta sorprendente que la idea de raza pura, instalada en los años 20 del siglo pasado y superada (hasta cierto punto) en la cultura occidental donde se originó, haya pervivido hasta hace poco en este país.
Pero encuentra dos explicaciones.
«En parte se debe al legado del régimen autoritario que hubo en Corea del Sur hasta finales de los 80 y que usaba ese tipo de discurso. Otra razón es que hasta los 90, no había muchos extranjeros. Es a partir de entonces que el país tiene que decidir si definirse como una sociedad de raza pura o multicultural».
El país optó hace unos años por el multiculturalismo o damunhwa, como se lee en los documentos oficiales. Pero se refiere sobre todo al matrimonio de coreanos con extranjeros.
Ahora, la crisis con los refugiados, las nuevas medidas anunciadas por el Ministerio de Justicia y las protestas en las calles de Seúl con gente llevando pancartas que pedían a los solicitantes de asilo que se fueran, están levantando ciertas dudas sobre lo dispuestos que los surcoreanos están preparados a abrirse a otras culturas.
Porque los niveles de recepción de extranjeros no solo afecta a quienes solicitan un estatus de refugiados, sino a ciudadanos de otros países.
Los residentes no nacidos en ninguna de las dos Coreas no son más que dos millones en una población de 51 millones, de acuerdo con el censo de 2014. Es apenas 4%, un porcentaje muy bajo comparado con otros países.
Y pese a que las parejas multirraciales (o de sangre mixta como se decía hasta 2007) dice Denney que ya no son un tabú y van en ligero aumento, sí pueden levantar las miradas de algunos, llamando más la atención aquellas personas con un color de piel más oscuro, me confiesa una colega surcoreana que estudia una maestría en Londres.
«Pero la aceptación de gente de otra raza y con un color distinto de piel, depende de las personas, como en todos lados», defiende Jiye Choi.
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