«Siempre fue un soñador», dice Elvira Llovera al recordar a su hijo, Juan Pablo Pernalete.
El joven de 20 años es una de las casi 40 personas que han muerto desde inicios de abril en Venezuela, donde una ola de manifestaciones en contra y a favor del gobierno de Nicolás Maduro ha derivado en violencia.
Y las movilizaciones no parecen tener fin: este lunes se espera otra gran protesta a nivel nacional que los opositores han denominado «la gran toma».
En el dormitorio de Juan Pablo, en la capital del país, Caracas, había una lista de las metas del joven; estaba clavada en el interior de un armario, donde aún cuelga una camiseta de básquetbol.
«Quiero jugar en la NBA, quiero tener éxito y hacerme multimillonario; quiero ser el mejor jugador de todo el mundo», dice la lista leída por Elvira.
«Quiero ser alto, quiero crecer 1,96; quiero llegar a conocer bien a Dios; quiero para mis amigos, y sobre todo para mi familia, mucha salud».
Juan Pablo, cuya muerte en abril el gobierno asegura estar investigando, iba por buen camino: había ganado una beca para jugar básquetbol en la privada Universidad Metropolitana (Unimet) de Caracas, en donde estudiaba contabilidad.
Quería que otros jóvenes también tuvieran oportunidades, pero estaba descontento con la situación de su país, en donde la inestabilidad económica, social y política tiene al país sudamericano en crisis.
La oposición exige la apertura de un canal humanitario para el ingreso de alimentos y medicinas, la liberación de prisioneros políticos, pero principalmente que haya nuevas elecciones presidenciales y regionales.
Los manifestantes que apoyan al gobierno, en cambio, exigen respeto a la presidencia de Nicolás Maduro y acusan a los opositores de orquestar un golpe de Estado y fomentar la violencia en las protestas.
Era un idealista»»
Por las mañanas, Juan Pablo asistía a clases y entrenaba en el campus de Unimet, y por las tardes se iba a jugar baloncesto en los barrios de Caracas.
Allí conoció la extrema pobreza en la que viven algunas personas.
En un momento tuvo la idea de recoger los mangos que había en el patio de su casa para compartirlos: «Los puso en bolsas de plástico y los dejó en las calles para que los que tuvieran hambre pudieran recogerlos», recuerda Elvira.
A medida que la crisis de Venezuela recrudeció, Juan Pablo vio cómo varios de sus amigos se fueron del país en busca de nuevas oportunidades.
Para Elvira, no es raro que su hijo comenzara a asistir a las marchas que protestan contra el gobierno, pues dice que Juan Pablo «era un idealista» que tenía la esperanza de ayudar a Venezuela.
«Le rogué que no fuera, le dije que la policía reprime a los manifestantes, pero dijo que quería que su voz se escuchara y luchar por sus sueños», dice la madre del joven.
Su padre, José Gregorio Pernalete, añade: «Él no pertenecía a ningún partido, solo quería que hubiera un mejor país para todos».
La terrible noticia
El 26 de abril, Juan Pablo asistió a una protesta en el barrio Altamira, en Caracas.
Su amigo Andrés Toth, con quien había entrenado en el gimnasio temprano ese día, también estaba allí, al igual que muchos de sus amigos.
Sus padres acababan de volver a casa luego de buscar en varias farmacias los medicamentos para la presión alta que padece José Gregorio, cuando recibieron una llamada de un amigo.
«Dicen en la calle que Juan Pablo está herido, que lo llevaron al hospital Salud Chacao», recuerda Elvira que le dijo uno de los jóvenes.
Los padres de inmediato tomaron su automóvil para buscarlo, pero la protesta de ese día tenía bloqueadas las calles y fue difícil llegar al hospital.
Desesperada, Elvira salió del vehículo y le hizo señas a un motociclista para que le ayudara a salir del tráfico.
«Le dije que mi hijo estaba herido y había sido llevado a Salud Chacao y que si él me podía acercar», recuerda Elvira.
«Dijo ‘¡de ninguna manera señora, yo la llevo hasta allá!'».
En el hospital, el alcalde de la localidad estaba esperando a Elvira con una mala noticia: «Tienes que ser fuerte, tu hijo está muerto».
Elvira no recuerda mucho acerca de lo que pasó después, pero dice que de alguna manera llamó a su esposo y le contó lo que había sucedido.
José Gregorio, quien todavía estaba manejando su auto, perdió el control: «No podía ver por las lágrimas, estaba gritando, estaba golpeando el volante con las manos».
Un transeúnte que pasaba lo movió al asiento del pasajero y tomó las llaves.
«Recuerdo que me dijo que no estaba en condiciones de manejar y que me llevaría a Salud Chacao», afirma José Gregorio.
Según el informe forense, Juan Pablo murió de un choque cardiogénico causado por un traumatismo en el pecho.
¿Qué pasó?
Varias personas que asistieron a la marcha dijeron que policías de la Guardia Nacional estaban disparando gases lacrimógenos a los manifestantes, algo que sucede frecuentemente en las protestas de la oposición.
Sin embargo, en esa ocasión los testigos aseguran que los policías antimotines, en vez de apuntar hacia arriba, estaban disparando directamente contra ellos.
Juan Pablo no medía los 1,96 metros que soñaba, pero con 1,86 era alto y fue golpeado por algo que hizo que su corazón dejara de bombear suficiente sangre para su cuerpo.
La investigación oficial sobre lo sucedido que el 26 de abril en Altamira está todavía en curso.
La versión posible que da el gobierno es que es que fue víctima de un disparo con una pistola de perno desde cerca.
En este punto, José Gregorio y Elvira saben que una cosa cierta: no quieren otra familia tenga que vivir lo que ellos pasaron.
«Cuando veo a los muchachos en los barrios en los que jugó básquet veo la misma mirada en sus ojos que he visto en mi hijo, las mismas aspiraciones, Hay mucho talento aquí. Por favor, no dejen que se desperdicie como le pasó a mi hijo «, dice Elvira.