Cuatro años después de sacudirse con la llegada de Donald Trump al poder, la política de Estados Unidos hacia América Latina volverá a dar un giro brusco con el triunfo del opositor Joe Biden en las elecciones del martes.
De hecho, las profundas diferencias entre Biden y Trump sobre cómo conducir las relaciones exteriores de la mayor potencia global emergen con claridad en sus enfoques para la región.
Mientras que Trump priorizó casi en exclusiva cortar la migración de Latinoamérica hacia EE.UU., Biden plantea aumentar la cooperación continental en problemas que causan ese éxodo en la región, como la violencia y la pobreza.
El presidente electo ha planteado además elevar la importancia de otros asuntos en la agenda hemisférica, incluidos los derechos humanos, el medioambiente y la corrupción, lo que pondrá a prueba el vínculo de Washington con países como México o Brasil, según expertos.
Y si bien se espera que la crisis de Venezuela siga siendo un tema caliente, Biden puede cambiar la estrategia de Trump para lograr elecciones en ese país.
Muchos prevén que una política de Biden para América Latina se parecerá más a la que primó durante el gobierno de Barack Obama entre 2009 y 2017, cuando él fue vicepresidente con un rol de articulador hacia el sur del río Bravo.
Pero algunos advierten que incluso aquel antecedente es relativo.
«2020 no es 2008 ni 2012: la región ha cambiado… Volver a lo de Obama no es posible, porque las condiciones no son las mismas», dice Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, un centro de análisis regional en Washington, a BBC Mundo.
Nuevas prioridades
En la relación de su gobierno con América Latina, Trump destacó como grandes logros sus acuerdos con México y países centroamericanos para que contengan a migrantes en sus territorios.
«Forjamos alianzas históricas con México, Guatemala, Honduras y El Salvador para detener el tráfico de personas», dijo Trump ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre.
Pero los pactos afectan entre otros a aspirantes de asilo en EE.UU. y Trump llegó a esos acuerdos a base de amenazas de castigos económicos o comerciales a los países involucrados.
En cambio, Biden se opone a seguir con la construcción del muro que Trump ha promovido pero no logró concretar a lo largo de la frontera con México y ha promete restaurar el papel de EE.UU. «como lugar seguro para refugiados y solicitantes de asilo».
Pero algunos advierten que un gobierno de Biden deberá ser cauto para evitar que migrantes de la región interpreten que las fronteras de EE.UU. se abren.
«Eso sería un desastre, tanto político como humanitario«, señala Cynthia Arnson, directora del programa América Latina del Centro Wilson, un foro para temas globales en Washington.
Biden, quien ha buscado distanciarse del alto número de deportaciones del gobierno de Obama, impulsó como vicepresidente en 2015 un plan de asistencia para Centroamérica tras la llegada de miles de menores sin acompañantes a la frontera entre EE.UU. y México.
«El énfasis en abordar las causas (de la emigración de América Latina, como) la pobreza, el desempleo juvenil, la falta de educación, esas cosas se quedaron por el camino con Trump. Y es lógico suponer que volverían a ser alta prioridad en un gobierno de Biden», dice Arnson a BBC Mundo.
¿Nuevas tensiones?
Pero una pregunta ahora es cómo recibirían los gobiernos latinoamericanos una agenda de Biden que pondá más énfasis en problemas domésticos de sus países, temas que Trump dejó en segundo plano.
Por ejemplo, Trump logró mejorar su relación con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, tras acordar un nuevo acuerdo comercial entre EE.UU., México y Canadá (T-MEC) y bajar el tenor de sus críticas a su vecino del sur en temas como la seguridad.
Como presidente, Biden buscará mantener una buena relación con México ante la necesidad de cooperación bilateral en varias áreas, anticipan los expertos.
«Lo que sí creo que vamos a ver y puede complicar la relación es que los temas de derechos humanos, democracia y corrupción también van a ser parte de una agenda muy amplia» bajo el gobierno de Biden, dice Shifter.
«Tal vez no va a estar contento AMLO con esa agenda, pero es una agenda mucho más tradicional y no depende de la forma errática de Trump», agrega.
En el caso de Brasil, el presidente Jair Bolsonaro ha buscado cultivar una relación estrecha con Trump con base en su afinidad ideológica y alineamiento político.
En cambio, el plan de Biden de colocar sobre la mesa temas medioambientales puede generar tensiones con el gigante sudamericano.
Bolsonaro rechazó recientemente como «amenazas cobardes» una idea reciente de Biden de ofrecer a Brasil un fondo internacional de US$20.000 millones para detener la deforestación amazónica o enfrentar «consecuencias económicas».
Otras diferencias importantes entre Biden y Trump surgen en sus planes para Venezuela y Cuba.
Respecto a la isla, Biden plantea «una nueva política» que revierta limitaciones a los viajes y remesas impuestas por Trump e impulse a los cubano-estadounidenses como «embajadores por la libertad».
Pero Arnson sostiene que «sería un error pensar que una política de Biden volvería a la política del gobierno de Obama en términos de normalización» de las relaciones con Cuba sin cambios políticos en la isla.
En Venezuela, Biden ve las sanciones económicas como «una de las herramientas» de una estrategia que incluya más asistencia humanitaria, presión internacional coordinada sobre el gobierno de Nicolás Maduro y apoyo a actores democráticos para que se convoque a elecciones libres en el país.
El presidente electo ha previsto además dar el Estatuto de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) a inmigrantes venezolanos para que residan legalmente en EE.UU. y eviten volver a su país en crisis.
Los expertos creen que Biden se apartará así de la política de Trump centrada en la imposición de sanciones unilaterales que no han logrado la salida de Maduro del poder.
«Es otro enfoque, otro estilo, pero no es ser una paloma«, sostiene Shifter. «Creo que Biden tiene muy claro que Maduro es un dictador que hasta ahora no ha negociado en buena fe».