Pocas máquinas han sido tan atesoradas en los hogares del mundo, pasadas de generación en generación, evocando memorias e inspirando sueños como la máquina de coser Singer.
Es además uno de los productos más vendidos de la historia.
La Compañía Máquina de Coser fue la creación de un excéntrico estadounidense llamado Isaac Merritt Singer, quien inventó lo que llamó «el motor de coser» y lo patentó en 1851.
Aunque no fue la primera máquina de coser, pues había sido inventada por Walter Hunt en 1833, la Singer era más confiable y capaz de coser continuamente 900 puntadas por minuto, 20 veces más que una costurera experta.
Dos años después fue aclamada como «uno de los dispositivos de ahorro de mano de obra más eficientes que se haya presentado al público».
Todo un espectáculo
Singer y su socio comercial Edward Clark se dedicaron a establecer lo que llegaría a ser un imperio comercial internacional.
«Singer era brillante para el espectáculo. Era muy bueno vendiendo la máquina de coser. Abrió fantásticas salas de exhibición grandes y lujosas en EE.UU. Además las llevaba a ferias y circos», le contó a la BBC la historiadora de textiles Lin Gadner.
«Sabía que tenía que persuadir no solo a los manufactureros de que las adoptaran, sino también a los consumidores de que las prendas cosidas a máquina eran tan buenas, y hasta mejores, que las cosidas a mano», señala Gardner.
«Durante toda la historia, la gente había cosido a mano todos y cada uno de los pedazos de tela, y de repente apareció esta máquina que supuestamente se iba a encargar de hacerlo… ¡era difícil de creer!», explica Alex Askaroff, especialista en máquinas de coser.
«Así que montaron espectáculos públicos en Broadway, Nueva York: pagabas 10 centésimos de dólar y podías ver que era cierto. Y así es como todo empezó».
La creación de una ciudad
En la década de 1870, varias compañías estadounidenses se dieron cuenta de que podían vender sus máquinas en el extranjero.
Para Singer, el mercado más obvio en el cual experimentar era Reino Unido.
Primero establecieron una fábrica en Glasgow, Escocia. Pero pronto fue evidente que, aunque producían más de mil máquinas a la semana, no podían satisfacer la demanda.
Así que buscaron otro sitio en Europa para hacer una sede más grande y, al final, se quedaron en Escocia, en un lugar que tenía todo lo que necesitaban: un río, bosques y tren.
La fábrica se empezó a construir en 1882 y 2 años después estaba lista. Era una instalación de vanguardia, la más grande de su tipo en el mundo.
«Hay un mapa brillante de 1861 en el que lo único que ves es un ferrocarril, un canal y el río Clyde», cuenta Gardner. «Y en el mapa de 1891 ya hay un laberinto de calles y la enorme fábrica».
«Literalmente cambió la geografía del lugar».
Más que eso.
Con el mundialmente famoso astillero de John Brown en el área empleando una enorme cantidad de personas y la flamante fábrica Singer, que atrajo a miles más, el aluvión de la industria inadvertidamente creó una ciudad completamente nueva que se llamó Clydebank.
Pero su gran impacto lo tuvo en los hogares de todo el mundo.
En las fábricas
No obstante, ese no fue el primer destino de la que era considerada una maravilla tecnológica.
Inicialmente la compañía abordó las fábricas, pensando que, al enterarse que con la máquina podían hacer un sombrero o un abrigo en dos días en vez de dos semanas, la comprarían.
Y efectivamente así fue: encargaron decenas, centenas y, en ocasiones, miles.
Además, su uso se extendió más allá de la manufactura de prendas de vestir. Alterando la forma de partes de la máquina, podía usarse para hacer una variedad de cosas, desde zapatos y guantes hasta libros.
De hecho, hoy en día siguen habiendo encuadernadoras de libros que las utilizan y no son nuevos modelos, sino las mismas máquinas que compraron hace décadas.
Hechas para perdurar
Las máquinas de coser Singer producidas a principios del siglo XX eran finamente diseñadas. Construidas con hierro fundido y una combinación de aleaciones, estaban hechas para durar. Eran virtualmente indestructibles.
Pero tenían un problema: también eran extremadamente costosas.
Así que en la década de 1870 se les ocurrió una idea que para entonces era toda una novedad: entregarle al consumidor la máquina y dejar que la pagara en cuotas a lo largo de algunos años.
En el primer año las ventas subieron de 5.000 a 25.000 máquinas y cada año después la cantidad se doblaba.
Para 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, las máquinas de coser Singer eran tan populares que estaban en uno de cada cinco hogares en el mundo.
Y esa no era la única táctica de marketing. Tenían vendedores de puerta a puerta, en las vitrinas de sus tiendas ponían chicas atractivas a coser, ofrecían cursos para aprender a manejar las máquinas… toda una estrategia que le aseguró a la marca su lugar a la cabeza de todas las demás durante décadas.
Así que abrieron fábricas en varios otros lugares del mundo.
En el hogar
Gran parte del éxito de Singer se debía a la lealtad de sus consumidoras. La compañía había alimentado esa relación desde que empezó a vender a particulares.
Conscientes de que la idea de llevar una máquina a la casa para que la usara una mujer era una idea sui generis, la presentaron como un aparato que ahorraba tiempo y podía ayudarles a ganar dinero.
A menudo se dice que este o aquel producto cambió la vida de la gente. Este es uno de esos casos.
Para darnos una idea, Andrew Godley, historiador de gestión y negocios, cuenta que, según «los diarios que escribían las amas de casa en EE.UU. en las décadas de 1860 y 1870, pasaban el equivalente a dos días a la semana haciendo o reparando ropa, cosiendo a mano y otras tareas asociadas con ello».
«La máquina de coser les ahorró el 90% de ese tiempo», dice Godley.
Además, no solo podían coser para su familia más rápido, sino también para otra gente, cobrar y así ganar su propio dinero, algo realmente transformativo.
Un final feliz
Pero todo llega a su fin.
Cuando se recuperaron las industrias que habían estado inhabilitadas debido a la Segunda Guerra Mundial, el monopolio de Singer se vio amenazado.
Nuevas máquinas de coser mejores y más baratas entraron al mercado. Singer no adoptó la estrategia adecuada para competir y eso, combinado con la llegada de la revolución de la moda de los años 60 -con ropa barata y atractiva- llevó a que la compañía perdiera el estatus que por tanto tiempo había conservado.
No obstante, en algunos lugares las máquinas de coser Singer siguen transformando vidas.
Uno de ellos es la organización Street Girls Aid (o «Ayuda a chicas de la calle») en Ghana, donde reciben máquinas de coser restauradas por la organización benéfica Herramientas para la Autosuficiencia en un taller en Southampton, en el sureste de Inglaterra.
Son máquinas Singer de principios del siglo XX y, sin embargo, generalmente solo necesitan una limpieza profunda para funcionar como nuevas.
Herramientas para la Autosuficiencia restaura unas 300 máquinas al año y las envía a Accra, a 5.000 kilómetros de distancia en dirección sur.
En Street Girls Aid decenas de jóvenes aprenden a coser, a diseñar y a soñar.
«No importa si las máquinas que tenemos son nuevas o viejas, lo que importa es que son duraderas», dice Vida Amoako, la directora de la organización.
De hecho, la mayoría de las chicas prefieren máquinas de coser manuales, «porque no tienes que pagar cuentas de electricidad», dice una de ellas.
«Al final del curso de un año, se llevan la máquina con la que han aprendido. Así pueden abrir su propio negocio», explica Amoako.
Más de 20 jóvenes se gradúan cada año.
«¡Tener esta máquina de coser va a cambiar mi vida a más no poder!», exclama Abena Ntiriawah.
«Cuando termine el curso, voy a tener mi propio negocio para poder trabajar para mí misma», asegura Gloria Boakyewaa. «Voy a ser una profesional perfecta, una costurera de alta calidad».