En medio de las balas uno no piensa en la muerte, piensa en su familia: ¿Cómo les irá sin mí? Si les causará dolor… Se tira al piso y espera el «trac, trac, trac» interminable de las ráfagas.
Así estuvimos un grupo de 200 personas en una pequeña iglesia católica de Managua durante más de 15 horas. La mayoría eran estudiantes que habían sido expulsados la noche del viernes a punta de bala de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (Unan), por tropas de civiles leales al presidente Daniel Ortega.
El gobierno no se ha pronunciado sobre los enfrentamientos de la Unan, pero la universidad, tildada de ser oficialista a pesar de su autonomía, dijo en un comunicado que los jóvenes que tomaron el centro destruyeron el recinto.
Con casi 40.000 alumnos, la Unan es la universidad más grande de Nicaragua y se rebeló contra Ortega a inicios de mayo, uniéndose a las protestas que ya habían iniciado otras universidades más pequeñas.
Los universitarios son el símbolo del levantamiento popular que se vive en el país desde hace tres meses contra el presidente, que lleva en el poder 11 años y ha sido acusado de corrupción y abuso de poder. Desde que estallaran las manifestaciones, más de 300 personas han fallecido, la mayoría civiles.
Tras la toma de la Unan por parte de los estudiantes, la universidad tuvo que suspender todas sus actividades por más de dos meses y los jóvenes anunciaron que no entregarían la misma hasta que Ortega saliera del poder.
Yo quedé atrapado junto con ellos y varios obispos cuando cubría como reportero el desalojo de los universitarios… Y acabé viviendo el dramático asedio a una iglesia, la Jesús de la Divina Misericordia.
«Yo no me dejo agarrar viva»
«Hoy será una noche larga», dice Valeska, de 20 años, en la iglesia en la que nos refugiábamos.
La Jesús de la Divina Misericordia está ubicada a un costado de la Unan, contigua a un barrio de clase media alta llamado Villa Fontana Sur.
En la medida en que las fuerzas de choque del gobierno fueron conquistando las ocho entradas de la universidad, los estudiantes se fueron replegando hacia el pequeño templo.
La última barricada que defendieron fue en la calle principal de Villa Fontana. Después de esa barricada las tropas del gobierno ya tenían acceso a la iglesia. Y por momentos lo lograron: disparaban y volvían para atrás. Así fue el asedio toda la noche del viernes 13 y el 14 de julio en la madrugada.
La joven estudiante de derecho cuenta que ya fue secuestrada en una ocasión por las tropas leales a Ortega, y luego dejó ir la frase más lapidaria que se escuchó esa noche de viernes 13.
«Yo no me dejo agarrar viva, yo ya sé qué es las torturas que ellos aplican», y muestra un pedazo de vidrio en medio de la oscuridad auxiliada por la luz de la pantalla de su celular.
«No digas eso, vamos a salir vivos de aquí», le dice una voz al fondo. Los dos sacerdotes de la parroquia que también están tirados en el piso para esquivar las balas, le dicen a la joven que tenga fe y esperanzas.
Pero Valeska no puede: la joven explica que a comienzos de junio fue secuestrada junto a tres estudiantes más por fuerzas ligadas al gobierno, que le «arrancaron las uñas de los pies», mientras le preguntaban quién financiaba la toma de la universidad.
La estudiante fue abandonada desnuda en las costas del lago de Managua, en una zona desolada, recuerda.
Una investigación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre las protestas concluyó que «hubo graves violaciones de derechos humanos (…) caracterizadas por el uso excesivo de la fuerza por parte de cuerpos de seguridad del Estado y el uso de la violencia por parte de terceros armados». Pese a ello, el gobierno niega su responsabilidad en los hechos violentos.
Refugiada en el templo el viernes, Valeska teme lo peor.
La iglesia Jesús de la Divina Misericordia está rodeada de fuerzas ligadas al gobierno que disparaban contra unos 50 estudiantes que le hacen frente con armas artesanales, morteros, piedras y palos.
Las balas llegan hasta donde estamos refugiados y tirados en el piso todos. Se escuchan los silbidos y ¡pac! Pegan en las paredes. Los escombros arrancados provocan heridas en una profesora que está en el sitio, solidaria con sus alumnos.
Ella se toca, tiene sangre, y cuando le dicen que no tiene ninguna bala alojada en su cabeza se controla. «Fue un trozo de la pared», le dice un médico que también está presente.
Pero esa misma suerte de la profesora, no la tuvo Gerald Chávez, de 20 años y estudiante de Técnicas de Construcción de la Unan.
«Un médico, un médico…»
En medio de la noche, cuando escuchabas el «trac, trac, trac» de las ráfagas de disparos seguida de la desgarradora frase «un médico, un médico…», era sinónimo de muerte.
Tras esa sucesión de hechos, Gerald Chávez fue llevado por otros estudiantes hasta la casa cural de la iglesia, llena de personas tiradas en el piso para esquivar las balas.
Allí lo acostaron en una pequeña mesa plástica, tan pequeña que los pies de Chávez colgaban y los médicos comenzaron a revisarlo.
«Herida de bala certera en la cabeza, entró por la parte izquierda y salió por otro costado», señaló el médico voluntario que lo atendió y le aplicó un litro de suero con analgésico para que el joven de 20 años tuviera una muerte un poco menos dolorosa.
El joven era originario de Masaya, otra ciudad rebelada contra el gobierno, como los estudiantes.
Cuando los médicos constataron que Chávez había dejado de respirar, comenzaron los llantos.
«Carnal, por qué me dejaste», decía uno. «Se me murió mi carnalito», gritaba Ángel, «era el único de mi carrera que andaba aquí en la lucha».
Ángel Cardoza tiene 19 años y cuenta que Chávez estaba con él defendiendo una barricada cuando sacó la cabeza para ver la posición de los paramilitares y entonces la bala le atravesó la cabeza.
«Ese fue un francotirador», dice categórico. «Cayó ahí no más, yo lo agarré, lo arrastré y me lo traje hasta aquí», cuenta llorando.
Chávez y Francisco Flores fueron las bajas mortales, más 12 heridos, que tuvieron los estudiantes después de 18 horas de enfrentamientos con las tropas de civiles leales a Ortega hasta que fueron desalojados de la universidad y se refugiaron en la iglesia.
Pero Flores ni siquiera pudo ser llevado para que los revisaran los médicos, su cuerpo quedó tirado al descubierto en medio de la calle que se disputaban paramilitares y alumnos. Nadie se atrevía a rescatarlo porque eran blanco fácil.
Al igual que Chávez, Flores recibió un certero disparo en la cabeza. «Un profesional…», dice uno de los estudiantes de medicina que auxilia también a los heridos.
Pese a que el gobierno no se pronunció sobre lo ocurrido, el portal oficialista El Digital 19 tildó a los estudiantes de «terroristas y delincuentes». El medio aseguró que atacaron una caravana de militantes sandinistas en la que resultaron 9 personas heridas y prendieron fuego a las instalaciones.
Acompañó su noticia con una fotografía de armas encontradas en el lugar.
Fin del asedio
Los estudiantes y los periodistas que ahí nos encontrábamos fuimos rescatados por mediación del nuncio Waldemar Stanislaw Sommertag y el cardenal Lepoldo Brenes a las 9 de la mañana de este sábado.
Más de 200 estudiantes fueron llevados a la catedral metropolitana de Managua donde una multitud los recibió como héroes. Los organismos de derechos humanos se están encargando ahora de buscarles casas de seguridad.
La Unan anunció por su parte que las clases se reanudarán este lunes, pero se espera que las protestas continúen.
Desde la Conferencia Episcopal de Nicaragua, la Organización de Estados Americanos y otros países se le ha pedido a Ortega que convoque elecciones anticipadas para acabar con la crisis o que salga del gobierno.
Pero el presidente no ha dado señales de que vaya a hacerlo.
«Aquí las reglas las pone la Constitución de la República a través del pueblo, las reglas no pueden venir a cambiarlas de la noche a la mañana simplemente porque se le ocurrió a un grupo de golpistas», señaló Ortega frente a un grupo de seguidores hace tan solo una semana.