El equipo escolar de rugby Old Christians Club de Montevideo fletó un avión de la Fuerza Aérea uruguaya para viajar el 13 de octubre de 1972 a Santiago de Chile.
Iban a jugar un partido contra el Old Boys en esa ciudad.
Pero cuando el avión FH-227D, con 45 pasajeros, atravesaba la Cordillera de los Andes, se estrelló y causó la muerte instantánea de 12 personas.
Otros 17 murieron en los siguientes días, debido a las heridas, a la falta de alimentos y a las duras condiciones a las que se enfrentaron.
El accidente pasó a la historia como «el Milagro de los Andes» y aparece retratado en la película La sociedad de la nieve de Netflix.
Fue uno de los episodios más impactantes de la historia de la aviación porque una de las razones de que 16 sobrevivieran fue que se comieron a sus compañeros muertos.
El grupo que resistió fue rescatado 72 días después del accidente.
Uno de los rescatados, Roberto Canessa, es ahora un cardiólogo especializado en cardiología infantil.
El programa Victoria Derbyshire de la BBC lo entrevistó en marzo de 2016, cuando presentó el libro »Tenía que sobrevivir: cómo el accidente aéreo en los Andes inspiró mi vocación para salvar vidas».
Este es su testimonio.
Estábamos volando sobre los Andes y estaba muy nublado.
En un momento, una de las aeromozas dijo a los pasajeros «abróchense los cinturones, vamos a atravesar unas nubes y el avión va a temblar».
Efectivamente, el avión empezó a temblar.
Alguien me dijo que mire por la ventana, estábamos volando muy cerca de las montañas.
Algunas personas decían «no quiero morir».
El avión intentó ganar altitud, pero se estrelló.
Me agarré de mi asiento muy, muy fuerte. El avión perdió las dos alas y empezó a deslizarse por las montañas.
Cuando por fin se detuvo, salí volando con una fuerza increíble hacia una «pared» que estaba delante.
Me di un gran golpe en la cabeza y sentí que me desmayaba. No podía creer que el avión se hubiera detenido.
Vi que mis piernas seguían ahí, mis brazos seguían ahí, había sobrevivido.
No podía creerlo. Miraba a mi alrededor y todo era un desastre. Algunos amigos estaban muertos, otros estaban heridos, sangrando, algunos tenían pedazos de metales incrustados.
Me dije que tenía que salir de ahí, que la policía iba a llegar, que las ambulancias iban a llegar, los bomberos, así que fui a la cola del avión.
El avión estaba partido y cuando salí a la nieve, me sentí muy triste porque estábamos en medio de las montañas, rodeados de un silencio inmenso.
No había bomberos, no había ayuda, no había nada.
El piloto estaba vivo, pero había quedado atrapado en la cabina. No lo podían sacar y dijo «en mi maletín tengo un arma». Quería suicidarse. Agonizó toda la noche. No lo pudimos sacar.
Nos congelábamos por la temperatura. Al día siguiente, los heridos de mayor gravedad habían muerto. Me pareció bien, porque su sufrimiento y dolor eran insoportables.
Para los que quedaron, solo había rocas y nieve. No había nada que comer y sentíamos mucha, mucha hambre.
Hay un instinto dentro de ti que te dice que tienes que comer algo. Así que pensamos en el cuero de los zapatos o de las correas.
Empezamos a masticar el cuero, pero sentíamos que nos intoxicaba, porque tenía muchos químicos. Así que no nos quedaba nada.
Experimento humano
Alguien en un momento dijo: «Creo que me estoy volviendo loco, porque estoy pensando en comerme los cuerpos de nuestros amigos».
Le respondieron que era una locura, que no lo íbamos a hacer, que no nos íbamos a volver caníbales.
En ese momento, yo era estudiante de Medicina y vi carne, grasa, proteínas, carbohidratos.
Para mí fue muy difícil invadir la privacidad de mis amigos y cortar una parte de sus cuerpos. Sentía que de alguna forma estaba violando su intimidad.
Alguien dijo «bueno, si Jesucristo dijo en la Última Cena ‘tomen mi cuerpo y mi sangre’, está bien».
Pero para mí no era la Última Cena. Aunque luego me pregunté qué «pensaría» yo si fuera uno de los cadáveres.
Estaría orgulloso de que mi cuerpo sea usado por mis amigos para vivir. Hoy siento que tengo una parte de mis amigos dentro de mí y tengo que ser agradecido con su memoria.
Comer los cuerpos —para vivir lo suficiente hasta ser rescatados— fue más difícil para algunos que para otros.
Muchas veces pienso que fue como un experimento humano. Luego se volvió común hacerlo, compartir la carne entre los sobrevivientes.
Solidaridad
Las familias (de los fallecidos) nos apoyaron, no les importó lo que había pasado con los cuerpos, les importaba lo que había pasado mientras estuvieron vivos.
Es curioso porque en esta historia creo que hay dos versiones. La manera en la que vivimos, comiéndonos los cadáveres no fue lo más difícil.
La gente dice «ah, ustedes sobrevivieron porque se comieron los cadáveres», como si hubiera sido una fórmula mágica.
Pero comer los cuerpos solo fue ganar tiempo. Sobrevivimos porque fuimos un equipo, trabajamos juntos, nos ayudábamos.
Sobrevivimos porque salimos de las montañas, caminando, durante 11 días.
Una de las cosas que nos ayudó a interactuar fue que éramos un grupo, habíamos crecido juntos.
Lo único que teníamos era la vida y decías «voy a mantener esto y ver qué pasa, contra todas las probabilidades».
Cuando estaba en las montañas y veía a mis amigos muertos, sabía que yo podía ser el siguiente y me di cuenta de lo frágil que era la línea que separa la vida de la muerte.
Así que desde entonces disfruto más de vivir, de hecho.
*Este artículo se publicó originalmente en 2017 y fue actualizado a raíz del estreno de La sociedad de la nieve.