Cuando se cumplen cinco años de la firma de la paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), los indicios de que el pasado violento del país aún está vigente parecen volver a surgir.
Durante las últimas semanas, varios incidentes dejaron en evidencia los limitantes de la paz.
Un ataque del ejército cerca de la Amazonía mató a diez miembros de las llamadas disidencias de la FARC, entre ellos un cabecilla, alias «Ferney», y un ataque al Ejército de Liberación Nacional (ELN) en el Chocó abatió a un alto mando guerrillero, alias «Fabián», y dejó al menos cuatro menores de edad fallecidos.
En Tibú, en la frontera con Venezuela, dos adolescentes venezolanos fueron asesinados a tiros después de ser acusados de un robo. La policía, ausente durante varios días que estuvieron detenidos por civiles, acusó a las disidencias, pero otros lo atribuyeron a «prácticas paramilitares».
También se reportó la masacre número 72 en lo que va del año, en la que murieron cinco personas en la ciudad de Tumaco, en el sur del país.
Y se reportó que 46.321 colombianos han tenido que desplazarse por la violencia en los primeros ochos meses del 2021.
Son muestras de que hoy es difícil hablar de paz en Colombia. Los homicidios, el desplazamiento forzado, los enfrentamientos entre bandas armadas y la producción de cocaína han aumentado este 2021, según múltiples conteos.
Algunos achacan este repunte de la violencia al gobierno de Iván Duque, crítico del proceso con las FARC. Aseguran que no ha sido proactivo en su implementación de la paz.
Pero el presidente defiende sus planes de desarrollo productivo en territorios afectados por la guerra, su «paz con legalidad» y su estrategia contra grupos armados y el narcotráfico, con la que ha dado de baja a decenas de criminales e incautado toneladas de estupefacientes.
«En los tres años de nuestro gobierno se ha avanzado más que en los primeros 20 meses de implementación de la paz», dijo Duque en una reciente entrevista en referencia al gobierno de su predecesor Juan Manuel Santos.
Aunque no se puede hablar de paz en Colombia, tampoco es que haya una guerra como la que se vivió durante 60 años entre el Estado y movimientos insurgentes.
«No hay un regreso de la guerra, sino conflictos muy localizados que no tienen el alcance nacional de antes», dice Juanita Vélez, investigadora de la Fundación Core, un centro de estudios.
Y Jorge Restrepo, director de la CERAC, otro organismo que investiga conflictos, añade: «Ni se ha recrudecido el conflicto ni ha empezado un nuevo conflicto, sino que han aparecido conflictividades que antes del proceso con las FARC no existían. Pero son de mucha menor intensidad y no plantean una confrontación directa por el control del Estado».
La violencia en Colombia, entonces, se transformó: se fragmentó y concentró en regiones donde las cifras de homicidios sobrepasan las de los países más violentos del mundo. Y surgieron múltiples grupos, desarticulados y heterogéneos, que intentan usar los símbolos y lenguajes del pasado para justificar su único interés actual: lucrarse de las economías ilegales.
Estos son, pues, los grandes rasgos de los grupos que mantienen vigente la idea de que en Colombia hay una guerra, así el Estado democrático no esté amenazado ni las cifras de homicidios del pasado hayan regresado.
Los grupos postFARC o disidencias
Se hacen llamar disidencias porque no acogieron o renunciaron al proceso de paz que en 2016 desmovilizó a 13.000 guerrilleros del que fue el movimiento insurgente más grande de América Latina.
Usan, además, símbolos y discursos guevaristas que recuerdan la lucha emprendida en los años 60 por movimientos campesinos. Y sus líderes fueron miembros de las extintas FARC.
Pero hasta ahí, advierten los expertos, los parecidos con la guerrilla que creó Manuel Marulanda Vélez, alias «Tirofijo», en 1964.
«Se asume que las disidencias son las FARC de antes, pero eso es un análisis muy errado», le dice Vélez a BBC Mundo. «Porque las disidencias retoman el gen fariano (de las FARC), sí, pero el grueso de las disidencias son nuevos reclutados y eso hace que su manera de actuar sea distinta en muchos sentidos».
«Presumir que son iguales —añade— hace que se agranden y se sobreestimen sus actuaciones y poderío, y nos lleve a pensar que la guerra es la de antes, cuando eso no es cierto».
Elizabeth Dickinson, investigadora del Crisis Group, señala que las disidencias se suelen agrupar en dos líneas diferentes y a veces antagónicas: la del líder Gentil Duarte, que se separó de las FARC antes de la firma la paz, y la de Iván Márquez, quien firmó la paz y luego desertó.
«Pero incluso esta división no es firme y cada disidencia tiene su propio hábitat y sus propias ambiciones de control territorial», explica la analista.
Aunque los centros de estudios estiman que existen entre 30 y 40 frentes de grupos postFARC, ninguno tiene articulación nacional ni pretende —o tiene oportunidad de— derrocar al modelo capitalista.
Los vínculos entre ellos, reporta un reciente informe de la Fundación Paz y Reconciliación, se dan más para repartir territorios, acordar ceses de violencia o transar labores en la producción de cocaína, que para derrocar a un presidente.
Duque culpa en parte al gobierno de Nicolás Maduro de la subsistencia de estos grupos, al darles refugio en Venezuela y permitir su emprendimiento narcotraficante. Maduro lo niega.
Esta semana el comandante general de las Fuerzas Militares le dijo a la agencia Reuters que en Venezuela están refugiados al menos 1.900 guerrilleros colombianos.
El ELN y el EPL
El ELN es conocido como la última guerrilla de América.
«Es el último grupo realmente guerrillero, en el sentido de que tiene ideales políticos, quiere derrocar el poder en Bogotá y hace trabajo no solo con las comunidades, donde pone reglas y organizan, sino entre sus filas, donde hay formación militar e ideológica», explica Dickinson.
La Fundación Ideas para la Paz estima que en 2017 se vincularon cerca de 1.000 personas a la guerrilla y que para 2018 contaba con más de 4.000 integrantes. «Hoy en Venezuela el ELN desarrolla actividades ilegales relacionadas con el contrabando de gasolina, la minería y la extorsión», dice un informe de la ONG.
El ELN se ha atribuido varios ataques en bases de la policía y el ejército en los últimos años, pero los expertos no creen que sea una amenaza directa para el orden establecido.
Aunque el ELN ha aprovechado la ausencia de las FARC para tomar algunos territorios, también se ha encontrado y ha tenido que enfrentar a diversos grupos armados que luchan por control en regiones remotas del país.
El ELN no es la única activa de las seis guerrillas que sugieron en Colombia en los años 60: el Ejército Popular de Liberación (EPL), también conocido como «Los Pelusos», mantiene cierta presencia en la frontera con Venezuela a pesar de sus divisiones internas y el asesinato de su principal líder en 2015.
Los grupos neoparamilitares
En los años 80 y 90 el fortalecimiento de las guerrillas generó un actor incluso más violento: los paramilitares, organizados para acabar con la insurgencia, defender la propiedad privada y evitar la llegada del comunismo al poder.
Las Autodefensas Unidas de Colombia se desmovilizaron a través de un acuerdo de paz firmado con el entonces presidente, Álvaro Uribe, en 2003. Pero desde entonces surgieron diversos grupos que se adueñaron de sus símbolos y, sobre todo, de sus territorios y vínculos con el narcotráfico.
Hoy el principal grupo neoparamilitar es el Clan del Golfo, que nació en el Golfo de Urabá, cerca de la frontera con Panamá, pero se ha expandido por otras regiones del país. Además del narcotráfico, viven del microtráfico, la trata de personas y el cobro de extorsiones.
Cifras oficiales estiman que unas 4.000 personas hacen parte de este grupo.
«Su foco es el control territorial y operan bajo las prácticas de los paramilitares, con matanzas, amenazas, toques de queda y control social», dice Dickinson. «Han ido colonizando terreno después del proceso de paz, no solo alrededor del Golfo de Urabá, sino también en la frontera con Venezuela».
El Clan del Golfo, también conocido como Autodefensas Gaitanistas de Colombia y Los Urabeños, no es el único grupo neoparamilitar que opera en el país: también están Los Rastrojos, fuertes en la frontera con Venezuela, y la Oficina de Envigado, originado como el grupo de sicarios de Pablo Escobar y hoy reducido a su mínima expresión y concentrado en el narcotráfico.
Todo lo demás
Si es difícil identificar grupos articulados y homogéneos en los ámbitos guerrillero o paramilitar, en el mundo del crimen organizado la situación se complica aún más.
Colombia es hoy, así como en los 80 y 90, el país que más cocaína produce en el mundo, según cifras de la ONU. La minería ilegal, el contrabando y el tráfico de personas y especies animales son también actividades que prosperan en este país, un caldo de cultivo para el surgimiento de grupos armados ilegales.
Además, la presencia de los carteles mexicanos ha proliferado el entramado de grupos interesados en una u otra actividad ilícita.
«El hecho de que los grupos armados hoy en Colombia no tengan elementos aglutinadores o de cohesión ha llevado a que su violencia sea más atroz», dice Restrepo. «Hacen un uso más instrumental y restringido de la violencia y buscan intimidar construyendo un capital del terror».
¿Por qué es tan difícil contener le emergencia de grupos armados ilegales con ingeniosos nombres como Los Caparrapos, Los Puntilleros o Los Pachenca?
El gobierno de Duque suele decir que la culpa es del narcotráfico, una actividad trasnacional cuya principal demanda está en países desarrollados.
«Es hora de la corresponsabilidad de la comunidad internacional», dijo Duque recientemente.
Otros hablan de la incapacidad histórica del Estado de ejercer control sobre un complejo, diverso y remoto territorio.
Restrepo da su hipótesis: «No podemos derrotar a estos grupos porque las fuerzas armadas no estaban preparadas para el posconflicto. La preparación fue no solo episódica, sino interrumpida por el gobierno de Duque, que sigue utilizando elementos de la guerra de guerrillas para unos criminales que se han transformado en todo sentido».
Es posible que la guerra haya pasado en Colombia, pero la paz está todavía pendiente.