Colombia está viviendo un experimento político.
A pesar de que la diferencia ideológica entre el presidente y el acalde de Bogotá ha sido frecuente, el país nunca vio un enfrentamiento tan fuerte entre estos dos gobernantes como el actual.
Esa novedad tiene nombre y apellido: se llama Claudia López, la primera mujer en ser elegida en uno de los dos cargos más importantes de Colombia.
En nueve meses en el cargo, López enfrentó una pandemia y la jornada de violencia policial en protestas más letal de la historia, ocurrida el 9 y 10 de septiembre, tras el homicidio de Javier Ordóñez en custodia policial.
En ambos casos, y en muchos más, su principal contradictor fue el presidente, Iván Duque. O viceversa: ella la crítica del mandatario.
En una ciudad donde los alcaldes no suelen contar con favorabilidad, López mantiene un 70% de aprobación, según varias encuestas.
Una aceptación que no parece corresponder a lo que se habla de ella en círculos políticos, donde la critican desde la izquierda y la derecha —tanto Gustavo Petro como Álvaro Uribe— por incoherente, populista o politiquera, entre otras cosas.
López, de 50 años, fue parte del movimiento estudiantil que promovió la Constitución de 1991, hizo un doctorado en ciencia política y, en un paso de 10 años por el periodismo, destapó el escándalo de la «parapolítica«, que revelaba los nexos entre congresistas y paramilitares.
En 2014 llegó al Senado como parte de la Alianza Verde, un partido de centro.
Pero ninguno de sus oficios sacudió tanto a la política colombiana como su actual puesto al frente del Palacio Liévano, la sede de la alcaldía donde López recibió a BBC Mundo para hablar de los abusos policiales, las protestas, su choque con Duque y su visión de un país que no logra cerrar su propia guerra.
(Esta entrevista ha sido editada por razones de longitud y comprensión).
En las protestas del 9 y 10 de septiembre hubo 13 muertos y en el Paro Nacional el año pasado, que duró dos meses, hubo 4. Esa diferencia de letalidad se explica porque en esos dos días la protesta fue controlada por la policía de vigilancia y no la de antidisturbios. Usted estaba al mando. ¿Por qué no operó la policía antidisturbios?
Lo que ocurrió el 9 y 10 de septiembre en Bogotá se da en un contexto de protestas que comenzó el año pasado. Se pronunciaron voces que habían estado opacadas y reprimidas por el conflicto armado.
Javier Ordoñez, que fue asesinado (el 8 de septiembre) a manos de unos policías, es un caso más de abuso policial y de la sistemática impunidad sobre el abuso. Fue la gota que rebosó la copa.
Entonces se unió esa voz de los jóvenes del año pasado, la impunidad del abuso de la policía y un contexto de crisis económica fruto de la pandemia.
Y como en otros lugares del mundo se dio un estallido social que tomó a los CAI (Comandos de Atención Inmediata) como el símbolo de esa represión policial.
Hubo agresividad de ambos bandos: de la sociedad que se movilizó muy violentamente, con mucho vandalismo, y de la policía, que disparó a mansalva e indiscriminadamente con armas de fuego.
Pero entonces, ¿por qué no operó el Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios)?
Sí operó. Pero es que ese día uno de los precios que pagó Bogotá es tener poca cantidad y calidad de policía. La noche del 9 de septiembre, en medio de semejantes disturbios, Bogotá tenía 750 policías en turno de vigilancia y 300 policías del Esmad. Para una ciudad de 8 millones de habitantes.
¿Es decir que el Esmad no tenía con qué?
No tenía con qué.
Entonces, su control, por mucho que fuera formal, no era real.
No era real. Con 1.100 policías disponibles en toda la ciudad no era posible controlar 169 sitios.
Nosotros en el PMU (Puestos de Mando Unificado) estábamos: todos los coroneles, del más alto nivel, y las varias personas de la alcaldía. Y veíamos en las cámaras que no podíamos proteger todos los CAI. Era virtualmente imposible.
Nos concentramos en proteger a la ciudadanía que volvía a su casa del trabajo y a las estaciones que tienen detenidos y armamento. Pero éramos conscientes de que era imposible proteger cada uno de los CAI.
Era una situación incontrolable.
En ese momento sí, era imposible controlar 169 puntos distintos de disturbios al tiempo con 1.100 policías a cargo.
Dice que el abuso policial es sistemático, pero obviamente no todos los policías son abusadores. ¿Cómo reacciona un agente a ese mensaje, si siente que por hacer su trabajo lo va a criticar su jefe, la alcaldesa?
Al contrario. Yo creo que la mayoría de los policías, que hacen bien su trabajo, un trabajo valiente, difícil y mal pago, entienden que el abuso está afectando sus vidas y que si eso no se corrige ellos van a ser los más afectados.
Callar y ser permisivo con el abuso y la corrupción de la policía es desmoralizar a la mayoría que sí lo hace bien. Porque ¿entonces para qué hacerlo bien, si da lo mismo ser corrupto que no ser?
Hablé con policías. Y se sienten abrumados por las responsabilidades odiosas que se les dio en la pandemia. ¿Por qué la policía tuvo que hacer cosas para las que no está preparada?
La policía nos ayudó a hacer cercos epidemiológicos, difusión de las medidas y puso multas, pero ese rol, que es odioso, fue mínimo. Y no tuvo que nada ver con lo del 9 de septiembre.
¿Cuántos casos como el de Javier Ordóñez hay en Colombia que no sepamos?
Casos dramáticos de asesinato a mansalva como el de Javier Ordoñez hay cientos a lo largo y ancho de Colombia, pero impunes.
Y lo más grave y triste de todo es que en un caso como el de Javier Ordóñez veamos que el gobierno nacional ni siquiera reconozca la gravedad de los hechos.
Yo fui a donde el presidente, le presenté las pruebas y le pedí que reconociera la gravedad de los hechos, porque es el comandante en jefe de la policía. Hay que ofrecer perdón. Y acá estamos sentados esperándolo. Ni siquiera cuando se lo ordenó la Corte Suprema.
Esto no requería de una orden judicial, esto requería de un mínimo sentido de humanidad, de criterio y de constitucionalidad. Mínimo.
¿Y el presidente no tiene ese sentido?
No lo tiene. No lo tuvo. Claramente para este tema no lo tuvo.
Los choques entre alcalde de Bogotá y presidente son inéditos en Colombia, pese a que la diferencia ideológica ha sido frecuente. ¿Qué busca con ese choque? Algunos creen que solo dice lo que la gente quiere oír para buscar réditos políticos.
Daniel, yo no llegué hasta aquí por ser la mujer que se queda calladita para verse bonita. Eso es machismo puro y duro. ‘Cállense, lo que importa son las formas, mantengamos la hipocresía para que todo se vea bien’.
Yo soy la hija de una maestra. Yo llegué hasta aquí por tener voz. Por no callarme nunca nada. Por denunciar los hechos más graves. A costa de poner en riesgo mi vida. Para que la democracia de este país mejore.
¿Y ahora que soy alcaldesa me van a pedir que me calle? ¿Ahora que represento no solo mi voz sino la de 8 millones de personas, la solución es que me calle, que deje que a los jóvenes los maten y no diga nada, que deje que haya abuso policial y no diga nada?
Quieren que nos mantengamos en la típica hipocresía del poder colombiano, que consiste en que el presidente concentra todo el poder, en un país brutalmente centralista, de un centralismo autoritario brutal.
Ese centralismo siempre se ha relacionado con los mandatarios locales a punta de pleitesía y clientelismo. Ese es el sistema político colombiano. Y yo llegué aquí para romper ese sistema político, derrotando ese sistema político.
De manera que de mí no esperen ni el silencio ni la adulación ni el clientelismo.
Muchos sienten que con Duque volvió el conflicto y que, con eso, hay un resurgimiento del paramilitarismo, su objeto de estudio y denuncia. ¿Estamos ante un escenario similar a los años 90 y 2000s?
Estamos ante un resurgimiento de organizaciones armadas ilegales que copan y controlan territorios en Colombia.
O sea, que tienen prácticas paramilitares.
Sí, pero también hay del narcotráfico y de la guerrilla. Y eso era desafortunadamente previsible si el Estado no cumplía el proceso de paz.
Porque el gran desafío de Colombia no es solo desmovilizar a los grupos paramilitares o de la guerrilla: eso es solo una condición, necesaria pero insuficiente para la paz. La razón por la que surgen estos grupos es porque no hay ciudadanía, Estado y mercado en la mitad del territorio colombiano.
Estos actores hacen de poder de facto: regulan si se puede hablar o no, si hay mercado o no, si hay Estado o no.
La receta es desmovilizar, pero también construir ciudadanía, Estado y mercado.
¿Y este gobierno no lo ha hecho?
No, y debo decir, en honor a la verdad, que tampoco lo hizo el que desmovilizó a las FARC (Juan Manuel Santos).
A la élite colombiana, sea más de derecha o más liberal, sea Santos o sea Uribe, le basta con quitarse de encima la amenaza armada, pero no está dispuesta a hacer las concesiones democráticas de construir ciudanía, Estado y mercado.
Y ese es el problema de fondo que implica un cambio democrático. Y ningún proceso de democratización se da sin un proceso de movilización social. No es que las élites en un país dicen ‘sí, la verdad ya hemos gobernado 200 años, hemos esquilmado a este pueblito, pobrecito, ahora sí vamos a hacer unas concesiones porque sí’.
No, eso no pasa, hay que hacer una movilización democrática organizada. Pero una movilización no violenta.
¿Entonces, si hay una movilización pacífica, se logra la paz?
Si logramos una movilización pacífica que se canalice electoralmente podemos construir las mayorías para un proceso de paz estable y duradero en Colombia.
Muchos la califican de populista. Por las políticas asistencialistas, pero también por el tono. ¿Le molesta que le digan populista?
No. Me han dicho cosas peores. (Es) de las más suavecitas que me han dicho. Bienvenido a ser mujer y tener liderazgo público. Les vas a molestar por existir.
Les encantaría que estuviéramos mudas en la casa cocinando y criando hijos. Así, ese es su mundo ideal. No estorben, no hablen, no incomoden.
Pero entonces: ¿populista o no?
Al contrario. La Alianza Verde es un proyecto de centro-izquierda, moderno, que quiere construir ciudadanía, Estado, mercado, que le interesa que haya empresarios, que la gente viva de su talento y no del subsidio de un político.
Y luchamos contra dos populismos: un populismo autoritario de izquierda, que es capaz de mandar a lo poco que hemos construido de democracia a las cenizas con tal de que la desgracia y el hastío de la gente lo lleve al poder, y un populismo autoritario de derecha, que cerraría todas las cortes de Colombia y prohibiría todas las marchas mañana.
Críticos de todas las tendencias coinciden en que es mentirosa o que, al menos, cambia mucho de parecer. ¿Qué hay de cierto en eso?
Yo no soy mentirosa. Si algo he hecho es defender con absoluta franqueza las posiciones que tengo. Pero también vengo de la academia. Entonces no soy terca porque sí. Creo en la evidencia. Y si la evidencia y los argumentos me sugieren una mejor posición, no tengo problema en considerarla.
Ese es el mérito de hacer política pública basada en evidencia. Si de eso se van a aprovechar para decir que soy mentirosa, perfecto.
Prefiero eso a ser terca a negar la ciencia, a no escuchar los mejores argumentos.
Dice que es «más ciudadana que política». ¿Siente que representa más a los colombianos que los políticos tradicionales?
Sin duda. Que yo esté aquí sentada es un milagro. Yo soy la hija de una maestra, soy mujer, soy lesbiana, me faltaba ser afro e indígena para tener las cinco barreras sociales de Colombia.
Claramente la élite colombiana no tiene mi perfil ni representa a la mayoría de los ciudadanos.
¿Qué piensa cuando lee un titular de entrevista en el que un hombre la elogia porque «tiene pelotas»?
(Risas) Hasta las personas que en teoría me quieren y me aprecian tienen el machismo en el ADN. ¿Por qué no pueden decir ‘Claudia López tiene neuronas’? ¿No se te ocurrió esa descripción, príncipe?
No es un problema de afecto, ni de ideología. Pero es que el machismo es milenario.