Es un martes caluroso de septiembre y apenas amanece. Doce personas viajamos en una pequeña lancha que se mueve lenta y con trabajo sobre las olas. Mientras nos acercamos a la costa, son visibles decenas de seres diminutos de pelaje grisáceo y marrón que se mueven sin parar.
Nos observan, tocan el agua salada y chillan.
Son macacos rhesus, una de las especies de monos más conocidas, originaria de Asia.
Pero nuestro encuentro ocurre a miles de kilómetros de distancia de su hábitat natural, en Cayo Santiago, una pequeña isla ubicada a 1,6 km de Humacao, en el este de Puerto Rico.
Fundada hace más de 80 años, es una de las colonias de macacos para investigación más antiguas y puras del mundo.
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En las 15 hectáreas que componen el cayo, los primates caminan, juegan, pelean y se reproducen, mientras científicos de importantes instituciones como Harvard, Columbia y el Imperial College de Londres los estudian.
Las investigaciones en Cayo Santiago se centran sobre todo en el comportamiento. Funciona como un enorme laboratorio de psicología animal.
Allí se han realizado estudios de temas tan variados como las relaciones humanas, la resiliencia al cambio climático, el autismo o la homosexualidad.
Por ser los simios nuestros parientes evolutivos más cercanos, compartimos con ellos características muy parecidas. Estudiarlos, según los expertos, puede arrojar luz sobre el porqué de muchas de nuestras acciones.
Corrales para los humanos
Por protección, las leyes locales prohiben entrar a los terrenos sin la compañía del personal a cargo.
Por eso viajamos acompañados de un grupo de investigadores y cuidadores del Centro de Investigación de Primates del Caribe (CPRC, por sus siglas en inglés), entidad financiada por subvenciones de instituciones como la Fundación Nacional de las Ciencias de EE.UU. y la Universidad de Puerto Rico.
Al llegar nos desinfectamos los zapatos con un líquido rosado y nos dirigimos a una de las pocas estructuras cerradas del lugar.
Es un comedor construido en aluminio donde el equipo de trabajo deja sus pertenencias y se prepara para comenzar el día. No pueden bajar la guardia ante los simios, que portan un virus que si bien a ellos no les hace daño, para los humanos puede ser mortal.
“En Cayo Santiago, los corrales son para los humanos, no para los monos”, nos dice la bioantropóloga Angelina Ruiz Lambides, coordinadora de investigación del CPRC.
Alrededor hay unas pocas palmeras, algunos arbustos y rocas. Los árboles, impactados hace seis años por el huracán María, aún tienen escaso follaje.
Los monos se posan en las ramas y nos observan.
Todo lo que vemos en nuestra visita, mucha gente jamás lo podrá presenciar.
La travesía de los monos
Desde 2017, con el impacto del ciclón María, Cayo Santiago dejó de ser realmente una sola isla.
Ahora está compuesto por dos islotes, antes unidos por un istmo que desapareció tras la fuerte marejada que provocó el fenómeno atmosférico.
El islote ubicado al noreste es llamado por los científicos Cayo Pequeño. Unido al resto del terreno por un puente flotante, es un espacio con mucha más vegetación.
Desde allí, rodeada de macacos, Ruiz Lambides le cuenta a BBC Mundo que la estación experimental comenzó operaciones en 1938.
El fundador fue el primatólogo Clarence Carpeter, un pionero en el estudio del comportamiento animal que trabajaba para la Escuela de Medicina Tropical de San Juan, y viajó a India para adquirir el primer grupo de monos.
“Quería tener primates no humanos para estudios de comportamiento, de socialización y biomédicos que estuvieran más cerca de EE.UU.”, relata la científica.
Con el financiamiento de la Universidad de Columbia, Carpenter adquirió poco más de 400 macacos, los subió a una embarcación y los transportó unos 22.000 kilómetros.
Ante su llegada, el temor se expandió en Punta Santiago, el barrio más cercano al cayo.
Entre los residentes hubo un rumor de que los simios estaban contagiados con lepra y polio.
“Funcionarios escolares y gubernamentales celebraron una reunión municipal para disipar estos rumores e informar a todos que el propósito de la colonia era producir monos sanos”, indica una publicación de la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU.
A lo largo de los años, más de 14.000 macacos han vivido en la colonia. En la actualidad, la población, que desciende directamente de los primeros monos, suma 1.800 individuos.
Para facilitar su estudio, están divididos en 12 grupos.
¿Qué se analiza en Cayo Santiago?
Los datos que durante décadas se han recolectado en la «isla de los monos» permiten hacer comparaciones y estudios longitudinales.
Los expertos analizan desde información demográfica y de alimentación, hasta las enfermedades que padecen.
Pero también, qué simios no se llevan bien y pelean, o cuáles se acicalan y se ayudan para lograr ascender en la jerarquía de la colonia.
En ocasiones, esto se cruza con información genética, por lo que en ciertas épocas del año, a los monos se les hacen pruebas de sangre.
Además, algunos animales son sacados de Cayo Santiago y enviados a laboratorios de experimentación en EE.UU. Y cuando mueren, los cuerpos son llevados al Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico, donde se les realizan necropsias.
Sus huesos son preservados y también estudiados.
“Los monos de Cayo Santiago han aportado a estudios sobre la reciente vacuna contra la covid-19 y la vacuna de la polio. Y algunos de los que salen de aquí, y viven en cautiverio, se han usado para estudios sobre el dengue y el zika”, explica Ruiz Lambides.
Algunas de las prácticas y experimentos del centro han sido criticados por PETA, una organización pro defensa de los animales, que acusa que seis vacunas contra el VIH probadas inicialmente en rhesus macacos, que luego pasaron a ensayos clínicos de humanos, resultaron ineficaces.
También ha denunciado la venta de monos para experimentación, práctica que asegura aumentó en años recientes.
“Estos monos y sus crías se venden a experimentadores en EE.UU. Este es un viaje de ida, ninguno de los rhesus vendidos para experimentación de laboratorio regresa a las relativas comodidades de Cayo”, señala una declaración escrita de la organización.
Sin embargo, el CPRC defiende -también en un documento escrito- que sus operaciones se rigen por las leyes y regulaciones de EE.UU.
“Nuestra estación prioriza los estándares éticos para respaldar los avances necesarios en la ciencia médica. Estamos totalmente comprometidos con garantizar el bienestar y las estructuras sociales de los primates, al tiempo que apoyamos los esfuerzos de investigación esenciales», afirma la declaración.
Con miles de publicaciones académicas originadas en Cayo Santiago, Ruiz Lambides, por su parte, insiste en que la colonia de monos no solo tiene relevancia para la comunidad científica, sino también para “la humanidad”.
Hallazgos
Lauren Brent, profesora de comportamiento animal de la Universidad de Exeter en Reino Unido, le explicó a BBC Mundo por qué cree que la «isla de los monos» “es un recurso vital” para estudiar temas como el impacto de la vida social en los primates y la evolución de su comportamiento.
“En muchas de las estaciones donde los científicos investigan este tipo de interrogantes, no se puede hacer con el mismo nivel de profundidad y la misma cantidad de datos que tenemos en Cayo Santiago, tan solo por el tiempo que lleva operando”, comenta a través de Zoom.
Brent sostiene que los estudios en Cayo Santiago permitieron, por ejemplo, descubrir que los macacos socialmente “mejor integrados” tienen una expectativa de vida más larga.
“Encontramos lo mismo en humanos y otros animales. Las personas socialmente integradas tienen un riesgo menor de enfermedades cardiovasculares y viven más comparado con las personas socialmente aisladas”, señala.
Otra investigación, realizada por el paleontólogo y profesor Qian Wang de la Universidad de Texas A&M analizó los huesos de un grupo de macacos que fueron castrados en 1960 e incluidos nuevamente en la colonia.
Sus restos demostraban que habían tenido enfermedades bucales graves, por lo que Wang pudo establecer una relación entre la producción de testosterona y la salud oral.
“Una de las cosas más importantes no es solo que son una colonia pura viviendo en la misma isla, sino también que hay información de cada uno de los individuos”, dice el experto en entrevista con BBC Mundo.
Esta base de datos, señala, también le permitió darse cuenta de cómo el tamaño de los macacos cambió para adaptarse al clima tropical del Caribe. “Su cuerpo se ha vuelto más pequeño, más flaco”, relata.
Los humanos y los rhesus macacos son muy “similares”, comenta Wang. Tienen una estructura esqueletal parecida, y lo mismo ocurre con sus patrones de crecimiento y envejecimiento.
En términos de nuestra secuencia de ADN, compartimos con ellos un 94%, afirma Noah Snyder-Mackler, profesor de la Universidad de Arizona experto en biología evolutiva.
También compartimos los mismos órganos y la composición cerebral.
Y nuestros comportamientos, detalla el también investigador de Cayo Santiago, “son homólogos”.
“Establecen relaciones sociales con parejas preferentes, algo que podríamos considerar como amistad. Tienen memoria, recuerdos”, comenta.
“Por eso podemos usarlos como modelos para comprender a los humanos”, concluye.
El trabajo de campo
Josué Negrón del Valle, un biólogo de 33 años, debe observar cada semana el comportamiento de 105 macacos en Cayo Santiago.
“Ese es el príncipe”, dice, de pie en una colina, mientras señala a un mono que persigue a otros agresivamente.
El experto en manejo de vida silvestre lleva sombrero redondo, lentes y pantalones largos.
De esa forma se protege del virus Herpes B que transmiten los macacos a través de su orina, heces, mordidas o arañazos. Podría contagiarse si el virus entrara por sus membranas mucosas o a través de una herida abierta.
El mono al que hace referencia es un ejemplar joven, cuyo padre, que ya falleció, era el líder del grupo al que pertenece. Josué cree que “el príncipe está trabajando” para ser el nuevo simio a cargo.
“Al principio, cuando uno llega, los ve a todos iguales. Pero mientras pasas tiempo con ellos, empiezas a ver sus características clave, sus caras, cómo caminan, con quién interactúan”, cuenta.
En el centro del terreno en donde nos encontramos hay un enorme comedero de metal repleto de lo que llaman monkey chow, el alimento preparado específicamente para los primates que los cuidadores sirven todos los días.
Cientos de monos se turnan para tomar su ración. Gritan, corren, y otros, recostados en las esquinas, se acicalan entre sí.
Mientras esto ocurre, Josué anota en una tableta.
“Es un reto por el clima. Además por el caminar, ya que los grupos se desplazan”, explica. “Puedes estar anotando en la tableta algo que toma dos segundos, y cuando miraste otra vez el mono desapareció”, añade.
Luego de diez años en Cayo Santiago, señala que los animales lo han aceptado, algo que hace su labor más fácil, porque no le temen y actúan como si no estuviese allí.
Y también lo libra de algunas amenazas.
“Antes tenía muchos problemas”, explica. “La peor situación que tuve fue que una hembra comenzó a gritar porque su bebé estaba solo. Tres machos me rodearon y uno brincó y se me quedó agarrado a la cintura”.
Y agrega: “De los pocos casos que ha habido del virus [unos 50 a nivel mundial], se sabe que si la persona no muere, puede quedar parapléjica”.
Por suerte, comenta, “ya las hembras no me prestan tanta atención como antes”.
El misterio del huracán
Cuando le preguntamos a Ruiz Lambides, la directora de investigación del CPRC, sobre el impacto del huracán María en la colonia de monos, la mujer pide una pausa.
Dice que no suele hablar sobre lo que pasó durante el ciclón.
Y es que, como le ocurre a muchos otros puertorriqueños, el trauma aún está vivo. Ella, como el resto de sus colegas, tenían el pronóstico claro: María entraría por el este, muy cerca de Cayo Santiago.
Su miedo mayor era que 80 años de trabajo quedaran hechos añicos.
“Hicimos un adiós simbólico, nos despedimos del cayo”, cuenta con voz quebrada y llorosa.
Su peor pronóstico se cumplió. Puerto Rico quedó destruido y la isla de los monos no fue la excepción.
Las estructuras de descanso se convirtieron en escombros. Los árboles fueron arrasados, los comederos y sistemas de recolección de agua de los monos quedaron inutilizables.
“Sobrevolé en un helicóptero el Cayo Santiago. Con la destrucción se me quitó el aire”, relata.
“Sobrevolamos tratando de ubicar monos, de ver vida y no veíamos”. Pero cuando aterrizó, cuenta con tono de incredulidad, los monos estaban ahí. Cientos de ellos. Habían sobrevivido al huracán más mortífero en la historia reciente de Puerto Rico.
De acuerdo con la profesora Brent, solo fallecieron unos 50 macacos.
Es algo que ninguno de los expertos sabe a ciencia cierta cómo pasó.
Josué Negrón del Valle, que pasa sus días observándolos en el campo, tiene una teoría.
Una tarde, mientras recogía datos, vio un comportamiento poco habitual en los monos en un terreno inclinado.
“Estaba nublado, comenzó a soplar el viento y las hojas se escuchaban bien fuerte. Y noté que los monos comenzaron a hacer una llamada particular. Lo hizo el grupo que yo estaba observando, pero luego lo hicieron todos los grupos, cada vez más lejos, como si estuvieran alertándose”, cuenta.
“En unos 30 segundos comenzaron a llegar monos de todas partes del cayo. No importaba de qué grupo fueran, todos se movieron a una parte específica de la isla. Podemos presumir que así fue que se protegieron. Dando la llamada de alerta y moviéndose de acuerdo al sentido del viento”.
Desde el paso del huracán, los científicos han notado cambios en el comportamiento de los macacos: se han vuelto más solidarios. Individuos que antes no compartían, ahora se permiten estar juntos bajo la misma sombra, un recurso importante si vives en el trópico y en una isla sin apenas árboles.
También hallaron que un grupo de simios que vivió el huracán María presenta rasgos de envejecimiento acelerado.
“Se descubrió que muchos de los individuos que pasaron por el trauma del huracán, en términos hormonales se expresaban dos años mayores de lo que son”, explica Josué.
Estos datos, en tiempos en los que la humanidad se enfrenta a los efectos de la crisis climática, son reveladores.
Las investigaciones, para Josué, demuestran cuánto puede aprender la humanidad si se observan otras especies.
“Mientras más tiempo paso con ellos, más me convenzo de que nos parecemos más de lo que pensamos”, reflexiona.
“Su comportamiento y nuestro comportamiento es bastante parecido. Quizás algo que uno piense que lo hace por elección, en realidad es un instinto. No necesariamente porque decidimos hacerlo”, concluye, mientras los rhesus se escuchan en el fondo.
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