A muchos les sorprendió, pero lo cierto es que quienes siguen la actividad en internet de los grupos extremistas y los convencidos de las teorías de la conspiración, las señales inquietantes eran evidentes hacía tiempo.
Eran las 02.21, hora de la costa este de Estados Unidos, de la noche de las elecciones cuando el presidente, Donald Trump, se subió a un atril en la Casa Blanca y se declaró ganador.
«Estábamos preparándonos para ganar esta elección. Francamente, ganamos esta elección».
Su discurso llegó una hora después de uno de sus trinos: «Están intentando robar la elección».
No había ganado. Ni había, por tanto, ninguna victoria que robar. Pero para muchos de sus más acérrimos seguidores, ese hecho no importaba, y sigue sin importar.
65 días después, una variopinta masa de alborotadores asaltó el Capitolio de Washington, sede del Congreso de Estados Unidos. Entre ellos, convencidos de las teorías conspiratorias de QAnon, miembros de la plataforma «Detengan el Robo», activistas de extrema derecha, troles…
El 8 de enero, unas 48 horas después de los altercados en Washington, Twitter comenzó a purgar las cuentas de algunos de los seguidores más influyentes de Trump, que habían estado difundiendo teorías conspiratorias y animando a las acciones directas para revertir la victoria de Joe Biden en las elecciones.
Entonces vino el pez grande: el propio Trump.
El presidente fue expulsado permanentemente de Twitter debido al «riesgo de más incitación a la violencia» y se quedó sin poder lanzar sus mensajes a os que tenía acostumbrados a los más de 88 millones de seguidores de su cuenta.
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La violencia en Washington causó impacto mundial y pareció sorprender a las autoridades con la guardia baja.
Pero a nadie que hubiera estados siguiendo la historia, en internet y en las calles de las ciudades estadounidenses, le tomó por sorpresa.
El presidente estuvo sembrando la idea de una elección amañada en sus discursos y en Twitter desde meses antes de que los ciudadanos acudieran a las urnas.
El día de la elección los rumores se dispararon.
El video de un observador electoral republicano al que se le negaba la entrada en un centro de votación de Filadelfia se volvió viral.
En realidad, fue un error provocado por la confusión en torno a las normas. Al hombre se le permitió más tarde la entrada al recinto para ver cómo se realizaba el recuento.
Pero se convirtió en el primero de muchos videos, imágenes, gráficos y mensajes que se volvieron virales en los días posteriores y que le dieron vuelo a la etiqueta #StopTheSteal (#ParenelRobo, en español).
El mensaje subyacente estaba claro. Trump había logrado una abrumadora victoria, pero fuerzas oscuras en los poderes establecidos y en el «Estado profundo» se la habían arrebatado.
En las primeras horas del 4 de noviembre, mientras aún se contaban papeletas y tres días antes de que los medios estadounidenses dieran por ganador a Biden, Trump proclamó su victoria, denunciando «un fraude al público estadounidense».
No ofreció ninguna prueba. Diversos estudios han mostrado que el fraude electoral en el país es residual.
A mitad de la tarde, se creó un grupo de Facebook llamado «Paren el Robo», que se convirtió en uno de los de más rápido crecimiento en la historia de la red social. El jueves por la mañana ya tenía 300.000 miembros.
Muchos de los mensajes publicados en él se centraban en denuncias no probadas de fraude electoral masivo, incluidos relatos fabricados que afirmaban que habían aparecido votos de miles de personas muertas y las máquinas de votación habían sido trucadas para atribuirle a Biden los votos de Trump.
Otros eran aún más alarmantes. Abogaban directamente por una «guerra civil» o una «revolución».
El jueves por la tarde, Facebook había cerrado el grupo, pero este ya había generado casi medio millón de reacciones y comentarios.
Pronto otros grupos brotaron en su lugar.
La idea de que la elección había sido un robo siguió diseminándose por internet. Al poco tiempo se lazó una página web titulada «Paren el Robo» con el objetivo de enrolar «botas sobre el terreno para proteger la integridad de la votación».
El sábado 7 de noviembre, los principales medios de comunicación del país declararon a Biden como ganador.
En los feudos demócratas, grupos de personas se echaron a la calle para celebrar la victoria. Desde las redes, el bando de Trump reaccionó enojado y desafiante.
Los seguidores del presidente planearon una manifestación en Washington para el sábado siguiente, a la que bautizaron como la «Marcha del Millón MAGA», por el acrónimo del lema de campaña de Trump: «Make America Great Again» (Hagamos a América Grande de Nuevo, en español).
Trump trinó que quizá se pasara por allí a «saludar».
Las concentraciones de seguidores del presidente anteriormente convocadas en Washington no habían atraído a grandes multitudes. Pero aquella mañana soleada se reunieron miles en la Freedom Plaza de la capital del país.
Brian Levin, investigador del fenómeno del extremismo en Estados Unidos, lo bautizó como «el estreno de la insurgencia pro Trump».
La caravana motorizada del presidente pasó junto a los concentrados, que gritaban encantados y buscaban ver aunque fuera de lejos a Trump, que les sonreía desde la limusina cubierto con una gorra roja de MAGA.
Aunque algunas de las caras destacadas del conservadurismo republicano estaban presentes, los grupos de extrema derecha predominaron en el evento.
Docenas de miembros del grupo extremista y antiinmigrantes «Proud Boys» («Chicos Orgullosos», en español), formado exclusivamente por hombres, que se han visto envueltos en numerosos incidentes y participarían en el posterior asalto al Capitolio, no se perdieron la marcha.
Milicias de ultraderecha y defensores de las teorías de la conspiración también estaban allí.
Al ponerse el sol, comenzaron los choques entre partidarios y detractores de Trump, incluidos forcejeos a solo cinco cuadras de la Casa Blanca.
La policía logró esta vez minimizar la violencia, pero era un claro indicio de lo que estaba por venir.
Hasta ahora, Trump y su equipo legal habían depositado sus esperanzas en las docenas de recursos que habían presentado ante los tribunales.
Aunque muchas de las denuncias de irregularidades ya habían sido desestimadas, muchos en el mundo virtual pro Trump quedaron fascinados por la figura de dos abogados cercanos al presidente: Sidney Powell y L. Lin Wood.
Powell y Wood prometieron que prepararían un caso tan sólido de irregularidades electorales que destruirían cualquier argumento a favor de la tesis de que Biden había ganado la presidencia.
Powell, de 65 años, activista conservador y fiscal federal retirado, le dijo a Fox News que sus esfuerzos «liberarían al Kraken», en alusión a un gigantesco monstruo marino del folklore escandinavo que, según la tradición, surge de las aguas del océano para devorar a sus enemigos.
El Kraken pronto se convirtió en un meme, representado esparciendo denuncias no probadas de fraude.
Los dos abogados se convirtieron en héroes para los seguidores de las teorías conspiratorias de QAnon, que creen que Trump y un equipo secreto de inteligencia militar combaten a un «estado profundo» formado en Washington por adoradores del Diablo y pedófilos procedentes del Partido Demócrata, los medios, el mundo de los negocios y Hollywood.
Powell y Wood hicieron de conexión entre el presidente y sus seguidores más inclinados hacia las teorías de la conspiración, muchos de los cuales acabaron participando en los sucesos del Capitolio el 6 de enero.
Pero Powell y Wood no tuvieron tanto éxito en los tribunales como atizando ruido y furia en la red, y sus iniciativas judiciales quedaron en nada.
Cuando a finales de noviembre publicaron su dossier de 200 páginas quedó claro que su demanda consistía sobre todo en teorías de la conspiración y denuncias que ya habían sido rechazadas en numerosas instancias judiciales.
Los escritos contenían además errores legales básicos, faltas de ortografía y erratas.
Aún así, el meme que habían ayudado a crear siguió con vida. Los términos «Kraken» y «Liberen al Kraken» fueron mencionados en Twitter más de un millón de veces antes del asalto al Congreso.
A medida que se acumulaban los reveses judiciales, los activistas de extrema derecha empezaron a señalar cada vez más a las autoridades y empleados del sistema electoral.
Un empleado de Georgia recibió amenazas de muerte, e incluso funcionarios republicanos encargados de velar por el proceso electoral en el estado fueron etiquetados como «traidores» en foros digitales, como le sucedió al gobernador, Brian Kemp, y al secretario de Estado, Brad Raffensperger.
Gabriel Sterling, el funcionario a cargo de las máquinas y sistemas de votación en Georgia, le lanzó una sentida y premonitoria petición al presidente en una rueda de prensa el 1 de diciembre.
«Alguien va a salir lastimado, a alguien le van a disparar, a alguien le van a matar y no está bien», advirtió Sterling entonces.
En Detroit, Michigan, a comienzos de diciembre, la secretaria de Estado, la demócrata Jocelyn Benson, acaba de terminar de arreglar el árbol de Navidad con su hijo de cuatro años cuando oyó un alboroto afuera de su casa.
Unos 30 manifestantes se habían congregado allí con pancartas, gritando con megáfonos la conocida consigna: «Paren el robo».
«Benson, eres una amenaza para la democracia», gritaba uno de ellos. Uno de los participantes lo emitió todo en vivo por Facebook advirtiendo de que no se marcharían del lugar.
Fue solo una más en el estallido de protestas contra las personas implicadas en la votación.
En Georgia, un flujo constante de partidarios de Trump pasaba en auto frente a la casa de Raffensperger. Su mujer recibió amenazas de violencia sexual.
En Arizona, los manifestantes se reunieron frente a la casa de la secretaria de Estado, la demócrata Katie Hobbs. «Te estamos observando», llegaron a advertirle.
El 11 de diciembre, el Tribunal Supremo rechazó un intento del estado de Texas de invalidar los resultados de las elecciones.
Cuanto más se le cerraban los caminos políticos y legales al presidente, más violento se volvía el lenguaje de sus partidarios en las redes.
El 12 de diciembre, Washington vivió una segunda concentración bajo el lema «Paren el Robo». De nuevo, miles de personas acudieron, incluyendo destacados activistas de extrema derecha, seguidores de QAnon, grupos MAGA y grupos paramilitares.
Michael Flynn, ex consejero de Seguridad Nacional de Trump, equiparó a los concentrados con los soldados y sacerdotes que derribaron los muros de la bíblica Jericó.
Se hacía así eco de la llamada de los organizadores a que «Marchas de Jericó» revirtieran la victoria de Biden.
Nick Fuentes, líder de Groypers, un grupo ultra que tiene como objetivo de sus ataques a figuras republicanas a las que identifica como demasiado moderadas se dirigió a la multitud: «¡Vamos a destruir el Partido Republicano!».
Una vez más, la manifestación acabó en violencia.
Dos días después, el Colegio Electoral certificó el triunfo de Biden, completando así uno de los últimos trámites requeridos para que el candidato demócrata asuma la presidencia.
En los foros digitales, los seguidores de Trump se resignaban a que todas las vías legales habían llegado a un punto muerto y a que solo la acción directa podía salvar su presidencia.
Desde el día de las elecciones, junto a Flynn, Powell y Wood, una nueva figura había ganado rápidamente presencia entre los seguidores digitales de Trump.
Ron Watkins es el hijo de Jim Watkins, el hombre detrás de 8chan y 8kun, plataformas de mensajes llenas de ideas radicales, violencia y contenido sexual extremo. Fue el origen del movimiento QAnon.
El 17 de diciembre, en una serie de videos virales, Ron Watkins sugirió que Trump siguiera el ejemplo del líder de la antigua Roma Julio César, y capitalizara la «fiera lealtad del Ejército» para «restaurar la República».
Watkins animaba a sus más de 500.000 seguidores a hacer tendencia en Twiter la etiqueta, #CruzarElRubicón, en alusión al río que cruzó Julio César al lanzarse sobre Roma dando inicio a una guerra civil en el 498 a. C.
Figuras destacadas usaron la etiqueta, como Kelli Ward, presidenta del Partido Republicano en Arizona.
En otro trino, Watkins abogó por que Trump invocará la Ley de Insurreción, que le da al presidente poderes para desplegar al Ejército y otras fuerzas federales.
Trump se reunió con Powell, Flynn y otros en un comité de estrategia en la Casa Blanca el 18 de diciembre.
De acuerdo con el «New York Times», Flynn le pidió a Trump que impusiera la ley marcial y desplegara a los militares para volver a celebrar la elección.
La reunión atizó de nuevo los comentarios sobre «guerra» y «revolución» en círculos ultras. En muchos se empezaba a ver la reunión del Congreso el 6 de enero —en condiciones normales, una mera formalidad— como una última oportunidad.
Un deseo empezó a arraigar entre los seguidores de QAnon y Trump. Esperaban que el vicepresidente, Mike Pence, que presidiría la ceremonia, ignorara los votos del Colegio Electoral y mantuviera con vida la presidencia de Trump.
El presidente, decían, desplegaría entonces al Ejército para aplastar cualquier desorden, ordenaría la detención de la «camarilla del Estado profundo» que había amañado la elección y los enviaría a la cárcel militar de la Bahía de Guantánamo.
De vuelta en el terreno de la realidad, nada de esto era en absoluto factible, pero sirvió para lanzar «caravanas patrióticas», con las que miles se organizaron en autos compartidos para llegar hasta Washington el 6 de enero desde diversos lugares del país.
Largas caravanas de vehículos ondeando banderas de Trump y, a veces, remolques cubiertos por mercadotecnia de la campaña se reunieron en estacionamientos en Louisville (Kentucky), Atlanta (Georgia) y Scranton (Pensilvania).
«Estamos de camino», publicó en Twitter uno de los participantes, junto con otros compañeros de viaje.
En el estacionamiento de un almacén de Ikea en Carolina del Norte, otro hombre presumía de su camión. «Las banderas están un poco deshilachadas ya. Las llamaremos banderas de batalla», dijo.
Cuando fue quedando claro que Pence y otros líderes republicanos cumplirían con la ley y el Congreso certificaría la victoria de Biden, los comentarios hacia ellos se tornaron despiadados.
«Pence aguardará en la cárcel a que lo juzguen por traición», se leía en uno de los trinos. «Será ejecutado por un pelotón de fusilamiento», añadía.
La discusión en línea llegó a su punto álgido. Redes sociales autodefinidas como de «libre expresión», como Gab y Parler, muy populares entre los seguidores de Trump, así como otros espacios digitales, se llenaron de referencias a las armas de fuego, la guerra y la violencia.
En los grupos de los Proud Boys, en los que habitualmente se solía ensalzar a la policía, algunos se volvieron contra las autoridades que los habían decepcionado por no mantenerse de su lado.
Cientos de publicaciones en «TheDonald», un popular sitio pro Trump, discutían abiertamente la posibilidad de levantar barricadas, y llevar armas de fuego y de otro tipo a la marcha, en claro desafío a las estrictas leyes sobre tenencia de armamento de Washington. ç
También se habló de asaltar el Congreso y arrestar a sus miembros «traidores».
El miércoles 6 de enero, Trump se dirigió durante más de una hora a una multitud de seguidores en el Ellipse, un parque justo al sur de la Casa Blanca.
Antes había animado a sus simpatizantes a «hacer oír sus voces pacífica y patrióticamente», pero terminó su intervención con una advertencia. «Luchamos como en el infierno y si no luchan como en el infierno ya nunca más tendrán un país».
«Así que vamos a bajar por la Avenida Pensilvania… y vamos al Capitolio».
Para muchos observadores el potencial violento de aquella jornada estaba claro desde el principio.
Michael Chertoff, antiguo secretario de Seguridad Interior con el presidente George W. Bush, culpó a la Policía del Capitolio, que según algunas informaciones habría rechazado la oferta de apoyo recibida antes de la Guardia Nacional, un cuerpo mucho más numeroso. Para Chertoff, se trató del «peor fracaso de una fuerza policial imaginable».
Chertoff dijo: «Para ser franco, era obvio. Si leías el periódico y estabas despierto, comprendías que había mucha gente que estaba convencida de que hubo una elección fraudulenta. Algunos de ellos son extremistas y violentos. Algunos de los grupos dijeron abiertamente: ‘Traigan sus armas».
Aún así, muchos estadounidenses quedaron perplejos por las escenas del miércoles. Es el caso de James Clark, un republicano de 68 años de Virginia.
«Lo encuentro absolutamente impactante. No pensé que llegaría a eso», le dijo a la BBC.
Pero las señales estaban ahí hacía semanas. Una mezcla de grupos extremistas y creyentes de la teorías conspiratorias estaban convencidos de que les habían robado la elección y hablaban reiteradamente en la red de armarse y de recurrir a la violencia.
Quizá las autoridades no pensaron que sus publicaciones en la red eran lo bastante serias o específicas como para ser investigadas. Ahora se ven cuestionadas.
Para la inauguración de la presidencia de Biden el próximo 20 de enero, Chertoff espera «una exhibición mucho más fuerte» de los servicios de seguridad que la del pasado miércoles.
Pero eso no ha detenido a muchos de los que llaman en la red a más violencia y a boicotear la toma de posesión de Biden.
También han quedado en cuestión las grandes plataformas de redes sociales, que posibilitaron que las teorías conspiratorias llegaran a millones de personas.
El pasado viernes Twitter eliminó las cuentas de Flynn, el antiguo asesor de Trump, los abogados Powell y Wood, y Watkins. Luego, la del propio Trump.
Las detenciones de los participantes en el asalto al Capitolio continúan. Pero la mayoría de los alborotadores aún viven en una realidad digital paralela, un mundo subterráneo lleno de «hechos alternativos».
Ya han surgido en ella caprichosas explicaciones alternativas para rechazar el video publicado en Twitter por Trump el día después de los incidentes, en el que reconoció por primera vez que «una nueva administración será inaugurada el 20 de enero».
Muchos creen que es imposible que Trump tire la toalla. Entre las nuevas teorías circula la de que el hombre del video en realidad no es él, sino un impostor creado por ordenador, o la de que quizá el presidente esté retenido como rehén.
Muchos aún creen que Trump terminará por imponerse.
No hay ninguna prueba de nada de esto, pero algo ha quedado claro. No importa lo que suceda con Donald Trump; los alborotadores que asaltaron el Capitolio no piensan darse por vencidos pronto.
Reportería adicional de Olga Robinson y Jake Horton.