A simple vista, en Venezuela todo sigue igual después de otra crisis que parecía terminal, de otra jornada crucial.
Nicolás Maduro sigue en el poder, las Fuerzas Armadas no dan muestra de quiebre en su apoyo al chavismo y la oposición se mantiene en la clandestinidad, perseguida, sin capacidad clara de lograr una transición política.
Como ocurrió en 2013, 2014, 2017 y 2019, la crisis política parece haber terminado con un ganador: quien funge como jefe de Estado desde el Palacio Miraflores.
En el fondo, sin embargo, mucho ha cambiado en Venezuela durante el último año. Hay grandes diferencias entre este tercer mandato de Nicolás Maduro, que empezó el viernes, y los dos anteriores.
Maduro ahora está aislado en todo sentido, la fragmentación en el chavismo aumenta, se vienen nuevas sanciones y perdió aliados clave de la izquierda como Gabriel Boric, Gustavo Petro y Lula, que se suman a una comunidad internacional occidental que condena a un gobierno que se aferra al apoyo de Rusia y, de manera más tímida, China.
La oposición, por su parte, esta vez parece más legitimada que nunca tras demostrar el triunfo, por amplio margen, en las elecciones del año pasado. Su liderazgo, hoy concentrado en María Corina Machado, no ha caído en la desgracia de sus antecesores. Incluso desde el exilio, Edmundo González es considerado por buena parte del mundo como el presidente legítimo para la Venezuela.
«Todos sabemos que a partir de hoy arreciará aún más la presión», dijo Machado en su alocución del viernes, día en que Maduro se juramentó como presidente pese a que no logró demostrar, con pruebas, su victoria en las elecciones del 28 de julio.
«Seguiremos hasta hacerle entender a Maduro que esto se acabó», añadió la dirigente de 57 años.
BBC Mundo consultó a varios expertos en política venezolana. Ninguno está seguro de si esta nueva coyuntura se traducirá en una salida de Maduro, pero todos coincidieron en que la posición del mandatario cambió.
Cómo se llegó a este punto
Nicolás Maduro Moros, exsindicalista y excanciller, llegó al poder en 2013 después de que Hugo Chávez, el carismático y popular militar que fundó la Revolución Bolivariana, lo designara como sucesor antes de morir.
Durante sus seis primeros años como presidente, la economía venezolana entró en crisis, el chavismo empezó a mostrar fisuras y la población inició lo que luego fue el éxodo migratorio más grande en la historia de la región.
En 2014, la oposición mostró liderazgos fuertes y movilizaciones masivas. En 2015 ganó unas elecciones legislativas. En 2017 volvieron a salir a la calle.
Maduro, sin embargo, parecía salir siempre bien parado entre denuncias de represión, escándalos de corrupción y supuestos intentos de magnicidio.
En 2018, el mandatario fue reelegido para un segundo mandato con una oposición parcialmente ausente, dividida y debilitada debido a que su gran promesa —sacar a Maduro del poder— se incumplía una y otra vez.
Luego, en 2019, llegó la presidencia paralela del opositor Juan Guaidó y las sanciones de Estados Unidos al gobierno, que contribuyeron al empobrecimiento del país y le dieron razones retóricas y simbólicas al chavismo para mantener su ecuación de poder.
En esos seis años Maduro, aunque mantuvo restringidas las garantías democráticas, permitió cierta liberalización de la economía y avaló una dolarización de facto que alivió, parcialmente, las penurias de una población con hambre.
La oposición, mientras tanto, cambió de estrategia: dejó el abstencionismo electoral y se acercó, en alianza con cientos de líderes sociales por todo el país, a los sectores populares.
Así, con una oposición empoderada tras las primarias de 2023, se llegó a este nuevo ciclo electoral en el que Maduro no logró probar la victoria anunciada por el afín Centro Nacional Electoral.
Lo que cambió
«De las primarias para acá hemos visto una decadencia sostenida del chavismo», dice un reputado científico social de Venezuela que pidió no revelar su nombre por temor a represalias. «Gente muy allegada a mí están presos».
«Las primarias le devolvieron la confianza a gente, la sociedad civil ha terminado adaptándose a las condiciones desiguales planteadas por el gobierno y el chavismo está cada vez más agotado, debilitado y aislado (…) A pesar de que siga en el poder, este es el momento más débil de Maduro, y basta con ver cómo la izquierda latinoamericana lo ha abandonado».
La juramentación de Maduro el viernes fue un evento pequeño, sin invitados de peso, con solo dos jefes de Estado: el cubano Miguel Díaz-Canel y el nicaragüense Daniel Ortega.
«Maduro les ha mentido sin pudor a los pocos aliados creíbles que le quedan en la región. A Lula, a Petro y a AMLO [el expresidente de México] les prometió mostrar las actas, y no lo hizo», dice Alberto Barrera Tyszka, escritor y biógrafo de Chávez.
«Y hoy se juramenta como presidente como si nada. Cree que el descaro es una virtud política. Ha perdido el margen de maniobra retórica que tenía. Y eso marca una diferencia. Está totalmente solo. A lo interno de Venezuela nadie lo quiere y en el exterior nadie le cree».
Mientras tanto Edmundo González, candidato opositor en las elecciones de julio, fue reconocido como presidente electo por varias potencias del mundo y Estados Unidos impuso nuevas sanciones económicas a funcionarios chavistas y aumentó la recompensa por la cabeza de Maduro de US$15 a US$25 millones.
Este 10 de enero pues, empieza el mandato más débil de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.
José Natanson, politólogo y autor de un reciente ensayo sobre la «descomposición» venezolana, lo ve así: «A pesar de que perdió claramente las elecciones, Maduro ganó la partida política, porque logró ser juramentado, mostró que tiene a la Fuerza Armada unificada detrás suyo, que tiene el control interno de la situación y no se le reveló la calle».
«Sin embargo, algo nuevo ocurrió; no es que sigue todo igual. Su victoria es pírrica porque el carácter autoritario del régimen y su apoyo minoritario quedaron totalmente desnudos (…) El chavismo ya no puede decir que es una fuerza política mayoritaria ni que es un régimen democrático».
Dos líderes debilitados, pero con poder
En su mensaje del viernes, Machado reiteró que la lucha por un cambio de gobierno es «hasta el final». Hasta que salga Maduro.
En su arresto e inmediata liberación del jueves, dijo la dirigente, «mostraron las profundas contradicciones (…) Su actuación errática es otra demostración de cómo están divididos por dentro».
Dicho eso, González no pudo entrar a Venezuela como había prometido, Machado sigue escondida y la jornada del viernes, que parecía terminal —o más bien fundacional—, terminó cuando a las 11 de la mañana en Caracas Maduro ya se había juramentado para evitar sobresaltos.
«Digan lo que quieran, hagan lo que quieran, pero esta toma de posesión no la pudieron impedir», dijo Maduro en su escueto discurso de posesión.
«Paradójicamente, tanto la oposición como el chavismo obtuvieron derrotas y victorias en estos dos días», dice Juan Gabriel Tokatlián, un veterano analista político, en referencia a que unos no lograron a sacar a Maduro pero lo dejaron en evidencia, y los otros lograron «sobrellevar una crisis que parecía terminal» pero no pudieron evitar su aislamiento y debilitamiento.
Tokatlián añade: «Tenemos dos líderes debilitados que sin embargo tienen un poder relativo que ojalá no derive en una situación catastrófica para Venezuela sino que, más bien, abra el sendero de alguna solución política negociada».