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Cuando Bachelet asumió su primer mandato en 2006, América Latina parecía cambiar su historia de domino masculino absoluto en los cargos más altos de poder.
Al año siguiente ocurrió la victoria de Cristina Fernández de Kirchner en las presidenciales de Argentina y en 2010 la tendencia se afianzó con la elección de Dilma Rousseff en Brasil y de Laura Chinchilla en Costa Rica.
De pronto, la región sorprendía al mundo como un lugar donde la igualdad de género en la política se volvía algo más que un simple eslogan, pese a su vieja tradición machista.
Pero ahora que América Latina se quedará de un día para el otro sin presidentas por un tiempo desconocido, algunos advierten que podría desandarse al menos parte del camino recorrido para apoderar a las mujeres.
«Hay un problema muy serio en la región: tratar de avanzar y no permitir que haya retrocesos», dice Carmen Moreno, secretaria ejecutiva de la Comisión Interamericana de Mujeres.
«Es una realidad que tiene que ver con que de pronto las mujeres avanzaron mucho y asustaron a todos: hay una reacción en los partidos políticos que dicen «¿y por qué tienen que ser mujeres?», agrega Moreno en declaraciones a BBC Mundo.
La pregunta entonces es si América Latina ha cambiado realmente en cuanto a machismo, sexismo y poder.
Fin de un ciclo
La historia de mujeres presidentas en países latinoamericanos se inició bastante antes de la última década: la argentina Isabel Martínez fue la primera en llegar al cargo en la región, en 1974 tras la muerte de su esposo Juan Domingo Perón.
Luego hubo otras mujeres que encabezaron los gobiernos de países como Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Panamá, ya sea como mandatarias electas o interinas.
Pero los ascensos al poder de Bachelet, Fernández de Kirchner y Rousseff fueron especiales porque, en pocos años, hicieron que una porción significativa de la población y la economía de Sudamérica pasara a estar presidida por mujeres.
No obstante, este primer ciclo de mandatarias contemporáneas en grandes países de la región concluye de un modo que parece lejos de lo ideal.
Rousseff fue destituida el año pasado por el Congreso, en un juicio político por manipulación presupuestal y en medio de un colosal escándalo de corrupción que involucró a su partido y a la clase política brasileña en general.
En Argentina, tras concluir su mandato y ser sucedida por su opositor Mauricio Macri hace dos años, Fernández de Kirchner enfrenta un procesamiento con prisión preventiva y pedido de desafuero como senadora por presunto encubrimiento de Irán en el atentado contra la mutual israelita AMIA, que dejó 85 muertos en 1994.
Ambas expresidentas rechazan los cargos y se reunieron este mes en Buenos Aires para conversar sobre «la utilización del aparato judicial como arma para destruir a la política y a los líderes opositores», indicó Fernández de Kirchner tras el encuentro.
En Chile, la popularidad de Bachelet se ha recuperado parcialmente tras desplomarse por un caso de venta de terrenos que involucró a su hijo, pero sigue más de 40 puntos abajo del 80% que tenía al final de su primera presidencia en 2014.
El claro triunfo en la segunda vuelta electoral de Chile del opositor Piñera, quien en la campaña y durante su primera presidencia fue criticado por realizar bromas «machistas», supuso un revés para Bachelet el domingo, aunque ella no era candidata.
La mandataria había dicho que no le gustaría pensar en el hecho de que el continente se quede sin mujeres presidentas como un paso atrás en la lucha por la igualdad de género.
Pero, en una entrevista con la BBC en octubre, pidió «analizar más a fondo qué está pasando: en muchas partes del mundo, las mujeres están abandonando la política porque no les gusta el rumbo que la política está tomando».
Y coincidió con Rousseff en que «se hacen diferencias sexistas en cómo se percibe a hombres y mujeres en posición de liderazgo», al evaluar si son duros o débiles.
«Fundamentalistas»
Las estadísticas muestran que la incorporación de mujeres a cargos de gobierno en Latinoamérica dista bastante de ser un fenómeno parejo y sostenido.
Ocho países del subcontinente han registrado una reducción de la cantidad de ministras respecto a sus períodos presidenciales previos, según cifras del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe.
En los congresos nacionales, tras la adopción de cuotas de género en varios países, la región destaca a escala mundial por su alto nivel de mujeres legisladoras: el promedio es de 29% incluyendo al Caribe, según datos de la Unión Interparlamentaria.
Pero Moreno afirma que en América Latina existe actualmente «un movimiento fuerte que quiere que las mujeres se regresen a su casa a cuidar a sus niños y nada más».
«Son gente que está en contra de los derechos de las mujeres. En algunos casos se han unido algunas iglesias a esos fundamentalistas. Pero no es que se pueda decir que es la izquierda o la derecha. Son fuerzas conservadoras (…) que están contra la igualdad entre hombres y mujeres», afirma.
La última encuesta regional Latinobarómetro mostró un aumento importante del porcentaje de latinoamericanos que opinan que el conflicto entre hombres y mujeres es fuerte o muy fuerte: pasó de 51% en 2008 a 66% en 2017.
Esto puede explicarse «por el aumento de demanda de igualdad y la lenta velocidad de cambio», sostuvo el informe anual de esa encuesta divulgado en el mes pasado.
De hecho, la lucha por los derechos de la mujer en América Latina aun incluye demandas básicas como el fin de la violencia de género y los feminicidios, problemas de la región en general.
Y en cuanto a autonomía económica, pese a contar con más años de estudio que los hombres en promedio, las mujeres tienen una tasa de ocupación menor y salarios más bajos en similares condiciones, indicó Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la semana pasada.
Poder y realidad
Otra cuestión es si las presidentas latinoamericanas hicieron todo lo que podían para reducir la desigualdad entre mujeres y hombres en sus países.
Fernández de Kirchner y Rousseff impulsaron medidas por ejemplo para combatir la violencia de género, endureciendo las penas previstas para ciertos crímenes.
Pero muchas feministas —incluso quienes coinciden con Rousseff en que su destitución tuvo factores de misoginia en un Congreso con 90% de hombres— les reprochan haber evitado el debate sobre el aborto y los derechos reproductivos femeninos.
Bachelet sí libró una batalla en ese sentido y señala como uno de sus logros la aprobación de una ley que este año despenalizó parcialmente el aborto, por tres causales: en casos de violación, cuando el feto es inviable o la vida de la madre está en riesgo.
La presidenta chilena también impulsó en sus dos gobiernos reformas contra la violencia doméstica y la discriminación laboral, o para aumentar la cantidad de mujeres en cargos electivos.
«Bachelet usó su poder presidencial más que sus predecesores para promover políticas pro-mujer», dice Catherine Reyes-Housholder, una científica política e investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social en Santiago de Chile que ha publicado varios trabajos sobre las presidentas.
De todos modos, los expertos advierten que las primeras mandatarias latinoamericanas tuvieron limitaciones de distinto tipo para gobernar y los fenómenos culturales como el machismo o sexismo suelen ser difíciles de cambiar.
Tal vez, señalan, el camino haya quedado un poco más despejado para que otras mujeres vuelvan en el futuro próximo a competir por la presidencia, aunque no la tengan del todo fácil.
El retorno a viejos estándares puede ocurrir más rápido de lo que muchos creen: Brasil pasó el año pasado de una presidenta que había nombrado más ministras mujeres en la historia del país (18), a un mandatario como Michel Temer, que designó al asumir un gabinete exclusivamente de hombres.
Más allá de todos los errores o aciertos de cada una, Rousseff, Fernández de Kirchner y Bachelet fueron blancos de críticas, insultos y comentarios sexistas durante sus gobiernos.
Y si bien las tres lograron ser electas para segundos mandatos, ellas como las presidentas de Costa Rica y Panamá tuvieron menores índices de aprobación que los presidentes hombres en los últimos 20 años, señala Reyes-Housholder a BBC Mundo.
«La pregunta», dice, «podría ser si las presidentas mujeres son juzgadas de manera diferente en medio de escándalos de corrupción o escándalos que involucran al Poder Ejecutivo».