Cuando Donald Trump dejó la Casa Blanca en enero de 2021, muchos analistas pensaron que su carrera política había acabado.
Durante su gobierno, el dirigente republicano tuvo un promedio de popularidad de 41%, el más bajo que haya tenido cualquier presidente de EE UU desde el final de la Segunda Guerra Mundial, de acuerdo con la empresa encuestadora Gallup.
Pero al abandonar la presidencia su popularidad era aún peor: 34%, la más baja registrada durante todo su mandato.
Y es que la negativa de Trump a reconocer su derrota en 2020 y el asalto al Capitolio protagonizado por sus seguidores el 6 de enero de 2021 mermaron aún más su apoyo.
Si a ello se suman los juicios penales abiertos en su contra tras el fin de su gobierno, se entiende por qué muchos ya no apostaban por el futuro político del magnate de las bienes raíces.
Pese a todo, cuatro años después de haber fracasado en su intento de reelección, Trump ha logrado darle la vuelta al panorama al derrotar de forma contundente a Kamala Harris para convertirse nuevamente en el jefe del Ejecutivo estadounidense.
En el ámbito legal, esto ha sido posible gracias a una sentencia en julio de 2024 de la Corte Suprema de mayoría conservadora, que le concedió inmunidad parcial por sus actos en la presidencia y que logró postergar esos juicios —incluso llevando a diferir la sentencia por un caso por el que ya había sido condenado— hasta después de las elecciones presidenciales.
El exmandatario fue condenado a finales de mayo por 34 cargos de falsificación de registros contables relacionados con los pagos para lograr el silencio de Stormy Daniels sobre la supuesta relación que la actriz porno afirma que tuvo con él.
Además, enfrenta un juicio por sus supuestos intentos para cambiar los resultados electorales de 2020 en el estado de Georgia; así como por conspirar para anular esos comicios en todo el país, por distintos medios, incluyendo el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.
Al mismo tiempo, ha habido cinco factores que le han ayudado a resurgir políticamente y que le han permitido llegar nuevamente la Casa Blanca.
¿Qué le ha ayudado?
1. La economía
En parte como secuela de la pandemia de covid-19, la inflación en Estados Unidos se disparó durante la primera mitad del gobierno de Joe Biden, llegando hasta 9,1% en junio de 2022, la máxima registrada en 40 años.
Para combatirla inflación, la Reserva Federal inició una agresiva política de aumento de tasas de interés que se tradujo en un incremento del costo del crédito y de las hipotecas.
Estos dos factores —inflación alta y créditos costosos— presionaron y causaron descontento entre los consumidores estadounidenses que llevaban muchos años acostumbrados a vivir con baja inflación y bajas tasas de interés.
A la luz de estos aumentos, la economía prepandemia del gobierno de Trump —con una inflación que se mantuvo en torno al objetivo de 2%—, ha sido vista de forma más favorable por muchos votantes en comparación con lo ocurrido durante el gobierno de Biden.
Una encuesta de Gallup publicada a inicios de octubre indica que 90% de los consultados señalaron que la economía era “extremadamente importante” o “muy importante” a la hora de decidir su voto. Y que 54% de los votantes creía que Trump podía manejarla mejor que Kamala Harris.
La economía no había sido un tema electoral de tanto peso desde 2008.
Sin embargo, merece la pena aclarar que se ve afectada por la brecha partidista pues mientras 66% de los electores republicanos la consideran “extremadamente importante”, solamente 36% de los votantes demócratas comparte esta visión.
2. Una base de seguidores leales
Uno de los elementos más característicos de Trump como fenómeno electoral reside en el hecho de que cuenta con un grupo muy leal de seguidores que se identifican con su propuesta MAGA (Make American Great Again o Hagamos EE UU Grande Otra Vez).
Pero, además, en las elecciones de este 5 de noviembre logró atraer a votantes procedentes de otros grupos demográficos distintos a esos electores que le dieron el triunfo en 2016.
En 2024, de acuerdo con las encuestas, Trump había logrado incrementar su apoyo entre los hombres jóvenes negros y los latinos.
Un estudio de la Universidad UC Davies realizado en 2022 y publicado en enero de 2024 estimaba que los MAGA representan en torno a 33,6% de todos los republicanos y un 15% de la población adulta de EE UU.
Según ese estudio estas personas tienen a ser mayoritariamente blancos (81%) y sin estudios universitarios (77,8%). Una mayoría de ellos (71,6%) cree que en Estados Unidos hay una discriminación en contra de los blancos que es igual o peor que contra los negros y otras minorías; y que (51%) en EE UU la población blanca nativa está siendo reemplazada por los inmigrantes.
También piensan que en la actualidad la situación en EE UU va por mal camino (98,7%) y que la democracia estadounidense solamente favorece a los ricos y poderosos (68,6%).
Muchos de estos proceden de zonas de EE UU donde la situación económica ha empeorado en las últimas cuatro décadas como consecuencia de la globalización y del proceso de desindustrialización, que han reducido las probabilidades de progreso económico de las personas sin estudios universitarios al eliminar miles de empleos en el sector manufacturero.
Desde que lanzó su primera candidatura presidencial en 2015, Trump ha dado voz a estos electores y con su discurso antisistema ha legitimado su descontento, lo que ha servido para consolidar el vínculo con sus seguidores.
Trump también ha logrado cimentar su apoyo entre los cristianos conservadores, que vieron cómo durante su gobierno él cumplió con objetivos que ellos largamente habían esperado como el nombramiento de nuevos jueces en la Corte Suprema que revocaran el derecho al aborto.
3. Migración y frontera
La candidatura de Trump también se benefició del tema de la migración y de la situación en la frontera con México, consideradas como “extremadamente importantes” o “muy importantes” por 7 de cada 10 votantes, de acuerdo con Gallup.
A esta percepción han contribuido el gran incremento en el número de intentos de ingresar a Estados Unidos a través de la frontera sur que en los tres primeros años del gobierno de Biden llegaron a 6,3 millones, según datos del Departamento de Seguridad Nacional.
En ese lapso, fueron admitidas en EE UU 2,4 millones de personas, la mayor parte de las cuales se encuentra en proceso de expulsión en tribunales migratorios ante los cuales pueden solicitar asilo.
A ello hay que sumar las imágenes de “caravanas” con miles de personas caminando a través de México y Centroamérica hacia EE UU, así como la presencia visible de estos migrantes en muchas de las principales ciudades del país.
Estos elementos alimentaron el discurso de Trump según el cual el gobierno demócrata tenía una política de fronteras abiertas que permitía la entrada libre de “millones” de migrantes sin ningún tipo de control, incluyendo muchos delincuentes.
Esa situación conformó un escenario ideal para un candidato como Trump que no solamente tenía un discurso antiinmigración, sino que ya en su gobierno había demostrado que era un tema que le preocupaba y por el que estaba dispuesto a tomar medidas como la continuación de la construcción del muro en la frontera con México o la adopción de propuestas para dificultar el procesamiento de las solicitudes de asilo y refugio.
Durante la campaña, Trump prometió sellar las fronteras y realizar la “mayor deportación” en la historia de EE UU.
Además atacó a Harris por el rol que tuvo no solamente como vicepresidenta, sino por el hecho de que Biden la había nombrado como responsable de buscar soluciones a los problemas de fondo que impulsaban la migración hacia EE UU desde los países de América Central.
4. Las guerras en Ucrania y Gaza
Aunque constituye un giro en la política exterior de EE UU desde el fin de la II Guerra Mundial, en realidad, la propuesta de Trump de “Estados Unidos primero” no es novedosa, sino que se alimenta de una corriente aislacionista de larga trayectoria en ese país que ya era palpable desde la época del primer presidente del país, George Washington, quien en su discurso de despedida aconsejó que EE UU evitara “enredadas alianzas” con otros países.
Cuando fue electo presidente en 2016, gran parte de la opinión pública estadounidense estaba agotada tras los ocho años de la guerra en Irak (que luego dio paso a la lucha contra el autodenominado Estado Islámico) y de la aparentemente interminable guerra en Afganistán que llevaba más de 15 años. Ambos conflictos iniciados, por cierto, por el republicano George W. Bush.
Trump llegó a la Casa Blanca con la promesa de no iniciar nuevas guerras, algo que cumplió formalmente, aunque algunos críticos le acusan de haber tenido una política exterior guerrerista y confrontacional.
Esto le permitió durante la campaña presentarse nuevamente como el candidato “anti-guerra” y aprovechar el creciente malestar —especialmente entre votantes republicanos— que consideran que EE UU está invirtiendo mucho dinero y esfuerzo en apoyar a Ucrania frente a la agresión rusa.
Trump prometió que si vuelve a la Casa Blanca pondrá fin a esta guerra en 24 horas, lo que ha generado preocupación en Ucrania y sus aliados, pues temen que el republicano intente forzar a Kyiv a hacer concesiones para apaciguar a Rusia.
También durante la campaña, Trump aseguró que pondría fin a la guerra en Gaza, aunque no ha dicho cómo.
Y los votantes parecen haberle creído.
5. La cambiante candidatura demócrata
La campaña electoral de Trump se vio favorecida también por los vaivenes del Partido Demócrata durante esta campaña.
El presidente Joe Biden intentó buscar la reelección e, inicialmente, lideró las encuestas. Sin embargo, a partir de marzo de 2024 su popularidad cayó a medida que crecían las dudas dentro y fuera de su partido sobre la idoneidad de su candidatura, en especial, debido a las preocupaciones por su avanzada edad y las dudas sobre su supuesto declive cognitivo.
La situación llegó a un punto crítico durante el debate que ambos candidatos sostuvieron a finales en junio, durante el cual Biden tuvo dificultades para presentar sus argumentos y, por momentos, pareció perder el hilo de sus pensamientos.
Pocos días más tarde, Biden anunció su retiro de la carrera y su apoyo a la candidatura de su vicepresidenta Kamala Harris.
En pocas semanas, Harris asumió el liderazgo demócrata y logró recuperar en las encuestas el terreno perdido por Biden, pero solamente hasta instalarse en una situación de empate técnico con Trump que se mantuvo hasta las elecciones.
Menos conocida por los votantes que Trump, Harris tuvo dificultades en la campaña para desligarse de las políticas de Biden y de sus aparentes consecuencias en términos de inflación y de crisis en la frontera.
Harris intentó presentar su candidatura como la opción del “cambio” generacional y de la alegría, pero su candidatura no pareció convencer a los electores insatisfechos con el sistema político estadounidense.
La candidata demócrata también resultó perjudicada por su negativa a conceder entrevistas a la prensa durante sus primeras semanas de campaña, lo que alimentó la idea de que no tenía un plan claro de gobierno.
Además, a lo largo de la campaña, Harris lucía como clara favorita para ganar el voto femenino, pero perdía mucho terreno en el voto masculino, en especial de jóvenes negros e hispanos que giraron de forma notable hacia Trump, contribuyendo así a su regreso a la Casa Blanca.