En un país sin tradición de protesta como Colombia, el paro nacional del 21 de noviembre de 2019 fue histórico.
La huelga estuvo originalmente convocada por las centrales obreras, pero se convirtió en una protesta en contra de las reformas de pensiones, laboral y educativa a favor del acuerdo de paz firmado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
En suma, la población se movilizó en contra del poder establecido, hoy materializado en el presidente Iván Duque, un aliado del ex presidente Álvaro Uribe, que en un intento de ser moderado ha generado rechazo entre la izquierda y la derecha.
A medida que las manifestaciones en Ecuador, Chile y Bolivia aumentaron, causaron decenas de muertos y generaron cambios políticos importantes, la expectativa ante el paro en Colombia se tomó la agenda nacional durante días.
El gobierno militarizó partes del país, acuarteló el Ejército, cerró las fronteras y otorgó facultades extraordinarias a gobiernos locales para “mantener el orden”; hubo allanamientos; el partido de gobierno, el derechista Centro Democrático, alertó de la supuesta injerencia de gobiernos chavistas.
Y, como suele pasar en jornadas de protesta en América Latina y el mundo, reportaron medios locales, en el paro hubo disturbios, saqueos, daños a la infraestructura pública y abusos de fuerza por parte de las autoridades.
El ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, informó este viernes que las autoridades habían confirmado la muerte de tres personas en el Valle del Cauca, pero indicó que aún están verificando las circunstancias en las que se originaron.
Dicho eso, es probable que la historia recuerde al paro nacional del 21 de noviembre en Colombia como el día cuando los colombianos, una población traumatizada por un conflicto armado de 60 años, mostraron su disposición de salir a la calle, pese a la lluvia, pese a la represión.
“Este paro tuvo una magnitud que ninguna protesta tuvo en 60 años”, le dice a BBC Mundo el reconocido historiador y columnista Jorge Orlando Melo.
“La protesta en Colombia siempre fue localizada y siempre recibió una respuesta negativa del Estado, que la convertía en peligro”.
“Pero esta salida al paro de tanta gente no organizada en todo la nación, que busca una política social más clara y un cumplimento genuino del proceso de paz, puede ser la oportunidad de una alternativa no tradicional sin antecedentes en el país”, concluye Melo.
Tres cosas inéditas demuestran el carácter histórico de la jornada.
1. El paro en sí mismo
Por varias razones, Colombia no ha tenido la tradición de protesta de países como Chile, Argentina o México, pero se destacan la baja tasa de representatividad sindical, de menos de 5%, y la vigencia de un conflicto armado que distorsionó el escenario político clásico de izquierdas y derechas, y aceleró la viabilidad política de la izquierda democrática que nunca ha llegado al poder en el país.
El último gran paro nacional fue en 1977. Convocado por los sindicatos, el paro fue asumido por profesores, trabajadores y estudiantes, y puso contra las cuerdas al gobierno del liberal Alfonso López Michelsen, que enfrentaba una dura crisis económica y una disputa con los militares.
Durante los últimos años, por supuesto, ha habido huelgas importantes como el paro de coteros e indígenas contra el gobierno de Uribe en 2008 y el paro agrario contra Juan Manuel Santos en 2013.
También hubo grandes manifestaciones, como la marcha contra las FARC en 2008 y la que pedía la implementación del acuerdo de paz un día después de que fue rechazado en un plebiscito en 2016.
Pero al menos desde 1977, y guardando las diferencias de carácter histórico, Colombia no había vivido una jornada de huelga cívica como la del 21 de noviembre.
Prácticamente todos los gremios acataron el paro; en cada rincón del país hubo protestas; la mayoría de los que no protestaron vivieron una suerte de día feriado; el país estuvo paralizado por un día.
Solo el comercio, por ejemplo, se vio paralizado en 50%, según la Federación Nacional de Comerciantes, lo que equivale a pérdidas de 60 millones de dólares.
En un país históricamente institucionalista, el shock político, económico y cultural que significó el paro del 21 es inédito.
2. El cacerolazo
El jueves, al final de la tarde, cuando las marchas parecían ya haberse apaciguado debido a la dispersión policial, miles de colombianos volvieron a las calles.
De noche, muchos en pijama, con el ambiente festivo y musical que marcó el inicio de la jornada, cientos de personas salieron a la calle a reanudar su grito de protesta.
Y con un detalle que es usual en Venezuela, Argentina o Chile, pero que en Colombia no se había visto o escuchado en historia reciente: la cacerola.
Desde la calle o desde sus casas, en Bogotá y en otras ciudades del país, un inédito cacerolazo se tomó al país al cabo del día, justo cuando Duque daba un mensaje televisado de cuatro minutos en el que criticó los actos “vandálicos”, apoyó a las fuerzas de seguridad y llamó al “diálogo social”.
El cacerolazo se escuchó en barrios de diferentes sectores socioeconómicos y se espera que se reactive en los próximos días.
3. Protesta en ciudades uribistas
Si los colombianos, en general, históricamente han preferido gobiernos de centro derecha o derecha, hay ciudades donde esa afiliación política parecía inamovible.
Y una de esas es Medellín, la segunda ciudad más importante del país, tierra del hoy senador y líder del partido de gobierno, Álvaro Uribe, el político más popular de la historia reciente del país gracias a su política de mano duro contra las guerrillas.
Las imágenes de la masiva marcha del jueves en Medellín terminaron de demostrar que la capital de Antioquia se ha diversificado políticamente.
Hace un mes, en unas elecciones regionales en las que el uribismo fue el gran derrotado en todo el territorio, los paisas eligieron como alcalde a un ingeniero de 39 años de edad que apoya el proceso de paz, no hace parte de las maquinarias políticas y marchó el jueves: Daniel Quintero.
La marcha del jueves dejó claro que Medellín ya no es tierra sagrada del uribismo.
Y no fue la única: ciudades tradicionalmente uribistas como Montería, Neiva y Pereira también vieron sus calles tomadas por el paro nacional.
Otra razón para pensar que Colombia, para bien o para mal, ya no es el mismo país del pasado.