23 de enero de 1958. Ese día comenzó tan abruptamente como los anteriores para los caraqueños, en especial aquellos que vivían en el este de la capital venezolana.
Un inusual estruendo mecánico sacó a más de uno de la cama, pero la oscuridad de la noche hizo difícil identificar la causa. Hubo que esperar hasta el amanecer para esclarecer lo ocurrido.
«Cayó [el general Marcos] Pérez Jiménez», «Liquidada la tiranía» o «El dictador huyó al extranjero».
Con esos titulares los diarios dieron cuenta de lo ocurrido horas antes: el régimen militar que durante una década rigió los destinos del país sudamericano había colapsado.
65 años después, BBC Mundo conversó con historiadores y revisó publicaciones y entrevistas hechas a algunos de los protagonistas del suceso que permitió el restablecimiento de la democracia liberal-representativa en Venezuela, para reconstruir la salida al exilio del hasta entonces hombre fuerte.
Midiendo fuerzas hasta el final
«Salí de Venezuela sin que me pusieran un revólver en el pecho. Nadie me empujó (…) En ese momento no estábamos recibiendo tiros de ninguna parte, ni había ninguna unidad alzada», afirmó Pérez Jiménez en el libro «Habla el general», publicado en 1983.
Esta versión, sin embargo, fue refutada por historiadores que sostienen que la marcha del dictador sí fue forzada por una situación insurreccional dentro de las Fuerzas Armadas.
«Los miembros del Estado Mayor le dijeron a Pérez Jiménez: ‘Usted debe irse, pero le daremos las condiciones para que se vaya'», le dijo a BBC Mundo Luis Buttó, profesor jubilado de Historia de la Universidad Simón Bolívar de Caracas.
«La intención de quienes lo depusieron fue negociar con él su salida del país, porque si no, le hubieran hecho lo mismo que él le hizo al general Isaías Medina Angarita (en octubre de 1945), derrocarlo y detenerlo», agregó,
Esta opinión es compartida por José Alberto Olivar, miembro de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.
«No hubo una huida furtiva ni un escape de película, todo fue parte de unos acuerdos dentro de la institución castrense para una transición ordenada, en términos militares», apuntó.
El año 1958 comenzó convulsionado.
El 1 de enero unidades de la Aviación y del Ejército se alzaron en armas y atacaron el Palacio presidencial de Miraflores y la sede del Ministerio de Defensa en Caracas.
Y aunque el gobierno se impuso, quedó mortalmente herido al quedar en claro que los militares estaban divididos, aseguraron los expertos.
Al final de la tarde del 22 de enero los cadetes de la Escuela Militar y unidades de la Armada estacionadas en el cercano puerto de La Guaira, unos 50 kilómetros al norte de la capital venezolana, se sublevaron.
Los uniformados aprovecharon la agitación que desde el día 21 se venía registrando en el país, debido a la huelga de la prensa y al paro general convocado por los proscritos partidos políticos agrupados en la llamada Junta Patriótica. El alto mando haría lo propio después.
Pérez Jiménez pasó horas llamando a distintos cuarteles para conocer con qué apoyos contaba, pero a la medianoche puso en orden sus papeles, llamó a su esposa y le pidió que se preparara para dejar el país.
A la 1:00 am del día 23, el general le solicitó a su chofer, Juan José Montilla, que lo buscara en Miraflores, y unos 15 minutos después salió por última vez de su despacho y se puso en dirección hacia la Base de La Carlota, al este de la ciudad.
Un problema tras otro
Cerca de la 1:30 de la madrugada, Pérez Jiménez y su esposa, Flor Chalbaud de Pérez, sus tres hijas y otros parientes llegaron al aeródromo militar.
La idea era abordar el avión conocido popularmente como «La vaca sagrada», un C 54 Skymaster que desde 1949 fungía como aeronave presidencial.
El aparato coincidentemente estaba en esa base. Días antes el cuatrimotor había regresado de Colombia, a donde se lo llevaron algunos de los cabecillas de la fallida insurrección de año nuevo.
El mayor José Cova Rey, quien pilotó el avión, se encontró con que los oficiales comisionados para ponerlo en condiciones de volar habían dejado sus puestos sin cumplir la tarea.
Al revisar «La vaca sagrada», el uniformado observó que no contaba con suficiente combustible.
Y por ello le sugirió a Pérez Jiménez utilizar uno más pequeño, algo a lo que el depuesto mandatario se negó, porque tendría que dejar a la mitad de sus acompañantes, relató el historiador Luis Heraclio Medina en su artículo «La Vaca Sagrada: mitos y realidades».
Medina aseguró que entonces Pérez Jiménez propuso volar hasta la isla de La Orchila, en el Caribe venezolano y donde mandó construir una residencia de veraneo. ¿La razón? Desde allí pedirían que les enviaran más combustible, pero Cova rechazó esa idea.
«Negativo, mi general, cuando este avión despegue usted ya no será presidente», habría dicho el piloto.
Entonces se solicitó una cisterna de combustible al cercano aeropuerto de Maiquetía y, aunque las nuevas autoridades la concedieron, la misma fue incendiada por unos exaltados.
Sin embargo, un segundo camión, que iba fuertemente custodiado, sí logró llegar hora y media después, ante la desesperación de los viajeros.
Resuelto el problema del combustible surgió un nuevo contratiempo: no había copiloto.
El mecánico que debía unirse a la tripulación se negó a subir al aparato, aunque luego apareció otro uniformado que aceptó la misión, relató Medina.
Ni huida ni escape
A eso de las 3 de la madrugada todos los obstáculos parecían superados, pero se presentó el último: el aeropuerto no tenía luces de balizaje; es decir, no estaba preparado para aterrizajes ni despegues nocturnos.
Para evitar que el aparato se saliera de la pista y estrellara, los autos en los que los pasajeros llegaron al lugar fueron colocados a los lados con sus luces encendidas, para así orientar al piloto, narró el exdiputado Juan José Caldera, hijo de quien luego sería dos veces presidente de Venezuela, Rafael Caldera, en su libro «Mi testimonio».
La rudimentaria solución funcionó y la aeronave despegó y puso rumbo a República Dominicana, donde el dictador Rafael Leonidas Trujillo recibió a su otrora colega.
«El avión iba sobrecargado y tuvo problemas para alzar vuelo», agregó a BBC Mundo el también historiador Edgardo Mondolfi.
En «La vaca sagrada» no solo iban Pérez Jiménez y su familia, sino otras 20 personas y sus respectivos equipajes.
Colaboradores como el también general Luis Felipe Llovera Páez, quien fuera su ministro del Interior y de Comunicaciones; y familiares de estos, figuraban entre los pasajeros.
Con el paso del tiempo algunos acólitos del régimen aseguraron que desde el Ministerio de Defensa tenían listas las baterías antiaéreas para derribar el aparato, una versión que los expertos rechazan.
«La salida de Pérez Jiménez fue negociada y prueba de ello es que hasta se pudo llevar a su suegra (…) Fue una salida apresurada, con inconvenientes y cierta dosis de dramatismo, pero no fue a volandas, porque pudo hacer una lista de quienes lo acompañarían. Cuando alguien huye esto no ocurre», indicó Buttó.
Mondolfi, por el contrario, sí cree que el dictador huyó. «Es el único presidente del siglo XX que se ha puesto en fuga (…) y lo hizo para salvar su pellejo y evitar ser apresado», opinó.
Dos grandes errores
«Marcos Evangelista [los nombres de pila de Pérez Jiménez], vámonos, que pescuezo no retoña».
A la historia ha pasado esta frase que el general Llovera Páez le habría dicho a Pérez Jiménez entre el 22 y 23 enero de 1958 para convencerlo de que su tiempo se había acabado.
¿Pero qué causó la caída de un gobierno que hasta hacía poco lucía consolidado, que tenía a la prensa silenciada y a sus principales oponentes en el exilio, en las cárceles, atemorizados o en los sepulcros?
«Pérez Jiménez decidió saltarse su propia Constitución y en lugar de convocar elecciones presidenciales llamó a un plebiscito [celebrado el 15 de diciembre de 1957], donde se le preguntó al elector si quería prorrogarle su mandato por cinco años más», explico Olivar.
«Aquello provocó un quiebre en las Fuerzas Armadas, que era la institución que sostenía a su gobierno, porque truncó las aspiraciones de otros jefes militares que ansiaban ocupar posiciones más altas».
El hecho de que el contraalmirante Wolfang Larrazábal, entonces comandante general de la Armada y oficial de mayor antigüedad, terminara en la Jefatura del Estado reafirma la tesis del experto.
No obstante, hasta el final de sus días, Pérez Jiménez negó que hubiera sido derrocado.
«Me cansé de sofocar intentos [de golpes de Estado]», declaró.
Asimismo, el general afirmó que tenía el suficiente apoyo para imponerse el 23 de enero.
¿Por qué no lo hizo entonces? «Me fui, porque si amanezco [en Miraflores] iba a tener que fusilar a mucha gente y no quise hacerlo», respondió en varias entrevistas a lo largo de los años.
A Pérez Jiménez no le molestaba que se le llamara dictador, pero sí que se dudara de su honradez.
Esto, a pesar de que fue extraditado a Venezuela, enjuiciado y condenado por hechos de corrupción en la década de los 60, y luego vivió el resto de su vida hasta su muerte en 2001 en uno de los barrios más lujosos de Madrid (España) sin trabajar.
El exgobernante confirmó uno de los hechos más famosos de su salida y que ha servido a quienes lo acusan de haberse enriquecido ilícitamente durante su mandato: dejó una maleta con una importante suma de dinero en metálico.
«Toda persona que sale de viaje lleva sus maletas y tiene que llevarse en ellas los valores que tenga (…) en una de mis maletas iban valores que tenía en mi casa, producto de negociaciones hechas con entera honorabilidad, producto de ahorros, etc. Y entonces cometí la tontería de decir: cuiden esa maleta. Lo percibieron unos oficiales y en el momento de embarcar se apropiaron de la maleta», confesó en el libro «Habla el general».