Muchas veces he oído decir la muy sensata suposición de que los historiadores y teóricos sociales de hoy y, sobre todo, de mañana, tienen por delante una tarea descomunal, que es la de dar cuenta de estos años del chavismo, que le provocaron tantos arrebatos y convulsiones al país. Una inimaginable cantidad de sufrimientos que nos han llevado al abismo en que hoy padecemos y que debemos superar. Lo que hace que haya mucho que contar y, sobre todo, explicar. Entre otras cosas los autores de esta demolición lo llenaron de ruido y de furor, valga decir, de gritos y delirios arcaicos e inéditos a un tiempo, o sea de una peculiar cultura, en el sentido en que la entiende Manuel Silva-Ferrer en las páginas de su estudio El cuerpo dócil de la cultura, como producción de significados, en este caso muy profusos y muy disonantes.
Esa tarea inevitable ya ha comenzado y, en cierto modo, ha caminado mucho. Desde el origen mismo del “proceso”, como suele llamarse esta parodia revolucionaria. Para empezar, durante estos casi cuatro lustros los venezolanos no hemos cesado de hablar de política, una especie de compulsión incesante y enfermiza, curiosa porque en los años precedentes era un ámbito poco frecuentado y peor afamado; seguramente muy dañina en sus excesos para la creatividad de toda naturaleza y para los necesarios y saludables equilibrios del espíritu nacional. Por supuesto, a esa perorata sin límites han correspondido miles de informaciones y reflexiones, desde el tweet amarillo al meditado ensayo económico o politológico, pasando por toneladas de cuartillas enredadas en el furor de los días. También ha habido libros políticos en cantidades inéditas, sobre el propio Chávez hay centenares. Y somos un tópico importante en los medios y en la bibliografía política de todo el mundo.
Pero el libro que aquí acompañamos es de una especie que, por su propia naturaleza, es muy escaso todavía. Como toda reflexión que aspira a la exhaustividad, la sistematicidad y a la densidad conceptual es propio del atardecer, animal lento, búho. Primero por su ambición temática, ya que pretende hablarnos de la cultura en estos años plenos de irrupciones inesperadas con un concepto de esta que totaliza sus niveles esenciales, su estructura y significados generales; y abarca desde la hight cult a la comunicación masiva radioeléctrica, epicentro de la cultura mayoritaria –matriz de los patrones de vida–, la educación y las ciencias. Valga decir, las formas mayores en que han pensado y se han expresado los ciudadanos de este país, y que sin duda es uno de los niveles de constitución más importantes de ese lapso histórico (1999-2013) en que Hugo Chávez podía hablar en cadena radioeléctrica nacional inacabables horas, unas cuantas veces a la semana. Con esto quiero indicar que, por la naturaleza misma del período, el nivel ideológico y los aparatos que lo vehiculan –hablando althusserianamente– han sido de vital importancia en su constitución. Tal es la ambición de estas densas páginas. No conocemos otros libros que intenten sistematizar tan vasta cuestión.
Además subyace en el tratamiento del problema, que no sería abusivo llamar ideológico, una muy particular concepción de la historia venezolana contemporánea, más exactamente, del país petrolero y básicamente monoproductor, por ende rentista, por añadidura estatista. Con sus cíclicas y sísmicas altas y bajas, ganado robusto y famélico. Lo cual se pudiera calificar con ese mote de “Estado Mágico”, aquel que todo lo puede porque todo lo administra, puede vender esperanzas y repartir fortuna y atravesar horas de promisión y derroche y de derrotas y desolaciones. Silva-Ferrer lo hace suyo inspirado por la obra notable de Fernando Coronil. La cultura no puede ser pensada en tal conformación social, como por lo demás prácticamente toda la sociedad, sino a partir de esa dependencia fundamental y los vaivenes que ha sufrido en la constitución de nuestra modernidad. Pero, subrayaría, esa ubicación tiene la utilidad teórica de permitirle al autor un instrumental adecuado para detectar la continuidad esencial que subyace en los ciertamente exclamativos cambios que el período presenta, y que una concepción menos enmarcada en sus constantes sociológicas mayores pudiese tomar como estructurales. Se trata de la misma cultura estatista petrolera llevada a su paroxismo y a su caricatura e improductividad extrema.
Pero también el análisis de Silva-Ferrer es muy penetrante cuando logra enfatizar la novedad relativa de esos cambios. Yo diría que el mayor porque, repetimos, es tomado muy adecuadamente como el aparato ideológico predominante, es el atinente a los medios de comunicación radioeléctricos, que hasta un determinado momento del chavismo mismo están en manos privadas en su casi totalidad, y vinculados indirecta y muy poco constructivamente al Estado. Ahora paulatinamente ese espacio va a ser ocupado casi hegemónicamente por el gobierno revolucionario, bien por censura, bien por adquisición de dudosa transparencia (lo que alcanza a la gran prensa), bien por la creación de un extenso y materialmente poderoso emporio estatal. Todo lo cual, paradójicamente, más allá de su intencionalidad populista y clientelar, ha tenido exiguos resultados de audiencia, no solo por la incultura de quienes lo manejan y su confusionismo ideológico, sino por su inadecuación con la valores vitales reales de los venezolanos. A lo cual suma el autor la influencia creciente de los nuevos medios comunicacionales, el Internet, las redes, el cable.
Un segundo cambio fundamental ha sido la traslación de la alta cultura, prácticamente estatista en su totalidad para fines del llamado “puntofijismo”, al sector privado, con drásticos límites de su capacidad expansiva y de las durezas de la lógica comercial, pero que ha permitido sus expresiones mayores.
Sin duda este libro, pleno de información detallada, de austera y exigente factura académica, analiza otros factores que superarían la presencia discreta que se ha impuesto este prologuista. Pero encontraremos certeras líneas sobre el absurdo crecimiento educacional, falsamente igualitario y desastroso cualitativamente, entre otras cosas uno de los motivos mayores de la costosísima e irreparable fuga de docentes e investigadores de la más alta calidad. O los trasfondos ocultos y disfuncionales al proyecto modernizador chavista del cine o el sistema de orquestas, sus aparentes éxitos. O la demolición de la institucionalidad cultural que sus antecesores “liberales” habrían construido para uso de muchos y muy diversos actores, ahora clientelar y tristemente populista. Para citar algunos, solo algunos, tópicos que me han convencido y conmovido.
En una frase estupenda Manuel dice: “En el fondo nada ha cambiado y, sin embargo, es todo tan distinto”. Mejor no se puede resumir lo que he pretendido decir sobre este libro que puede tejer una síntesis muy verosímil de esos momentos de alza y descenso del maná petrolero y sus ilusiones culturales modernizadoras, que lo sitúa como una variante fuerte dentro del continuo de sus ancestros militares bananeros, del impedimento o caída de las posibilidades democráticas, y los indudables cambios que han transformado y devastado la vida espiritual nacional. Sus continuidades y sus nuevas fachadas.
Sin duda esta será una obra necesaria para toda bibliografía futura que trate de auscultar las neuronas de los venezolanos de esta era. Si acaso falta algo –se trata de un libro del 2014– es la estrepitosa crisis final del régimen, su inimaginable agonía. Que lo confirma en sus líneas centrales y que también lo reta a nuevas aventuras teóricas que, estoy seguro, ya han comenzado a andar. Para bien de la inevitable obra de disección de estos, los años más difíciles de nuestras vidas.