Tomando tiempos de reflexión esta semana y releyendo la historia que envuelve la muerte y resurrección del Maestro, única muestra de amor que dividió la historia humana y hasta ahora palidece los rostros de quienes anhelan esperanza y nuevas fuerzas para sus corazones heridos por el camino. En mi tiempo a solas, hizo gran ruido el mensaje de advertencia que recibe Pilatos de su esposa, quien le pide que no arremeta contra Jesús llamándolo justo, porque por su causa ella sufrió mucho en un sueño.
Imaginado aquellos acontecimientos, palpita dentro de mí la fuerte convicción de que ante cualquier situación importante cargada de injusticia o rebosante de propósito, como fue el sufrimiento del Mesías por la absolución de pecados de cada hombre y mujer que vivió y vivirá sobre la tierra; Dios enviará avisos, alertas, sueños angustiosos, visiones vividas, mensajeros que seguramente serán menospreciados, hasta que el tiempo sea cumplido y lo que se anuncia cobre vitalidad. Meditaba en aquella mujer que trató de advertir a su esposo que se avecinaba una gran injusticia, ella por su cercanía a este hombre que fungía como juez del momento, era de su confianza, compartía su lecho y seguramente muchos de sus pensamientos. Ella, justamente ella es quien tiene tal encomienda.
Resulta curiosa la consecución de los sucesos. Pilatos se lava las manos, pero acata la voluntad del pueblo que enfáticamente decide echarse la sangre del justo sobre sus cabezas y las de sus críos. Aunque todo ocurrió conforme la profecía, el cordero sin mancha sería sacrificado llevando toda la culpa y el pecado de la humanidad, abandonado a su suerte en el peor de los sufrimientos, maltratos y vejaciones, hasta hallar la muerte como un maldito colgado en un madero. Luego, después de tres días su cuerpo pútrido hecho llaga por las heridas, cobra vida y se abre la entrada de una tumba vigilada, para su manifestación en resurrección.
Un evento que, más allá de ser una historia fascinante, es la base de la fe de todo cristiano. Su sacrificio enmudece a grandes oradores y resume a nada a hombres de portentosas obras. Qué podría opacar tal muestra de amor, que voluntariamente se hizo despojándose de toda gloria, se humilló a sí mismo y no se aferró a su divinidad para salvarnos. Un suceso inspirador e inigualable en magnificencia.
Ante todo lo expuesto, qué pasó con aquel sueño de la mujer, cuántos más habrían sido alertados por visiones, sueños o corazones angustiados. Cuánto de lo que sucedería en esos días no estaba revolucionando los taquicárdicos pensamientos. Aunque la historia no habla de ello, me atrevo a imaginar los desvelos y sollozos nocturnos de pecadores entendidos que vaticinaban el cúmulo de maldad que estaba por ser manifiesta y la gloria que pocos esperaban divisar frente a la tumba vacía.
Me atrevería a decir que hasta hoy se siguen repitiendo situaciones similares, donde unos pocos entendidos sufren el lamento de lo que está por ser manifiesto, aquellos que tienen el poder o autoridad para cambiar el desenlace se lavan las manos, en la búsqueda de quedar bien con todos, y muchos justos sufren las consecuencias. Me arriesgo a creer que para todo esto también habrá un tercer día, el de la resurrección, donde lo que está muerto cobra vida por designio divino y para acallar con terror a quienes vigilan tumbas ajenas.
Que nuestros ojos sean abiertos y nuestro corazón palpite de justicia, para ser de los entendidos que dan voces de alerta entre sueños tormentosos y visiones embriagantes; en lugar de estar entre los que claman que sea derramada la sangre pactándose en tinieblas sus propias mentes y las de sus generaciones.
@alelinssey20
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