Con esta entrega concluye la serie de 5 artículos iniciada el pasado 8 de marzo, hoy cuando faltan pocos días para cumplirse 21 años de la que fue la manifestación cívica más grande de la historia del pueblo venezolano, por la libertad y la democracia, en repudio a los inicios de lo que sería la desastrosa dictadura, primero del difunto Hugo Chávez Frías y luego de Nicolás Maduro, todo bajo el plan y la sombra del castrismo cubano.
He expuesto, más que analizado, en los pasados artículos situaciones y verdades políticas acontecidas, de las que he sido no solo testigo sino partícipe leal de la causa patriótica de nuestra Venezuela; por su soberanía popular, para la libertad y el rescate de su democracia; y de su recuperación moral, cultural y socioeconómica.
Más que “meter el hombro”, durante todos estos años, he sido un actor comprometido. Soy un ingeniero venezolano y ucevista, venido desde ese campo profesional de las infraestructuras y los servicios públicos hacia el estudio de la administración del Estado, la administración pública y su alianza posible con las administraciones privadas. He sido acompañado por muchas mujeres y hombres de bien, que compartimos el honor de ser venezolanos, de una misma patria al igual que Sebastián Francisco de Miranda, Simón Rodriguez, Simón Bolívar, Andrés Bello, José Antonio Páez, Antonio José de Sucre, José María Vargas; y que paramos de dar ejemplos porque si seguimos llenaríamos cientos de páginas de nuestra historia originaria, de gloria y de amor republicano, lo que nos da nuestra identidad como miembros de lo que debe volver a ser un gran país ante el mundo.
Como la mayoría de los venezolanos que nacimos luego de la gesta del 23 de enero de 1958, en democracia, disfruté inicialmente del legado del sacrificio de los que lo dieron todo para construir una Venezuela de instituciones; para la libertad y el respeto a la igualdad ante la ley. Vimos el voto como algo consustancial a nuestro derecho de pensar libremente, de expresarnos, y de seleccionar mediante nuestro voto a los gobernantes, tanto a la presidencia como al parlamento. A finales de los años ochenta se agregó la escogencia directa de gobernadores y alcaldes. La primera elección, como se recordará fue en diciembre de 1989, luego de un año muy difícil por la ocurrencia del Caracazo; y la segunda elección luego de los dos intentos fallidos de derrocar la institucionalidad democrática del 4 de febrero y 27 noviembre de 1992.
Creo en las elecciones primarias, dentro de organizaciones que defienden un programa mínimo común para gobernar a un país decente y llevarlo a estadios de cada vez mayor progreso y satisfacción de las necesidades de los ciudadanos. Ello debe entenderse como un derecho conquistado por los mismos, y deber de defender para sí y para las generaciones que nacen. No es una comparsa de intereses sectarios que, al modo como se repartieron por ejemplo los cargos de diputados y luego la escogencia de destinos para “embajadores y otras posiciones de burócratas” de un gobierno interino que no sólo defraudó sino que traicionó a Venezuela.
Creo en la terquedad de las muchas venezolanas y de venezolanos de bien que acertadamente hemos peleado y pelearemos, desde adentro y desde afuera para rescatar a nuestro país. Creo en los empresarios que no se tongonearon antes, ni se tongonean ahora, ante los tiranos y sus esbirros, para proteger lo que cobran con favores para defender intereses materiales.
No vamos a acudir a farsa electoral alguna, si no se dan garantías desde nuestro propio espacio de lucha de resistencia ante esas comparsas que montan los que se dicen ser miembros de una llamada oposición en una supuesta “plataforma unitaria”. No es competir por competir entre vagabundos donde se aspiren a seguir colándose cangrejos, camaleones y testaferros disfrazados de empresarios. De esos financian el circo, no. No es con payasos del estilo de ningún conde que convive en los albañales y se agacha en las mismas letrinas de los prostíbulos que frecuentan los asesinos que han secuestrado, violado y acabado con las vidas de familias venezolanas enteras. No haremos actos de Fe frente a supuestas elecciones limpias y entrega del poder por parte de criminales. No vamos a esperar que nos «regalen condiciones electorales» para asestarnos su tiro de gracia, propio de cobardes dirigidos por los mafiosos mayores que los dirigen y sostienen como régimen. No podemos ser tan ingenuos frente a Raúl Castro Ruz. Ni Nicolás Maduro, ni Vladimir Padrino López atornillado por Putin, ni los presidentes del elenco de los narcogobiernos de la región son auspiciadores de nada bueno. No son los que dialogan con Jorgito Rodriguez y su hermanita, para obtener prebendas y favores televisivos y publicitarios junto a los demás testaferros que quieren cohabitar en Venezuela. No es para coincidir en edificios y discutir a escondidas con ese Diosdado Cabello al que se le entregó Leopoldito López, dizque porque estaba en peligro.
Tenemos prevista para octubre una elección primaria, para que el pueblo elija un inexorable vencedor a la Presidencia de Venezuela, con un programa mínimo de cómo cobrar y ejercer la presidencia. Es decir, es como una suerte de preselección de la persona que ha de entenderse a sí misma como la noble y heroica respuesta de toda una gigantesca mayoría de un pueblo noble y heroico, que desde el voto a voto y el paso a paso en las calles, pueda acabar por la vía de tal exigencia en marcha triunfal a Miraflores, donde se acudirá, desde dentro y desde fuera a ese lugar del territorio de lo que haremos posible, y que será considerado victoria sobre los imposibles: el derrocar a una dictadura desde la soberanía ejercida multifactorialmente, y llamando al pueblo a organizarse como ciudadanos en ejercicio, hasta imponer dicho triunfo.
Ya en los tiempos del posgomecismo: bajo dicho signo de amor a Venezuela y la grandeza del comportamiento político de dirigentes de la talla Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Jóvito Villalba, Pompeyo Márquez, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Wolfgang Larrazábal, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi, siempre se apostó al pueblo venezolano. Al trabajo duro por la familia. A la causa de sus anhelados y logros individuales de promoción del hombre individual y de sus beneficios colectivos como nación.
Por encima de intereses mezquinos, corruptelas y envidias, hemos podido superar las confrontaciones propias a la lucha contra la corrupción al ejercer las responsabilidades a los distintos niveles operativos y estratégicos dentro de las funciones públicas que tuvimos el honor de asumir: en el Ministerio del Ambiente, en el Ministerio de Desarrollo Urbano, en el Ministerio de Transporte y Comunicaciones, así como en la asesoría al Congreso Nacional en su presidencia ad honorem y como funcionario de la Comisión de Administración y Servicios Públicos de la Cámara de Diputados. Tuve de mi país el reconocimiento de instituciones académicas del prestigio del IESA, y de la Universidad Central de Venezuela. De Europa en la Universidad San Pablo CEU y de la Complutense de Madrid en España. De la Escuela Kennedy en Harvard, quien facilitó mi Visa J1 para que pudiera realizar visitas durante mis investigaciones académicas, entre esta y la Universidad Internacional de la Florida, FIU. Sin embargo, nunca como entre nuestras gentes, esas mismas que parieron la libertad de medio continente americano, me he sentido más a gusto y orgulloso como el ser un venezolano hijo de Néstor González del Castillo Heineman y María Yanes Oropeza.
Hemos procurado descargar del descomunal peso de confrontaciones estériles a nuestro pueblo, como cuando se enfrascan en denigrar entre un expresidente y otro. Las ambiciones desmedidas de sujetos que viniendo desde distintos sectores, desde inmigraciones y absurdas alianzas contra natura como con Irán y con China; surgidas ante el atractivo de la explotación de nuestra minería e hidrocarburos. Prácticamente desde los inicios del siglo XX, a partir del reventón del pozo petrolero Zumaque I en 1914, del cual el año próximo se cumplirá “Un siglo y una década”, Venezuela ha debido construir una alianza más decidida y definitiva con los Estados Unidos de América. Prometo entregar durante este año, y el que vendrá también, varias entregas al respecto. De momento sé que puedo asegurarles que estos regímenes: venezolano, cubano y nicaragüense, de oprobio y subyugación de ciudadanos, los haremos salir nosotros unidos, como buenos hijos de Venezuela, bajo el ejemplo de Miranda y de Bolívar, en el momento y tiempo que Dios tiene dispuesto, porque ¡el tiempo de Dios es perfecto!
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