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La pretensión de demoler la fe y la consciencia católica

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Compelido a abandonarlo por la dictadura nicaragüense,  Rolando Álvarez se negó a huir del país siendo el obispo de Matagalpa y administrador apostólico de Esteli, responsabilidades propias de una creencia profundamente organizada, confiable y responsable que está muy lejos del estereotipo dominante en torno a los privilegios que no tiene. Fueron varios los delitos imputados que intentó resumir el de traición a la patria, la predilecta tipificación inauditamente aplicada a quienes la desean salvar.

El obispo se ha hecho injusto acreedor de veintiséis años de cárcel que ya comenzaron con el desconocimiento público de su paradero y condiciones de salud, forzado el ortegato al ridículo montaje fotográfico del sonriente comensal de una cadena hotelera que   agradece tan confortable y apacible reclusión. Familiares, correligionarios y amigos no pueden constatar personalmente la propia integridad física y emocional del corajudo sacerdote, en abierta contradicción con las normas internacionales, y a favor del absoluto poder de disposición que jura tener el Estado en relación a  sus reos e indiciados, o simples sospechosos.

La dictadura cónsona con la izquierda anti-occidental que pregona, pero al mismo tiempo reniega del marxismo también exponente de la racionalidad occidental, continua su ofensiva contra la Iglesia Católica, Apostólica y Romana de la que parece no acusar recibo Bergoglio. Sembrando el pensamiento mágico-religioso que convalida tantas y patológicas arbitrariedades y ocurrencias, es un régimen que tiene en su haber la eficaz explotación de la figura de Ernesto Cardenal, procurando lo propio con la de san Oscar Arnulfo Romero en el esfuerzo de quebrar cualquier resistencia.

Una sostenida campaña de proyección continental que ha logrado escamotear la profanación de iglesias con el éxtasis pirotécnico que consiguió la desestabilización institucional de Chile, colocándolo a escasos pasos del mortal precipicio económico. A la usanza de la remota guerra civil española, la provocación nicaragüense está encaminada a la creación de un adversario a la medida que se diga fascista, falangista y hasta cristero.

Valga acotar, manifestando una conducta diferente a la de los más respetables sectores (y teólogos) protestantes, Venezuela supo del auge de sendas empresas de la espiritualidad, añadida una transnacional, capaces de una formidable campaña publicitaria y asombrosas inversiones inmobiliarias, que igualmente influyeron en una práctica anómica de la fe y allanaron el camino del sincretismo convertido en morbo discursivo del poder.  Luego, amainada la presencia y el crecimiento de tan particular y flexible secta, coincidente con la catástrofe humanitaria que todavía padecemos, todavía realizan dos importantes aportes a la presente era política: por una parte, procurando elevar su influencia, falseando toda representación opositora, la activa participación de sus contados dirigentes coadyuva al afianzamiento del madurismo como solución de continuidad del chavismo; y, por la otra, rivalizándola deslealmente, contribuye a la pretensión de deslegitimar, como demoler la fe y la consciencia católica en tanto viva esperanza cultivada por religiosos, religiosas y laicos capaces,  y cuerpo doctrinal, experiencia de reflexión y compromiso por siempre perfectible.

Poco conocemos los venezolanos del obispo martirizado y sereno, Rolando Álvarez, y audiencia alguna parece encontrar la persecución de la Iglesia en Nicaragua, en el entendido de que acá nunca ocurrirá lo mismo así haya evidencias que preocupan, al menos, como la dura reacción oficial y oficiosa que produjo un mensaje de Víctor Hugo Basabe, obispo de San Felipe y administrador apostólico de Barquisimeto, pronunciado durante la procesión de la Divina Pastora a principios del presente año. Varias veces derrotados los partidos independientes del Estado y las no menos independientes organizaciones de la sociedad civil, es tiempo de mirar hacia la Iglesia Católica y su testimonio de brega, orientación y esperanza, aunque seamos agnósticos, adscribamos otras creencias, y hasta no creyentes.

Partidarios de las libertades religiosas que animan a una mirada confiada del porvenir, no podemos sentir complejo alguno respecto a nuestras convicciones católicas, absteniéndonos absurdamente de ayudar con nuestra perspectiva e ideario, e, incluso, empleando el púlpito para denunciar cada domingo lo que, además, acontece en Nicaragua, previendo las consecuencias a irradiar.  Aportante a la causa común por la libertad,   oramos y, a la vez, pedimos que Rolando Alvarez lo haga por nosotros, con su heroico y evangelizador ejemplo tan propicio al iniciarse la Semana Mayor.

@Luisbarraganj

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